De Torralba a Sigüenza





El Henares en las proximidades de su nacimiento


Torralba del Moral, nudo ferroviario en el que confluyen las líneas de Soria y de Zaragoza, es también la última localidad -o la primera, según como se mire- de la provincia de Soria en la zona de la Sierra Ministra en la que tiene su origen el Henares. Recostada en la vertiente levantina de esta sierra y tributaria por lo tanto del Jalón, se encuentra pues al lado contrario de aquél por el que se derrama el Henares. Resulta así ser Torralba un excelente punto de partida para recorrer el curso inicial del Henares, al permitirle conocer al viajero no sólo el nacimiento del mismo sino también la zona en la que éste tiene lugar. Porque, aunque la sierra Ministra no tenga demasiado de espectacular, sí que permitirá gozar al viajero de un agradable paisaje... Siempre, claro está, que éste utilice la carretera local que por allí discurre, puesto que el otro posible medio de transporte, el ferrocarril, opta por salvar el obstáculo merced a un largo túnel que, aunque práctico, resulta completamente inútil para estos menesteres.

Fijemos, pues, nuestra atención en la carretera, que apenas dejada atrás Torralba comienza a remontar las estribaciones de la sierra, una sierra que no es en realidad sino una antigua y erosionada meseta profundamente sajada tanto por el Henares por uno de sus lados como, de una manera mucho más espectacular, por el activo Jalón por el opuesto. Resulta así que la vertiente soriana es mucho más áspera y abrupta que la correspondiente guadalajareña, mucho más serrana en definitiva la primera de ellas a causa del frenesí excavador de un Jalón que, auxiliado por su pequeña red de afluentes de cabecera, ha venido robando secularmente tierras tanto al padre Duero como a los sufridos y modestos Henares y Tajuña. También es esta vertiente soriana mucho más arbolada que su vecina, hecho éste que sólo puede ser atribuible a un mayor celo repoblador por parte de las correspondientes autoridades provinciales.

Tras describir algunas empinadas revueltas la carretera alcanza al fin la divisoria de aguas, un límite natural que en este lugar no coincide exactamente con el administrativo al adentrarse ligeramente la provincia de Soria en los terrenos que son ya feudo del recién nacido Henares. Por este lado la sierra Ministra no pasa de ser un romo y desdentado conjunto de repechones de pendiente mucho más suave que la de la parte de Torralba y también ¡ay! mucho más pelados. El viajero no comprende cómo unos terrenos como éstos, completamente improductivos para cualquier tipo de cultivo, pueden exhibir esa vergonzante desnudez en vez de estar repoblados con las especies arbóreas autóctonas de la región... Pero la incuria del hombre, secular en nuestro país, se ha encargado de conseguirlo con una total efectividad.

La primera parte del recorrido dentro ya de los dominios del Henares es relativamente llana, pero pronto aparecerá frente al viajero el inicio de un profundo barranco por cuya ladera se internará resueltamente la carretera iniciándose así el descenso de lo que podría ser denominado el puerto. No se trata aún del Henares, que nace algo más al norte, sino del arroyo de la Fuentecilla, magro curso de agua cuyo único mérito es el de ser el indiscutido primer afluente de nuestro río. Y, puesto que éstas son todavía tierras administrativamente sorianas, no es de extrañar que algunos textos den erróneamente Torralba en vez de Horna como el punto de origen del Henares, al tomar este arroyo como la fuente más alejada del mismo en vez del manantial al que corresponde oficialmente este honor.

Al rebasar poco más allá el límite provincial, el viajero tendrá ocasión de constatar la aparición de un nuevo e importante elemento, la doble vía del ferrocarril, que emerge sigilosamente del túnel para discurrir por el lecho mismo del barranco. Hasta 1959 el ferrocarril pasaba por otro túnel, excavado en 1862 a la par que se construía el tendido férreo, el cual se abría algo más al norte entre el caserío de Horna y el nacimiento del Henares, desviándose pues del curso del arroyo de la Fuentecilla; pero la necesidad de corregir el otrora complejo enlace de la línea de Soria con la de Zaragoza motivaría la excavación del nuevo túnel justo antes de que su hermano mayor se convirtiera en centenario, dándosele ya una anchura suficiente en previsión de una futura doble vía que tardaría veintiséis años en llegar.

