Galaxy Quest, una divertida parodia





Según el Diccionario de la RAE, la definición de parodia es “imitación burlesca”, habitualmente de algo que ha alcanzado una -merecida o no- fama notable. Aunque perteneciente al género satírico, la parodia se diferencia de la mera sátira en que existe un original “serio”, de fácil identificación, al cual toma como diana.

La parodia, obviamente, es tan antigua casi como la literatura, y ya se podrían considerar como tales, en cierto modo, algunas de las obras de Plauto, por poner tan sólo un ejemplo.

Parodia fue también, inicialmente, el Quijote, en este caso de los libros de caballerías; que luego trascendiera de su modesto origen para convertirse en la obra cumbre de la literatura universal es otra historia, y desde luego resultaría interesante saber no ya si Cervantes era consciente, sino si tan siquiera le pasaba por la imaginación, que esto pudiera suceder. Y parodia descarada, concretamente de la ópera Aida, fue la divertida zarzuela -u opereta- La corte de Faraón, con música de Vicente Lleó.

Por supuesto el cine no ha sido en absoluto ajeno a este filón, siendo innumerables las parodias con las que nos podemos encontrar en el séptimo arte... muchas de ellas ciertamente olvidables cuando no decididamente infumables, lo que no ha impedido que podamos gozar de algunas parodias magistrales tales como El gran dictador de Charles Chaplin (1940), El jovencito Frankenstein de Mel Brooks (1974) o La vida de Brian, de Monty Pyton (1979, sin olvidarnos claro está del tono paródico de muchas de las películas de los hermanos Marx, alguna tan evidente como Una noche en Casablanca (1946). O, ya dentro del cine de animación, de la serie de Shrek (2001, 2004 y 2007) poniendo en solfa a la práctica totalidad de los cuentos infantiles. Y su hermana menor, la televisión, también nos ha regalado joyas como Superagente 86, también de Mel Brooks, o las frecuentes parodias de la ya de por sí corrosiva serie Los Simpson.

En el cine de ciencia ficción nos encontramos también con las inevitables parodias, algunas tan peculiares como Flesh Gordon, de Michael Benveniste y Howard Ziehm (1974), una delirante parodia erótica -flesh, en inglés, significa “carne” en el sentido bíblico de la palabra- de Flash Gordon, o la descacharrante El Vengador Tóxico, de Lloyd Kaufman y Michael Herz (1984), un típico subproducto de la compañía Troma, especializada en películas de serie Z, en la que se nos presenta al superhéroe más cutre y casposo de toda la historia del cine.

Ya más en serio, dentro de lo que cabe, Mel Brooks echó también su cuarto a espadas con la fallida La loca historia de las galaxias (Spaceballs, 1987), de la cual huelga decir cual era el título de la película imitada. Pero sin duda la parodia más genial dentro del género ha sido la corrosiva e hilarante Mars Attacks! de Tim Burton (1996), aunque conviene no olvidar tampoco a Hombres de negro, de Barry Sonnenfeld (1997, 2002 y 2012) e incluso a la trilogía de Regreso al futuro, de Robert Zemeckis (1985, 1989 y 1990).

Dentro de este marco conocía desde hacía tiempo la existencia de una parodia de Star Trek titulada Galaxy Quest (Dean Parisot, 1999), algo así como Búsqueda galáctica, aunque el absurdo título con el que se estrenó en España fue Héroes fuera de órbita. La película debió de pasar sin pena ni gloria por los cines de nuestro país y tampoco debió de ser emitida -o al menos yo no me enteré- por televisión, mientras que tampoco pude encontrarla más tarde en vídeo o DVD pese a mi interés por ella.

En resumen, y pese a los trece años transcurridos desde su estreno, hasta hace muy poco me había sido imposible verla hasta que, finalmente, pude conseguir una copia suya. Y no me defraudó en absoluto, dado que cumplió con creces todo lo que yo le exijo a una parodia.

Como es sabido, su argumento arranca con los protagonistas de una antigua serie de culto -Galaxy Quest, transparente trasunto de Star Trek- que, dieciocho años después de su cancelación, arrastran su decadencia y sus hipotecas acudiendo disfrazados a las convenciones organizadas por los questies -pido disculpas por el palabro- en un patético intento por poder llegar a fin de mes. Son unos perdedores, y lo saben, pero...

De repente, y mezclados con los frikis disfrazados de extraterrestres, aparecen unos extraños personajes que se presentan como termianos, al tiempo que les piden su ayuda para resolver el grave problema que les afecta. Como es natural, y todavía más dado que el horno no estaba para bollos, en un principio les toman por chiflados y no les hacen el más mínimo caso, pero... resulta que son extraterrestres de verdad.

A partir de aquí el argumento no puede ser más delirante. Al igual que ocurre en numerosas películas de serie B, estos alienígenas habían captado las emisiones de radio y televisión de la Tierra, entre ellas las correspondientes a la serie Galaxy Quest... las cuales habían tomado por ciertas, dado que la mentalidad termiana desconoce no sólo la mentira, sino también el concepto mismo de ficción. Convencidos de que en la Tierra existía realmente una poderosa nave -el Prospector- tripulada por unos indómitos héroes acostumbrados a desfacer entuertos por todos los rincones de la galaxia, ni cortos ni perezosos se embarcaron en la tarea de construir una réplica de verdad del Prospector, perfectamente operativa y equipada con toda la parafernalia bélica que aparecía en los episodios de la serie. Y, puesto que no les era posible replicar a su tripulación, habían optado por reclutar a los actores que la encarnaron en su día.

