Las influencias mutuas de la Saga de los Aznar y
las novelas independientes de Pascual Enguídanos



Se ha hablado mucho de la meticulosidad de Pascual Enguídanos a la hora de escribir sus novelas, pero prácticamente se ha pasado por alto otra de sus características como escritor que podríamos definir como economía argumental. No me refiero a que se autoplagiara sus argumentos, algo que sí es fácil encontrar en autores más prolíficos -y menos meticulosos- que él, sino al provecho que sacaba a diversos elementos de sus novelas, tanto en la Saga de los Aznar como en las novelas independientes y las series cortas, recurriendo a ellos cuantas veces consideró necesario.

Buena muestra de lo que comento es que en las treinta y tres novelas clásicas de la Saga de los Aznar -incluyo las dos que no llegaron a ser reeditadas- se las apañó con tan sólo cuatro pueblos extraterrestres, prescindiendo de razas secundarias o efímeras como los saissais o los hombres vegetales: los thorbods, los hombres de silicio, los nahumitas y los sadritas, a los cuales resucitaba una y otra vez enfrentándolos a terrestres y valeranos, que no paraban de derrotarlos o de verse derrotados por ellos. Y aunque en la segunda parte amplió algo más la panoplia, llegó incluso a rescatar a dos de ellos, los sadritas y los thorbods.

Pero no es este tema el que quiero abordar ahora, sino los múltiples préstamos que se pueden detectar entre las dos ediciones de la Saga por un lado y las series cortas y las novelas por otro, y viceversa, un tema curioso dado que estas últimas son mucho menos conocidas y, salvo en contadas excepciones, nunca llegaron a ser reeditadas.



Recuerdo que cuando la editorial Silente procedió a editar, a modo de colofón de su reedición de la Saga, un volumen recopilatorio de dos de estas novelas, El Atom S-2 y Embajador en Venus, se dio como explicación que en ellas “ encontramos elementos que pertenecen a la Saga o que ayudarían a la coherencia de su universo de ser incluidas en los espacios sin narrar”, lo cual aun siendo cierto tal como veremos más adelante, resulta incompleto, ya que ni son éstas las dos únicas novelas que cumplen este requisito ni, a mi modo de ver, son tan siquiera las que lo hacen de una forma más evidente, por lo que esta selección resultó ser a todas luces incompleta.

Desconozco si en los planes de Silente entraba la reedición de más novelas independientes de Pascual Enguídanos -sí lo hizo con las series cortas, a excepción de la de Intrusos siderales- con nexos de unión con la Saga, pero lo cierto es que todas ellas quedaron sin reeditar a excepción de las dos citadas, lo cual fue una lástima porque hubiera merecido la pena hacerlo.

He de advertir que los préstamos que he rastreado se refieren por lo general a la inventiva propia de Enguídanos, ya que por razones obvias he estimado conveniente descartar tópicos habituales de la ciencia ficción de su época, tales como un Venus tropical o un Marte moribundo, así como a los marcianos y venusianos de diferente pelaje, ya que por su carácter genérico era normal que recurriera a ellos una y otra vez. Tampoco considero a las distintas versiones de cómics, puesto que ya cuentan con un artículo propio.



Comencemos por la astronomía. Para describir el Sistema Solar Enguídanos se basó fundamentalmente en el libro de Desiderius Papp Los mundos habitados (1928, primera edición en español en 1931), de donde tomó, entre otras, la idea de que Júpiter sería un globo incandescente -algo parecido a lo que los astrónomos denominan una enana marrón- capaz de actuar como un sol en miniatura, una teoría descartada ya por los astrónomos de su época. Lo que sí parece ser de la cosecha del escritor valenciano es que a resultas de ello Ganímedes, el mayor de los satélites galileanos -¿por qué no los otros tres?- disfrutaría de un clima tropical en el hemisferio que presenta a Júpiter. Este planteamiento, que aparece en algunas novelas de la Saga de los Aznar, especialmente en el ciclo de Salida hacia la Tierra, sería retomado años más tarde para las series de Finan (nº 210, 211 y 212) y Bevington (nº 202 y 203).



Los planetas errantes no son una excepción, y el escurridizo Ragol de la primera parte de la Saga se ve acompañado por Finan en la serie homónima, llegado al Sistema Solar para quedarse como el décimo -ahora sería el noveno- planeta. Un caso particular es el de Después de la hora final (nº 171), donde un cataclismo cósmico -el choque de un planeta errante contra el Sol- arranca a la Tierra de su órbita, convirtiéndola a su vez en un astro vagabundo hasta que es capturada por una estrella.



