Arquitectura y urbanismo





El colegio Cardenal Cisneros, un ejemplo palpable de agresión al casco antiguo



Como muchos de ustedes recordarán, durante la pasada semana tuvo lugar aquí en Alcalá un curso de conferencias sobre restauraciones y excavaciones arqueológicas, con todo lo que esto supone para la problemática del patrimonio de nuestra ciudad. No voy a hacer aquí un comentario global de estas fructíferas jornadas por cuanto estimo que la evaluación de su importancia excede con mucho de los estrechos límites de un artículo como éste, pero sí deseo resaltar uno de los puntos que más polémica produjo en el curso de las mismas, prácticamente el único en el que se mostraron unas opiniones frontalmente encontradas entre el conferenciante por un lado y un sector del público, yo incluido, por el otro.

La cuestión debatida era, simplemente, la conveniencia o no de incrustar construcciones modernas, entendiendo como tales a edificios realizados con técnicas, materiales y estilos arquitectónicos actuales, en el seno de los cascos antiguos de las ciudades. El conferenciante, arquitecto de profesión, defendía esta postura alegando que había sido una práctica habitual en la historia de la arquitectura, imponiendo como única limitación la necesidad de que el nuevo edificio así construido fuera estéticamente aceptable.

Yo, desde el principio, me mostré contrario a tal postura, por cuanto estimaba que toda nueva construcción debía cumplir ineludiblemente con dos requisitos. Primero, que tal edificio fuera lógicamente construido con todas las garantías técnicas y artísticas; esto es evidente. Pero por sí solo esto no es suficiente. Un edificio no puede ser considerado como un ente aislado, ya que es una pieza más de su entorno; y para mí este entorno urbanístico es tan importante o más que cada edificio aislado, por muy valioso que sea éste. Ésta es, pues, para mí la segunda condición, tan necesaria como la primera: toda nueva construcción debe integrarse en el conjunto que la rodea, no imitando necesariamente las características del mismo, pero sí respetándolas.

De acuerdo con esta filosofía, a mí no me basta con que un edificio sea técnica y artísticamente perfecto si se coloca en un lugar que no es el suyo. Así, yo no dudo en preferir un barrio medieval con una mediocre iglesia gótica antes que con una exuberante catedral barroca, y no porque considere más valioso a un estilo que al otro, sino porque la primera estaría integrada en su entorno mientras la segunda no. Basta con observar los paseos de Recoletos y la Castellana, en Madrid, para comprobar lo que nunca se debería hacer; todo un trazado urbanístico del siglo pasado ha sido destrozado por la edificación de unas torres de hormigón, aluminio y cristal. Torres que son en muchos casos unos magníficos ejemplos de la arquitectura contemporánea, pero que a pesar de todo les sientan a estos paseos como a un Cristo dos pistolas al haberlos convertido en unos desangelados híbridos que nada tienen ya que ver con la idea que motivó su trazado.

A menor escala, tanto en lo cualitativo como afortunadamente en lo cuantitativo, la situación se repite en Alcalá. El edificio de la Seguridad Social de la calle del Carmen Calzado es buena muestra de ello. Típica construcción de la posguerra española resulta ser un edificio realmente interesante, de no mediar el problema de que con sus cinco alturas rompe por completo la fisonomía de esa calle.

Más recientes. son los casos de los edificios de la Telefónica, Correos o el Banco Exterior; amén de que a mí me parecen estéticamente discutibles es evidente que no están en su sitio sino que, por el contrario, rompen por completo con lo más valioso de nuestra ciudad, su armonía urbanística.


Publicado el 9-7-1983, en el nº 859 de Puerta de Madrid
Actualizado el 8-1-2008