Alcalá castellana. Novecientos años ya





Ruinas del castillo de Alcalá la Vieja



Nos encontramos en la España de mediados del siglo XI. Fernando I, primer rey de Castilla y León, gobernaba sobre unos territorios que comprenden aproximadamente las actuales regiones de Asturias, Galicia, León y Castilla la Vieja, junto con el norte de Portugal. Al sur, separado de las tierras cristianas por la frontera natural del Sistema Central, existía el reino taifa de Toledo, extendido por lo que ahora son las provincias de Madrid, Guadalajara, Toledo y parte de las de Cuenca y Ciudad Real, heredero de lo que fuera hasta no mucho antes la cora -provincia del Califato de Córdoba- de Esch Scharrán o Ax-Xerrat, dependiendo de la transcripción fonética utilizada. En la ciudad del Tajo, tan vinculada históricamente a Alcalá, reinaba desde el año 1043 Yahya ben Ismail, conocido como Al-Mamún.

Era una época de forcejeo entre la España cristiana y la musulmana, que serviría de bisagra entre el anterior predominio agareno y la futura hegemonía cristiana, aunque no de una manera homogénea: mientras en el este peninsular los musulmanes continuaban sólidamente asentados en el valle del Ebro, los castellanos ya planeaban su expansión por las fértiles tierras del Tajo.

El primer intento tendría lugar en 1062, cuando el rey Fernando I devastó el valle del Henares, acampó en el llano junto a la vieja ciudad visigoda y puso sitio a la fortaleza, retirándose cuando el rey de Toledo accedió a hacerse tributario suyo. Pese a todo, el reino musulmán de Toledo logró mantener sus fronteras hasta el acceso al trono castellano del rey Alfonso VI, hijo de Fernando I y hermano menor de Sancho II, el anterior monarca. Para situarnos en el contexto histórico, hemos de recordar que al fallecer Fernando I repartió sus dominios entre todos sus hijos conforme a la costumbre de la época: Sancho, el mayor, recibió Castilla, mientras Alfonso heredaba León, García Galicia y el norte de Portugal, Elvira la ciudad de Toro y Urraca la de Zamora.

Este testamento, lejos de satisfacer a los hermanos, provocó una guerra civil en una primera instancia favorable a Sancho, que despojó de sus posesiones a sus hermanos. Alfonso se vio obligado a refugiarse en Toledo, ciudad en la que residió protegido por Al-Mamún hasta la muerte de Sancho en el sitio de Zamora, ciudad en la que se había refugiado su hermana Urraca. Despejado el camino Alfonso volvió a territorio cristiano para reclamar sus derechos, que le fueron concedidos exigiéndosele, a cambio, el juramento de que no había tenido nada que ver en la muerte de su hermano; era la famosa jura de Santa Gadea.

Consecuencia de este enfrentamiento entre el nuevo rey y la nobleza castellana fue el destierro de Rodrigo Díaz de Vivar, más conocido con el sobrenombre de El Cid Campeador. Expulsado de Castilla el Cid partió para Cataluña y Zaragoza en el otoño de 1081, no sin antes efectuar unas correrías por todo el valle del Henares tal como nos relatan el Cantar del Mío Cid y otros romances; lo cual, dado que el reino de Toledo era vasallo de Castilla, resultaba ser cuando menos inconveniente para el monarca castellano, teórico valedor de su protegido musulmán.

Las circunstancias cambiaron radicalmente tras el asesinato en 1075 de Al-Mamún, amigo y protegido de Alfonso VI. En 1079 su sucesor Al-Qádir se vio obligado a enfrentarse a una facción rebelde que contó con el apoyo del vecino rey taifa de Badajoz, el cual tomó Toledo obligándole a huir. Al-Qádir pidió ayuda al rey castellano y éste, que hacía ya tiempo deseaba incorporar este reino a sus dominios, se plantó frente a las puertas de Toledo en el otoño de 1084 exigiendo la capitulación de la ciudad, la cual tuvo lugar el 6 de mayo de 1085. Lejos de devolver el codiciado reino al débil monarca musulmán Alfonso lo retuvo para sí, compensando a Al-Qádir con el trono de la taifa de Valencia.

Las condiciones de la capitulación supusieron la anexión castellana de la totalidad del reino de Toledo, al que pertenecía Alcalá. Según Portilla, haciéndose eco de Juliano, un historiador anterior a él, “El qual [Compluto] recobró de los Moros el Emperador Alfonso Sexto el año mismo que a Toledo, mil, y ochenta, y cinco”. Por lo tanto, en 1985 se cumplió el noveno centenario de la reconquista de nuestra ciudad.

