Robin Carol, un escritor rescatado del olvido





Dentro del grupo de escritores menores de Luchadores del Espacio -aplico este término a quienes colaboraron en ella de manera puntual, con independencia de la calidad de sus obras-, hay algunos nombres que por una u otra razón resultan interesantes en el desarrollo de la misma pese a la brevedad de su producción. Éste es el caso de Robin Carol, seudónimo bajo el que Antonio Ferri Abellán publicó dos novelas -aunque pertenecientes a un único relato- en esta colección, un autor al que resulta interesante considerar con atención.

Y es que, para comenzar, hasta hace muy poco Antonio Ferri era un completo desconocido dentro de la novela popular española de la época; tan desconocido que incluso su propio apellido estaba mal escrito -como Ferris- las pocas veces en que aparecía, razón por la que yo mismo contribuí durante años a propagar involuntariamente el error. Y eso cuando aparecía, porque en la base de datos de la Biblioteca Nacional, por poner un ejemplo significativo, figura sólo con su seudónimo, pero no con su nombre.

Este olvido se rompió gracias a la Asociación Cultural Hispanoamericana Amigos del Bolsilibro, una de las pocas entidades -por no decir la única- que junto con algunas pequeñas editoriales está realizando un encomiable esfuerzo para recuperar el ingente patrimonio de la literatura popular española, desconocido por muchos y desdeñado por los auto investidos como sumos sacerdotes del canon literario, por fortuna también pocos aunque en ocasiones chillones.

Me voy a tomar la libertad de copiar a Pepe Cueto, vicepresidente de ACHAB, el relato del descubrimiento de Robin Carol -me refiero a su identidad real- ya que es verdaderamente digno, casi, del argumento de una novela; de forma parecida, por cierto, a como yo pude encontrar a otros autores, lo que da idea de lo difícil que resulta rastrear las biografías de estos obreros de la escritura, algunos de los cuales siguen permaneciendo todavía en un inmerecido olvido.

Cuenta Pepe Cueto en Robin Carol y los novelones de a duro, uno de los prólogos del libro recopilatorio Memoria del porvenir del cual hablaré más adelante, que en noviembre de 2018 Jesús Gisbert, editor del blog Salud y tebeos, charlando con él en Sevilla sobre las novelas de duro le explicó que su suegro había escrito varias. El resto de la conversación es fácil de imaginar: Antonio Ferri acababa de ser encontrado y el rescate de su memoria no podía estar en mejores manos.



Tras una búsqueda preliminar que confirmó que este autor tan sólo había publicado cinco bolsilibros -este dato sí lo conocía yo- y la adquisición de un ejemplar de cada uno de ellos en el mercado de libros de segunda mano, Pepe Cueto se puso en contacto con Mar Ferri, hija de Antonio, y le propuso hacer una reedición completa de sus obras, fruto de la cual fue el citado Memoria del porvenir, publicado a finales de 2020 con el número 15 de la colección Achab. Final feliz, pues y un reconocimiento merecido, aunque tardío, a uno de tantos escritores que alegraron la infancia y la juventud de varias generaciones de lectores españoles e hispanohablantes, razón por la que tengo que felicitar a ACHAB, y por supuesto a sus familiares, por este afortunado encuentro y por la todavía más afortunada reedición de sus obras, cuya lectura les recomiendo encarecidamente.

Y sin más dilación paso a esbozar una breve reseña biográfica de Antonio José Ferri Abellán -éste era su nombre completo- basándome en lo escrito por su hija y por otros familiares en el citado libro así como en los correos que intercambié con ella, ya que evidentemente se trata de la mejor fuente posible. Nuestro escritor nació en la localidad murciana de Yecla el 28 de abril de 1922, en el seno de una familia trabajadora. Gracias al interés de su maestro, que sin duda vio maneras en el chiquillo, pudo estudiar el bachillerato elemental en las Escuelas Pías de su localidad natal y en marzo de 1936, a punto de cumplir los 14 años, marchó con su familia a Valencia huyendo del cada vez más tenso ambiente político y social que acabaría en guerra civil apenas unos meses más tarde, lo que le impidió proseguir sus estudios.

