Los navíos de combate Cardenal Cisneros
y Miguel de Cervantes



Aunque la presencia de Alcalá, o de los personajes vinculados a ella, en el ámbito de la Armada ha sido por lo general muy limitada, husmeando por acá y por allá pueden encontrarse algunos datos curiosos. Sin duda el caso más interesante desde el punto de vista histórico es el del San Justo, uno de los navíos que participaron en la batalla de Trafalgar, pero resultaría injusto no recordar también a los tres buques, también militares y mucho más modernos -todos ellos son de la primera mitad del siglo XX-, dos cruceros y un destructor, bautizadas con los nombres de Cardenal Cisneros y Miguel de Cervantes.

Por aquel entonces, al igual que ocurre ahora, lejanos ya los tiempos en los que se acostumbraba a recurrir al santoral, las unidades de la Armada solían bautizarse bien con nombres geográficos (ciudades, regiones, islas...), bien con los de personajes históricos vinculados de una u otra manera a la Armada, aparte claro está de los al parecer inevitables pelotilleos a la dinastía reinante. Sin embargo, se da la circunstancia de que ni el cardenal ni el autor del Quijote puede decirse que tuvieran una relación muy estrecha con la Marina; cierto es que Cervantes combatió en Lepanto, pero lo hizo como soldado de infantería, no como marino. En cuanto a Cisneros, tan sólo me viene a la cabeza su protagonismo en la organización y la financiación, con fondos propios del arzobispado de Toledo, de la escuadra que conquistó Orán, entonces un nido de piratas berberiscos, en el año 1509.

Sea por lo que fuere, lo cierto es que ambos personajes merecieron el honor de ver bautizados con sus nombres sendos buques con una diferencia de unos treinta años, por lo cual no llegaron a coincidir el uno con el otro. Veamos sus respectivas historias, aunque antes de seguir adelante conviene recordar cual era la situación de la Marina española de su época.

Tras el abandono absoluto al que estuvo abocada la Armada durante el reinado de Fernando VII, al finalizar el cual la relación de buques en activo era realmente paupérrima, y la tímida recuperación promovida por los gobiernos de Isabel II, no sería sino hasta la Restauración cuando empezó a plantearse con seriedad la imprescindible renovación de la flota, primero durante el reinado de Alfonso XII y los primeros años de la regencia y posteriormente, tras el desastre de 1898, ya con los gobiernos de Alfonso XIII.

En contra de lo que pudiera pensarse, las flotas con las que España plantó cara a los Estados Unidos en Cuba y Filipinas no eran ni mucho menos tan paupérrimas y anticuadas como algunos historiadores han intentado hacernos creer; de hecho muchos de los buques eran nuevos con apenas unos pocos años de servicio, y para el potencial económico y estratégico de la España de entonces hubieran supuesto un bagaje más que aceptable de no haber tenido nuestro país la mala suerte de tropezar con una potencia emergente e imperialista frente a cuyos potentes acorazados poco o nada se podía hacer en las condiciones en las que se produjeron los enfrentamientos.

Los siete navíos perdidos en Cuba: el crucero acorazado Cristóbal Colón, los cruceros protegidos Infanta María Teresa (buque insignia), Vizcaya, Oquendo, el crucero de primera clase Reina Mercedes y los contratorpederos Furor y Plutón, se habían incorporado a la Armada entre 1892 y 1897. En cuanto a la flota de Filipinas, ocho buques en total y también perdidos, estaba formada por el crucero de primera clase Reina Cristina (buque insignia), el crucero no protegido de primera clase Castilla, los cruceros de segunda clase Velasco, Don Juan de Austria y Antonio de Ulloa, los cruceros de tercera clase Isla de Luzón e Isla de Cuba y el cañonero Marqués del Duero. Aunque más antiguos y menos potentes que sus compañeros, todos ellos databan de las décadas de los ochenta y los noventa, salvo el Marqués del Duero (1874) y el obsoleto Castilla, de casco de madera, botado como corbeta en 1869 y remodelado en 1876. La prueba de que no debían de ser tan malos, lo indica el hecho de que los norteamericanos reflotaron varios de ellos (el Reina Mercedes, el Don Juan de Austria, el Isla de Luzón y el Isla de Cuba) incorporándolos a su propia Armada, donde estuvieron en servicio, en ocasiones, durante bastantes años.

