Lem Ryan y el ocaso de los bolsilibros





He de confesar que, desde que empecé a indagar en el tema de los bolsilibros de ciencia ficción, no he parado de llevarme sorpresas, hasta el punto de que la idea que tengo hoy de estas humildes publicaciones y de sus esforzados autores es muy, muy diferente de la que pudiera tener en un principio, al igual que le ocurre al común de los mortales incluso dentro del propio mundillo de la ciencia ficción; y estos estereotipos, amén de injustos, suelen ser completamente falsos.

Y no tiene visos de acabar... Hasta ahora, había dado por supuesto que los escritores de bolsilibros eran personas de generaciones anteriores a la mía, no sólo los más antiguos, muchos de ellos ya fallecidos o con edades que actualmente rondan los setenta u ochenta años, sino también los más jóvenes, como Domingo Santos (que cometió ese pecado juvenil aunque lo abandonó pronto) o Ángel Torres Quesada, los cuales andan ahora por la sesentena. Pero no conocía a nadie de aproximadamente mi misma edad ni, mucho menos, más joven que yo, y había buenas razones para suponer que fuera así; cuando se produjo el colapso de los bolsilibros, allá hacia mediados de los años ochenta, yo tenía veintitantos años y, aunque muchos de estos escritores fueron bastante precoces, cabía pensar que, como mucho, los benjamines anduvieran en torno a mi quinta, y probablemente tampoco podrían ser demasiados dado que el mercado solía estar copado en buena parte por escritores profesionales con muchos años de oficio.

Así pues, pueden imaginarse mi sorpresa cuando un buen día recibí un correo electrónico firmado por Francisco Javier Miguel Gómez, alias Lem Ryan; yo sabía, puesto que junto con Igor Cantero habíamos redactado unas listas con todas las colecciones de bolsilibros de ciencia ficción que pudimos encontrar, que este escritor había publicado un total de una quincena de novelas repartidas entre las diferentes colecciones de Bruguera, la mayoría de ellas en Héroes del espacio salvo una en La Conquista del espacio y otra en la semiclandestina (prácticamente no llegó a circular debido a que su salida coincidió con el hundimiento de la editorial) Los basureros del espacio, todas ellas aparecidas durante los últimos años de vida de Bruguera. Dicho con otras palabras Lem Ryan había sido uno de los autores postreros de bolsilibros, lo que explicaba que yo no hubiera leído ninguna de sus novelas dado que por entonces mis aficiones lectoras iban por otros caminos tras haber dejado atrás -eran mis años de universidad- mi época devoradora de bolsilibros. La sorpresa vino, todo hay que decirlo, no porque consiguiera entrar en contacto con un autor que para entonces había sido para mí un desconocido, sino porque Francisco Javier, nacido en 1965, resultó tener siete años menos que yo... lo cual echaba por tierra todas mis presunciones anteriores; y es que, según él mismo me contó, su bautismo literario tuvo lugar cuando contaba con tan sólo quince años, un caso de precocidad inaudita puesto que la edad normal a la que solían iniciarse los escritores de bolsilibros rondaba los 18 ó 20 años como poco, mientras que a los quince lo normal era andar con otras preocupaciones más propias de adolescentes.

Pero dejemos que sea el propio Francisco Javier quien nos lo cuente:


“Nací en Barcelona el 31 de agosto de 1965, donde resido, o sea que ahora mismo tengo 41 veranos y bastantes canas. Trabajo actualmente de camionero, aunque he hecho de todo: operario en una fábrica de plásticos, aprendiz en un taller de electrónica, barrendero, reponedor en supermercados, taxista, dependiente de comercio..., en fin, mi vida laboral ha sido movida. A cambio, puedo decir que no me he aburrido mucho. Estoy casado, tengo una perrita que se llama “Yara” y me encanta viajar, tomar cañas con los amigos, la informática y, claro, leer.

