La presencia de Manuel Azaña
en el Congreso de los Diputados



Pese a haber ejercido los dos más importantes cargos políticos españoles, presidente del gobierno entre 1931 y 1933 y presidente de la República entre 1939, a los que sumó el Ministerio de la Guerra (1931-1933) y el escaño de diputado entre 1931 y 1939, por mucho que se haya hablado en estos últimos años de reconciliación y de recuperación de la memoria histórica, nuestro país sigue teniendo una deuda pendiente con este ilustre alcalaíno, la de reivindicar su figura otorgándole el reconocimiento que se merece. Porque, pese a todo lo que pueda parecer, pese a haber pasado ya treinta y cinco años desde la muerte de Franco, Manuel Azaña sigue estando no diré que olvidado, pero sí semiignorado para vergüenza nuestra.

Uno de estos olvidos clamorosos era, hasta fechas muy recientes, el del Congreso de los Diputados del que fue miembro durante toda la II República, amén de los importantes cargos que acabo de enumerar. Por sorprendente que parezca, después de varias décadas de democracia Azaña continuaba estando ausente del edificio de la carrera de San Jerónimo, una situación que objetivamente resultaba intolerable y que, ya dice el refrán que más vale tarde que nunca, ha sido al fin reparada por partida doble, con un retrato y un busto suyos.




Retrato de Manuel Azaña, por Daniel Quintero


Comencemos por el cuadro. Según informaba la prensa, el 20 de septiembre de 2011, y a iniciativa del presidente del Congreso José Bono, se instalaron en el vestíbulo de Isabel II, junto a la entrada principal de las Cortes, sendos retratos de Manuel Azaña y de Adolfo Suárez. Conforme a la tradición de esta institución se trata de lienzos circulares que en el lenguaje artístico se denominan tondos, y ambos han sido ejecutados por Daniel Quintero (Málaga, 1949).




Boceto del busto de Manuel Azaña, por Manuela Trasobares


Pasemos ahora al busto. En esta ocasión la iniciativa partió de Izquierda Republicana, el partido que fundara Manuel Azaña, y la ocasión elegida para realizarlo fue inicialmente el septuagésimo aniversario de su muerte, ocurrida el 3 de noviembre de 1940. Es decir, hace poco más de un año. Esta formación política recurrió a una suscripción popular para sufragar el coste de la obra, y según una noticia del diario EL MUNDO fechada el 2 de noviembre de 2010 el busto había sido realizado por Manuela Trasobares (Figueras, 1962), una artista polémica por sus provocaciones. El busto, realizado en bronce, tendría una factura clásica, mediría 90 centímetros y pesaría unos 100 kilos.


Busto de Manuel Azaña, por Evaristo Bellotti
Fotografías tomadas en la exposición Azaña: intelectual y estadista, de la Biblioteca Nacional (2021)


Sin embargo, y por razones que desconozco, esta obra no llegaría a ser instalada en el Congreso, sin que sepa nada de su paradero. Un año más tarde, el 28 de noviembre de 2011, el presidente de esta institución descubría un busto -en realidad se trata tan sólo de la cabeza- del político alcalaíno en el vestíbulo de Isabel II, el mismo lugar en el que dos meses antes fuera colocado su retrato. La escultura, aunque donada por Izquierda Republicana, no era la misma que la anterior, sino otra esculpida por Evaristo Bellotti (Algeciras, 1955) en piedra de Sierra Elvira, Granada, con unas dimensiones de 42×33×36 cm. y un peso de 370 kilos.




Inauguración del busto de Manuel Azaña en el Congreso de los Diputados
Fotografía de Paco Campos (EFE)


Al respecto de esta escultura, el autor dice lo siguiente en su página web:


Presentación de la escultura “Azaña” en el Congreso de los Diputados

Para un artista contemporáneo no hay una manera convencional de abordar el encargo de una escultura que represente a un hombre. A nuestra propia lengua -atravesada de contemporaneidad- le resulta incómodo designar una obra como ésta: “busto”, “retrato”, “cabeza”, “efigie” no encuentran acomodo en un mundo que ha multiplicado exponencialmente la capacidad de reproducir y reducir a imágenes, estáticas o en movimiento, todo lo existente; de modo que ya no concebimos las imágenes como reproducciones del bulto, como replicas de una realidad que se diría ha emigrado de la realidad misma a otra virtual. Los espectros de nuestros antepasados ya son fotografías.

