Van Helsing, o el refrito hecho arte





Hace unos días Telemadrid, esa cadena pública que es de todos pero de unos bastante más que de los otros, emitió en exclusivo estreno televisivo, por supuesto poniéndola por las nubes como si fuera la octava maravilla del séptimo arte, la película Van Helsing, rodada en 2004 y dirigida y producida (a la limón con Bob Ducsay) por Stephen Sommers, autor también del (es un decir) guión del invento, el cual cuenta en su filmografía con obras maestras tales como La momia y El retorno de la momia.

Con tales mimbres, poco era lo que se podía esperar a priori de este descarado intento de revitalizar el añejo género de terror, pero pese a todo decidí grabarla (mi método particular para filtrar los anuncios) mitad por satisfacer mi curiosidad, mitad por tener la conciencia tranquila a la hora de criticarla con pleno conocimiento de causa.

Y no me defraudó en absoluto. Por el contrario, rebasó con creces todas mis expectativas, ya que no podía imaginar siquiera que pudiera llegar a ser tan mala. O mejor dicho, tan deleznable, que hasta a lo malo se le puede encontrar algún mérito y ésta, por el contrario, no tiene ninguno.

Para empezar, nos encontramos con que el ¿guión? de la cosa no es sino un refrito sin pies ni cabeza de los tres principales clásicos del género, entrando en danza todos ellos juntos y bastante revueltos el conde Drácula con su cohorte de novias y demás parentela, el monstruo de Frankenstein (eso sí, el pobre sin novia que echarse al coleto) y el hombre lobo, con la intervención estelar de un Míster Hyde clavadito, clavadito, al que aparecía en La liga de los hombres extraordinarios, anterior en un año a la susodicha... es una lástima que Sommers se cortara y no incluyera también al resto del elenco, es decir, la momia, los zombies, el hombre invisible, el fantasma de la ópera, Jack el Destripador, la Bestia (sin la Bella), Quasimodo, Freddy Krueger o, ya puestos, el Sacamantecas, Chiquito de la Calzada (en su avatar de Brácula) o el monstruo de Sanchezstein, porque entonces la cosa habría resultado mucho más divertida.

En realidad este director y ¿guionista? por no ser no ha sido ni tan siquiera original, puesto que en fecha tan temprana como los años treinta las añejas películas de la Universal (curiosamente la misma productora) ya comenzaron a retorcer los estereotipos literarios en los que presuntamente se basaban, buscándole novias a Drácula o esposa a Frankenstein, que ya por entonces tuvo sus primeros escarceos con el hombre lobo e incluso con los mismísimos Abbott y Costello (¡!), práctica que se acentuaría todavía más en las heterodoxas versiones de la Hammer, las casposas del español Paul Naschy, las descacharrantes películas de serie Z que tenían como protagonistas al italiano Maciste o al mexicano Santo, ambos especializados en inflar a mamporros a monstruitos varios, o incluso en alguna que otra kaiju eiga donde el monstruo de Frankenstein, eso sí, convenientemente agrandado para dar la talla, tenía sus más y sus menos con tan peculiar fauna japonesa.

Sin embargo todas estas películas, pese a su cutrez o, precisamente, a causa de ella, acababan resultando simpáticas e incluso entrañables, amén de que en su descarnada modestia no pretendían engañar a nadie al carecer de otras aspiraciones que no fueran las de rellenar sesiones dobles en anónimos cines de barrio o en proletarias terrazas veraniegas.

Lo malo, es cuando pretenden enchufarnos más de lo mismo, si no todavía peor, envuelto en celofán (con lacito incluido) y con ínfulas de presunta superproducción de Hollywood, vendiéndonos humo como si fuera algo de “qualité”. O pretendiendo tomarnos por tontos, dicho en román paladino. Y lo siento, pero por ahí sí que no paso por mucha parafernalia de efectos especiales con la que nos intenten camuflar algo que no es sino una pura y dura tomadura de pelo.

Además por no ser no si ni tan siquiera original no ya con la temática, sino ni tan siquiera con el enfoque, a diferencia de un notable imitador como Spielberg que, pese a limitarse a saquear el cine clásico, sabe no obstante darle su nada desdeñable toque personal. Ya he comentado que la película es un refrito de tópicos del cine de terror mezclados sin orden ni concierto, pero lo que no había dicho todavía es que, por si fuera poco, a poco que se preste atención en el potaje se descubren también elementos “prestados” procedentes de títulos tan dispares como Hulk (el transformismo del hombre lobo, con calzones desgarrados incluidos), Indiana Jones (las andanzas del protagonista por media Europa), James Bond (la chatarrería de la que se sirve éste para aniquilar a todo bicho viviente -o muriente- que se atraviesa en su camino), El Señor de los Anillos (las góticas profundidades del castillo de Drácula y los ridículos servidores de éste, a mitad de camino entre los orcos y los ewoks, Tarzán (los paseos en liana), Conan (algunas peleas y la escena final de la pira), Sleepy Hollow (la persecución del coche de caballos) y, si me apuran, de Los Diez Mandamientos o de Un día en la ópera, que ya no me extrañaría nada.

