La calle de la Laguna





Aspecto actual de la calle de la Laguna



Aunque ya he abordado la curiosa historia de la calle de la Laguna en la sección de En busca de la Alcalá perdida, resulta interesante estudiar el origen de su nombre rebatiendo teorías equivocadas que, pese a toda evidencia, siguen siendo defendidas en la actualidad. Y para ello, conviene recordar previamente algunos detalles sobre como evolucionaron los callejeros de las ciudades españolas a lo largo de la historia.

Para empezar, hay que considerar que la costumbre de dedicar calles y plazas a personajes distinguidos por una u otra razón, la cual ha creado más de una polémica cuando los homenajeados eran políticos, militares o cualquier otra persona susceptible de suscitar rechazo en una parte de la población, es relativamente reciente, ya que no fue sino hasta bien entrado el siglo XIX cuando se empezó a poner en práctica coincidiendo con los vaivenes políticos de la época.

Hasta entonces, y estamos hablando de un buen puñado de siglos durante los cuales se crearon y evolucionaron las ciudades modernas, las calles no habían tenido un nombre oficial tal como ocurre ahora. Lo tenían, por supuesto, pero su origen era popular y consuetudinario, es decir, fruto de la costumbre, y respondían por lo general a unas características propias -recordemos que al ser analfabeta la mayoría de la población de poco servían los rótulos en las esquinas- que permitían identificarlas con facilidad, al tiempo que las diferenciaban del resto.

En ocasiones los nombres eran prosaicos o estaban relacionados con las actividades que se desarrollaban en ellas: Calle Mayor, Libreros, Cerrajeros, de la Tahona, del Toril, de los Hornos, Vaqueras... Otras veces se referían a algún edificio singular como las iglesias o los conventos -plaza de las Bernardas, calle de Santiago, de Santa Clara- o bien de algún otro tipo como la plaza de la Universidad y la de Palacio, las calles del Matadero y la de la Cárcel Vieja o el paseo de la Estación. Las puertas de la ciudad, que cedieron su nombre a las plazas abiertas en sus solares, solían hacer alusión a la ciudad a la que conducían -Puerta de Madrid, de Burgos o de Guadalajara- o a alguna característica propia como la del Vado -del río Henares-, la de Aguadores, la de las Tenerías o la de los Mártires, nombre que adoptó la de Guadalajara tras la entrada por ella de las reliquias de los Santos Niños en 1568.

En algunos casos la imaginación popular era de una precisión difícilmente superable: calle Cerrada, de las Siete Esquinas, Empedrada, Nueva, callejón de Peligro, callejón del Embudo... Algunas de ellas han conservado sus nombres originales, otras no, pero en cualquier caso suponen una fuente de información más importante de lo que pudiera parecer.

Incluso en ocasiones recientes las denominaciones populares acabaron implantándose, e incluso imponiéndose, a las oficiales. Ocurrió con el barrio Venecia, un apelativo irónico alusivo que sus modestas viviendas se inundaban cada vez que el Henares se desbordaba. O con el polígono Puerta de Madrid, en Reyes Católicos, que pronto fue bautizado con un nombre tomado de la serie de televisión La frontera azul, emitida cuando éste fue inaugurado. O con la plaza del Barro, alusiva a la larga reivindicación vecinal por convertir un solar embarrado del barrio de Reyes Católicos en un espacio ajardinado salvado de la feroz especulación inmobiliaria.

Un caso paradigmático de la voluntad popular frente a las denominaciones oficiales es el de la plaza de los Cuatro Caños, nombre con el que todo el mundo conoce a la puerta de Mártires pese a que la fuente homónima no fue instalada allí hasta 1949 -anteriormente estuvo colocada en la plaza de la Universidad, oficialmente de San Diego- y fue demolida en 1968, apenas dos décadas más tarde, no siendo reconstruida hasta 1991; pese a haber estado en ese lugar tan sólo durante 49 años en dos períodos separados por 23 de ausencia, logró eclipsar a uno de los acontecimientos más importantes de los últimos siglos de la historia complutense, aunque evidentemente lejano para la sociedad actual.

Hecho este preámbulo, pasemos ahora a considerar a la calle de la Laguna haciendo hincapié en dos detalles: primero que el nombre es innegablemente antiguo, y segundo en el artículo que le precede; no es la calle Laguna sino de la Laguna, cuestión ésta importante como veremos más adelante.

