El mundo del río, o la ocasión perdida





En 1984 cayó en mis manos La otra oportunidad, una de las primeras ediciones en español de la novela de Philip José FarmerA vuestros cuerpos dispersos, primera entrega de su exitosa serie de El mundo el río. Había sido publicada en 1975 por la editorial argentina Intersea Saic en su colección Azimut, cuatro años después de que lo fuera en inglés y dos más tarde de que Nueva Dimensión le dedicara su número 50, aunque habría que esperar hasta 1982 para que la editorial Ultramar la volviera a publicar en su afamada -y popular- colección Ciencia Ficción, junto con la totalidad de la serie.

Aunque yo la leí una década más tarde, no sería hasta entonces, entre 1982 y 1984, cuando los lectores españoles pudimos disfrutar por vez primera de la serie completa, ya que si bien la segunda entrega, El fabuloso barco fluvial, apareció en 1975 tanto en Azimut como en el número 62 de Nueva Dimensión, no ocurrió lo mismo con las tres restantes, que permanecieron inéditas en español hasta la citada edición de Ultramar. Eso sí, no toda la culpa del retraso fue de nuestras editoriales, ya que las fechas de publicación en inglés de las tres últimas entregas -El fabuloso barco fluvial es también de 1971- fueron 1977 para El oscuro designio, 1980 para El laberinto mágico y 1983 para Dioses del mundo del río, lo que quiere decir que Ultramar inició su edición incluso antes de que la pentalogía estuviera terminada.

Lo que sí había publicado Nueva Dimensión en 1977, concretamente en su número 88, fue el relato corto El mundo del río, también repescado por Ultramar en una antología de relatos de Farmer a la que tituló equívocamente El mundo del río y otras historias, pese a que sólo este relato de unas 30 páginas está relacionado con la serie.

En cualquier caso, cuando cayó en mis manos A vuestros cuerpos dispersos ya tenía a mi disposición la serie completa y además fresca, por lo que su consecución era entonces sencilla sin necesidad de tener que andar rebuscando años después por las librerías de viejo. Además tuve la suerte, algo que no siempre ocurría, de empezar por el principio. Pero no nos anticipemos. Puedo asegurar que A vuestros cuerpos dispersos fue una de las escasas novelas de ciencia ficción que me han impactado profundamente al leerlas. Y no exagero, ya que su argumento no podía ser más original: la totalidad de las personas que habían vivido en la Tierra en cualquier momento de la historia resucitan simultáneamente, desnudas como nacieron y privadas de hasta el más insignificante objeto, en un extraño mundo en el que un larguísimo río serpentea por toda su superficie constituyendo la única vía de comunicación, ya que sus interminables meandros están aislados por montañas infranqueables. Para complicar todavía más las cosas los resurrectos que despiertan en cada lugar aparecen mezclados tanto geográfica como cronológicamente, lo que añade un plus de misterio al trepidante inicio de la narración.

Por ser sobradamente conocida, y por no extenderme más de lo necesario, voy a resumir al máximo la novela. Pronto se hace evidente que esta resurrección masiva nada tiene que ver con la propugnada durante milenios por las diferentes religiones, sino que se trata de la iniciativa de unos ignotos seres dotados de una tecnología inimaginable incluso para los protagonistas más modernos, aunque ninguno de los resucitados tiene la menor idea de cuales puedan ser sus motivos para haberles concedido esta segunda y a todas luces inesperada segunda oportunidad.

Aunque son muchos los que aceptan su nueva vida sin plantearse demasiadas preguntas, ya que las necesidades básicas están cubiertas por la tecnología alienígena, no todos piensan así. Y el protagonista principal, el explorador y aventurero inglés Richard Burton (1821-1890), es uno de ellos. Empeñado en descubrir el misterio que encierran el mundo del río y los enigmáticos seres que lo gobiernan, vuelca todas sus energías y todo su tiempo -los resucitados no enferman ni envejecen, y cuando son víctimas de un accidente mortal resucitan de nuevo en algún otro lugar del río- en buscar su refugio, que sospecha está ubicado en las fuentes del río que manan en el inaccesible polo norte del planeta. Y así terminaba la novela, dejándome la misma sensación que a un niño al que le han quitado de la boca un caramelo de su sabor favorito.