Eso sin contar, claro está, con la puñetera estética Matrix (copiada a su vez de las películas de artes marciales chinas) que tanto furor causa ahora, el fallido ambiente cyberpunk o la inevitable parafernalia pirotécnica llevada a extremos que rozan lo sublime, como cuando el coche de caballos cae por un precipicio (y mira que es profundo a juzgar por lo que tarda en llegar abajo, el Gran Cañón del Colorado a su lado no pasa de ser un barranquito) y se estrella en mitad de una hermosa explosión que no se sabe muy bien de donde sale, puesto que yo sepa los caballos no consumen gasolina, ni tan siquiera sin plomo. De acuerdo, las películas de aventuras clásicas, empezando por las de Douglas Fairbanks o las de Errol Flynn, y ya ha llovido desde entonces, también se tomaban sus libertades y nadie se escandalizaba por ello, pero más que libertades deberíamos hablar en esta ocasión de libertinajes, que todo tiene un límite por más tragaderas que le queramos echar.

Huelga decir que el ¿guión? es tan demencial que no hay literalmente por donde cogerlo, empezando por convertir al maduro y recatado profesor Abraham Van Helsing, habitual de las películas de vampiros, en una especie de puzzle (y no exagero) de Indiana Jones, Spiderman (por los brincos), Neo, el inspector Clouseau y el Clint Eastwood de las películas de Sergio Leone, el cual no sabe quitar de en medio a un monstruito de medio pelo sin armar la de Dios es Cristo y sin destrozar una catedral gótica. El argumento incluye, eso sí, una misteriosa sociedad secreta eclesiástica (y ecuménica, todo sea en aras de la corrección política) que no deja de tener cierto tufillo a El código da Vinci, novela publicada (¿casualidad?) en 2003. Pese a todo la cosa hubiera podido acabar siendo graciosa, pero para eso habría hecho falta un guionista/director con algo más de escrúpulos y algo menos de cara dura.

En cuanto a los actores... el pobre Hugh Jackman hace lo que puede (¿quién le engañaría?), Richard Roxburgh (a) Drácula parece un macarra al que le ha tocado el gordo de la lotería, Kate Beckinsale (la princesa Anna) está tan metida con calzador que da grima verla (su lucimiento de palmito es otro tema), David Wenham (Carl), presunto gracioso, da auténtica pena verlo y en cuanto a Shuler Hensley (el monstruo de Frankenstein), por cierto el único que cae simpático, exhibe un look a lo inspector Gadget, con lucecitas intermitentes incluidas, que no deja de ser divertido. ¡Ah, se me olvidaba! También están las tres vampiresas (lo siento, vampira no viene en el diccionario), entre ellas la española Elena Anaya (a) Aleera, que además de regalarnos con sus indiscutibles encantos naturales... nos regalan con sus indiscutibles encantos naturales.

En resumen: Una auténtica tomadura de pelo pensada, como por desgracia es habitual en las producciones hollywoodienses de estos tiempos, para consumo masivo de preadolescentes norteamericanos presumiblemente descerebrados, y a los demás que nos den morcillas. En realidad se trata -sospecho- de un producto perfectamente diseñado y planificado, y lo triste es que la fórmula, desde un punto de vista económico, parece ser que funciona... así pues, si no quieres caldo, toma tres tazas. Conste que en principio no tengo nada en contra de ningún tipo de cine específicamente dirigido a un grupo de espectadores concreto, por muy en mis antípodas que pueda estar; simplemente, me limito a no verlo. Lo que me fastidia, y mucho, es que los productores de estas películas ignoren descaradamente algo llamado cine para adultos (aunque sea de ciencia ficción, terror o aventuras), y todavía más que intenten darnos gato por liebre enchufando para el gran público algo que en realidad es pura y llanamente una película tan ñoña y tan infantil como las de Parchís, los cuales por cierto no engañaban a nadie.

Menos mal que no fui al cine a verla...


Publicado el 26-4-2007 en el Sitio de Ciencia Ficción