La España Artística y Monumental de Escosura y Villaamil

Sepulcro del Cardenal Cisneros, en la iglesia del
colegio de S. Ildefonso de Alcalá de Henares

Tomo I - Cuaderno 9º - Estampa III





Tal como se deduce del título los autores centraron su interés en el sepulcro del Cardenal Cisneros, lo que no impide que nos den una descripción sumamente interesante de la Capilla de San Ildefonso que lo albergaba. Aunque en la actualidad el sepulcro está en el mismo lugar en que lo dibujara Villaamil, conviene recordar que, a causa del abandono en el que entonces se encontraba sumida la Capilla, tanto éste como los restos del Cardenal fueron trasladados a la entonces Iglesia Magistral en 1857, aunque fue 1847 cuando se desmontó el sepulcro, que durante esos diez años permaneció almacenado en unas dependencias municipales. Por lo tanto la visita de Villaamil y Escosura a Alcalá debió de tener lugar con anterioridad a este año, dado que éstos lo vieron en San Ildefonso. A raíz del incendio y el saqueo de la actual catedral en julio de 1936 el sepulcro quedó muy dañado, no siendo hasta 1960 cuando éste fue devuelto a su ubicación original; no así los restos del Cardenal que, tras conservarse varias décadas en el Arzobispado de Madrid, retornaron a la Catedral-Magistral, donde todavía hoy continúan.

Villaamil y Escosura visitaron, pues, la Capilla de San Ildefonso antes de que el sepulcro fuera trasladado a la Magistral; y si bien la descripción que hace Escosura del mismo es sin duda interesante, lo es aún más la del propio templo al encontrarnos con elementos hoy desaparecidos como los azulejos, el cuadro de Pablo de Céspedes o el retablo. El grabado, por su parte, amén de esconder piadosamente los estragos de la incuria -la iglesia aparece en todo su esplendor y no como un edificio abandonado-, nos permite conocer algunos elementos del sepulcro que no han llegado hasta nosotros tales como los deteriorados relieves laterales, los azulejos a los que hace alusión Escosura, parcialmente el cuadro de Céspedes y el que debió de ser un excelente retablo mayor. Por comparación con lo que hoy se conserva -artesonado, yeserías y sepulcro-, el dibujo de Villaamil parece ser bastante fidedigno, con el añadido pintoresco de un visitante acompañado por un niño. Eso sí, tal como se advierte en el texto, el dibujante omitió la reja que circundaba el sepulcro buscando realzarlo, pese a que ésta era también una notable obra de arte. Leamos el texto:




Pronunciar el nombre de Cisneros hablando de artes, es como si se dijera monumento magnífico, grandioso y eminentemente filantrópico. Así el colegio de San Ildefonso, después universidad de Alcalá de Henares y hoy edificio abandonado, es monumento arquitectónico de primer orden, institución literaria famosa, y como siempre templo del Ungido. De buena gana entraríamos en pormenores sobre las diferentes e interesantes partes del colegio, pero ni son ahora de nuestro propósito, ni los límites de nuestra obra lo consienten.

Contentándonos pues con repetir que el cardenal Cisneros fundó aquel colegio, y que su arquitectura es en todos sentidos digna de estudio; añadiendo que en él reunió el fundador los más doctos profesores que pudo hallar, y por fin que en pocos años llegó la universidad complutense a rivalizar con las primeras de Europa, sin que ese ni otros títulos la hayan eximido de sucumbir en la última reforma verificada en España; pasaremos desde luego al asunto especial de este artículo.

Supónese, aunque positivamente no se sabe, que Pedro Gumiel hiciese las trazas de la iglesia y Pedro Gil de Ontañón dirigiese la fábrica. Entrambos son arquitectos justamente célebres del siglo décimo sexto, y así la fachada e interior del templo son también de lo bueno del renacimiento; pero donde mas campea y se luce el artístico ingenio de aquellos o de cualesquiera otros artistas que la construyesen es en la capilla mayor representada en nuestra estampa con escrupulosa fidelidad, y en la cual se mira el sepulcro del cardenal fundador.

Por desdicha hoy el abandono en que los monumentos de las artes yacen en España dejó cubrirse de polvo y dejará probablemente que la acción del tiempo mine hasta destruirlo ese resto de nuestra artística grandeza, donde la fecundidad de la invención y el primor del trabajo lucharon como a porfía. Verdad es también que el estuco de los muros fue desde luego de tan mala calidad que fácil y continuamente se desmorona.

Aun así para los ojos del inteligente es maravillosa la máquina del delicado follaje que por donde quiera entapiza y cubre las paredes, adorna las portadas, y se extiende hasta el friso elegante, cuya exquisita crestería no basta sin embargo a impedir que la vista se cebe, y perdónese la palabra, en el imponderable artesonado de la techumbre. ¿Qué diremos nosotros de él? Nada que pueda dar idea del arte que lo ejecutó, menos aún de la ciencia que lo dispuso. Si bien entendido está el conjunto, si con sencillez y simetría divididas las partes, si con discreta economía repartido el adorno, la ejecución es tal que se duda de que manos de hombre lo ejecutasen, inclinándose el ánimo a creer que la naturaleza produjo de intento aquella maravilla para que debajo reposasen las cenizas de Cisneros.