Terminada la guerra se asentó de forma definitiva en Valencia, más concretamente en el popular barrio de Ruzafa. En la dura posguerra se ganó la vida dando clases particulares y trabajando como contable. A causa de sus ideas políticas -militaba en la CNT- en marzo de 1947 fue detenido y encarcelado a la espera de ser sometido a un consejo de guerra con una posible condena de doce años de cárcel. Salió en libertad provisional ocho meses y medio más tarde, con el estigma de preso político que, en la dictadura franquista, significaba perder el empleo y estar incluido en una lista negra que impedía poder conseguir ningún otro, lo cual condenaba a sus víctimas a una supervivencia todavía más difícil en la ya de por sí depauperada España. Por esta razón, y como muchos otros represaliados, se vio obligado a trapichear ganándose la vida como buenamente podía.

En una muestra de la arbitrariedad legal del régimen franquista, el consejo de guerra se fue demorando año tras año hasta ser sobreseído en 1952, por lo que no volvió a pisar la cárcel aunque durante cuatro años vivió con la amenaza pendiente. No obstante, pudo volver a trabajar abriendo con un amigo intendente mercantil una asesoría contable y fiscal que le permitió sacar adelante a su familia. Conoció a su esposa, Enriqueta, por ser prima de su socio, se hicieron novios, se casaron en el otoño de 1956 y tuvieron dos hijos. En 1980 enviudó y años más tarde volvió a contraer un nuevo matrimonio, pasando por el trance de perder a su hijo y a un nieto. Falleció el 25 de marzo de 2009, un mes antes de cumplir los 87 años de edad.



Como siempre suele ocurrir, me he encontrado con alguna anécdota curiosa. Tras publicar Cargamento Secreto, su primera novela, con el dinero ganado se compró una máquina de escribir Olivetti Pluma 22 que su hija conserva y sigue funcionando perfectamente. Pese a ser una herramienta fundamental para un escritor, las máquinas de escribir eran entonces casi un objeto de lujo; el precio de la Pluma 22 en la década de 1950 era de alrededor de unas 5.000 pesetas, prácticamente la mitad de un salario mensual medio y aproximadamente lo que pagaba Editorial Valenciana por una novela publicada en sus colecciones. Así pues, fue una buena inversión.

Otra anécdota que me ha contado su hija es que, siendo todavía novios, Antonio Ferri sacó del bolsillo un ejemplar de la recién publicada Cargamento Secreto y se lo regaló a su futura esposa con la siguiente dedicatoria:


“ A Enriqueta, simpática y silenciosa que tanto sabe de números, de barcos, y de espías, con el afecto y la amistad de R.C. Abril 1952.”


Lo que parece indicar que ella pudo estar al corriente, e incluso ayudarle, durante su redacción. Curiosamente firmó con las iniciales de su seudónimo y no con las de su nombre. Es una lástima que no sepamos la razón por la que lo eligió, ya que éstos solían corresponder a la personalidad del autor. Eso sí, Mar Ferri no duda en calificar a sus padres de románticos, hasta el punto de que llegaron a comprar una finca en la falda del Montgó, en Jávea, entre el cabo de San Antonio y el de La Nao, a más de 100 kilómetros de Valencia por las que entonces eran unas malas carreteras, donde los fines de semana atendían a la huerta y a la granja que habían montado en ella.



Su carrera literaria en el ámbito de los bolsilibros fue corta, ya que como he comentado su catálogo se reduce a sólo cinco volúmenes. Dos de ellos, La amenaza de Andrómeda y El silencio de Helión, fueron su única contribución a la ciencia ficción, ya que ambos componen un único relato que por razones de espacio fue dividido en dos entregas, publicadas en 1958 con los números 116 y 117 de la colección Luchadores del Espacio. Dos de las tres novelas restantes lo fueron en otras tantas colecciones de la editorial Valenciana, algo lógico teniendo en cuenta que residía en esta ciudad: Cargamento secreto con el número 4 de la colección Comandos y ¡Tritium! con el número 49 de la colección Florida, ambas en 1952. También en 1952 publicó su única colaboración fuera de Valenciana: Infierno en Filipinas, número 113 de la colección Servicio Secreto de la editorial Bruguera.