Estos quince buques, junto con alguno más naufragado durante esos años, como el Gravina (en 1884), el Reina Regente y el Cristóbal Colón (diferente del homónimo perdido en Cuba), ambos en 1895, dieron al traste con buena parte del esfuerzo armamentístico naval español tan trabajosamente llevado a cabo. De hecho, la Armada quedó apenas con un puñado de unidades de cierto fuste, algunas de las cuales eran venerables reliquias de tiempos de Isabel II, como la famosa fragata Numancia, el primer barco de guerra español con casco de hierro, en servicio desde el año 1864, o su gemela Victoria, tres años posterior.

Sin embargo, el nuevo siglo XX inauguró una etapa de esfuerzos que permitió que España recobrara en pocos años su perdida capacidad naval. No es éste, por supuesto, el lugar adecuado para hacer una descripción prolija de los distintos planes de construcción naval que se sucedieron con los distintos gobiernos de Alfonso XIII, por lo que doy por terminado este preámbulo ciñéndome ahora a la historia de los barcos que nos interesan.




El crucero Cardenal Cisneros




El Cardenal Cisneros. Fotografía Tomada de marblava.wordpress.com


El Cardenal Cisneros fue, cronológicamente, el primero de ellos. Desde un punto de vista técnico la serie a la que pertenecía este crucero protegido de primera, según la terminología de la época, era continuación con ligeras modificaciones de la correspondiente a los cruceros acorazados (o protegidos) Infanta María Teresa, Vizcaya y Oquendo, todos ellos como se vio perdidos en Cuba, y de hecho tan sólo el retraso en su construcción (no fue entregado a la Armada hasta 1903) impidió que tomara parte en la contienda, al encontrarse entonces en construcción en el astillero del Ferrol. Tras él se construyeron otros dos cruceros gemelos más, el Princesa de Asturias y el Cataluña, operativos en 1903 y 1908 respectivamente. Aunque se trataba de buenos buques, dada la considerable tardanza de su construcción (el proyecto inicial databa de 1887) éstos adolecieron de cierto retraso tecnológico en relación con otros contemporáneos suyos de diseño más moderno.




El Cardenal Cisneros. Maqueta expuesta en el Museo de la Construcción Naval de El Ferrol


Las características técnicas del Cisneros y sus hermanos eran las siguientes: 7.000 toneladas métricas de desplazamiento, 104 metros de eslora, 19,8 de manga y 6,6 de calado, 13.700 caballos de potencia, 20 nudos de velocidad máxima y una autonomía de 9.700 millas marinas. La dotación estaba compuesta por 550 tripulantes, y el armamento consistía en dos cañones de 240/40 mm., ocho cañones 140/40, otros ocho de 57 mm, diez ametralladoras, dos piezas de desembarco y ocho tubos lanzatorpedos.

Por desgracia nuestro barco no tuvo suerte y su vida operativa fue extremadamente corta, puesto que el 28 de octubre de 1905, tan sólo dos años después de su entrada en servicio, naufragaba en los bajos de Meixidos, en las cercanías de la localidad gallega de Muros, tras abrírsele en el casco una importante vía de agua que fue imposible achicar. Por fortuna entre la tripulación, evacuada con ayuda de los pescadores de la zona, no hubo víctimas mortales, aunque sí varios heridos. El capitán de navío Manuel Díaz Iglesias, comandante del buque, vio truncada su carrera siendo castigado con un año de suspensión de empleo y destinado posteriormente a tareas administrativas. En agradecimiento por el auxilio prestado a los náufragos, el rey Alfonso XIII concedería a la villa de Muros un año más tarde el título de Muy humanitaria, que desde entonces campea en el escudo municipal.




