Vicente Adam, in memoriam





El día 5 de diciembre de 2018 Pilar, la hija de Vicente Adam, me llamó por teléfono para darme la mala noticia de que su padre acababa de fallecer. Fue para mí un auténtico mazazo, ya que Vicente no sólo había sido uno de mis autores favoritos cuando, todavía niño, comencé a leer ciencia ficción, sino también porque en estos últimos años pude trabar con él una sólida amistad.

Y eso que, a diferencia de otros autores de bolsilibros, tardé mucho en contactar con él, y de hecho en mi libro sobre la colección Luchadores del Espacio tan sólo pude indicar de él su nombre real y mi suposición -acertada- de que fuera valenciano. Paradójicamente no fui yo, sino su nieto Marc, entonces adolescente, quien me escribió un correo electrónico a espaldas de su familia -bendita travesura- en septiembre de 2009 para comunicarme que el autor que firmaba como V.A. Carter y Vic Adams era su abuelo.

Huelga decir que me faltó el tiempo para llamarle por teléfono, a lo cual él me respondió con total amabilidad. Y, a diferencia de lo que me ocurrió con otros autores, nuestro posterior intercambio epistolar -o telefónico- no se limitó a un intercambio de datos biográficos, ya que acabó cristalizando, tal como acabo de comentar, en una amistad que aprecié sobremanera y que sólo su muerte ha sido capaz de truncar.

Porque Vicente no sólo fue un buen escritor, sino también una gran persona. Nacido en 1927, fue uno de tantos españoles a los que les tocó afrontar los durísimos años de la Guerra Civil y la no menos espinosa posguerra, durante la cual se vio obligado a sacar adelante a su familia -su esposa y tres hijos- como buenamente pudo en una España pobre y triste en la que la única meta para gran parte de su población era simplemente sobrevivir.

Y Vicente sobrevivió como mejor sabía hacer, escribiendo. Al igual que la mayoría de sus compañeros él no fue escritor por vocación sino por necesidad, lo que no le impidió convertirse en uno de los más sólidos autores de bolsilibros no tanto por la cantidad -algo más de un centenar, de las que sólo dieciocho son de ciencia ficción- como por su calidad, ya que estas últimas -no conozco las pertenecientes a otros géneros- siguen siendo para mí de las mejores de la ciencia ficción popular española.

Lo cual tiene mucho mérito ya que Vicente, como la inmensa mayoría de estos autores, tenía una formación autodidacta, aunque muy bien aprovechada en su caso dado que no sólo era un buen escritor sino que también acostumbraba a documentarse antes de escribir una novela, en su caso manteniéndose al corriente de los avances científicos o leyendo la todavía escasa ciencia ficción norteamericana de la Edad de Oro que a principios de los años sesenta llegaba a España, en bastantes ocasiones procedente de Argentina.

No es de extrañar, pues, que su profesionalidad rindiera unos frutos que quedaban muy por encima del promedio de la literatura popular; pero ésta también acarreaba inconvenientes. Durante los años de auge de los bolsilibros era factible ganar bastante dinero escribiéndolos, siempre y cuando se mantuviera un ritmo de escritura acorde con el frenesí impuesto por las editoriales.

Vicente se adaptaba mal a este modo de trabajar tan diferente de su más pausada escritura y, como sólo se cobraba cuando la novela era publicada y también había que contar con que no la rechazaran, acabaría buscándose un trabajo más seguro, en su caso como oficial en un bufete de abogados, poniendo punto final a su prometedora carrera literaria.

Cuando yo le conocí llevaba ya tiempo jubilado, aunque todavía estaba muy activo. De hecho, y aunque él las conservaba, a petición suya le facilité sus novelas digitalizadas para que las revisara y pudiera corregir las erratas que en su día habían cometido los linotipistas. Asimismo, durante nuestras frecuentes conversaciones telefónicas o por correo electrónico compartió conmigo numerosas anécdotas que me resultaron muy útiles para conocer como funcionaban las editoriales en las que colaboró: Valenciana, Toray y Rollán, aunque en el resto no era muy diferente.

Tardé todavía algún tiempo en conocerle personalmente. Fue en la Hispacón de 2010 celebrada en Burjassot, donde gracias a una invitación de los organizadores moderé junto con Pablo Herranz el “ II Encuentro con los luchadores de las letras: los autores de Editorial Valenciana ”, un coloquio en el que reunimos a varios autores de la colección Luchadores del Espacio: Ramón Brotons (Walter Carrigan), José Caballer (Larry Winters), Arturo Rojas (Red Arthur) y a Vicente, junto con el portadista José Luis Macías. Fue todo un lujo, sobre todo teniendo en cuenta que la mayoría de sus compañeros ya habían fallecido.

Años más tarde tuve ocasión de poner en contacto a Vicente con Jorge Plana, editor de Pulpture Ediciones, reunión que tuvo como fruto la reedición de la totalidad de sus novelas de ciencia ficción en tres volúmenes, el primero de los cuales apareció en 2016 y el segundo justo tras su fallecimiento, lamentablemente con carácter póstumo, quedando todavía pendiente el tercero. Fue durante la presentación del primer volumen, en esta ocasión en Madrid, cuando volví a verle personalmente y tuve ocasión de conocer a su familia que, ya lo dice el refrán que de casta le viene al galgo, resultó ser tan encantadora como él.

A partir de entonces seguimos hablando por teléfono cada cierto tiempo ya que aunque Vicente llegó hasta el final de su vida con una lucidez mental envidiable, una enfermedad de los ojos fue dificultándole cada vez más la lectura, su gran pasión, imposibilitándole el uso del ordenador y del correo electrónico. No obstante su edad avanzada, le faltó poco más de un mes para cumplir los 92 años, estaba tan acostumbrado a su siempre interesante charla que realmente no me esperaba el mazazo. Y si lamento su desaparición como escritor, todavía lamento más su pérdida como amigo ya que, por encima de todo, Vicente era una gran persona.

Descanse en paz, en el convencimiento de que el mejor homenaje que se le puede rendir será seguir adelante con la difusión de su obra por más que él, lamentablemente, ya no lo pueda ver. Por fortuna siempre nos quedará su recuerdo y a mí, personalmente, la satisfacción de haber tenido la gran suerte de conocerle.


Publicado el 12-1-2019