Los cuadros de Félix Yuste en el Círculo de Contribuyentes





Vista general del Salón Noble del Círculo de Contribuyentes



El Círculo de Contribuyentes, Casino o simplemente Círculo, tal como ha sido conocido coloquialmente en Alcalá, es una de tantas instituciones que surgieron en España en la segunda mitad del siglo XIX para entretener el ocio de las clases acomodadas -de ahí el apelativo “de Contribuyentes”-, en una época en la que todavía no existían el cine, los deportes de competición, la radio, la televisión ni, mucho menos, internet, razón por la que, salvo el teatro en sus diferentes variantes -entonces era popularísima la zarzuela-, eran pocas las diversiones de las que podían disfrutar los españoles de entonces, excepción hecha de las hoy prácticamente desaparecidas tertulias.

Aunque ahora asociamos la palabra casino a lugares vinculados a los juegos de azar, estas instituciones, desperdigadas por toda la geografía nacional, eran entonces, preferentemente, unos centros sociales hasta cierto punto similares a los clubes ingleses. Esto no quiere decir que no se jugara en ellos, legal o clandestinamente a raíz de la prohibición implantada durante la dictadura de Primo de Rivera; pero ésta no era su actividad principal.

Según la información que se puede leer en su propia página web, el Círculo de Contribuyentes fue fundado, bajo el nombre de Casino Mercantil, el 19 de diciembre de 1890, ubicándose en el número 2 de la calle de Cervantes. No tardaría mucho en quedársele pequeño este primer domicilio, razón por la que su junta directiva consideró la necesidad de disponer de una nueva sede. Tras alcanzar un acuerdo con la Sociedad de Condueños, propietaria de la manzana universitaria en la que se ubicaba el antiguo Colegio Mayor de San Ildefonso, se encargó un edificio de nueva planta al arquitecto municipal Martín Pastells, autor de proyectos tan emblemáticos como la ermita del Val -finalmente descartado por ser demasiado ambicioso, siendo reemplazado por otro, el actual, de José María Aspíroz-, el matadero, el kiosco de la música o el pedestal de la estatua del Cardenal Cisneros.

El lugar elegido para la construcción de la nueva sede del Círculo fue un solar situado al sur de la manzana universitaria, con fachada a la plaza de Cervantes y lindante por la parte trasera con la capilla de San Ildefonso, ocupado hasta entonces por unas antiguas dependencias universitarias sin el menor interés artístico. Es de lamentar, eso sí, la desaparición la capilla en la que fuera enterrado Francisco Vallés, anexa a San Ildefonso, aunque no he podido determinar si esto tuvo lugar durante la construcción de la sede del Círculo o si ocurrió con anterioridad, posiblemente durante el expolio al que fue sometida la manzana universitaria por el infausto conde de Quinto o tras el consiguiente abandono de los edificios hasta su adquisición en 1850 por la Sociedad de Condueños. Su solar está hoy ocupado por el patio trasero del Círculo.

El nuevo edificio, construido por Martín Pastells siguiendo el estilo neomudéjar entonces en boga, fue inaugurado el 24 de agosto de 1893, instalándose en él la entidad algunos días más tarde, el 1 de septiembre de ese mismo año. A partir de entonces se ha convertido en uno de los referentes de la geografía urbana de Alcalá, con su escalinata de piedra y su doble mirador, desde el que se aprecia una privilegiada vista de la plaza de Cervantes. Frecuentado por los alcalaínos gracias al restaurante que tradicionalmente ha ocupado una de sus alas, la otra, reservada a los socios, resulta mucho menos conocida pese a ser la que alberga el principal patrimonio artístico de la institución, el Salón Noble o de Tapices, llamado así por estar decorado con una colección de cuadros -la segunda denominación es, pues, incorrecta, aunque justificada debido a la apariencia de éstos- pintados a partir de 1900, en un plazo de dos o tres años, por el pintor alcalaíno Félix Yuste. El presupuesto fue de 1.500 pesetas, una cantidad difícil de convertir en su equivalente actual, aunque cabe reseñar a título de comparación que un oficinista ganaba entonces unas 250 pesetas al año, un obrero especializado 4 pesetas al día, y un peón de albañil, una.