Comenzaré refutando las teorías erróneas sobre su origen a las que hacía alusión anteriormente. Anselmo Reymundo, en su libro Datos históricos de la ciudad de Alcalá de Henares1, publicado en 1951, afirma que recibió su nombre de don León Alonso de la Laguna, aposentador de los Reyes Católicos y fundador de un mayorazgo en la casa de los Mendoza, que hizo extensivo a otras casas sitas en la cercana Puerta del Vado. Autores más recientes, incluso de ahora mismo, se hacen eco de la afirmación de Reymundo, pese a no existir ninguna evidencia documental.

Por supuesto tampoco está dedicada al humanista segoviano Andrés Laguna, profesor durante varios años en la Universidad complutense, el cual cuenta con una calle propia desde hace algunos años en el otro extremo del casco antiguo, junto a la calle de San Julián.

Pero existe una hipótesis más sencilla. Tal como he explicado, en la época en la que la calle comenzó a llamarse de la Laguna, posiblemente ya en la baja Edad Media, no existía la costumbre de dedicar calles a personajes ilustres, y de haberlo hecho lo habría sido de forma inequívoca, con el nombre completo, un título, o un apelativo específico del tipo Cardenal Cisneros o Divino Vallés, nombre este último reciente -del siglo XIX- ya que ésta se llamó originalmente de la Garrapata. Y la calle que nos ocupa, vuelvo a insistir en ello, no se llama ni León Alonso de la Laguna ni Laguna, sino de la Laguna.

A todo ello hay que añadir que tanto en la baja Edad Media, como desde entonces hasta casi la actualidad, esa zona de Alcalá eran los barrios bajos, casi sin población y con sus escasos habitantes pertenecientes a las clases sociales más humildes. Cercana estaba también la calle de la Mancebía, actual de las Damas, donde se encontraban los prostíbulos de la entonces villa, por lo que de acuerdo con la mentalidad de la época, y casi también con la actual, debía de ser un barrio poco recomendable de visitar para las personas decentes... y mucho menos para habitar en él. De hecho, la élite social complutense, e incluso la simplemente acomodada, residía mayoritariamente en el barrio universitario -sobre todo los profesores- nucleado en torno a la calle Libreros y la plaza de la Universidad; en los aledaños de la Magistral y el Palacio Arzobispal, en el eje Escritorios-Santa Úrsula y, una vez expulsados los judíos y los moriscos, en la calle Mayor y en la de Santiago respectivamente.

Aunque hubo varias residencias palaciegas en la zona sur y oeste del recinto amurallado, la mayoría vinculadas a la familia Mendoza, las más cercanas fueron la casa de los Lizana en la calle de la Victoria, la casa de los Leones -ahora Huerto- y el convento de las Dominicas en la calle del Empecinado, o la casa nobiliaria de la calle de las Damas donde se asienta el Centro de Día. Pero todas ellas se encontraban a una razonable distancia, conforme a los parámetros de la época, y por lo general en las calles principales.

Tampoco fue éste un lugar atrayente para las instituciones religiosas, ya que sólo se llegaron a instalar en esta zona el colegio convento de la Merced Descalza -Sementales- y el ya citado convento de las Dominicas, ambos en la calle del Empecinado. Más cercana -en la calle de la Infanta Catalina, entonces de la Enseñanza- estaba, en el siglo XVII, la casa de recogidas de Nuestra Señora de la Consolación, un asilo de prostitutas vecino, y no por casualidad, a la calle de las Damas.

En resumen, parece muy poco probable que el citado León Alonso de la Laguna, por muchas propiedades que pudiera tener en la zona, se aviniera a residir en lo que entonces era una calle marginal, casi un arrabal, y todavía lo es menos que el Ayuntamiento de la época, contraviniendo todas las costumbres de entonces, decidiera dedicarle una vía urbana tan poco vistosa que hasta hace relativamente poco presentaba un aspecto de completo abandono. Además, hasta fechas muy recientes las viviendas existentes en ella y en las calles aledañas eran sumamente modestas, sin que esté documentado el menor vestigio de nada parecido a la residencia de un personaje importante.

Así pues, quedémonos con la opción más probable de que hubiera una laguna en las cercanías de la calle. Y no, no se sorprendan; no estoy hablando de una laguna propiamente dicha, sino de una charca que posiblemente retuviera el agua de lluvia en invierno y se secara en verano; algo nada excepcional en la Alcalá antigua, en la que no existía alcantarillado, dado su asentamiento en un lugar prácticamente llano y casi sin pendiente, así como la abundancia de agua subterránea a muy poca profundidad. De hecho las aguas encharcadas fueron durante mucho tiempo un problema endémico al ser un foco de infecciones, y sólo el saneamiento de las zonas aledañas a la actual calle de los Colegios evitó que los alumnos de la recién fundada Universidad enfermaran de paludismo y otras enfermedades transmitidas por los mosquitos. Asimismo los fosos de la antigua muralla se conservaron casi hasta finales del siglo XIX, pese a haber perdido por completo su función hacía mucho, para que drenaran las aguas de lluvia y en especial los peligrosos desbordamientos del Camarmilla, e idéntica función tenía la zanja sangrera que discurría por la actual Ronda Fiscal hasta la presa de las Armas.




