Donde el Canal inicia su andadura



Dicen los mapas que, aguas abajo de su confluencia con el Sorbe, el Henares sufre la sangría del canal homónimo suyo, obra de ingeniería importante en su momento -tanto que tardó muchos años en ser terminada, y ni aún en su totalidad- la cual todavía hoy continúa cumpliendo fielmente con su labor si bien aquejada de los achaques propios de su edad. No podía el viajero, evidentemente, dejar que pasara por alto en su tarea tan importante hito, por lo que un buen día de mayo habría de tomar su coche para, carretera adelante, parar en el puente por el que la carretera que une Humanes con Torre del Burgo cruza el Henares. No muy lejos de allí, escondida tras el recodo que forma el río al recostarse en la ladera de la Muela de Alarilla, sabe que se encuentra la presa en la que tiene su origen el canal, y hacia ella se dirigirá, ya a pie, remontando el curso artificial del mismo no sin trabajo, puesto que la inexistencia de camino -el único a la vista discurre por la inaccesible margen opuesta- no facilita precisamente la marcha. Pero al fin, entre trompicones y alguna que otra inevitable invasión de los cultivos linderos, el viajero arribará finalmente a la alameda que crece entre el canal y el cercano pero invisible río, adelantando al fin la marcha en busca de su ya próximo destino.

Conforme se vaya acercando a su meta el viajero se verá también empujado hasta la vecindad del Henares, aunque no buscará en este momento su presentida presencia; tiempo habrá, ya a la vuelta, para hacerlo. Lo que sí encontrará, y no lo habrá de desdeñar por tratarse de un cómodo atajo, será el pedregoso lecho de un antiguo brazo del río que, por avatares de la sequía o, por mejor decir, de la regulación de las presas, tiene hoy mucho más de camino que de inútil cauce. Pavimentado con toda una teoría de cantos rodados de diferentes tamaños, el imprevisto sendero le servirá al viajero para avanzar rápidamente hacia lo que un sordo fragor anuncia como ya inmediato: La sólida presa que constituye en esta ocasión su destino.




La presa del Canal del Henares. A la izquierda, las compuertas del Canal


Y a poco habrá por fin de divisarla, semivelada en su relativa lejanía por la abundante arboleda que este paraje alienta: una llamativa cinta blanca que, a modo de ceñidor, cruza de orilla a orilla el curso del Henares domeñando el ímpetu de sus aguas en beneficio del siempre insaciable hombre. Impaciente al fin, habrá de apretar el paso el viajero hasta apurar los escasos metros que lo separan de la fábrica de la presa, deteniéndose forzosamente en la embocadura del canal donde, ya de una manera tranquila y sosegada, podrá vislumbrar a su antojo el panorama que se abre ante su vista.

El viajero conoce, por supuesto, varias de las presas que jalonan el curso del Henares a lo largo de todo su recorrido, y sabe de sobra que el modesto caudal del río no da para obras demasiado espectaculares... Pero a pesar de ello se sentirá sorprendido ante la insospechada magnitud -relativa, por supuesto- de la obra que se alza frente a él: una airosa presa de piedra que, describiendo una grácil curva, hinca firmemente sus cimientos en la sólida ladera de la inmediata Muela de Alarilla, tal como si buscara la protección de su poderosa vecina. Al otro extremo, es decir, en la margen derecha del Henares, se abre la embocadura del canal con sus correspondientes compuertas, quedando espacio entre ambas -presa y embocadura- para un aliviadero que tiene por misión encauzar las aguas sobrantes. Toda esta fábrica, e incluso las paredes laterales del propio canal, está minuciosamente labrada en piedra sillar, lo que da al conjunto un aspecto de obra de arte -pues tal ha sido la arquitectura hasta hace muy pocos años- que contrasta vivamente con las eficaces, pero sin duda mucho más frías y antiestéticas, obras de hormigón tan características de nuestros días.




El Henares remansándose tras salvar la presa


Pero volvamos a la presa. El viajero, acostumbrado a contemplar las artesanales obras que remansan plácidamente las aguas del Henares en su Alcalá natal, tiene forzosamente que sorprenderse ante el brío con el que éstas rompen el desnivel de varios metros producido por la altura del obstáculo. Aquí, además, en vez de salvarlo mansamente caen con un brío y un fuerte estruendo que tiene mucho de teatral, al tiempo que se revisten efímeramente de una impoluta blancura la cual, unida a la doble curva que forman, por un lado, el borde superior de la presa y por el otro la concavidad de la cara externa de la misma, hace que todo el conjunto presente un gran atractivo plástico, tal como si de una fuente ornamental se tratara.

