Infinitum, una colección crepuscular





Siempre que dedico un artículo a una colección de bolsilibros me gusta describirla con un adjetivo acorde con sus características propias, algo que en ocasiones no resulta demasiado fácil. No fue éste el caso de la colección Infinitum, a la que inmediatamente catalogué de crepuscular -aunque en español sería más preciso hablar de ocaso que de crepúsculo- no tanto conforme se aplica este término a las reinterpretaciones críticas y desencantadas de determinados géneros cinematográficos o literarios, sino dada su condición postrera, carente de una identidad real propia y relativamente marginal dentro del conjunto de los bolsilibros de ciencia ficción, a los cuales no aportó nada nuevo.

Me explicaré. Hasta fechas recientes era muy poco lo que yo sabía de esta colección, por la que tampoco había sentido especial interés pese a que en el breve período (1980-1982) que duró su existencia publicó un total de 72 títulos1, lo que no está nada mal para una colección de sus características que además salió al mercado en una época en la que los bolsilibros comenzaban a languidecer mientras una profunda crisis económica campaba a sus anchas por nuestro país.

De hecho para mí era poco más que unos simples datos estadísticos recogidos en mi página que ni siquiera había recopilado personalmente, de los cuales tan sólo podía deducir que al menos parte de sus títulos eran reediciones y que su autora principal, María Victoria Rodoreda, había recurrido a una inusitadamente elevada cantidad de seudónimos diferentes, la mayoría de ellos exclusivos de esta colección.

Un correo electrónico remitido por el investigador suizo Stéphane Venanzi, al que siguió un nutrido intercambio de mensajes, tuvo la virtud de cambiar la situación por completo. Stéphane, que había leído tanto mi artículo dedicado a María Victoria Rodoreda como el listado de títulos de la colección, me advirtió de la existencia en ellos de varios errores, empezando por la atribución de cuatro seudónimos a Enrique Martínez Fariñas cuando en realidad también pertenecían a María Victoria Rodoreda, tema sobre el que volveré más adelante.

Pero los datos de Stéphane iban bastante más allá, centrándose en el hecho de que las reediciones eran en realidad mucho más numerosas de las que yo había considerado; de hecho, una vez investigado resultaron serlo la totalidad de los títulos. La razón de esta incertidumbre estribaba en un detalle sencillo, pero a la vez difícil de manejar: hasta entonces yo había asumido que, salvo en contadas excepciones, en las reediciones de bolsilibros se solían respetar los títulos aunque en ocasiones cambiaran los seudónimos originales por otros del mismo autor, por lo que su identificación era sencilla aun no disponiendo de las novelas para comprobarlo.

Por el contrario, la práctica habitual de la colección Infinitum fue la de cambiar también los títulos, de modo que la única manera de identificar una reedición asociándola a la edición original era comparando los textos de ambas versiones, algo que en la práctica no resultaba tan sencillo dado que esta colección, pese a ser relativamente reciente, no era demasiado fácil de encontrar en el mercado del coleccionismo, de modo que los títulos de los que disponía, tanto en papel como en formato electrónico, eran insuficientes para poder hacer un seguimiento exhaustivo. De hecho, ni siquiera la propia Biblioteca Nacional contaba con todos los números.

Stéphane estaba en mejor situación que yo, pero distaba de disponer de la totalidad de la colección. No obstante, pudo mandarme una lista de coincidencias que entre ambos pudimos ir ampliando y, finalmente, completando, lo que nos permitió conocer lo que podría calificarse como su idiosincrasia, si es que la llegó a tener dada forma en la que se pergeñó.

Antes de seguir adelante conviene hacer un poco de historia. Como es sabido, dentro del conjunto de la literatura popular hubo varias editoriales importantes -Bruguera, Toray, Valenciana, Rollán...- junto con una pléyade de pequeñas empresas que buscaron con desigual fortuna hacerse un hueco en tan difícil mercado. Y aunque la mayoría de ellas se apoyaron en una producción propia a partir de originales, algunas optaron por lo que, recurriendo a un símil zoológico o ecológico, podríamos denominar el nicho necrófago o carroñero. Dicho con otras palabras, se especializaron en reeditar obras publicadas con anterioridad por otras editoriales.

