La embajada





Para empezar, he de hacer una aclaración previa: Me suele gustar bastante lo que escriben estos dos gamberros, y digo lo de gamberros con todo el cariño del mundo porque me encantan la socarronería y el sentido del humor de esta pareja, algo por desgracia poco habitual en la ciencia ficción hispana. Pero, claro está, teniendo en cuenta que soy un fanático de autores tales como Fredric Brown o Robert Sheckley, no creo que esto os sorprenda demasiado.

Y además es que son buenos los tíos... Sus relatos, inscritos total y absolutamente en la space ópera, son entretenidos y, salvo algún altibajo, suelen tener bastante calidad. Claro está que no es ningún secreto, ya que ellos mismos lo pregonan, que intentan seguir la senda de autores tales como Pascual Enguídanos, Ángel Torres Quesada o Carlos Saiz Cidoncha... Y a fe mía que no desmerecen en absoluto.

Pero vayamos al grano, digo a La Embajada. El relato es típico de estos autores, con unos personajes bastante logrados: El protagonista-pringado que nos recuerda remotamente (o no tan remotamente) a los de las novelas picarescas y, por encima de todo, al alucinante ordenador... Dicho sea de paso, los ordenadores paridos por el tándem Gallego-Sánchez son de lo más divertido de toda la ciencia ficción que he leído en mi vida, por supuesto Asimov y Clarke incluidos.

Luego está el ambiente de la narración, con el protagonista intentando hacer putaditas a los todopoderosos imperiales pero que finalmente se ve desbordado por los acontecimientos y, al modo de un héroe griego, es arrastrado hacia un conflicto de inimaginables consecuencias que tiene como resultado la derrota total de su enemigo tras una encarnizada batalla descrita excelentemente... Para descubrir finalmente que ha sido objeto de una burda manipulación por parte de sus superiores, los cuales no obstante no habían llegado a soñar que las cosas pudieran llegar tan lejos... En su propio beneficio.

En resumen, y aparte de recomendaros encarecidamente la lectura de la novela, os diré que me divertí mucho leyéndola, cosa que por desgracia no suele ocurrir muy a menudo. Y como no quiero que esto parezca (principalmente porque no lo es) un descarado pelotilleo a los autores, voy a reseñar a continuación los puntos flojos que encontré en ella.

Para empezar, no es creíble que una potencia imperialista y expansionista admita el establecimiento de una embajada de la potencia rival no en su capital, sino en una colonia remota. Esto no ha ocurrido nunca en la historia real; Bélgica no tenía representaciones diplomáticas extranjeras en el Congo, Gran Bretaña no las tenía en la India, Francia no las tenía en Argelia... Y por supuesto, ningún país consiente que otro introduzca en su embajada soldados y material de guerra suficientes como para crearles problemas. Por último, tampoco resulta demasiado verosímil que el ordenador corporativo (es decir, el de los buenos) se chulee tranquilamente de los ordenadores imperiales, a los cuales lee todos sus archivos sin que éstos (ni nadie) se entere.

Claro está que estas pequeñas incoherencias no deslucen el valor de la novela, principalmente porque pueden ser consideradas como concesiones a la narración que, por otro lado, suelen abundar en obras de ciencia ficción (literatura o cine) infinitamente más famosas, cuando no decididamente consagradas. Porque La Embajada, por encima de todo, es buena.


Publicado el 10-8-2000 en el Sitio de Ciencia Ficción