Los cuadros son un total de diez, cinco de temática complutenses y los otros cinco correspondientes a alegorías de los distintos artes y oficios abarcados por la entidad. Adaptándose a la distribución de los huecos -puertas y ventanas- del salón presentan dos formatos diferentes, siendo cuatro de ellos estrechos y alargados. Sus dimensiones son de 3 metros de alto, con un ancho que oscila entre los 1,03 y los 2,94 metros.




Alegoría complutense


Comencemos por la serie de temática complutense. El principal de ellos, colocado en el lugar más visible desde la puerta de entrada, es el denominado Alegoría complutense, y como su nombre indica, en él realizó Yuste una síntesis de los principales rasgos distintivos de la ciudad. Sobre un fondo en el que se perfilan varios de los principales monumentos alcalaínos -la Universidad, la antigua parroquia de Santa María, el Torreón de Tenorio; curiosamente falta la Magistral- una doncella que simboliza a la ciudad desfila triunfalmente en un carro decorado con el escudo complutense tirado por cuatro caballos blancos. En la mano izquierda sostiene en alto la custodia de las Santas Formas, y le acompañan, sentados de espaldas al espectador, los Santos Niños.

El carro va escoltado por estudiantes y por las autoridades académicas -recordemos que cuando Yuste pintó el cuadro la Universidad era tan sólo un recuerdo histórico- y, en primer plano, aparecen don Quijote, montado en Rocinante, y Sancho Panza, junto al rucio, saludando a la triunfante doncella. En la parte superior del cuadro, imitando la iconografía barroca, unos erotes, o angelitos, portan coronas de laurel y tocan unas cornetas.

El cuadro, como todos los demás, está bordeado por una cenefa que es la que le proporciona el aspecto de falso tapiz. Además de los elementos decorativos, la cenefa incorpora en su parte superior el escudo de Alcalá y, a izquierda y derecha, los retratos de Cisneros y Cervantes. Debajo de los dos retratos unas cartelas recogen los nombres de personajes ilustres de la historia alcalaína: a la izquierda Justo y Pastor, Diego de Alcalá, Cisneros, Carrillo, Tenorio, Fonseca y Juan Juárez; a la derecha Cervantes, Solís, Figueroa, Bustamante, Vallés, Portilla y Pedro Gumiel. En la cenefa interior, por último, una cartela recoge la firma de Félix Yuste junto con el año de su ejecución, 1901.

Los restantes cuadros de temática complutense son todos ellos de formato alargado, y representan cuatro vistas de los alrededores de la ciudad. Uno de ellos está dedicado a la ermita de San Isidro, mientras los tres restantes corresponden a vistas del Henares en la presa de Cayo, la Tabla Pintora y la presa de los García.




Ermita de San Isidro


El primero es el de la ermita, entonces situada a las afueras de la ciudad en las Eras de San Isidro, lugar donde se realizaban tareas agrícolas tales como la trilla del trigo y donde yo llegué a conocer, en sus últimos años, la feria de ganado. La ermita está vista por detrás, es decir, desde la actual avenida de la Caballería Española, mostrando en primer término la puerta de entrada, hoy modificada, a la sacristía. Tras ella se aprecian las dos torres de la iglesia de Jesuitas, actual parroquia de Santa María, aunque con una perspectiva forzada -en realidad no están tan separadas- para que así puedan aparecer flanqueando por ambos lados a la ermita. Se aprecia también el camino arbolado que unía el Paseo de la Estación con la Puerta de Mártires, la actual calle de Sebastián de la Plaza.