Pero no es por capricho, ni por estética, por lo que la presa fue construida, y de ello da buena fe el raudo y abundante caudal de agua que, robado de esta manera del Henares, se escapa a gran velocidad por el recién nacido cauce artificial que de allí deriva... Agua que no habrá de retornar, salvo quizá algún pequeño excedente, al río que tan generosamente la cediera. Estamos en el mes de mayo y los cultivos, ya casi en sazón, exigen cantidades importantes de agua para prosperar, por lo que las compuertas están aparentemente abiertas de par en par y el agua fluye con gran ímpetu camino de sus diferentes destinos; pero esto pertenece ya a otra historia distinta.

Retornemos, pues, no a los caudales cautivos, sino a aquellos otros que han logrado evitar ser de esta manera presos, bien por haber saltado oportunamente la presa, bien por haber encontrado en el último momento la salvación del oportuno aliviadero el cual, generoso en esta ocasión, deja en libertad unas aguas que, derramándose con prisas por esta cascada en miniatura, corren a reunirse con sus hermanos mayores en la espaciosa balsa que, a los pies, de la presa, tiene por misión apaciguar los ánimos de las poco antes bulliciosas aguas.




El Henares aguas abajo de la presa


El Henares ha vuelto por fin a la normalidad si bien notoriamente mermado en aguas, lo que no impedirá que, una vez recobrada su momentáneamente perdida dignidad, retome su camino por un cauce que, preñado de verdor, parece querer ser cómplice suyo ocultándolo de las curiosas miradas de todo aquél que haya visto sus aguas domeñadas, su vigor doblegado, su orgullo perdido. De esta manera, escabulléndose casi diríase que con vergüenza, el Henares desaparecerá de la vista del viajero, siquiera por un momento.

Pero éste no habrá de cejar fácilmente en su empeño; ha llegado hasta allí en busca del río y, aunque haya satisfecho ya su curiosidad en lo referente a la presa, no ocurre lo mismo con el Henares aguas abajo de la misma; durante el camino de ida ha permanecido siempre invisible, aunque cercano, pero en el camino de vuelta está decidido a seguir estrechamente su curso. Así pues, abandonando la ruta que hasta allí le trajera, salvará las poco accesibles riberas de la balsa y del inmediato cauce, cruzando por la densa arboleda hasta encontrarse con el río unos metros más abajo, una vez que éste ha recuperado su habitual sosiego.

Y aquí vendrá la sorpresa: el viajero, acostumbrado desde niño a visitar los parajes que labra el Henares en las tierras de su Compluto natal, descubrirá cómo aquí el río discurre mansamente por unos lugares que le recuerdan vivamente tantos y tantos rincones alcalaínos, con la llana ribera derecha poblada de un denso arbolado -hasta aquí, afortunadamente, todavía no ha llegado más civilización que la de los siempre sucios domingueros- y la izquierda delimitada por el férreo costillar de la Muela de Alarilla descolgándose hasta el río en forma de torturados barrancos desnudos por completo de vegetación... Prácticamente igual, pues, que tantos y tantos rincones del Henares complutense, desde el Val hasta el Viso; hasta la suave curva que aquí forma el río, forzado por el insalvable obstáculo del monte, pudiera perfectamente ser la de la Isla o la de la Rinconada, tal es la constancia de los parajes por los que discurre el Henares en su curso inferior.




El Henares en las cercanías del puente de la carretera Humanes-Torre del Burgo


Su anchura, por lo demás, es muy similar a la que muestra aguas abajo, en Alcalá, e incluso sus verdosas aguas, aún no contaminadas pero ya turbias, traen a la memoria del viajero recuerdos de su Henares de siempre, un Henares ya cambiado aunque todavía no demasiado, por fortuna, víctima de la presión de la ciudad que siempre ha sido su secular compañera. La orilla izquierda, abrupta y descarnada, está apenas poblada por unos escasos árboles que, aprovechando la breve ribera del río, semejan hacer difíciles equilibrios por mantener su verticalidad. La derecha, por el contrario, no puede ofrecer más contraste con su compañera, con la arboleda llegando hasta casi el mismo cauce que, tan pronto eleva sus riberas pobladas de carrizos, tan pronto se abre en breves playas que parecen invitar al baño. Paisaje, pues, típico del Henares donde los haya.

Tras un recorrido de varios centenares de metros, siempre sin variaciones apreciables en su placentero aspecto, el Henares llegará al fin al puente de la carretera de Humanes a Torre del Burgo, una construcción de sólida fábrica y varios arcos bajo los que discurre el río antes de iniciar otra nueva etapa... Pero esto corresponde ya a otro capítulo.



Publicado el 3-1-2010
Actualizado el 21-8-2015