Algo similar ocurre con las razas y, más concretamente, con una de ellas, los sadritas, aunque aquí el camino fue inverso ya que si bien estos alienígenas aparecen por vez primera en la Saga en la novela ¡Luz sólida!, número 93 de Luchadores del espacio, en el anterior número 81, “Ellos” están aquí, se narra el derribo de un ovni tripulado por unos pequeños pulpos que utilizan para desplazarse unos robots humanoides en cuya cabeza se alojan. Puesto que “Ellos” están aquí es una novela independiente la trama no va más allá del exterminio de los visitantes -sin nombre aquí- muy en la línea de las películas de ciencia ficción de la época, pero todo parece indicar que a Enguídanos le debieron gustar lo suficiente para incluirlos tiempo después en la Saga, que por entonces atravesaba un largo impasse que duró casi año y medio.



Aunque no resulte tan evidente, también existen claras similitudes entre los saissais -los hombres azules de Venus- que aparecen en las primeras entregas de la Saga y los nativos venusianos, en esta ocasión con un color de piel más normal, de Embajador en Venus (nº 147), ya que ambas razas son descendientes de civilizaciones muy avanzadas que estuvieron al borde de la extinción a causa de sus apocalípticas guerras, por lo que en los dos casos los supervivientes optaron por partir de cero privando a sus descendientes de la tecnología, ya que a su entender había sido ésta la causa de sus desgracias, recreando unas sociedades medievales y técnicamente atrasadas pero libres del peligro, aunque tanto unos como otros se las ingeniaron para mantener una discreta tutela sobre sus protegidos.



Hasta aquí he estado siguiendo la edición original de la Saga en lo relativo a los saissais, ya que mientras Embajador en Venus fue reeditada sin modificaciones por la propia Editorial Valenciana, Enguídanos reescribió por completo este primer ciclo de la Saga en la reedición de los años setenta. Y aunque respetó la sociedad pretecnológica de los saissais venusianos, introdujo en ella importantes cambios tomados no sólo de Embajador en Venus, lo que supuso una curiosa influencia mutua, sino también de la serie de Heredó un mundo (nº 71, 72 y 73), asimismo ambientada en Venus.



También existe un llamativo paralelismo entre los nahumitas, enemigos irreconciliables de terrestres y valeranos a lo largo de la Saga de los Aznar, y los hamonitas de la serie de Más allá del Sol, la raza dominante de Ziryab, el planeta situado en el extremo opuesto de la órbita de la Tierra siempre con el Sol por medio. Al igual que los nahumitas -hasta sus nombres se parecen- los hamonitas son de raza blanca y, más concretamente, arios de pura cepa, y ambas razas tienen la desagradable costumbre de esclavizar a sus vecinos, los habitantes de los demás planetas del sistema de Nahum en el primer caso y los kumas, también nativos de Ziryab y similares físicamente a los indígenas americanos en el segundo. Sus respectivos sistemas políticos son imperios despóticos y sanguinarios y, por último, tanto nahumitas como hamonitas se revelan como enemigos irreconciliables de los terrestres -también de los valeranos, en el caso de los nahumitas- y son finalmente derrotados por éstos mediante alianzas con los pueblos esclavizados.

Además de la sutil crítica antirracista que destilan estas novelas, son demasiadas las coincidencias entre estas dos razas como para atribuirlas a la casualidad. Cronológicamente los nahumitas son los primeros en aparecer, concretamente en Venimos a destruir el mundo (nº 16), mientras los hamonitas no lo hacen hasta Extraño visitante (nº 60), por lo que son éstos quienes debieron inspirar a los segundos. Sin embargo, los nahumitas vuelven a aparecer una vez más, con posterioridad a la serie de Más allá del Sol, en Exilados de la Tierra (nº 96), por lo cual nos encontramos en cierto modo con una influencia mutua entre ellos, puesto que los nahumitas siguen manteniendo incólumes sus malas costumbres amargando la vida en esta ocasión a los habitantes del planeta Exilo, perteneciente al antiguo sistema thorbod.



En varios ciclos de la Saga Enguídanos introduce hombres planta o vegetales, por lo general fruto de mutaciones provocadas por la contaminación radiactiva tras una guerra atómica. Ya aparecen en la primera versión de El planeta misterioso -no así en la segunda-, y posteriormente lo hacen en Robinsones cósmicos, El enigma de los hombres planta, El azote de la humanidad y La Bestia capitula. A la inversa que en el caso de los sadritas Enguídanos retomó a los hombres vegetales en al menos dos novelas independientes posteriores a ésta, Las estrellas amenazan (nº 176) y Un mensaje en el espacio (nº 182), aunque en esta ocasión no se trata de seres semiinteligentes que, aunque peligrosos, carecen de cultura y tecnología propias, sino de visitantes extraterrestres, hostiles en el primer caso puesto que pretenden invadir la Tierra sembrando semillas suyas, y pacífico en el segundo, llegado en respuesta a la señal lanzada por el proyecto OZMA y tan maltratado por los terrestres que acabará huyendo despavorido de nuestro planeta.



