Hal Clement, científico y escritor





Quiso la casualidad que en el plazo de unos pocos meses, entre agosto y octubre de 2010, cayeran en mis manos tres de las cinco novelas de Hal Clement que, según la completa base de datos de La Tercera Fundación, están disponibles en español, la mayoría de ellas escritas a lo largo de la década de los cincuenta. Se trata de Cerca del punto crítico, Ciclo de fuego y Estrella brillante, todas publicadas en la colección de la editorial EDAF a finales de los años setenta. Tendrían que pasar seis años más, hasta septiembre de 2016, para que pudiera conseguir Misión de gravedad (colección Nova), considerada por todos como su obra maestra. La novela restante, Persecución cósmica (Needle), apareció publicada en 1957 en la colección argentina Fantaciencia y hoy es inencontrable, al menos en su edición en papel.

Hasta entonces este autor había sido para mí prácticamente un desconocido, ya que solamente había leído de él apenas tres relatos dispersos por varias antologías y revistas. En realidad no se puede decir que fuera un escritor demasiado prolífico, ya que su producción literaria no pasa de unas doce o trece novelas a las que se suman un buen puñado de relatos y novelas cortas, pero en cualquier caso nos encontramos con la evidencia de que la mayor parte de su obra permanece inédita en español. Incluso la propia Misión de gravedad, publicada en inglés en 1954, tardaría nada menos que 39 años, que se dice pronto, en ser traducida a nuestro idioma... pero ya se sabe como suelen funcionar los editores españoles.

Estas cuatro novelas de Hal Clement, aun siendo bastante similares entre sí, me impactaron vivamente... y además me gustaron, razón por la que decidí indagar sobre él y sobre su obra, encontrándome con que se trataba de un científico -diplomado en astronomía por Harvard y doctorado en química por el Simmons College- metido a escritor al estilo de Asimov o Clarke, aunque a diferencia de éstos no parece ser que la ciencia ficción fuera su actividad principal, sino la de profesor de química en la localidad de Milton, Massachusetts.

Harry Clement Stubbs, éste era su nombre real, nació el 30 de mayo de 1922 en Somerville, Massachusetts, y falleció el 29 de octubre de 2003 en Milton, en este mismo estado norteamericano. En los años cuarenta del pasado siglo entró en la órbita de John W. Campbell y la revista Astounding, publicando su primer relato, titulado Proof, en 1942. Como es bien sabido Campbell quería librar a la ciencia ficción de los tópicos tradicionales de su primera época, aportándole una verosimilitud científica de la que había carecido hasta entonces. Y Clement, como Asimov y otros compañeros suyos, estaba perfectamente capacitado para ello dada su sólida formación académica, lo que le valió en 1998 el reconocimiento como Gran Maestro, el más prestigiosa galardón que puede recibir un autor de ciencia ficción -se supone que angloparlante- y que, a diferencia de los Premios Hugo o Nebula, no se otorga a una obra concreta sino a la labor de toda una carrera literaria.

Según algunas fuentes bibliográficas Hal Clement pertenecería por pleno derecho a la para mí mal denominada ciencia ficción dura, es decir, aquella en la que la ciencia tiene un protagonismo indiscutible. Sin embargo habría que matizar bastante esta afirmación, ya que dentro del cajón de sastre de esta terminología podemos encontrarnos obras tan dispares como las de Asimov y Clarke por un lado, y las de Ivan Efremov o Gregory Bendford por otro, todas ellas respetuosas con la ciencia pero muy diferentes entre sí, ya que mientras que en las primeras la ciencia es simplemente el telón de fondo sobre el cual se desarrollan unos argumentos en los que prima la aventura, para las segundas la ciencia es la protagonista absoluta ante la cual todo lo demás, incluso la propia narración, queda subordinado.

Dicho con otras palabras, es la diferencia que existe entre unas obras literarias que tienen en cuenta los conocimientos científicos, pero sin someterse a su tiranía, y algo que se parece bastante a unos seudotratados científicos apenas disimulados y por lo general bastante plúmbeos, muy al estilo del famoso instruir deleitando de las novelas de Julio Verne... sólo que a mí estas últimas me suelen instruir poco y deleitar todavía menos ya que, salvo excepciones, me resultan francamente aburridas incluyendo, claro está, a las tediosas parrafadas paracientíficas del célebre escritor francés, algunas tan insufribles como las interminables disquisiciones ictiológicas de Veinte mil leguas de viaje submarino, capaces de acabar con la paciencia del lector más sufrido.