Dibujo del Cataluña, gemelo del Cardenal Cisneros.
Tomado de la Revista Naval


Mejor parados salieron sus dos gemelos, ya que la vida útil de ambos se extendió hasta 1928, fecha en la que fueron retirados tras haber intervenido activamente en la guerra de Marruecos.




El crucero Miguel de Cervantes


Y del Cardenal Cisneros pasamos al Miguel de Cervantes, perteneciente a una generación posterior de cruceros ligeros (aunque la terminología confunde, puesto que su porte era incluso superior al del anterior) promovida en 1922 por el Marqués de Cortina, ministro de Marina en el gabinete de Antonio Maura. La serie estaba compuesta por tres unidades, el Almirante Cervera (que le da nombre en los listados de buques españoles por ser el prototipo), el Príncipe Alfonso (rebautizado en la II República como Libertad y por el franquismo como Galicia) y, cerrando la serie, el Miguel de Cervantes, el más moderno de todos ellos. De todos modos su entrada en servicio fue casi simultánea, entre los años 1927 y 1930.




El Miguel de Cervantes. Fotografía Tomada de la Wikipedia


El Miguel de Cervantes y sus gemelos tenían un desplazamiento de 7.975 toneladas métricas, 176,6 metros de eslora, 16,5 de manga y 5 de calado, 83.000 caballos de potencia, 33 nudos de velocidad máxima y una autonomía de casi 5.000 millas marinas a una velocidad de crucero de 15 nudos. La dotación estaba compuesta por 566 tripulantes, y su armamento consistía en ocho cañones de 152/50 mm., cuatro cañones antiaéreos de 101'6/45, otros dos cañones antiaéreos de 47 mm. y cuatro tubos lanzatorpedos triples.

El historial del Miguel de Cervantes refleja varios acontecimientos dignos de mención. A poco de entrar en servicio se proclamó en España la II República, participando el crucero, junto con otras unidades navales, en tareas de apoyo a las fuerzas del Ejército que sofocaron en 1934 la revolución de Asturias. Al estallar la guerra civil el Miguel de Cervantes y su gemelo Libertad, ex Príncipe Alfonso, fueron leales al gobierno republicano, mientras que curiosamente el tercero de la serie, el Almirante Cervera, caía en manos de los insurrectos franquistas. Pocos meses después, el 22 de noviembre de 1936, fue torpedeado por el submarino italiano Torricelli cuando, formando parte de un convoy junto con el Jaime I y el Méndez Núñez, volvía a su base de Cartagena. Gravemente dañado y con una vía de agua abierta en el casco, pudo ser remolcado hasta el puerto de esta ciudad, quedando inutilizado durante gran parte de la contienda. Aunque entró de nuevo en activo en marzo de 1938, poco pudo hacer ya hasta el final de la guerra un año más tarde, dado que las actividades de la Marina republicana, entonces a la defensiva, se limitaron a tareas de escolta.

En las convulsiones que precedieron al colapso definitivo de lo que quedaba del gobierno republicano, el 4 de marzo de 1939, y en sintonía con el golpe del coronel Casado en Barcelona, los marinos de la guarnición de Cartagena se sublevaron contra el gobierno de Negrín. Encabezados por el almirante Miguel Buiza, se hicieron a la mar con los buques allí fondeados, el Miguel de Cervantes entre ellos, dirigiéndose al puerto tunecino de Bizerta, donde se entregaron a las autoridades francesas.

Devueltos a España, los buques llegaron a Cádiz el día 5 de abril, recién terminada la guerra. En lo que al Cervantes respecta, al igual que su gemelo Libertad, rebautizado por segunda vez con el nombre de Galicia, experimentó una remodelación de considerable calibre entre los años 1944 y 1946, permaneciendo en activo nada menos que hasta 1964, aunque durante sus últimos años de vida fue convertido en pontón en el puerto de Cartagena. A lo largo de ese período intervino, a finales de los años cincuenta, en la guerra de Ifni, y también desempeñó misiones más pacíficas como la de representar a España en la parada naval que tuvo lugar en Gran Bretaña, en 1953, para conmemorar el ascenso al trono de la reina Isabel II.




