Loeches, el reposo del Conde-Duque



Cuentan las crónicas que don Gaspar de Guzmán y Pimentel, más conocido por su título nobiliario de conde-duque de Olivares, compró a principios del siglo XVII el señorío de Loeches a don Íñigo de Cárdenas y Zapata, miembro de una ilustre familia que en el siglo anterior había adquirido la propiedad de este pueblo de la comarca alcalaína que, a su vez, se había eximido en 1555 de la tutela complutense al erigirse en villa. Por aquel entonces existía en Loeches un convento de monjas carmelitas fundado por los Cárdenas en 1596, y a él se dirigió el orgulloso conde-duque reclamando su privilegio -avalado por el propio Papa- de visitar libremente varios conventos de su propiedad, entre ellos el que nos ocupa. Mas tropezó el de Olivares con una priora celosa de su gobierno que le negó tal privilegio exigiéndole una previa autorización del arzobispo; y él, que amén de soberbio era por entonces el personaje más poderoso de España, optó por vengarse cumplidamente de este desplante. Y así, si bien la priora carmelitana logró salirse con la suya, el conde-duque hizo lo propio desahogando su monumental orgullo privando a las monjas de su favor al tiempo que fundaba frente a ellas un nuevo convento de dominicas de mucho mayor empaque arquitectónico -dicen que fue Juan Gómez de Mora, o bien un aventajado discípulo suyo, quien lo construyó a imagen y semejanza del madrileño convento de la Encarnación- y de mucho mayor patrimonio, dotado como estaba de cuadros de Rubens, Veronés, Tiziano o Tintoretto. Por último, y a modo ya de remate de su refinada venganza, construiría el conde-duque un suntuoso palacio en el espacio que quedaba libre entre ambos cenobios.




Loeches. Convento de Carmelitas


Pasaron los años y mudaron los avatares políticos. Cayó el conde-duque en desgracia en 1643 y mudóse a sus posesiones de Loeches para marchar poco después a Toro, donde fallecería dos años después. Trajéronle a enterrar a Loeches, a las dominicas, donde también recibiría sepultura doña Inés de Zúñiga, su esposa. Años después se extinguiría la casa de Olivares, pasando por herencia su patrimonio a la no menos linajuda casa de Alba, propietaria actual de convento. Llegó al fin el siglo XIX y con él la invasión francesa, que en el caso de Loeches supuso el saqueo del convento y el expolio de todos sus cuadros y demás tesoros, que fueron sustituidos por otros mucho más modestos de Emilio C. de Prota.

Llegamos en este rápido deambular por las crónicas españolas a 1909, fecha en la que Jacobo Fitz-James Stuart y Falcó, decimoséptimo duque de Alba, decidió construir anejo a la iglesia del convento un panteón para los miembros de su familia; panteón comparado no sin razón con el de El Escorial en función de su parecido, panteón que guarda además las discretas sepulturas del conde-duque y de su esposa -trasladados ambos desde su enterramiento original en la iglesia- y, como joya del mismo, un magnífico sepulcro de mármol bajo el que reposa Mª Francisca Portocarrero y Kirpatrick, condesa de Montijo y hermana que fue de la emperatriz francesa.




Loeches. Convento de Dominicas


Pero no acabarían aquí los avatares de esta fundación religiosa. Estallada la guerra civil sería arrasado de nuevo el convento, desapareciendo para siempre lo poco que quedaba en él de su pasado esplendor. Hoy la iglesia muestra tan sólo la desnudez de su arquitectura adornada por unos recientes -y dignos, aunque no comparables con los cuadros originales- frescos de Fernando Calderón, junto con el indudable atractivo del vecino panteón; parca herencia de tan importante legado, pero suficiente no obstante para justificar un viaje hasta la vecina villa, viaje que podrá ser endulzado -de una manera literal- con la excelente repostería que las dominicas venden a través del torno.

Sin embargo, existen aún más atractivos en Loeches, y no estaría bien que el viajero marchara de allí sin pasarse por el otro convento y por la iglesia parroquial. Comencemos por el primero, del que ya ha quedado dicho que pertenece a la orden carmelitana y que rechazó en su día los honores ofrecidos por el conde-duque, lo que si bien le permitió preservar su independencia, le condenó a vivir en una pobreza de la que todavía no se ha recuperado. Situado en la esquina opuesta de la misma plaza en la que se alza el convento de las dominicas, el cenobio carmelitano es un edificio de fábrica mucho más modesta que la de su vecino. Su iglesia, de típica traza carmelita, es pequeña y sencilla y recuerda enormemente a las alcalaínas de las carmelitas de Afuera o a la recién restaurada iglesia de San Cirilo, antigua iglesia del convento del Carmen Descalzo. Saqueada también en 1936, esta iglesia conserva no obstante más recuerdos de su pasado que la cercana de las dominicas, en especial el reconstruido retablo y varios cuadros entre los que destacan uno de la Virgen del Carmen cobijando bajo su manto a los carmelitas, el de la apoteosis del Carmelo o el del Niño de Praga. Y es que esta iglesia, en su sencillez, tiene también cosas interesantes que mostrar.

Ambas iglesias pueden ser visitadas, y si el viajero llega a la plaza a una hora lo suficientemente tardía se encontrará allí con toda seguridad a las señoras que ofician de guías en ellas. Si esto no es así siempre podrá recurrir a ir a buscarlas, ya que ambas se prestarán gustosas a acompañarle.

Queda por hablar todavía de la parroquia, un interesante templo renacentista consagrado a la Asunción de Nuestra Señora. Atractivo es su interior, uno de los mejores de la comarca, y atractivos son también los arcos y las columnas renacentistas que soportan sus artesonados. Tiene tres puertas, torre y ¡ay! tenía un airoso cimborrio que remataba el crucero, el cual fue inocente víctima, hace tan sólo unos años, de una restauración carnicera que lo amputó bárbaramente para sustituirlo por una insulsa fábrica de cemento que más merece ser palomar que remate de iglesia. Así es como las gastan algunos arquitectos que pretenden presumir de restauradores, y de ello tenemos sobradas muestras, para nuestra desgracia, en la propia Alcalá. Pero, aún con mutilación, merece la pena visitar esta iglesia.

Acabado ya el capítulo monumental de Loeches quedan todavía varias cosas que describir de esta villa, como lo son el colegio de postín al que van a estudiar alumnos incluso desde Madrid, o los dos balnearios que llegó a tener rivalizando con la cercana villa de Carabaña, cerrados ambos desde hace años y al menos uno de los cuales nos afirmaron que se estaba preparando para ser abierto. De lo que no cabe duda es de que, con sus algo más de dos mil habitantes según el último padrón, es actualmente Loeches una de las más prósperas poblaciones de la antigua tierra de Alcalá en virtud de las diversas industrias -fundamentalmente cerámicas- que están asentadas en su término, lo que, junto con el fenómeno reciente de la construcción de viviendas para aquéllos que, por una u otra razón, han decidido asentarse allí huyendo del frenesí de Alcalá o de otras poblaciones grandes, ha provocado una mixtificación de su antiguo carácter rural acercándola peligrosamente al punto de no retorno en el que tantos y tantos pueblos se han convertido en impersonales aglomeraciones de hormigón y ladrillo. Esperemos, no obstante, que Loeches no siga ese camino y que pueda así conjugar la prosperidad con su carácter ancestral de población castellana.


Publicado el 7-7-1990, en el nº 1.200 de Puerta de Madrid
Actualizado el 14-2-2007