Por si fuera poco los escritores hard de verdad -aunque en vez del término inglés hard, duro en español, encuentro más apropiado, visto lo dicho, el de heavy, pesado- suelen establecer como límite infranqueable los conocimientos y las hipótesis científicas vigentes en el momento de escribir sus relatos, lo que les hace correr el riesgo de quedar tarde o temprano obsoletos -algo común a toda la ciencia ficción, pero mucho más acusado aquí- al tiempo que les limita extraordinariamente a la hora de dejar volar su lastrada imaginación.

Porque en definitiva, no es lo mismo descartar todo aquello que ya está comprobado que no es posible -por ejemplo el Marte habitado de las envejecidas novelas de Burroughs-, dejando vía libre a todo aquello que pudiera interferir con lo que todavía no ha pasado del plano de la hipótesis -verbigracia la navegación interestelar-, que someterse a los tajantes dictados de la Mecánica Cuántica o la Teoría de la Relatividad, las mejores especulaciones científicas de que disponemos por el momento pero en modo alguno unas verdades absolutas. Y teniendo en cuenta que a finales del siglo XIX, tan sólo unos pocos años antes de que los hermanos Wright desarrollaran su revolucionario invento, llegó a demostrarse matemáticamente que los aviones no podían volar, los escritores de ciencia ficción, incluso los más rigurosos, harían bien en procurar no someterse más de lo necesario a estos dogales argumentales, so pena de que en poco tiempo sus obras queden convertidas en algo tan añejo como el steampunk, aunque sin que mediara la menor voluntad de hacerlo así.

Pero dejémonos de digresiones y volvamos a nuestro escritor, Hal Clement. ¿En cuál de los dos grupos anteriormente definidos debería clasificarse? Pues en realidad en ninguno de ellos, dado que reúne características propias de uno y de otro. Al igual que en los escritores heavy -permítaseme la licencia- las novelas de Clement están repletas de ciencia, en especial física y química, pero a diferencia de éstos sus obras resultan bastante entretenidas, que no es poco decir.

Y no es que la ciencia ficción de Clement sea aventurera, la verdad es que no lo es en absoluto, incluso comparándola con escritores en principio afines a él como los varias veces citados Asimov y Clarke; en realidad sus argumentos son sencillos, aunque a la vez enormemente sólidos, y suelen referirse a unos protagonistas situados frente a una situación límite en unas condiciones ambientales totalmente adversas, la cual lograrán salvar gracias fundamentalmente a sus conocimientos científicos. Me estoy refiriendo, claro está, a las cuatro novelas que conozco, dos de las cuales -Misión de gravedad y Estrella brillante- pertenecen a un mismo universo, la saga del planeta Mesklin, mientras Cerca del punto crítico y Ciclo de fuego recrean otros escenarios con planetas provistos asimismo de unas condiciones ambientales extremas y radicalmente diferentes de las terrestres. En lo que respecta a Persecución cósmica, su primera novela publicada en forma de serial en 1949, según la reseña de La Tercera Fundación, única referencia de que dispongo, ésta cuenta con un argumento más convencional, pero lo único que puedo hacer sobre ella es especular.

Dicho así podría parecer que me estoy contradiciendo en mi afirmación de que Hal Clement resulta a la vez hard y entretenido; pero no es así, pese a que el ritmo narrativo de sus novelas suele ser pausado, con descripciones minuciosas del problema causante de la situación y alusiones no menos minuciosas a las circunstancias en las que éste se desarrolla. He de reconocer que mi formación científica me ayuda a identificarme con unas temáticas que me resultan conocidas, pese a que en ocasiones haya tenido que desempolvar añejos conocimientos de mi época de estudiante... pero sinceramente no creo -aunque esto tendría que decirlo mejor alguien que no fuera de ciencias como yo- que el desconocimiento del comportamiento de ciertos compuestos químicos como el agua, el amoníaco o el ácido sulfúrico en condiciones extremas de presión y temperatura, pongo por caso, haya de suponer un lastre para la lectura. Esto se debe, por supuesto, a la habilidad del narrador, a diferencia de otros que pretenden enchufarnos un compendio resumido de relatividad o mecánica cuántica; y de verdad se agradece.