Entre las razas alienígenas más habituales de la ciencia ficción popular se encuentran sin duda los insectos gigantes, en ocasiones -aunque no siempre- inteligentes y por lo general hostiles cuando no caníbales. Resulta llamativo que los hombres insecto no aparezcan en la primera parte de la Saga, aunque sí en la segunda encarnados en las peligrosas mantis que pululan por las selvas de Atolón. Sin embargo Enguídanos ya había recurrido a ellos con anterioridad en la serie de Heredó un mundo, ambientada en un Venus selvático, y en la de Intrusos siderales (nº 195 y 199), en ambos casos hormigas, más verosímiles que las mantis dado que, a diferencia de éstas, son insectos sociales. En esta ocasión la influencia fue en dirección contraria a la habitual, de las novelas independientes a la Saga.

Pasemos ahora a la tecnología. No se puede entender la Saga de los Aznar sin los autoplanetas, no sólo el colosal Valera -sin duda uno de los mayores hallazgos de la ciencia ficción española- sino también los vehículos espaciales que hoy conocemos como naves generacionales, de larga presencia en ella desde el mítico Rayo. Aunque desde nuestra perspectiva nos pueden parecer algo habitual, no lo eran ni mucho menos cuando Pascual Enguídanos escribía sus novelas, lo que dice mucho de su inventiva. El único caso similar que conozco dentro de la ciencia ficción popular es La odisea del Kipsedón (nº 40 a 43) de Walter Carrigan (Ramón Brotons), contemporánea de la Saga y compañera de colección, y fuera de ella La nave de Tomás Salvador, posterior en varios años a la aparición del Rayo puesto que fue publicada en 1959.



En las dos partes de la Saga aparecen autoplanetas con frecuencia, pero fuera de ésta era una idea demasiado buena como para desaprovecharla en las novelas independientes, por lo que no es de extrañar que los encontremos en Llegó de lejos (nº 69), Extraños en la Tierra (nº 163) y en la serie de Intrusos siderales, siempre tripulados por visitantes extraterrestres. A ellas se pueden sumar también El día que descubrimos la Tierra (nº 221) e Intrusos siderales -no hay que confundirla con la serie del mismo nombre-, la única novela que publicó Enguídanos en La conquista del espacio (nº 57), ya que en ambas aparecen grandes naves espaciales tripuladas por robots para los cuales, a diferencia de los humanos, la larga duración de los viajes interplanetarios no constituye el menor problema.



Hablando de armas hemos de ponernos de nuevo en manos -o tentáculos- de los sadritas ya que en la Saga son éstos quienes inventan la luz sólida, un arma que a partir de entonces será consustancial a la narración. Y de nuevo, al igual que ocurriera con sus propios creadores, la novela “Ellos” están aquí se anticipó a ¡Luz sólida!, mientras que una vez terminada la Saga la luz sólida vuelve a aparecer en la más tardía El día que descubrimos la Tierra.



Es preciso recordar también a los rayos Z, precursores de la luz sólida en la Saga y reemplazados por ésta a causa de su mayor poder destructivo. Puesto que los rayos Z están presentes desde prácticamente el inicio de la Saga, cabe asumir que fueran éstos los que inspiraran a la novela independiente El Atom S-2 (nº 56), en la que un submarino nuclear es equipado con un arma experimental capaz de desintegrar los metales. Muy similares son los rayos ígneos de Embajador en Venus, capaces de desintegrar los metales, los rayos desintegradores de la serie de Más allá del Sol (nº 60, 61, 64, 65 y 66) y los rayos plateados de La momia de acero (nº 234), aunque en esta ocasión no desintegran los metales sino simplemente los funden.



La miniaturización de objetos, descrita por vez primera -en lo que a la Saga se refiere- en El azote de la humanidad, reaparece veintitrés números más tarde -aproximadamente un año- en Llegó de lejos, probablemente la novela independiente que comparte más elementos con la Saga de los Aznar; tanto es así, que Pascual Enguídanos la reescribió -desde mi punto de vista innecesaria y desafortunadamente, puesto que perdió bastante de su interés- convirtiéndola en La otra Tierra.



Menos conocido es que la karendón, uno de los principales pilares de la continuación de la Saga, cuenta con precedentes en dos antiguas novelas independientes en las que se describen sendas máquinas de teleportación sin profundizar en las posibles aplicaciones de este artefacto, aunque el concepto básico viene a ser el mismo. Se trata de Venus llama a la Tierra (nº 187), uno de los títulos más flojos de Enguídanos, y de Hombres en Marte (nº 232). Ciertamente la karendón va más allá de la simple teleportación, aunque también se utilice para ello; pero en Hombres en Marte se descubre de forma accidental otro posible uso cuando el protagonista, mortalmente herido en Marte, se materializa indemne en la Tierra ya que la máquina no sólo le ha teleportado de un planeta a otro, sino que también le ha curado de sus graves heridas.