Espacio encharcado en la zona del antiguo prado de Villamalea. Fotografía tomada de Google Maps


Todavía recuerdo la existencia de una charca bastante grande en el barrio del Val, concretamente en el lugar que hoy ocupa el colegio de San Joaquín y Santa Ana, y no es el único caso en Alcalá o en sus alrededores: las numerosas graveras excavadas en las cercanías del Jarama se acabaron convirtiendo en un rosario de lagunas, y lo mismo ocurrió con la surgida en el término de Meco, lindante con el de Alcalá, a raíz de la construcción de la autopista R-2. Observando fotografías aéreas del nudo de enlace de la autovía A-2 con la carretera de Meco, junto a la base militar Primo de Rivera, se aprecia la existencia de una zona encharcada de casi 50 metros de largo por unos 15 de ancho. Dado que se encuentra entre dos ramales vallados es imposible acceder a ella para estudiarla en detalle, pero todo hace suponer que se trate de un afloramiento del antiguo viaje de agua del prado de Villamalea, mucho me temo que dañado por la construcción de la autovía.

En el caso que nos ocupa más que en una laguna habría que pensar en una hondonada que eventualmente se anegaría en los meses invernales hasta que el calor estival la secara, la cual evidentemente estaría cercana a la calle homónima. De hecho, en un artículo publicado el 5 de marzo de 1963 en el semanario Nuevo Alcalá José García Saldaña recogía una antigua referencia a la calle de la Laguna como un lugar pestilente y malsano saneado por orden del arzobispo García de Loaysa, un prelado muy vinculado a Alcalá -estudió en la Universidad, fundó el colegio de los Manchegos y fue enterrado en la Magistral- que ocupó la sede toledana entre 1598 y 1599, años en los que debió de producirse el citado saneamiento. Así pues, la calle tenía bien merecido su nombre tras varios siglos -los de la baja Edad Media y el XVI- creando problemas a los vecinos de la zona.

Pero ¿dónde se encontraba exactamente? Para averiguarlo nos resultará útil consultar el detallado mapa parcelario de 1870, del cual reproduzco la sección correspondiente.




La calle de la Laguna en el parcelario de 1870


En él la calle de la Laguna aparece prácticamente con su trazado actual, paralela a la calle de las Vaqueras y a la tapia que discurría aproximadamente por el trazado de la antigua muralla, el actual Paseo de los Curas, con los dos brazos laterales que la comunican con la calle de las Vaqueras. Aunque en la actualidad toda esta zona está edificada, hace 150 años predominaban en ella los solares destacando principalmente los que he señalado con el número 1, que ocupaba buena parte de la longitud de la calle de la Laguna abarcando desde ésta hasta la antigua muralla, y con el 2 el contiguo que llegaba hasta la calle de las Vaqueras. En principio cualquiera de los dos podría ser el candidato, pero todos los indicios apuntan al segundo de ellos.

¿Por qué? Si se fijan detenidamente, observarán que a la derecha del mismo aparece dibujada una figura muy curiosa que aparentemente parece representar una hondonada unida a un camino que cruza en diagonal hasta una entrada abierta en la tapia que discurre por lo que ahora es la acera del Paseo de los Curas. En todo el solar apenas hay edificaciones, aunque llama la atención una de forma cuadrada justo en mitad de la presunta hondonada. Cual pudiera ser su naturaleza es algo que se me escapa por completo, pero dada la fecha en la que fue confeccionado el plano, hacia 1870, pero dado que la calle es muy anterior cabe suponer que durante mucho tiempo la hondonada estuviera vacía. Lamentablemente no disponemos de un plano de entonces, ni tan siquiera de los siglos posteriores.




La calle de la Laguna en el plano de Francisco Coello de 1853


Lo que sí podemos hacer es consultar un plano anterior en unas dos décadas al parcelario, concretamente de 1853. Lo dibujó el cartógrafo Francisco Coello, y aunque no es tan detallado como el anterior, nos permite apreciar como era la zona aledaña a la calle de la Laguna a mediados del siglo XIX, la cual presenta un aspecto bastante similar aunque en esta ocasión los dos solares citados parecen formar un único conjunto que engloba incluso parte de las calles de la Laguna y de las Vaqueras, lo cual concuerda con la afirmación de Esteban Azaña en el segundo tomo de su Historia de Alcalá de Henares2, publicado en 1883, de que la calle de la Laguna empezaba en la calle de las Vaqueras -a través de su brazo lateral- y terminaba en el campo, por más que este vasto solar estuviera englobado dentro del antiguo recinto amurallado y no se abriera al campo abierto, del que le separaba entonces tan sólo una tapia.