De acuerdo con la historiografía tradicional, aunque la anexión del reino toledano tuvo lugar con bastante rapidez algunas plazas fuertes, entre ellas las de Alcalá, habrían resistido a las tropas castellanas hasta bien pasada la fecha de la capitulación de la capital, de modo que el castillo, que ya había soportado un asedio infructuoso por parte del propio Alfonso en 1083, permanecería en poder de los musulmanes hasta bien entrado el siguiente siglo a pesar de estar cercada la fortaleza por las tropas cristianas, dueñas de todo el llano donde hoy se asienta la ciudad. Los distintos autores no se ponen de acuerdo al fijar la fecha de la conquista del castillo: Florián de Ocampo da la disparatada fecha de 1071, Portilla opina que fue en el 1118, el padre Mariana lo sitúa en el 1126 y los archivos toledanos fijan en el 1109 la fecha del cerco y en 1118 la conquista de la fortaleza, mientras otros documentos toledanos optan por el año 1114.

Esteban Azaña, por su parte, da en su Historia de Alcalá la fecha de 1114, al igual que Anselmo Reymundo que con toda probabilidad copió de él. José Demetrio Calleja, otro historiador decimonónico alcalaíno, se inclina a su vez por el 1118. Tampoco se ponen de acuerdo autores más actuales, puesto que mientras Alfonso Quintano sitúa la conquista en 1114, Basilio Pavón vuelve a insistir en el 1118.

Por esta razón, conviene recurrir a estudios históricos más recientes -y fiables- para desenredar la madeja, dado que la reconquista de Alcalá fue un proceso complejo que aún hoy dista de ser bien conocido. La primera parte de la historia corrobora la versión clásica, de modo que tanto el castillo como el llano complutenses habrían pasado a manos del rey Alfonso VI tras la capitulación de Al-Qádir en 1085. De hecho, en 1095 hubo un intento fallido de restaurar el antiguo obispado complutense, y un documento de 1099 recoge la incorporación de Alcalá al arzobispado toledano. Asimismo hay constancia de la presencia del gobernador alcalaíno entre las tropas castellanas que combatieron en la batalla de Uclés en 1108. Dado que la anexión no se produjo por conquista sino de forma pacífica, cabe la posibilidad de que este gobernador fuera un alcaide musulmán mantenido por Alfonso VI como aliado, aunque la soberanía era indiscutiblemente castellana.

La irrupción de los almorávides vino a trastocar drásticamente este estatus quo, siendo asimismo la causa de las discrepancias cronológicas que tanto desorientaron a nuestros historiadores locales. Como es sabido, estos invasores norteafricanos cruzaron el estrecho de Gibraltar en junio de 1086, derrotando a Alfonso VI en la batalla de Sagrajas, cerca de Badajoz, en octubre de ese mismo año. Aunque este primer enfrentamiento no supuso ninguna alteración significativa en las fronteras de los reinos peninsulares al retornar a Marruecos el emir almorávide Yusuf, éste realizó una nueva campaña en 1090 durante la cual, aunque no logró conquistar Toledo pese a sitiarla, sí se apoderó de todo el territorio comprendido entre el Tajo y Sierra Morena junto con la mayoría de los reinos taifas, extendiendo su dominio por toda la mitad sur de España. Alfonso VI fue nuevamente derrotado en Consuegra (1097) y Uclés (1108), falleciendo un año más tarde. Aunque el imperio almorávide perduró hasta 1144, se fue debilitando poco a poco hasta desaparecer fragmentándose en un nuevo mosaico de reinos taifas.

¿Cómo afectó esto a Alcalá? Lo más probable es que el castillo cayera en poder de los almorávides tras la batalla de Uclés, pues hay constancia de un asedio en 1110 por parte de las milicias cristianas de Madrid apoyadas por tropas de la Extremadura Castellana. Aunque la frontera entre el reino de Castilla y los territorios almorávides había quedado fijada de forma aproximada en el curso del río Tajo, el castillo de Alcalá constituía, apoyado por los de Zorita y Oreja -junto a la actual Aranjuez-, una avanzada que a modo de cuña se introducía profundamente en territorio cristiano.