Éstos, aunque atraídos primero por la novedad y el exotismo de la aventura, pronto alcanzan a ser conscientes del berenjenal en el que se han metido: los termianos recaban su ayuda para combatir al malvado Sarris, un feo crustáceo en la mejor tradición BEM que pretende hacerse con el enigmático Omega 13, presuntamente un arma final citada en el inconcluso episodio final de la serie, amenazando a los pacíficos termianos con exterminarlos sin contemplaciones si no acceden a sus requerimientos.

Puesto que, como cabe suponer, la ficticia tripulación del Prospector no tiene ni pajolera idea de qué puede ser el dichoso Omega 13 ni, por supuesto, de tripular la nave y combatir con ella, pronto se ven en un verdadero brete ante la mirada angustiada de los indefensos termianos, con los que ahora comparten su incierto futuro.

A partir de ese momento, y obligados a tirar para adelante como sea, los terrestres se dedican a remedar sus antiguos papeles lo mejor que pueden, teniendo la suerte del novato frente a un Sarris al que desconciertan por completo con sus caóticas decisiones. Tras conseguir escapar de su acoso y verse obligados a aterrizar en un planeta alienígena para hacerse con una esfera de berilio -el equivalente al dilitio de Star Trek, utilizado como combustible-, se encuentran con que el Prospector ha sido abordado por Sarris, el cual les hace prisioneros y, ante la imposibilidad de arrancarles el secreto del Omega 13 -difícil podérselo decir, puesto que no tienen ni la más remota idea de qué pueda ser-, se marcha despechado tras haber activado -¡cómo no!- el sistema de autodestrucción de la nave.

Desesperados, los protagonistas optan por ponerse en contacto por radio con un questie que, tras consultar los minuciosos planos del Prospector que circulan entre ellos, les da las instrucciones necesarias para desactivar la autodestrucción, lo cual logran, por supuesto, en el último segundo. El capitán aprovecha entonces para preguntarle qué demonios es el dichoso Omega 13, a lo cual éste le responde que no hay unanimidad entre los fans, ya que unos opinan que se trata de una bomba capaz de destruir el universo, mientras otros piensan que en realidad es un mecanismo capaz de hacer retroceder trece segundos en el tiempo.

Asumido ya a su pesar el papel de salvadores del universo, y bastante cabreados además por la jugarreta de su enemigo, los protagonistas se deciden a perseguirlo, trabando combate con él y destruyendo la nave de Sarris gracias a las poderosas armas con las que va equipado el Prospector. Sin embargo éste logra escapar de la muerte teleportándose al Prospector, donde comienza a matar a los miembros de la tripulación. El capitán, desesperado, activa el Omega 13 como último recurso, descubriendo que tenían razón quienes lo consideraban un artilugio para retroceder al pasado. Son tan sólo trece segundos, pero resultan suficientes para abatir al cruel cangrejo.

Zanjado el peligro los terrestres se despiden de los entusiasmados termianos, a los cuales dejan a cargo del Prospector mientras ellos retornan a la Tierra en la cubierta de mando, una especie de nave auxiliar de pequeño tamaño. Dada su poca pericia la estrellan durante el aterrizaje justo contra el edificio en el que se está celebrando la convención de Galaxy Quest, lo que les permite hacer una entrada triunfal -aunque accidentada- ante sus fans, que creen que todo ha sido un montaje espectacular de los organizadores... incluida una postrer aparición de Sarris, que es abatido por el capitán ante el delirio de sus admiradores.

La película termina con el anuncio de una nueva temporada de Galaxy Quest, rescatada por los productores dieciocho años después de su cancelación, con el mismo elenco original -aunque algo más talluditos- incluyendo a Guy, uno de los protagonistas de la aventura y antiguo figurante en la serie original, que ahora ve logrado su anhelo de tener un personaje fijo en vez de acabar muerto antes del final del capítulo, y a Laliari, una termiana que se ha enamorado de uno de los terrestres y que también pasa a formar parte del reparto.

A diferencia de muchas parodias Galaxy Quest no es un vulgar subproducto de serie B o peor, ni tampoco recurre al humor vulgar, cuando no grueso, tan habitual en este subgénero. Firmado por David Howard y Robert Gordon su guión, ingenioso y cuidado, es en realidad un homenaje no sólo a Star Trek, sino en general a las diferentes series de ciencia ficción que alegraron la infancia de muchos aficionados, yo entre ellos. La película juega además con la complicidad de los espectadores al introducir continuos guiños que sólo los iniciados serán capaces de captar, alcanzando su apoteosis en la imagen que da de los frikis, riéndose con ellos, que no de ellos, de toda la parafernalia que éstos suelen  montar en sus convenciones.

El reparto de actores también está cuidado, correspondiendo los principales papeles a actores conocidos como Tim Allen, que encarna al cínico comandante; Sigourney Weaver, a la protagonista florero, o Alan Rickman al Doctor Lazarus, un humanoide trasunto del Señor Spok y en la vida real -la de la película, se entiende- un actor shakespeariano frustrado y amargado, a la vez que harto de su para él ridículo papel.

Según la página en inglés de la Wikipedia, mucho más completa que la española, la película recaudó más de noventa millones y medio de dólares, el doble de su coste, y cosechó un notable éxito entre los aficionados, incluidos los exigentes trekkies. Ha contado con una novelización escrita por Terry Bisson y con una secuela en cómic, y fue galardonada en 1999, en la categoría de mejor actor para Tim Allen, en los Premios Saturno de cine de ciencia ficción; en 2000 con el premio Hugo a la mejor presentación dramática, y en 2001 con el Nebula al mejor guión.

Y si pueden, véanla; pasarán un rato divertido.


Publicado el 9-12-2012 en el Sitio de Ciencia Ficción