Así pues a mi modo de ver el origen del nombre de la calle queda bastante claro; no obstante todavía podemos seguir intentando obtener más información del antiguo callejero. Tal como he comentado es probable que esta laguna tan sólo estuviera encharcada de forma temporal, aunque el problema tuvo que ser importante para que el arzobispo García de Loaysa ordenara su drenaje. No he conseguido averiguar si éste quedó resuelto con la intervención del prelado o si, por el contrario, fue necesario intervenir de nuevo en épocas posteriores, aunque lo que sí sabemos es que en el siglo XIX el terreno estaba aparentemente seco y sin edificar, lo que no impidió que la calle conservara su antiguo nombre. Y ahora, viene la inevitable pregunta: ¿cuál pudo ser su uso una vez drenado el solar? Lo que voy a exponer a continuación es sólo una hipótesis, pero me resulta atractiva.

Tomemos un plano moderno de Alcalá y fijémonos en la calle que arranca en el margen opuesto del Paseo de los Curas justo enfrente del lugar que ocupara el solar, hondonada o laguna, hoy ocupado por un almacén de materiales de construcción. La calle discurre en dirección a la avenida de los Reyes Católicos, con la que confluye a la altura de la plaza de Rodrigo de Triana. ¿Su nombre? Calle de la Era honda.




Calle de la Era honda (línea roja) y posible ubicación de la hondonada (círculo rojo)
Arriba, fotografía tomada de Google Maps. Abajo, plano de 1853


En su trazado actual se trata de una calle reciente, posiblemente urbanizada en la década de 1960 o no demasiado antes. Pero anteriormente por allí discurría un camino que, si bien no aparece reflejado en el plano de 1870 porque su autor dejó en blanco esa zona entonces ocupada por huertas y parcelas agrícolas, sí se aprecia perfectamente en el de 1853, confluyendo también con el entonces llamado Paseo de la Dehesa. Puesto que la calle ha conservado el nombre del camino, cabe suponer que conducía a una era y que ésta estaba presumiblemente en una hondonada.

La cuestión a dirimir es en cual de sus dos extremos, el del Paseo de los Curas o el de la avenida de los Reyes Católicos, conforme a la toponimia actual, se encontraba la citada era; y dado que en la zona de Reyes Católicos no existen indicios de que existiera ninguna hondonada, resulta inevitable suponer que la era honda, o la hondonada, correspondiera precisamente al terreno que ocupara la antigua laguna. No es, desde luego, una prueba fehaciente de su existencia, pero la considero la hipótesis más probable, ya que encaja con el resto de las piezas.

Como es sabido, las eras eran los lugares donde se trillaba el trigo recién segado para separar el grano de la paja, y estaban presentes en todas las localidades agrícolas, Alcalá incluida hasta que dejó de serlo. Hasta fechas relativamente recientes se conservaron, aunque ya no se utilizaban para trillar, las eras de San Isidro, que se extendían desde la ermita hasta la avenida de Guadalajara y quedaron partidas en dos tras la construcción de la variante de la carretera nacional, por la que hoy discurre la Vía Complutense, hacia la década de 1950; la del Muelle, junto al antiguo muelle de la estación donde hoy se encuentra el colegio Daoíz y Velarde, y la de Chaquetón, en la calle Torrelaguna junto al silo, repartida entre un parque y un aparcamiento. Puede que hubiera más, pero no tengo noticias de su existencia.

Por lo tanto cabe suponer que la hondonada, hoy terraplenada y convertida en el patio del citado almacén, aun después de ser saneada no resultara aprovechable para otros fines salvo para trillar, que por realizarse en verano una vez terminada la siega no tendría problemas, si no de encharcamiento sí de embarramiento, con las lluvias invernales.

Claro está que habría que seguir investigando para corroborar, o en su caso descartar, estas suposiciones.




1 REYMUNDO TORNERO, Anselmo. Datos históricos de la ciudad de Alcalá de Henares. Alcalá de Henares, 1951.
2 AZAÑA CATARINEU, Esteban. Historia de Alcalá de Henares, tomo II (1883). Edición facsímil. Universidad de Alcalá de Henares (1986).


Publicado el 18-2-2021
Actualizado el 10-3-2021