Por encima de todo, para mí el principal mérito de Hal Clement es que es capaz de recrear escenarios insólitos en el ámbito de la ciencia ficción, tales como planetas con gravedades brutales, atmósferas literalmente aplastantes o sometidos a ciclos de temperatura aparentemente incompatibles con la vida -con nuestra vida- haciendo que éstos parezcan perfectamente verosímiles, al tiempo que nos presenta unas razas extraterrestres capaces de vivir sin mayores problemas en unos ambientes completamente mortales para la especie humana. Teniendo en cuenta que por lo general la literatura de ciencia ficción suele pecar de un excesivo, cuando no abusivo antropomofismo, nos encontramos frente a una visión del universo sumamente original y asimismo mucho más profunda de lo habitual, a la par que sólidamente explicada.

Como cualquier aficionado sabe, la mayoría de los universos imaginados por los escritores de ciencia ficción están repletos de planetas similares a la Tierra, donde habitan bien humanos, bien otras especies extraterrestres más o menos diferentes de la nuestra, pero siempre dotadas de un metabolismo similar... lo cual, además de poco verosímil, acaba resultando un tanto aburrido, por más que nos pinten a los alienígenas con aspectos más o menos extraños. En realidad se trata del mismo vicio en el que incurrieron los precursores del género, que a su vez lo copiaron de los escritores de novelas de aventuras de finales del siglo XIX o principios del XX, sólo que trasladando Barsoom, o Mongo, más allá de los límites del Sistema Solar, un error del que no se salva ni el mismísimo Asimov. Incluso el propio Jack Vance, capaz de recrear las más originales sociedades extraterrestres, incurre siempre, o casi siempre, en el citado antropomorfismo, ambientando sus novelas en planetas que parecen ser calcos de la Tierra.

Sin embargo, los recientes descubrimientos astronómicos relativos a los sistemas planetarios extrasolares no parecen ir por ahí, sino más bien por el camino que marca Hal Clement, con exoplanetas muy diferentes no ya a la Tierra, sino a cualquier otro astro del Sistema Solar, incluyendo a los gigantes gaseosos; unos planetas de condiciones ambientales -gravedad, presión, temperatura- completamente diferentes a las que estamos acostumbrados y en los cuales sería posible la vida, de existir, bajo unos parámetros completamente diferentes a los nuestros. Porque ya sería casualidad no ya que nos encontráramos con una raza gemela a la nuestra allende los años luz, algo por completo disparatado, sino con unos seres, humanoides o no, con un metabolismo basado en el carbono, respiradores de oxígeno, el ADN como vehículo de transmisión genética y unas condiciones de vida similares a las nuestras... demasiada casualidad, insisto, en el seno de un universo que está demostrando ser mucho más multiforme de lo que sospechábamos. Y es que, como afirmaba Arthur C. Clarke, en un universo de cientos de miles de millones de soles casi toda posibilidad puede resultar cierta.

La única pega que les encuentro a estas novelas, puesto a hacer de abogado del diablo, es que unos seres tan diferentes a nosotros como son, por ejemplo, los mesklinitas, pese a su exótica fisiología -son una especie de orugas que respiran hidrógeno y viven en un mundo en el que el metano es líquido y el amoníaco sólido, a lo que se suman una gravedad y una presión atmosférica brutales- en poco se diferencian a la hora de la verdad de nosotros, con unos comportamientos sociales y una psicología tan humanos que ciertamente acaban resultando poco creíbles. Y es una lástima, ya que si Hal Clement hubiera trabajado más la sociología y la psicología de sus criaturas al estilo de las sociedades extraterrestres -y humanas- de Jack Vance el resultado podría haber sido espectacular.

En cualquier caso, les invito a leer las novelas de Hal Clement, ya que verdaderamente merecen la pena... siempre y cuando consigan encontrarlas por las librerías de viejo ya que, pese a ser auténticos clásicos, ningún editor español se ha molestado no ya en editar sus obras inéditas, sino ni tan siquiera en reeditar las pocas que en su día fueron publicadas en nuestro idioma... lo cual no es ninguna novedad, dicho sea de paso. Pero de ello ya hablaremos en otra ocasión.


Publicado el 8-1-2011 en el Sitio de Ciencia Ficción
Actualizado el 3-10-2016