La convención contemporánea exigiría, por tanto, una fotografía. No obstante, en las grandes ocasiones parece que persiste la necesidad del bulto redondo, la necesidad de que emerja en tres dimensiones la realidad física por la que seguimos deambulando. Por esto esta escultura ha tenido la ocasión de hacerse.

Para hacerla sin incumplir la regla del parecido, sólo tenía una colección de fotografías correspondientes a momentos distintos de la vida del Presidente. Por qué ha faltado hasta hace tan poco tiempo una imagen de Azaña en el Congreso de los Diputados es una pregunta inevitable, tan inevitable como la dimensión política que ha cobrado el encargo y, por consiguiente, el encuentro imposible de la política, de las razones de Estado con la razón del arte. Pero, ¿qué razón puede introducir el arte donde tanta razón ha faltado?

¿Qué puede hacer la escultura sino restituir la imagen del que tanto ha faltado? ¿De qué modo si no dando un salto a la contemporaneidad de Azaña, al tiempo de Azaña?

Las preguntas, en efecto, venían preñadas. Porque el arte sí puede sortear el tiempo, vencer la determinación histórica, imaginar otros relatos, afirmar otras posibilidades, liberar el trabajo. La década de los años treinta fue convulsa porque fue una época de liberación. Una época que Azaña vivió hasta morir con ella. Y con Azaña en el centro de aquella España confluyeron tres generaciones de hombres y mujeres disconformes, dispuestos a hacerlo todo de nuevo y mejor. Entre ellos los artistas, entre los artistas, los escultores: Victorio Macho, Alberto Sánchez, Emiliano Barral y Francisco Pérez Mateos, entre otros. Tiempo de retornos, tiempo de retorno a la talla directa de la piedra, tiempo de retorno a la modernidad de los primitivos, tiempo de retorno a los realismos, tiempo de la Nueva Objetividad, aquella intuición genial de Francisco Pérez Mateos. Si Pérez Mateos hubiera hecho esta escultura, esta escultura sería mejor. Si España hubiera superado aquel trance, Pérez Mateos habría podido hacer muchas más esculturas. No menos que Azaña ver cumplido su proyecto.

Si tallando la escultura he sentido el aliento de Azaña, he alucinado creyendo percibir su olor corporal, he entendido la infinita melancolía en sus ojos, es porque el espectro de Azaña, preso en las imágenes, nos sigue llamando desde el interior de las fotografías a este exterior, a este hoy en el que seguimos sin cumplir las obligaciones debidas a nuestros antepasados. Probablemente aquí radique la razón del realismo, la necesidad de mimetizar las fotografías, de conectar y cumplir con aquellas generaciones el último proyecto de la Ilustración.


Estrambote viajero

Como era de temer tratándose de la aún hoy maltratada figura de Manuel Azaña, bastó menos de un mes -exactamente 23 días- para que el busto fuera “desterrado” a la zona menos noble del complejo de las Cortes, el mamotreto de la segunda ampliación. Casualmente, entre ambas fechas -la de la inauguración del busto en el vestíbulo principal de las Cortes y la de su “destierro”- mediaron unas elecciones generales que ganó el Partido Popular por mayoría absoluta.

A la postre ese primer traslado tan sólo duró veinticuatro horas ya que, ante las protestas de los diputados de izquierdas, se le devolvió a su ubicación original. Aunque los responsables del desaguisado esgrimieron la chusca excusa de la existencia de “razones técnicas” -en román paladino, que estorbaba- para facilitar la ceremonia de inauguración de las Cortes, siempre nos quedará la sospecha de que su presencia pudiera haber molestado quizá al actual monarca; no así la de la estatua de su bisabuela Isabel II, cuyo reinado no se puede decir que fuera precisamente digno de ser recordado. Pero ésta es ya otra historia.

A pesar de que la bufonada acabó quedando finalmente en nada, los diputados populares siguieron empeñados en quitar de en medio al baqueteado busto -al parecer el nuevo argumento fue que pesaba demasiado y podría dañar el pavimento- y, apoyándose en su mayoría absoluta en el Congreso, a mediados de junio de 2012 aprobaron arrinconarlo en la primera ampliación del Congreso, en concreto en la sala conocida como Patio de Operaciones, que no he logrado encontrar en la visita virtual existente en la página web de esta institución, en compañía de las esculturas de Niceto Alcalá Zamora y Clara Campoamor.

Sin comentarios.


Publicado el 4-12-2011
Actualizado el 4-4-2021