Y eso es todo, por lo que resulta evidente que Ferri no fue un escritor profesional de bolsilibros, sino uno de tantos que probaron suerte en contadas ocasiones obteniendo un interesante sobresueldo -el pago por una novela publicada venía a equivaler a la mitad de un salario mensual medio- pero sin dedicarse de manera plena, o principal, al trabajo de escritor; lo cual es de lamentar, puesto que oficio no le faltaba ni imaginación tampoco. Su hija me ha comentado que fue un hombre apasionado tanto cuando leía como cuando escribía, aunque al contar con un trabajo propio y estable es probable que esto limitara su producción literaria. En cualquier caso, también según su hija, no tuvo tiempo de escribir más novelas porque la gran novela era su propia vida.

No obstante, son varios los detalles, reseñables dentro de su corta carrera literaria. Para empezar, resulta llamativo que escribiera, o al menos publicara, tres novelas en un único año -1952- y posteriormente guardara silencio durante seis más hasta publicar su aventura espacial, tras lo cual no volvió a escribir nada más pese a que en 1958 contaba tan sólo con 36 años. Y también es curioso que en 1952 intercalara su novela de Bruguera entre las dos de Valenciana sin ningún problema y sin verse obligado a cambiar de seudónimo, tal como solía ser habitual en estos casos no por voluntad de los autores sino de las editoriales, a las que no les importaba que éstos colaboraran con la competencia siempre que no lo hicieran bajo el mismo seudónimo. Cabe suponer que, dado lo breve de su producción, la editorial Bruguera hiciera la vista gorda a diferencia de con otros autores más conocidos por los lectores, como fue el caso de Pascual Enguídanos al que le hicieron firmar un contrato de exclusividad con el de George H. White.



En cuanto a los argumentos de las tres novelas ajenas a Luchadores del Espacio, se puede decir que están a caballo entre el género bélico y el policíaco con independencia de la especialización de sus respectivas colecciones. Comandos era bélica yServicio Secreto, como su nombre indica, policíaca, mientras Florida venía a ser un cajón de sastre que incluía novelas del oeste, policíacas y de aventuras. Sin embargo, resulta curioso que Infierno en Filipinas, la novela de Servicio Secreto, sea básicamente una novela bélica con elementos de espionaje, mientras con Cargamento secreto ocurre justo lo contrario ya que es una novela de intriga y espionaje ambientada en la II Guerra Mundial.

Más llamativo es el caso de ¡Tritium!, que comienza describiendo el lanzamiento de un cohete experimental en los albores de la astronáutica, justo la época en la que fue escrita. Aunque en un principio pensé que pudiera tratarse de una novela huérfana, como denomino a las novelas de ciencia ficción publicadas en colecciones ajenas al género, pronto descubrí que no era tal, sino una novela -una vez más- de espionaje o, más bien, policíaca en la que los elementos tecnológicos o futuristas eran muy secundarios. De hecho, el lanzamiento citado no pasa de ser un breve preámbulo, desarrollándose la trama en torno al robo de una importante cantidad de tritio, un isótopo radiactivo del hidrógeno indispensable según el autor para el programa nuclear norteamericano, un tema recurrente en sus distintas variantes durante los años de la Guerra Fría.



Como se ve a Antonio Ferri se le quedaban estrechos los límites de los diferentes géneros, lo que no impedía que sus novelas contaran con unos argumentos bien trabajados y una escritura cuidada, resultando amenas de leer. Esto demuestra su condición de escritor meticuloso, razón por la que es de lamentar que concluyera tan pronto su carrera literaria. Pero como esta sección está dedicada a la ciencia ficción, vamos a detenernos con más detalle en su epopeya espacial dividida, como ya he explicado, en las novelas La amenaza de Andrómeda -nada tiene que ver, salvo la coincidencia en el título, con la novela homónima de Michael Crichton, publicada once años después- y El silencio de Helión, ambas ilustradas con una magníficas portadas de José Luis Macías.

La historia, ambientada en un futuro remoto -concretamente el año 9721-, relata la gran amenaza que se cierne sobre la Tierra: Durante los últimos milenios la galaxia de Andrómeda se ha ido acercando cada vez más al brazo de la Vía Láctea que alberga al Sistema Solar, y los científicos predicen que cuando esta distancia alcance un valor crítico las fuerzas gravitatorias y magnéticas combinadas de las dos galaxias provocarán tales trastornos en las órbitas planetarias que la vida humana se extinguirá por completo.