Tres vistas del Henares. De izquierda a derecha, Presa de Cayo, Tabla Pintora y Presa de los García


El cuadro de la presa de Cayo representa una vista tomada desde la orilla derecha del río, con la presa en primer plano y al fondo, al otro lado del Henares, un edificio hoy desaparecido pero que yo llegué a conocer ya abandonado, sin duda una casa de labor, tras el que se vislumbra la ladera del cerro del Malvecino. En el cuadro de la Tabla Pintora resalta sobre todo la lámina de agua, remansada por la cercana presa de los García, que da nombre a este tramo del río, destacando también la frondosa arboleda de las riberas y la barca que entonces existía allí para cruzar a la otra orilla, sin duda el elemento más interesante de la composición puesto que hace ya mucho que desapareció; aunque en mi infancia llegué a conocer una barca en ese mismo lugar no se trataba ya de la misma, sino de otra mucho más plebeya. Por último, la presa de los García está vista de frente desde el recodo que forma el río aguas abajo de ella, destacando -desde mi punto de vista de forma exagera, aunque los edificios actuales impiden comprobarlo- la torre de la Magistral.




Alegoría de la Agricultura


Pasemos ahora al segundo grupo de cuadros, correspondientes a las alegorías de la agricultura, las artes, las ciencias, la industria y el comercio. Los cuatro primeros son del formato que podríamos denominar “grande”, mientras el último es similar al de las vistas de Alcalá.




Alegoría de las Artes


En la Alegoría de la Agricultura vemos a un grupo de labradores trabajando en las tareas del campo, con un fondo de paisaje arbolado y un castillo en la lejanía. La Alegoría de las Artes presenta unas claras reminiscencias clásicas, con un templete elevado sobre una escalinata, del cual irradian unos rayos, y varias figuras alusivas a las diferentes artes: música, pintura, escultura, arquitectura... La Alegoría de las Ciencias recuerda a su vez a la pintura barroca, con las ciencias naturales y experimentales encarnadas en las figuras de varios sabios y unos soldados, aparentemente de los Tercios, en homenaje a las ciencias militares, con especial alusión -de ahí el cañón y las balas- al Arma de Artillería. Una figura mitológica, posiblemente Urania, la musa de la astronomía, preside la composición, que está cerrada por un paisaje arbolado y una edificación militar de la época.




Alegoría de las Ciencias


La Alegoría de la Industria representa a un grupo de obreros dedicados a distintas tareas fabriles -curtidos, hilados, cerámica, herrería-, destacando al fondo unas chimeneas humeantes, ahora identificadas con la contaminación pero entonces símbolo del progreso. La Alegoría del Comercio, por último, reúne a los principales iconos de esta actividad -una vendedora, una balanza, distintas pesas y medidas, la vela de un barco- sin que falte, portado por un erote, el caduceo de Hermes, el dios del comercio de la mitología griega.


Izquierda, Alegoría de la Industria. Derecha, Alegoría del Comercio


El programa iconográfico de la sala se completa con el plafón del techo, el único cuadro que no fue pintado por Félix Yuste. También es algunos años posterior, ya que data de 1907. Su autor fue Samuel Luna, un condiscípulo de Yuste, al que en 1901 se le había contratado para que hiciera un arco en honor a Cervantes que se colocó en la fachada del Círculo con ocasión de la celebración, en 1905, del III Centenario del Quijote, por el que se le pagaron 2.200 pesetas. El trabajo de Luna gustó mucho a los responsables del Círculo, razón por la que en 1906 se le encargó la decoración del techo del Salón Noble. Ésta fue terminada en 1907, ascendiendo los honorarios de Samuel Luna a la cantidad de 2.000 pesetas.




Plafón del techo


En esta ocasión se trata asimismo de una alegoría en la que se reúnen las principales áreas de actividad de los socios del casino: sentada en una nube aparece como figura central una representación de Ceres, la diosa de la agricultura, flanqueada por el dios Hermes -una nueva alusión al comercio- y por una tejedora provista de un huso y una rueca en recuerdo a la industria, textil en este caso. Un ángel sentado tocando el laúd y otros dos ángeles que sostienen sobre sus cabezas una capa completan el conjunto.


Publicado el 14-10-2014