Así pues, en cuanto pude eché el guante a El fabuloso barco fluvial. Y puesto que la única versión de que dispongo, la de Nueva Dimensión , no la compré hasta 1990, deduzco que me lo prestaría algún amigo, puesto que por entonces mi economía era cualquier cosa menos boyante. En cualquier caso lo leí... y acabé bastante mosqueado, ya que en vez de la continuación de las aventuras de Richard Burton en busca del refugio de los enigmáticos constructores del mundo del río, que era lo que yo esperaba, me encontré con más de lo mismo, una nueva aventura paralela pero independiente de la anterior, esta vez protagonizada por el mismísimo Mark Twain.

Y me cabreé bastante, porque lo interpreté como un deseo de Farmer de alargar artificialmente la historia con objeto de hacer caja al tiempo que nos seguía manteniendo en ascuas. He de reconocer que entonces tenía bastante menos paciencia que ahora, aunque todavía me sigue fastidiando la desagradable costumbre de muchos autores -ni siquiera Asimov y Clarke se libraron de ella- de estirar sus novelas hasta mucho más allá de lo tolerable convirtiéndolas en interminables series cuyas sucesivas entregas suelen ser cada vez más flojas, práctica por cierto también habitual en el cine. De hecho, series que empecé a leer con entusiasmo comoFundación -en sus últimas entregas-, Rama, 2001, Pórtico, Ender o Dune se me acabaron atragantando y algunas, incluso, las dejé interrumpidas sin la menor intención de terminarlas.

Por si fuera poco un amigo, probablemente el mismo que me prestó el libro, me advirtió que en las entregas siguientes Farmer seguía mareando la perdiz, por lo que me desentendí por completo de ellas.

Hubieron de pasar más de treinta y cinco años, que no son pocos, hasta que por un cúmulo de casualidades releí las dos primeras novelas -las únicas que tenía- y el cuento, y pese a que la impresión que me dieron fue similar a la de entonces, decidí darles una segunda oportunidad -nunca mejor dicho- a las tres restantes, que compré en internet en la edición de Ultramar; muy baratas por cierto, lo que quizá pueda considerarse como indicio de la aceptación actual de la serie, de la que existen ediciones más recientes. Y las leí hasta el final para poder opinar con conocimiento de causa.

Entramos ahora en el análisis, la crítica o como prefieran llamarlo. Mi amigo tenía razón: Farmer estiró la historia hasta lo indecible desaprovechando el diamante en bruto que tenía entre manos para meter paja, el truco habitual de muchos escritores norteamericanos para añadir páginas y más páginas. Yo tengo la firme sospecha de que en muchas ocasiones esto se debía a que recurrían a negros a los que encargaban el relleno, más que con carne con grasa, del esqueleto de la novela, porque si no es así no se entiende que este relleno no sólo sea innecesario sino también completamente intrascendente. En el caso de Farmer tengo mis dudas ya que, aunque es un autor interesante, durante la mayor parte de su carrera literaria, aunque conocido y muchas veces controvertido a causa de la pacatería de la sociedad americana de su época, distó mucho de pertenecer al olimpo de los escritores consagrados y durante mucho tiempo las pasó canutas económicamente. Además, salvo las dos primeras novelas, publicadas en inglés el mismo año, los intervalos de aparición de las siguientes fueron suficientemente largos para que tuviera tiempo de sobra para escribirlas él solo.

Para el caso es lo mismo, puesto que es mucho lo que les sobra y mucho lo que les falta si tomamos como referencia A vuestros cuerpos dispersos y la línea argumental principal una vez limpia de polvo y paja. Sobran historias redundantes tanto con diferentes protagonistas como con los mismos -las batallitas de Mark Twain acaban siendo cargantes-, así como las prolijas biografías pre-mortem tanto de los personajes reales como Richard Burton, Mark Twain, Juan sin Tierra, Alice Liddell -sí, la del País de las Maravillas-, Jack London o Cyrano de Bergerac como de los inventados.