Durante el convulso reinado de Urraca, hija y sucesora de Alfonso VI, se alternaron las victorias y las derrotas de los castellanos, lo que se tradujo en desplazamientos en uno y otro sentido de la ajetreada línea fronteriza. El castillo, no obstante, se mantuvo en poder de los musulmanes hasta que el arzobispo de Toledo Bernardo de Sèdirac, aprovechando que los reveses sufridos por los almorávides habían mermado su potencial militar, dispuso un largo asedio de la fortaleza, para lo cual construyó un padrastro, o castillo de madera, en el cerro contiguo denominado desde entonces Malvecino, desde el cual los cristianos hostigaban a la guarnición musulmana que, rendida finalmente por el hambre e imposibilitada de recibir socorro, evacuó el castillo en 1118.

La leyenda, mucho más poética, quiere que el 3 de mayo, fiesta de la exaltación de la Santa Cruz, se apareciese a los cristianos una cruz resplandeciente en lo alto de un cerro cercano anunciando su inminente victoria cuando éstos, desmoralizados, estaban a punto de levantar el cerco. Leyenda, por cierto, muy similar a la que propició al emperador Constantino la victoria en la batalla del Puente Milvio. Desde entonces ese cerro, característico en el paisaje complutense por su perfil plano, recibió el nombre de la Vera Cruz, levantándose en su meseta superior una ermita hoy desaparecida.

Apenas unos meses más tarde, en noviembre de ese mismo año, Alfonso I de Aragón conquistaba Zaragoza, lo que protegió al valle del Henares frente a posibles ataques musulmanes procedentes de valle del Ebro, hasta entonces musulmán. Sin embargo, los alcalaínos aún tendrían que esperar hasta el año 1139, fecha de la toma del castillo de Oreja, para gozar de una relativa tranquilidad, acrecentada tras el derrumbe definitivo del poder almorávide aunque a finales del siglo XII todavía se vería amenazada de nuevo Alcalá por otros invasores africanos, los almohades. En 1127 el recién coronado Alfonso VII, hijo de Urraca y nieto de Alfonso VI, entregó la entonces villa de Alcalá al sucesor de don Bernardo en la sede toledana, el arzobispo don Raimundo, el cual concedió a Alcalá su primer código legal, el Fuero Viejo, iniciándose así una nueva etapa que llevaría a nuestra ciudad hasta las más altas cotas de la historia de nuestro país.

Queda por dilucidar si, tal como afirman los historiadores medievales, durante las más de tres décadas que mediaron entre 1085 y 1118 los cristianos mantuvieron en su poder el llano en el que actualmente se asienta Alcalá, hecho éste importante dado que, según todos los indicios, debió de persistir en él un núcleo de población mozárabe durante todo el período de dominación musulmana, tal como parece indicar el hecho de que en fecha tan temprana como 1148 se mencione ya la existencia de la iglesia de San Justo, embrión de la actual Catedral-Magistral y más que probable sucesora de la antigua basílica visigoda levantada sobre el enterramiento de los santos Justo y Pastor. Que existiera una continuidad temporal ininterrumpida durante los casi cuatro siglos de la Alcalá musulmana, o que las tropas castellanas encontraran solamente ruinas en el asentamiento de la antigua población visigoda, es algo todavía sin determinar, aunque los poco fiables Anales Complutenses afirman que, tras las devastadoras campañas de Fernando I, la comarca de Alcalá quedó tan arruinada que los mozárabes complutenses, con su obispo a la cabeza, emigraron en masa a la vecina Guadalajara. Lo que sí es cierto es que, de una u otra manera, la influencia mozárabe resultó fundamental en la articulación de la nueva villa medieval, heredera de las antiguas tradiciones complutenses, y en especial del culto a los Santos Niños, en todo su vigor.




Addenda

Este artículo fue escrito originalmente en febrero de 1985, cuando se cumplía el noveno centenario de la reconquista de Alcalá o, cuanto menos, de su primera incorporación al reino de Castilla. Huelga decir que este centenario fue ignorado por las autoridades locales, pasando completamente desapercibido a excepción de la publicación de mi modesta contribución en el periódico local Puerta de Madrid.

Ahora, treinta años más tarde, faltan tan sólo tres para que en 2018 se cumpla el noveno centenario de la conquista definitiva del castillo de Alcalá la Vieja. ¿Se celebrará en esta ocasión, tal como se merece, un acontecimiento histórico trascendental en la milenaria historia de nuestra ciudad? Ojalá mis temores no se vean, de nuevo, cumplidos.


Publicado el 23-2-1985, en el nº 939 de Puerta de Madrid
Actualizado el 13-4-2015