Con la amenaza de esta fatídica espada de Damocles pendiente sobre la humanidad, los gobernantes del Sistema Solar han reunido a un grupo de científicos con objeto de estudiar la manera de evitarlo trasladándolos a Helión, un planetoide artificial en palabras del autor -una estación espacial de gran tamaño según la terminología actual- capaz de cambiar de órbita y fuertemente armado, ya que se piensa que los habitantes de Andrómeda, también amenazados por el mismo peligro, intentarán interferir en los planes de los terrestres, dado que según los científicos la salvación de una de las dos humanidades acarreará indefectiblemente la destrucción de la otra.

Se desata entonces una dramática carrera contrarreloj para poner a punto el artefacto capaz de evitar la catástrofe adelantándose a sus antagonistas: El Gran Interruptor, que situado a mitad de camino entre ambas galaxias invertirá el campo magnético del brazo espiral de Andrómeda que amenaza a la Tierra, con lo cual éste se alejará de ella en lugar de seguirse acercando. La trama adquiere a partir de este momento el cariz aventurero característico de nuestro autor, relatando encuentros con los hombres de Andrómeda, la ejecución satisfactoria del plan con la consiguiente salvación del Sistema Solar a cambio del sacrificio de las vidas de los andromedanos, y la vuelta de los protagonistas a Helión para encontrarse con que éste ha sido invadido por sus enemigos que, huyendo de la destrucción de sus planetas, han buscado refugio en el Sistema Solar.

Apresados por los andromedanos, conseguirán escapar huyendo a Saturno, único planeta en manos de los restos supervivientes de la otrora poderosa armada terrestre, los cuales se han hecho fuertes allí tras haber sido ésta derrotada y expulsada de los demás planetas, todos los cuales incluyendo a la Tierra han caído en manos de los invasores. Pese a que las fuerzas terrestres se encuentran al borde del abismo frente a un enemigo aplastantemente superior, gracias a la genialidad del protagonista consiguen dar un vuelco a la contienda infligiendo una derrota total a los andromedanos, que se ven obligados a capitular.

El final, además de la inevitable boda, huye del maniqueísmo habitual en la literatura popular, optando por una solución humanitaria dado que los vencidos, lejos de ser considerados como enemigos -al fin y al cabo tan sólo buscaban su propia supervivencia-, son aceptados como uno más en el seno de los pueblos del Sistema Solar.

La aventura de Andrómeda o de Helión, como se prefiera, debe mucho al pulp norteamericano tal como ocurría con buena parte de la ciencia ficción española de su época, todavía ajena a los nuevos vientos que corrían entonces por Norteamérica, los cuales no comenzarían a llegar -y a influir en los escritores españoles- hasta la década de 1960. Comparte pues con éste su típica ingenuidad que, pese a haber quedado anticuada, forma parte indisoluble de su atractivo avivando aún hoy, al leerla libre de prejuicios, los rescoldos del sentido de la maravilla que me inspiró al hacerlo por primera vez cuando tenía alrededor de doce años.

Por supuesto, y como cabía esperar, no cabe buscar en ella una rigurosidad científica, empezando por la imposibilidad física de que las dos galaxias pudieran recorrer los 2,5 millones de años luz que las separan en apenas 7.800 años, para lo cual hubiera sido necesario que se aproximaran a una velocidad 320 veces superior a la de la luz... algo que no tiene mayor relevancia, ya que éste y otros errores científicos -los andromedanos, pese a ser físicamente humanos, habitan en mundos carentes de atmósfera, muriendo aplastados al entrar en contacto con la terrestre- no minan en absoluto el interés de esta aventura que cuenta con un argumento original, literariamente bien urdido y transmisor de un mensaje humanista que se superpone a las inevitables escabechinas alienígenas frecuentes en la ciencia ficción popular.




Antonio Ferri y su hija Mar en una fotografía de principios de la década de 1960


En definitiva, se trata de una obra muy digna fruto de una mano literariamente madura pese a contar con tan escasos precedentes, por lo que es una verdadera lástima que Antonio Ferri, o Robin Carol, no continuara escribiendo novelas de ciencia ficción que a buen seguro hubieran sido también de interés, máxime cuando según una vez más su hija, a quien deseo agradecer su amabilidad y su inestimable ayuda para redactar este artículo, de entre todas sus obras sentía predilección por ésta, por lo cual cabe especular con la posibilidad de que, de haber seguido escribiendo, se hubiera decantado por abordar de nuevo el género de ciencia ficción.


Publicado el 14-3-2021