El destructor Miguel de Cervantes


Todavía existe otro buque de guerra que ostentó también el nombre del autor del Quijote, aunque en esta ocasión su historia resulta bastante más compleja. Se trataba de un destructor o torpedero, según la etapa de su vida operativa que consideremos, que fue el prototipo de la serie de nueve unidades (posteriormente les seguirían una segunda serie de otros siete destructores más) conocida con el nombre de Churruca, los cuales fueron construidos en los astilleros de Cartagena entre 1927 y 1933 los de la primera serie -lo que le hace prácticamente contemporáneo del anterior-, y entre 1935 y 1937 los de la segunda. Mucho más modesto que el anterior, sus características técnicas eran las siguientes: 1.536 toneladas de desplazamiento, 102 metros de eslora, 9,67 metros de manga y 3 metros de puntal. Tenían una velocidad máxima de 36 nudos y contaban con una dotación de 160 tripulantes.




El Cervantes, destructor de la clase Churruca vendido a argentina
Fotografía tomada de la Wikipedia


Al llegar a este punto puede que a alguno de ustedes haya algo que no les acabe de encajar del todo; si nuestro buque era el prototipo, como he explicado, de la clase Churruca, y lo habitual es bautizar a la clase con el nombre del primer navío, ¿qué tiene que ver este ilustre marino español, muerto en la batalla de Trafalgar, con nuestro escritor?

En efecto, el primer buque de la serie fue bautizado originalmente con el nombre de Churruca, pero cuando éste estaba todavía en construcción fue vendido, junto con su gemelo Alcalá Galiano, a la Armada argentina por un precio de 1.750.000 dólares oro cada uno de ellos, por lo cual no llegaron a causar alta en la Armada española. Como anécdota, cabe reseñar que otras dos unidades de la serie, las séptima y octava, fueron bautizadas por esta razón con estos dos nombres. Otra de las unidades, la tercera concretamente, de nombre Sánchez Barcaiztegui, es sobradamente conocida por los historiadores alcalaínos al ser en este buque, convertido en prisión, donde fue recluido Manuel Azaña en 1934 bajo la acusación de ser instigador de la fallida revolución de Asturias.

Cuando el Churruca y el Alcalá Galiano llegaron a Argentina fueron rebautizados por la Armada de este país con los nombres de Cervantes y Juan de Garay. Según la página argentina Historia y arqueología marítima, de la cual he extraído la mayor parte de estos datos, el Cervantes y su gemelo llegaron al puerto de Buenos Aires, procedentes de Cádiz, el 10 de enero de 1928, despertando una gran expectación dado que en ese momento eran considerados como los destructores más rápidos de todos los existentes en las distintas flotas navales. Tras recorrer varios puertos argentinos, en 1929 fue asignado a la Escuadrilla de Exploradores de la Primera Región Naval, con base en Puerto Belgrano.

Su larga hoja de servicios se extiende hasta 1961, fecha en la que causó baja y fue desguazado. Como principales hitos de su vida activa, cabe reseñar que en 1941 fue reclasificado como torpedero, y en 1952 fue destinado a la base naval de Río Santiago, siendo asignado a la Fuerza Naval de Instrucción, de la Escuela Naval Militar para el adiestramiento de los cadetes de ese instituto. En 1955, todavía como buque de adiestramiento, intervino en su única acción de guerra, el combate aeronaval del Río de la Plata desencadenado a raíz de la denominada Revolución libertadora, el golpe militar que derrocó al general Perón. Dañado de seriedad por los ataques de la aviación enemiga, el Cervantes se vio obligado a refugiarse en el puerto uruguayo de Montevideo hasta que, una vez victoriosos los sublevados, pudo retornar a Argentina.



Bibliografía


El buque en la Armada española. VV.AA. Editorial Sílex, 1999.

El crucero acorazado Cardenal Cisneros. Alejandro Anca Alamillo. Col. Barlovento, nº 5. Ed. La espada y la pluma, 2004.

Revista Naval, sección La Armada española.

http://www.histarmar.com.ar.


Ver también: Los otros buques Miguel de Cervantes.


Publicado el 26-4-2007
Actualizado el 24-11-2023