Mi afición a la ciencia-ficción nació precisamente de los bolsilibros. Cerca de mi casa había una librería donde se podían cambiar tebeos (por aquel entonces devoraba todo lo que oliera a superhéroe) y un día afortunado me fijé en que también había una enorme cantidad de esas novelitas. Compré una y fue mi perdición. Me leía una media de dos diarias, sin respetar autores ni temáticas, aunque pronto me decanté por la ciencia-ficción y el terror. Mi favorito era Curtis Garland, aunque como ya digo no hacía ascos a nada, y fue leyendo a Juan Gallardo Muñoz cuando nació mi deseo de ser escritor. Más tarde descubrí autores aún más antiguos, como George H. White.

No recuerdo cómo descubrí que aquellos autores eran españoles. Supongo que fue algún detalle, o la suma de muchos entre todo lo que leía. Ya había comenzado a escribir, pero aquellos primeros intentos titubeantes no me convencían. Rellenaba cuartillas y cuartillas. Aún conservo muchas de ellas. Y un día, tenía 15 añitos, me encontré con una novela de 120 folios que ya me pareció digna, sobre una criatura extradimensional que intentaba penetrar en nuestro universo. Armado con ella, pero aún sin saber cuál era el procedimiento a seguir, con el descaro de la juventud, me presenté en varias editoriales, entre ellas Bruguera.

Creo que los de la sección de bolsilibros de la editorial no tenían muy claro qué hacer conmigo, un chaval lleno de acné que decía que había escrito una novela. A base de ponerme pesado, y supongo que para quitarse el muerto, me enviaron a hablar directamente con el asesor literario, Enrique Martínez Fariñas, alias Elliot Dooley, que por entonces andaba metido en la aventura de Ediciones Ceres y al que logré convencer para que la leyese. Un hombre estupendo, que tuvo una paciencia infinita conmigo y me enseñó muchos secretos de la profesión. Naturalmente, para poder publicar aquélla, mi primera novela, tuve que recortarla y el resultado fue el engendro de “Y ella le avisó” [número 123 de Héroes del espacio], pero no me volvió a pasar. Tenía 17 años cuando entré a colaborar en la editorial; parí otros engendros, pero éstos ya nacieron así. En cuanto al seudónimo, la primera parte del mismo fue un homenaje a Stanislaw Lem, mientras lo de Ryan se debió a una película de Ryan O'Neal.

Quise conocer a algunos de aquellos escritores que tantas horas de diversión me habían proporcionado y a los que idolatraba, pero Bruguera no proporcionaba información ni siquiera a sus propios colaboradores. Yo procuraba personarme en las oficinas de Camps i Fabrés para entregarles en mano el material, a ver si así me encontraba con alguno, pero pronto entendí que casi todos ellos usaban el correo. A pesar de eso, llegué a conocer a Lou Carrigan y a Adolf Quibus, e incluso una vez me topé con el mismísimo Francisco “Mortadelo” Ibáñez en “La Roda”, un restaurante cercano.

Durante una temporada la editorial me encargó que les proporcionase material para sus coleccíones “Tam-Tam” (de aventuras) y “Doble Juego” (deportes), pero definitivamente lo mío era el género fantástico. Intenté crear mi propia saga fantástica, emulando con mi limitada capacidad a otro de mis maestros literarios, Robert Ervin Howard, con un personaje llamado Katham, pero pronto Bruguera me enseñó los dientes diciéndome que no quería personajes compartidos en sus bolsilibros, por lo que tuve que abandonar la idea. Luego supe que lo mismo le había pasado a Ángel Torres. Sin embargo, me llamó la atención que repetí personajes para la línea “Doble Juego” y con eso no dijeron nada. La verdad es que no llegué a entenderlo.

A partir de ahí, esa etapa la cuentan las novelillas que produje. En cuanto a sus argumentos, siempre he sido partidario del mestizaje, y así muchas obras eran mezclas de géneros. “La espada de Katham” mezclaba fantasía heroica estilo Conan y ciencia ficción. “Y ella le avisó” y “El ojo de Ukhlan” también iban por ese estilo. “Peor que morir” y “La criatura de la luna” tenían terror y ciencia ficción. Y “Sombras del caos” era una novela de ciencia ficción inspirada en los mitos de Cthulhu. Todo un collage que, dicen, no me salía mal.