La más significada de ellas fue sin duda Andina, sucesora de la clásica Rollán, la cual tras adquirir el fondo editorial de Toray -Rollán apenas había prestado atención a la ciencia ficción-, emprendió una estrategia de reediciones masivas en su colección Galaxia 2001, tal como explico en el artículo correspondiente2.

Una práctica similar, aunque a un nivel más limitado, fue la desarrollada por Producciones Editoriales heredera a su vez de Ferma, otra editorial clásica aunque de segundo nivel fundada en Barcelona a mediados de los años cincuenta por Juan Fernández Mateu. Producciones Editoriales nació en 1970 gestionada por Juan José Fernández, hijo de Juan Fernández Mateu, especializándose en publicaciones de gran consumo hasta desaparecer en una fecha indeterminada a finales de los años ochenta, aunque una parte de su fondo editorial aparecería posteriormente bajo los oscuros sellos Antalbe y Gaviota, posiblemente también propiedad del mismo editor.

La actividad de Ferma dentro del género de la ciencia ficción se había limitado a las colecciones Infinitum yPuerta a lo desconocido, a mitad de camino entre losbolsilibros clásicos y las más ambiciosas Nebulae, Galaxia o Ciencia Ficción de Cénit, así como a las breves colecciones de novelas gráficas Rutas del Espacio y Megatón. Por esta razón Producciones Editoriales se encontró con poco material propio, aunque aprovechó parte de los títulos deInfinitum y Puerta a lo desconocido para su nueva colección Extra-Ficción y reeditó también las novelas gráficas bajo el sello Mini Infinitum.

Extra-Ficción , al igual que sus predecesoras, tampoco era una colección de bolsilibros. Así pues, cuando los responsables de la editorial decidieron abordar este sector del mercado se vieron obligados a buscar fuera, optando al igual que hiciera Andina por la reedición masiva de títulos publicados originalmente en las colecciones de otras editoriales. Para ello crearon el sello Infinitum, una nueva colección de bolsilibros que nada tenía que ver, salvo en el título común, con su homónima de Ferma.

Aunque Galaxia 2001 e Infinitum compartían la condición de nutrirse de reediciones, sus diferencias fueron importantes empezando por el número de títulos publicados, 380 la primera frente a los 72 de Infinitum. Y también diferían tanto en su procedencia como en el modo de obtenerlos.

Andina , tal como he comentado, había adquirido los fondos de Toray y, aunque negoció con los autores, ya disponía previamente de ese material. Producciones Editoriales, por el contrario, hubo de partir de cero y según todos los indicios, aunque la falta de información es crónica en el ámbito de los bolsilibros, todo parece indicar que debió de contratar los derechos de reedición de forma individual con los diferentes autores.

Así pues, mientras las reediciones de Galaxia 2001 procedían en su mayor parte de las antiguas colecciones de Toray, la mayoría de los bolsilibros reeditados en Infinitum cuyos originales hemos podido identificar tenían como origen La conquista del espacio de Bruguera, excepto algunos también de Toray... lo cual plantea otra diferencia notable, ya que mientras las colecciones de Toray habían desaparecido en 1972, con anterioridad a que Andina se hiciera con los derechos, La conquista del espacio llevaba en el mercado desde 1970 de forma ininterrumpida y coexistió con Infinitum hasta que tuvo lugar el cierre de ésta en 1982, sobreviviéndole todavía tres años más. Así pues, existía una competencia abierta entre ambas tanto en el mercado como en el hecho de que la colección de Producciones Editoriales parasitaba, por decirlo así, a su poderosa rival.

