Muriel



El Sorbe, como río montaraz que es, no gusta de vecindades que no sean aquéllas que la Naturaleza le diera para compartir hace milenios. Por ello huye nuestro río de compañías humanas de cualquier tipo a lo largo de prácticamente todo su curso alto, siendo pues muy contadas las ocasiones en las que es posible vislumbrar su cauce siempre, claro está, que no se tengan arrestos suficientes para recorrerlo, tarea ésta que ciertamente no está al alcance de cualquiera dada la extrema dificultad que comporta la misma.

Y es ciertamente una lástima, puesto que el Sorbe discurre a lo largo de muchos kilómetros por parajes que se cuentan entre los más atractivos e interesantes de toda la provincia de Guadalajara, parajes que además se han conservado virtualmente vírgenes gracias precisamente a su aislamiento y a la inaccesibilidad de los mismos. Es por ello por lo que el viajero, que nunca se ha destacado precisamente por su faceta deportiva, se verá limitado a visitarlo, muy a su pesar, tan sólo en aquellos contados lugares en los que el huraño río se digna a mostrarse, siempre fugazmente, tal como es.




El sorbe en el puente de la carretera de Tamajón a Cogolludo


Dejado el Sorbe en la soledad de su estrecho valle una vez salvado el obstáculo del Pozo de los Ramos, el viajero podrá encontrarse de nuevo con él, algunos kilómetros aguas abajo, en el puente por el que lo cruza la carretera que enlaza los municipios de Tamajón y Cogolludo. Gracias a que en este lugar confluyen en el Sorbe un par de pequeños arroyos éste se dignará a abrir brevemente su hasta entonces estrecho valle alcanzando a poco, retozón y travieso, las cercanías de la localidad de Muriel, colgada de un otero a modo de vigía secular de las tierras del río. Es ésta una oportunidad que no desaprovechará el viajero para atisbar de nuevo su huidizo cauce, contando además con el aliciente añadido de que aquí es donde tiene su inicio -o su final, según como se considere- la larga cola del embalse de Beleña. De esta manera el viajero tendrá ocasión de disfrutar aquí de un curioso espectáculo desde el mismo puente por el que la carretera cruza el curso del río: A un lado, aguas arriba, el Sorbe discurre pequeño y saltarín por un quebrado y hundido cauce vestigio de pasadas grandezas que quedaron sin duda muy atrás en el inflexible transcurrir de los siglos; al otro, río abajo, las aguas del modesto riachuelo comienzan a hincharse con glotonería remedando algo que todavía no es pantano sino cauce anchuroso y que, serpenteando con indolencia, va poco a poco escondiéndose tras las lomas que lo flanquean por ambas riberas. Y en ambas partes una frondosa vegetación de ribera que, al abrigo del hundido cauce, medra a su antojo gracias al aliento vital de las siempre generosas aguas del río.

El lugar es atractivo y así lo entiende el viajero, que le gustaría poder detenerse aquí por más tiempo para disfrutar del mismo; pero ¡ay! la eterna plaga de los domingueros lo ha infestado de tal manera que en un arrebato de indignación tomará su vehículo y se marchará de allí sin detenerse un instante. Quizá en otra época del año más propicia pueda volver a este lugar para disfrutar de él sin tan molestas interferencias; volverá, de eso está seguro, pero por el momento tan sólo desea seguir adelante sin demorarse más de lo estrictamente necesario.




Cola del embalse de Beleña


De esta manera, tras atisbar lo que comienza a ser la larga cola del pantano merced a las revueltas que la carretera describe siguiendo su sinuoso trazado, el viajero perderá poco más allá la visión de un Sorbe que, quizá avergonzado por el maltrato sufrido, opta por recobrar la tranquila soledad que tan placentera le resulta, evitando cuidadosamente cualquier posible contacto humano en toda la longitud -seis o siete kilómetros- de su nuevo embalse. Por ello el viajero, interesado en encontrarse de nuevo con él, deberá describir un considerable rodeo que le llevará hasta la antigua villa de Beleña, lugar en el que se alza la presa que domeña sus aguas; mas en esta ocasión preferirá retornar a su punto de partida, la gentil Cogolludo, dejando para otro momento la no menos interesante visita a Beleña y a su embalse.



Publicado el 3-1-2010
Actualizado el 29-7-2015