En cuanto a mi inspiración, leía muchísimo, y de todo. Como en tantos casos, poco a poco el bolsilibro perdió importancia en mis preferencias y pasé a cosas de “más entidad” (aunque siempre he pensado que algunos autores de bolsilibros merecerían un trato similar en nuestra cultura a los que surgieron del pulp norteamericano). También veía mucho cine. Esas eran mis fuentes.

Nunca mantuve en secreto mi actividad literaria, todo el mundo lo sabía. No me vanagloriaba, pero estaba orgulloso de ello. También es cierto que no tenía mucha vida social: me pasaba el día dándole a la máquina de escribir. Dejé los estudios (lo único de lo que más tarde he llegado a arrepentirme), y la dinámica de producir dos o tres historias al mes no me dejaba tiempo para los amigos.

Creo que ni siquiera era consciente de que, en mi adolescencia, me había convertido en un escritor. Sólo sabía que estaba haciendo lo que me gustaba y que me pagaban por ello (que no era mucho, pero se podía tirar), que tenía todo el tiempo del mundo para mi imaginación y sí, la verdad es que las perspectivas que parecían abrirse ante mí eran buenas.

Y estaba en lo mejor, madurando como escritor y aprendiendo muchísimo, cuando llegó la hecatombe que, para postre, culminó con mi ingreso en filas. Cuando regresé a la vida civil los bolsilibros habían sido arrasados, sin que consiguiera encauzar mi carrera tras el declive del bolsilibro. Hubo, eso sí, un peregrinaje interminable por las editoriales, un intento de incorporarme a Astri (que no fructificó ya que la cosa estaba muy chunga y sólo aceptaban material de los “pesos pesados”), un breve coqueteo con el mundo del cómic en Ediciones B, que no me satisfizo; más peregrinaje, hasta que, con todo el dolor de mi corazón, tuve que buscarme las habichuelas por otro lado.

Más de cien veces durante estos veinte años he acariciado la posibilidad de volver, pero cuanto más tiempo pasaba más difícil lo veía. Además, los trabajos que he tenido no me dejaban mucho tiempo libre. Sin embargo, esta última temporada sí he dispuesto de tiempo y me he lanzado de cabeza. El resultado, dos libros que verán la luz durante el año que viene, uno para febrero y el otro aún no tiene fecha concreta.

La novela que saldrá en febrero se titulará “Nueva Era” y la editará Equipo Sirius. Es una mezcla de géneros -ciencia ficción, terror, fantasía y más cosas-, ambientada en Barcelona”.


Poco tengo que añadir a lo ya expuesto por el propio autor, salvo resaltar de nuevo el mérito de que un “chaval lleno de acné que decía que había escrito una novela” lograra publicar un buen puñado de novelas en un mercado que no sólo comenzaba a agonizanr sino que además estaba copado por los “pesos pesados”, como él mismo dice... pero ahí están los resultados, siendo de lamentar que el colapso del mercado de los bolsilibros le truncara una carrera literaria que ojalá pueda ahora volver a retomarla.

Para terminar, ésta es la relación completa de títulos publicados por Lem Ryan:


Colección Héroes del Espacio


Título
123 ...Y ella le avisó
133 Vidas sin fin
154 La muerte es de metal
161 La espada de Katham
165 El ojo de Ukhlan
170 La nave maldita
175 Espada y brujería
192 Cuando los dioses mueran...
204 Peor que morir
213 Sombra del caos
215 La torre de piedra
216 El coloso dormido
234 El señor de Graark

Colección La Conquista del Espacio


Título
687 La criatura de la Luna

Colección Los basureros del Espacio


Título
4 El cometa sin rumbo

Publicado el 23-10-2006 en el Sitio de Ciencia Ficción