En aquella época no estaba vigente la actual ley de propiedad intelectual, y los autores podían disponer de sus obras sólo cuando hubieran transcurrido diez años desde su publicación, precisamente el tiempo que mediaba entre los respectivos inicios de las dos colecciones. En consecuencia tan sólo un pequeño número de títulos de La conquista del espacio -y eran más de 500 cuando salió Infinitum- cumplían esta condición; y aunque Bruguera no mostrara interés especial en reeditar las novelas de los escritores comprometidos con el nuevo sello, esto no tenía por qué traer aparejado que estuviera dispuesta a renunciar a sus privilegios legales, máxime cuando esta renuncia iría en detrimento de sus intereses.

Obviamente me estoy moviendo en el campo de las hipótesis dado que no tengo la posibilidad de preguntárselo a quienes estuvieron directamente involucrados, pero sabiendo como actuaban las editoriales y a raíz de los resultados, no es difícil -ni probablemente equivocado- suponer cual fue la forma de actuar de los escritores para burlar estas restricciones claramente perjudiciales para sus intereses: algo tan sencillo como camuflar sus antiguas novelas cambiándoles no sólo los seudónimos, sino también los títulos.

Con lo cual ganaban ambas partes, la editorial porque conseguía material en abundancia, y los autores porque ganaban dinero sin necesidad de tener que escribir nuevas novelas. Desconozco si Bruguera llegó a ser consciente de estas triquiñuelas y si adoptó algún tipo de medidas para evitarlas, ya que al menos parte de los títulos reeditados no debían de cumplir los diez años de antigüedad; pero lo cierto es que aparentemente fueron llevadas a cabo, por más que el seguimiento de la colección suponga un quebradero de cabeza para quienes intentamos poner en claro el rompecabezas.

Al menos, lo intentaré. En la colección Infinitum intervinieron tan sólo cuatro escritores: María Victoria Rodoreda, Jesús Rodríguez Lázaro, Pedro Guirao Hernández y José María Moreno García, con aportaciones muy dispares: 47 novelas -las dos terceras partes del total- María Victoria Rodoreda, 15 Jesús Rodríguez Lázaro, 8 Pedro Guirao Hernández y tan sólo 2 José María Moreno García.

En lo que respecta a los seudónimos, también hubo diferencias notables. Por un lado, los tres autores minoritarios siguieron la práctica común de utilizar los suyos habituales: Jesús Rodríguez Lázaro como Lucky Marty, Pedro Guirao como Peter Kapra -solía alternarlo con Walt G. Dovan aquí no recurrió a éste- y José María Moreno García como Joe Mogar.

El comportamiento de María Victoria Rodoreda, por el contrario, fue muy distinto. Esta escritora había usado hasta entonces, dentro del género de la ciencia ficción, tan sólo dos seudónimos, Vic Logan y Marcus Sidéreo, a los cuales también recurrió en Infinitum... pero únicamente en 3 de sus 47 novelas, ya que para las 44 restantes desplegó la friolera de un arsenal de 16 nuevos seudónimos, todos ellos exclusivos de esta colección.

La relación de nuevos seudónimos de María Victoria Rodoreda y el número debolsilibros en los que éstos fueron utilizados es la siguiente:Master Space y Rand Mayer, 5; Al Sanders,Boris Marcov, Holm van Roffen, Ian de Marco,Joseph Lane, Mark Donovan y Rock Marley, 3;Douglas Kirby, Jack King, John Talbot,Kent Duvall, Lew Spencer y Ralph Benchmark, 2 yJohn Randall, 1. A los cuales hay que sumar los dos de Marcus Sidéreo y el único de Vic Logan.

Teniendo en cuenta que también se cambiaron muchos de los títulos originales, sobre todo en las novelas procedentes de La conquista del Espacio, cabe presumir que se tratara de una táctica deliberada de la editorial y no de una iniciativa de los propios autores, ya que aunque estas prácticas no fueron exclusivas de Producciones Editoriales, sí fue ésta la única editorial que llegó hasta estos extremos no sólo en la colección Infinitum sino también, según me ha informado Stéphane, en sus otros sellos pertenecientes a diferentes géneros. De hecho María Victoria Rodoreda ya había reeditado varios bolsilibros en Galaxia 2001, procedentes en su totalidad de las colecciones de Toray, y no hizo el menor intento de cambiar ni lo uno ni lo otro.