Puedo entender que Farmer, teniendo en sus manos tan poderosa herramienta, renunciara a ir derecho al grano para profundizar en la historia, pero no que se pasara siete pueblos. El oscuro designio e incluso El laberinto mágico cuentan con largos episodios que me resultaron soporíferos cuando no insoportables, como ocurre con la hipertrofiada batalla naval entre Mark Twain y Juan sin Tierra, o simplemente prescindibles.

Y lo peor de todo es que pese a su afirmación -concederemos a su sinceridad el beneficio de la duda- de que en un principio pretendía escribir una trilogía pero se vio obligado a dividir la tercera novela en dos volúmenes por razones de espacio, al terminar la cuarta seguía sin haber resuelto el desenlace lógico de la historia, la llegada de los protagonistas a la Torre Polar donde residían los Éticos -nombre que da a los constructores del mundo del río- y la consiguiente explicación de lo que al menos a mí me mantenía en ascuas, su motivación y el destino final de los resucitados.

Así pues, tras el empacho de los dos libros anteriores empecé a leer Dioses del mundo del río con la esperanza de que la trama quedara resuelta. Y sí, quedar queda pero muy a la americana, algo que me fastidia extraordinariamente: divagando todavía más para acabar zanjando todo de forma precipitada en los últimos capítulos. Cierto es que la historia tiene un final, pero cierto es también que resulta forzado, cogido por los pelos y decepcionante por su flojedad.

Otro factor negativo es el desperdicio de protagonistas, no sólo porque teniendo a su disposición la totalidad de los personajes históricos tan sólo recurre a unos pocos y no precisamente de los que podrían haber dado más juego, sino porque incluso se desprende de muchos de ellos de mala manera -en especial de Mark Twain y de Cyrano de Bergerac- cuando los protagonistas supervivientes, una vez que se han apoderado de la Torre Polar, olvidan resucitarlos tal como hacen con multitud de personajillos que poco o nada aportan a la trama.

No puedo evitar quejarme del ombliguismo anglosajón de Farmer -algo habitual en estos escritores- a la hora de elegir la nacionalidad de los protagonistas. Como cabía esperar la mayoría de ellos son norteamericanos o británicos, algunos tan poco conocidos fuera de esta cultura -y quizá incluso en ella- como Tom Mix, un actor de cine mudo especializado en películas del oeste famoso antes de caer en el olvido; Tom Turpin, un compositor y pianista de ragtime; el dirigente séneca -una tribu iroquesa- Ely Parker o la escritora inglesa del siglo XVII Aphra Behn.

A ellos se suman algunos franceses -Cyrano de Bergerac y el barón de Marbot-, alemanes -Hermann Göring y Lothar von Richtofen-, el poeta chino medieval Li Po, el vikingo Erik Hacha Sangrienta... y poco más, ya que otros como Mozart o Gilgamesh tienen cameos tan forzados como efímeros.

¿Y españoles? No, no se molesten en buscar ningún personaje histórico nacido o naturalizado en nuestro país, porque no lo van a encontrar. Y mira que podrían haber dado juego el Cid, Colón, Hernán Cortés, Pizarro, Cervantes -no sólo por su vertiente literaria- u otros muchos se supone que conocidos hasta en Peoria, Illinois, patria chica de Farmer. Pero ya se sabe que para el norteamericano medio -y para el no tan medio- la cultura hispánica -que no hispana-, y mira que la tienen cerca, prácticamente no existe.