A partir de entonces el ferrocarril dejó de pasar por detrás de Horna para hacerlo por delante, aprovechando el camino que con tesón secular había arañado el cercano arroyo. La geología rindió así un significado favor a la ingeniería a costa, incluso, de su propia identidad; porque el pobre arroyo de la Fuentecilla, en su intento de hacer sitio al progreso en su exageradamente estrecho barranco, acabó viéndose reducido a una angosta y triste cuneta por la que ahora resbalan penosamente las lágrimas de sus escasos caudales, aplastado su frágil cauce por la prepotente trinchera de balasto sobre la cual se deslizaban veloces los trenes que enlazaban a las dos mayores ciudades españolas hasta que la llegada del AVE, alcarreño por vocación, dejó relegadas estas vías al tráfico de mercancías y al de los cada vez más escasos trenes regionales

Poco más allá será el propio Henares, recién confluido con su precoz tributario, quien se vea sometido a idéntica humillación; pero sabedor quizá de sus futuros destinos, se apartará prestamente de su rival poniendo, acaso como precaución, a la neutral carretera por medio... Independencia que no durará demasiado ya que el río, un río que todavía no ha pasado de ser un pequeño arroyo, cruza de nuevo la carretera para discurrir durante un trecho virtualmente emparedado entre ésta y el ferrocarril, convertido de nuevo en una domesticada acequia. Esta poco digna situación no durará afortunadamente mucho ya que el Henares, rebelándose por segunda vez ante tan ignominiosa situación, atravesará la alta trinchera del tendido férreo para perderse de la vista del viajero oculto ahora tras la mole de quien hasta hace poco fuera su insistente competidor. El viajero sabe que poco más allá el Henares recogerá el modesto tributo del Alboreca para, poco después, bañar con sus magras aguas el pequeño caserío de Alcuneza; pero todo aquello le quedará velado desde la carretera, la cual continúa descendiendo por el valle siempre paralela tanto al río como al ahora intermedio ferrocarril.

Siguiendo adelante con su camino el viajero cruzará ahora el ínfimo curso del Quinto, arroyuelo mal llamado río que desciende de la vecina localidad de Guijosa para reunirse con el cercano y todavía invisible Henares, un Henares que vuelve a cruzarse con la vía para acercarse de nuevo a la carretera apenas separado de ella por alguna que otra finca. Allí existe, al borde mismo de la carretera, una fuente de frescas aguas a cuyas espaldas se alza un fresco y agradable soto ideal para hacer un alto en el camino si es que el viajero así lo desea; por detrás del mismo discurre rumoroso un Henares chiquitín que ha conseguido al fin liberarse de todo dogal y que aquí parece haber sido arrancado de un relato pastoril. Y, si el viajero pudo sentirse despechado ante el triste aspecto que éste presentaba aguas arriba de este lugar, aquí sin duda podrá resarcirse plenamente de las pasadas decepciones.

Y de allí a Sigüenza, cercana ya como lo anuncian las construcciones aisladas que comienzan a menudear a ambos lados de la carretera; y será ya dentro de la ciudad cuando el viajero, justo antes de dar por terminada esta etapa, se cruce con el hondo y umbrío cauce del arroyo del Vado, otro pequeño afluente del Henares que es el único responsable del profundo valle que flanquea por el este a la ciudad mitrada y sobre el cual se asoma, siempre alerta desde hace siglos, el recio castillo episcopal hoy convertido en un cuidado parador de turismo. Como en otras tantas ocasiones, la siempre amable ciudad del Doncel será ahora también un hospitalario final de ruta.



Publicado el 3-1-2010
Actualizado el 27 -2-2015