Carrascosa de Henares





El Henares a su paso por Carrascosa


Pese a las apariencias, no todas entre las distintas poblaciones que ostentan como apellido el nombre de nuestro río -Alcalá, Azuqueca, Carrascosa, Castejón, Castilblanco, Espinosa, Moratilla, San Fernando, Villaseca y Yunquera, en riguroso orden alfabético- son en sentido estricto ribereñas del Henares. Las hay, como Azuqueca o San Fernando, con sus caseríos alejados de sus riberas, aunque cuenten con la justificación de que éstas atraviesan sus pagos, y las hay también, tal como ocurre con Castejón y Villaseca, asentadas en los dominios de otro río, el Dulce en ambos casos, aunque es muy probable que haya razones históricas para explicar esta llamativa trasposición.

Otras, por el contrario, sí se dejan arrullar por la caricia de sus aguas, razón por lo que el apelativo “de Henares” parece estar aquí plenamente justificado. Éste es el caso de Carrascosa de Henares, un pueblecito pequeño al que el cáncer de las urbanizaciones ha dejado un extraño y descolorido regusto híbrido entre lo rural y lo dominguero. Situada a mitad de camino entre Espinosa y Jadraque, y hasta hace algunos años relativamente mal comunicada, hoy es posible acceder a ella con toda comodidad mediante la nueva carretera que discurre entre estas dos poblaciones.

Carrascosa, como quedó dicho, está bañada por el Henares, pero al mismo tiempo la intimidad del río queda velada por la doble vía del tren, que se interpone entre ambos a modo de esposa celosa empeñada en separar a los seculares amantes. Pero no todo está perdido, y de hecho resultará bastante fácil acceder a las orillas del cercano río. El viajero curioso deberá dirigirse a pie hasta el vecino apeadero -en su modestia no alcanza la categoría de estación- y, tras atravesar las vías por el sitio habilitado para estos menesteres -la modernidad de los pasos subterráneos no ha llegado evidentemente hasta allí-, una vez en el andén opuesto podrá alcanzar el río con total comodidad, sin más que recorrer un corto camino que hasta él conduce.

De hecho el Henares se anunciaba, ya desde antes de cruzar las vías, por la frondosa y fresca chopera que lo protege a modo de verde estuche vegetal, un paraje prácticamente virgen en el que el viajero tiene ocasión de descubrir, con sorpresa, la presencia de un corzo a apenas unos centenares de metros de la civilización; lo cual, dado el natural esquivo y huidizo de estos animales, le hace reflexionar sobre la prístina conservación de estos parajes naturales.

Situado justo detrás del apeadero, el Henares se aleja aquí del abrigo que tradicionalmente le aportan los cerros alcarreños que, aunque cercanos, permiten la existencia de una margen izquierda tan llana como la opuesta y en su mayor parte ocupada por laboriosos cultivos. Una grácil pasarela atraviesa el breve curso del río, permitiendo al viajero disfrutar a su antojo de la visión que ofrece el mismo tanto aguas arriba como aguas abajo del oportuno puente.




Bucólico aspecto de la pasarela sobre el Henares


Ésta resulta ser bastante similar en ambos sentidos, con un Henares que acaba de recibir el tributo del Bornova pero al que todavía le falta por sumar la importante contribución del Sorbe, un Henares que empieza a jugar a ser mayor pero todavía pequeño en comparación con el aspecto que mostrará aguas abajo de Humanes. En su cauce poco profundo crecen con profusión las plantas acuáticas, dejándose acariciar con suavidad por unas aguas turbias -el Henares es aquí un río de llanura que arrastra los sedimentos arrancados a las fértiles tierras de sus vegas- pero sin ningún género de dudas limpias de la contaminación que comenzará a golpearle conforme se vaya aproximando a Guadalajara y Alcalá.

El viajero, exultante, procura disfrutar del momento tomando unas fotografías que le servirán para recordar, cuando la memoria ya no esté tan fresca, un rincón del Henares a la vez tan cercano y tan bien conservado, tan diferente de la lamentable degradación experimentada por ese mismo Henares a lo largo de su recorrido por su Alcalá natal, donde no tendrá ocasión de contemplar a ningún grácil corzo. Así pues, volviendo sobre sus pasos dirá adiós a este gentil Henares para, tras volver a cruzar las vías, disponerse a cubrir la siguiente etapa de su camino.

Por fortuna, se dice a modo de consuelo, por las tierras del Henares todavía sigue habiendo muchas más Carrascosas que Alcalás.



Publicado el 15-6-2014