En cualquier caso, si lo que se pretendía era camuflar la verdadera autoría de las novelas ciertamente se trataba de una práctica bastante tosca, ya que Bruguera disponía de medios sobrados para averiguarlo de la misma manera que lo hemos hecho nosotros, comparando las dos ediciones ya que los textos son siempre idénticos. Y si lo único que le importaba era guardar las formas reservándose la exclusiva de los seudónimos, algo que sí era frecuente en el ámbito de la literatura popular, tampoco habría hecho falta tamaña parafernalia.

A lo que no encuentro explicación es al diferente modo de actuar de María Victoria Rodoreda frente al resto de sus compañeros en lo referente a los seudónimos, ya que de tratarse de una imposición editorial, como sospechamos que debió de ser también el cambio de títulos, tendría que haber afectado a todos ellos o al menos a los que aportaron más novelas. Y si bien José María Moreno García, con tan sólo dos bolsilibros, era normal que mantuviera el de Joe Mogar -aunque cambió los títulos- y que incluso Pedro Guirao, con ocho todos ellos procedentes de Toray, hiciera lo propio, no resulta tan evidente que tampoco Jesús Rodríguez Lázaro recurriera a seudónimos nuevos pese a que su participación fue sensiblemente mayor, quince novelas parte de las cuales procedían de las colecciones de Bruguera.

Cierto es que una práctica habitual en las colecciones de bolsilibros consistía en repartir los títulos escritos por un mismo autor, cuando éste era demasiado prolífico, entre dos o más seudónimos diferentes con objeto de ocultar una presencia que podía resultar excesiva, por lo que teniendo en cuenta que las dos terceras partes de las novelas de la colección eran suyas, se entiende que María Victoria Rodoreda lo hiciera, e incluso que recurriera a seudónimos nuevos al tratarse de reediciones. ¿Pero eran necesarios tantos? Lamentablemente, no tenemos manera de saber la respuesta.

Para terminar tan sólo queda recordar dos detalles, ambos propios de esta colección, que indican la falta de seriedad con la que funcionaban muchas editoriales de este ámbito y en particular Producciones Editoriales, posiblemente una de las más chapuceras de todas. En primer lugar, está el tema ya comentado de los cuatro seudónimos de María Victoria Rodoreda atribuidos erróneamente a Enrique Martínez Fariñas: Master Space, Jack King, Lew Spencer y Ralph Benchmark.

Puesto que incluso la propia Biblioteca Nacional reflejó este error en su catálogo, todos los que investigamos en este tema estuvimos arrastrándolo durante años cuando en realidad Enrique Martínez Fariñas no llegó a colaborar en Infinitum, algo por lo demás lógico teniendo en cuenta que estaba vinculado profesionalmente a Bruguera y era además el responsable de su filial Ediciones Ceres. Ahora bien, ¿pudo provenir este error, repetido un total de once veces, de la propia editorial al ser ésta la responsable de efectuar el depósito legal? En caso afirmativo, ¿fue deliberado?

No obstante, lo más chusco con lo que me he encontrado -Stéphane asegura que también ocurrió en otros sellos de Producciones Editoriales- es la repetición de una misma novela, eso sí con títulos y seudónimos diferentes; se trataba de algo tan surrealista que, cuando Stéphane me lo comunicó, le pregunté si no se habría equivocado; pero no, era totalmente cierto como pude comprobar personalmente ya que yo también tenía esos bolsilibros. Se trata de Los desterrados, que originalmente fue publicada con el número 148 de La conquista del espacio firmada como Marcus Sidéreo, la cual apareció reeditada dos veces en Infinitum, primero como Planeta Delko con el número 5 bajo el seudónimo Rand Mayer, y posteriormente como Expulsados con el número 38 y el seudónimo Master Space, huelga decir que con portadas también distintas. Sin comentarios.




1 Para consultar la relación completa de bolsilibros publicados en la colección Infinitum, pulse aquí.
2 Galaxia 2001, o la antología del refrito


Publicado el 20-2-2020
Actualizado el 11-3-2020