Ya hemos observado en otras ocasiones que en nuestra época del renacimiento se conservaba todavía en las artes cierta influencia del gusto arábigo, y ciertamente que no desmiente esa proposición la capilla de que vamos hablando, pues amén de que en todo su adorno descuella siempre algo que recuerda las artes de los conquistadores, ya cuando se construyó expulsados del suelo español, los azulejos que a la derecha del que mira la estampa se ven, son testimonio irrefragable, prueba inequívoca de lo que apuntado dejamos.

Sobre esos azulejos hay un cuadro que se atribuye al famoso Pablo de Céspedes, buen pintor y poeta excelente, a quien debemos el didáctico poema de la Pintura.

Todo el altar mayor es de tan buen gusto y excelente ejecución como el resto de la capilla, y las pinturas de su retablo notabilísimas como muestra del estilo gótico-alemán, tan poco abundante en España como digno sin embargo de estudio y atención.

El zócalo, las pilastras que separan los compartimientos, el dosel o guardapolvo general del altar, y su conjunto, corresponden dignamente al lugar y objeto, y sin duda fuera tan elogiado y conocido como merece, si ante él precisamente no se hallara el magnífico sepulcro del cardenal Cisneros.

Empezaremos diciendo que para mas aparato y majestad, si no fue para evitar que curiosos ignorantes o muchachos traviesos, manoseando indiscreta o brutalmente el sarcófago, lo degradasen, se le puso en torno una linda verja, que en el dibujo se ha suprimido porque su presencia en la estampa estorbara precisamente la vista del monumento principal.

Levántase este del suelo unos seis pies próximamente: su figura es rectangular; en cada uno de sus ángulos figura un grifo que insistiendo sobre el basamento sostiene con la cabeza el plano superior, sobre el cual, y correspondiendo con las quiméricas estatuas, están las de los cuatro doctores de la Iglesia. Quizá por esa reunión de fantásticos seres y cristianos santos, advirtió Ponz alguna impropiedad en el sepulcro de que tratamos. La verdad es, que si en rigor fuera mas acertado excluir de monumentos religiosos cuanto con el culto y ficciones paganas se enlazaba, precisamente uno de los caracteres peculiares del estilo del renacimiento es esa amalgama de fe sincera en los dogmas de la Iglesia, y de afición a las creaciones del arte antiguo. Situación transitoria, género mal definido, puente que unía la orilla pronta a hundirse de la edad media, con la apenas nacida de la sociedad moderna, el renacimiento ofrece siempre ese carácter incierto y vago; es una enciclopedia de lo pasado y un anuncio del porvenir; complacen sus obras, pero las mas veces dejan que desear, porque la severidad de los sistemáticos las halla libres, al mismo tiempo que la fantasía de los independientes las acusa de compasadas. Pero en cambio de esos inconvenientes tiene también inmensas ventajas; la imaginación y el juicio fácilmente se hermanan cuando aquella tiene donde campear dentro de los límites que el último le marca; y eso acontece en el estilo del renacimiento; porque, y muchas veces lo hemos dicho, clásico en el ordenamiento y disposición general de sus edificios, en la ejecución de las partes, y sobre todo en la de los adornos, es eminentemente libre. Así imita los modelos de Roma y Florencia, como copia de la Alhambra y de la mezquita de Córdoba; ya toma lo que ha menester de la naturaleza, ya de las invenciones fantásticas; y mezclando la teología con la mitología, en un coro nos presenta tal vez debajo de la cruz arzobispal un grupo de faunos, o al lado de Satanás un genio alado.

Volvamos al sepulcro. Doce son los nichos en que por sutiles e istriadas columnitas está dividida la cama o cuerpo del mismo; y en cada uno de ellos hay efigies de santos, o bajos relieves que representan asuntos sagrados. La ejecución de estatuas y relieves es tan buena y esmerada corno la de toda aquella obra. El adorno del basamento, así como el del canto o cornisa del plano superior, son de un gusto delicado y de tal primor que hemos oído exclamar mirándolos, que más parecían blonda que piedra cincelada, y en verdad si la hipérbole no es de muy elevado estilo, pinta a lo menos el electo que producen los objetos a que se refiere.

El colchón, que así como todo el resto del sepulcro es de excelente mármol, se alza bastante sobre la urna; y cuatro angelitos, graciosamente pareados, dos a la cabecera y dos a los pies, soportan aquéllos las armas del difunto, y éstos una tabla de mármol, en la cual hay una inscripción latina laudatoria que según Ponz fue obra del doctor Juan de Vergara cuando era mozo.

Tendida en el colchón, apoyada la cabeza sobre dos almohadones, con el solideo en la cabeza y vestida de pontifical, está en fin la estatua de Cisneros en aquel monumento, digno de su fama y nombre, que es cuanto elogio acertamos a hacer de la obra de messer Domenico Florentino, que así se llamaba el escultor que la hizo.

No conocemos de él otro trabajo, mas basta el sepulcro del cardenal Ximénez para acreditarle de versado en la ciencia, diestro en el arte, diligente en la ejecución, celoso en los pormenores, entendido en el dibujo, y superior en el manejo del cincel.

Si el autor del artículo no tuviera delante la estampa, temería que sus lectores le tacharan de exagerado en elogiar las cosas de su patria, pero merced al cielo el dibujo es bastante para que deponga tal recelo.

Una pregunta, y concluimos: ¿Cuántos monumentos como el que acabamos de examinar dejaremos nosotros en herencia a nuestros nietos?



Publicado el 8-1-2015