Aunque los robots en sí mismos no tienen mucho de particular dada su ubicuidad en la ciencia ficción de todas las épocas, sí conviene resaltar dos aspectos suyos claramente enguidosianos utilizados por éste tanto en la Saga como en las novelas independientes. En primer lugar está la originalidad de cambiar las dos piernas -estamos hablando de robots antropomorfos- por una rueda similar a la de una motocicleta, lo que en palabras del autor mejoraba su movilidad aunque nada dice de subir o bajar escaleras ni del riesgo de un posible pinchazo.



La primera vez que aparecen estos robots monociclos es en Lucha a muerte, la última entrega de la Saga original. En sentido estricto no se trata de robots sino de cyborgs, ya que son vehículos gobernados por cerebros humanos, los Eternos, que gozan así de una falsa y artificial inmortalidad; pero dado que esto afecta tan sólo a la parte mecánica de los mismos el ejemplo resulta válido, máxime cuando volvemos a encontrarlos en El día que descubrimos la Tierra y en Intrusos siderales -la novela de La conquista del espacio, no la serie de Luchadores del espacio-. Curiosamente al reescribir la Saga, y más concretamente Cerebros electrónicos, Enguídanos cambió a los robots originales, bípedos, por otros monociclos, lo que parece indicar que le gustó la idea. Por el contrario, los robots que aparecen en la segunda parte de la Saga, escrita con posterioridad a estas novelas, son androides de figura humana -Izrail y sus congéneres- con sus correspondientes piernas.

Otro ejemplo de simbiosis entre la Saga y las novelas independientes es el de los robots gigantescos con una cabina de mando en el interior de la cabeza, al estilo de Mytek el Poderoso -camuflado de King Kong- o el más conocido Mazinger Z, ambos posteriores a ella. Éste es el caso de Tomok, la gigantesca figura construida a su imagen y semejanza desde la que los hombres de silicio vigilaban y gobernaban a los nativos redentores, a los que explotaban como ganado; en sentido estricto Tomok no es un robot sino una colosal escultura equipada en su interior con unos sofisticados equipos electrónicos, pese a lo cual cumple razonablemente las condiciones para incluirlo aquí.



Fuera ya de la Saga nos encontramos con dos novelas, ambas posteriores a ésta, en las que sí aparecen unos robots gigantescos. La primera de ellas es de nuevo Embajador en Venus, donde Tizok -nombre parecido al anterior- es la gigantesca efigie del dios local que vela por los nativos venusianos... y cuando éstos se ven amenazados por los inmigrantes terrestres cobra repentinamente vida tripulado por la princesa local. Muy similar a éste es Altavirt, el gigantesco robot de La momia de acero vestigio de una antigua civilización de origen extraterrestre, que yace camuflado desde hace milenios en un yacimiento arqueológico del valle del Nilo y es despertado -o activado- por sus custodios, los sacerdotes del templo erigido sobre su figura yacente, sembrando la muerte y la destrucción antes de ser aniquilado mediante la explosión de una bomba atómica.

He dudado en incluir el tema de la hibernación por ser éste un tópico habitual en la ciencia ficción, pero finalmente me he decidido a hacerlo puesto que tanto en las fuentes que utilizaba Enguídanos para documentarse, como el entorno en el que éste se movía, distaba mucho de serlo. De hecho son contadas las ocasiones en las que la hibernación aparece en la colección Luchadores del espacio: Despertar en la Tierra, nº 86, de Larry Winters (José Caballer) y, forzándolo, los alienígenas de El misterio de la misión Silverton, nº 194, de J. Negri O’Hara (José Negri).



Aparte, claro está, del propio Enguídanos, que en toda la etapa clásica de la colección tan sólo la aborda en Después de la hora final. Habría que esperar hasta la edición de la Saga de los años setenta para encontrarnos con esta técnica en la reescrita Cerebros electrónicos -en la versión original no aparece- como un recurso argumental para enmendar la disparatada cronología, afectada por la dilatación relativista del tiempo, de los náufragos terrestres en Ragol. En las nuevas novelas que continuaron la Saga Enguídanos tampoco se prodigó demasiado, ya que rápidamente se decantó por la mucho más versátil karendón. Si hacemos excepción de algunas referencias puntuales, tan sólo es utilizada por Miguel Ángel Aznar Polaris en Universo remoto, anterior al descubrimiento de la civilización barptur, y por el antiguo oficial nazi Edward Roerich durante los largos viajes de Valera, al no poder desmaterializarse en la karendón por proceder del pasado.


Publicado el 6-11-2020
Actualizado el 2-12-2020