Sí nos encontramos con un personaje fruto de la imaginación del autor, aunque no español en un sentido estricto sino hispanomusulmán: Nur ed-Din, nacido en Córdoba en 1164. Por cierto, los datos presuntamente históricos que da Farmer sobre la Córdoba del siglo XII adolecen de graves errores difícilmente disculpables cuando sólo tenía que haberse molestado en consultar una enciclopedia, incluyendo la falsa afirmación de que la ciudad fue tomada por los cristianos, en una fecha que tampoco coincide con la real, “tras una salvaje guerra”, cuando en realidad bastó con un puñado de soldados para ocupar los arrabales de la ciudad y unos meses de sitio de la medina y el alcázar para que Fernando III lograra la pacífica rendición de sus defensores que, aunque fueron obligados a abandonarla, pudieron hacerlo con todos sus enseres y sin que nadie los molestara ni les atacara. ¿Casualidad, buenrrollismo con las minorías presuntamente discriminadas o Leyenda Negra avant la lettre? Eso sí Nur es un personaje simpático y además sufí, aunque al final Farmer se lo quitará de en medio de cualquier manera.

Se mire como se mire, Dioses del mundo del río es una novela fallida. Su trama se desarrolla en la Torre Polar, el refugio de los Éticos, todos los cuales han muerto a manos de un desertor -que es el que ha ayudado a los protagonistas a llegar hasta allí- disconforme con los planes que éstos tenían para los resucitados, los cuales veremos más adelante. Puesto que el renegado también muere -o al menos eso creen ellos- se encuentran a sus anchas disfrutando de una tecnología que roza lo mágico y frente a la cual se comportan como unos torpes aprendices de brujos empeñados en estropear todo, tal como hiciera el protagonista de la película Fantasía. Batallitas hay muchas, algunas tan surrealistas como el ataque, digno de una película gore, de unos androides homicidas metamorfoseados en los personajes de Alicia en el País de las Maravillas... pero avances en la trama pocos salvo, como he comentado, en los precipitados capítulos finales. Y la conclusión, asimismo, está tan cogida por los pelos que al menos a mí me resultó decepcionante.

La serie cuenta, no obstante, con acertados hallazgos que complementan a la idea original y que, de haber sido mejor desarrollados, hubieran redundado en una mejora notable de la misma. Para empezar, y dado su planteamiento, Farmer nos conduce directamente a una serie de interesante reflexiones religiosas. Aunque su enfoque es agnóstico y pronto deja claro que nada de divino hay en las resurrecciones, sino tan sólo los frutos de una tecnología muy superior a la humana, acaba creando nuevas religiones que, fallidas por razones obvias las tradicionales, intentan explicar la nueva realidad en la que se ven involucrados los resucitados. Ergo, la religión es algo tan consustancial a todas las culturas humanas que resulta imposible erradicarla incluso cuando es patente que no se corresponde con la realidad.

Asimismo plantea un curioso experimento social: mezclar de una manera homogénea a los alrededor de 40.000 millones de personas que según él han habitado en la Tierra desde los primeros hombres prehistóricos hasta un presunto y no aclarado fin del mundo ocurrido en las primeras décadas del siglo XXI, por lo que en cualquier lugar de los 16 millones de kilómetros de recorrido del río convive gente de procedencias muy dispares, tanto geográficas como cronológicas.

Dado que todos ellos empiezan de cero, ya que los recursos naturales del planeta son deliberadamente muy limitados, y tienen garantizadas sus necesidades básicas gracias a unos recipientes que les proporcionan de forma periódica alimentos, vestidos y todo aquello que necesitan para sobrevivir sin el menor esfuerzo, parten de una situación en la que no hay ni ricos ni pobres ni tampoco existen unas sociedades previas que puedan condicionarles la vida, puesto que cada cual es libre de marcharse a otro lugar si aquél donde renació no le satisface. Se trata, en definitiva, del más puro comunismo teórico implantado en el País de Jauja, unas condiciones en principio ideales para que la humanidad pueda evolucionar social y éticamente hacia un estadio superior. Pero, nos hace reflexionar Farmer, ¿logrará hacerlo, o volverá a reproducir sus antiguos vicios pese a que no existe la menor necesidad para ello? La respuesta que da el autor no puede ser más escéptica llegando a la conclusión de que la cabra siempre tirará al monte.

En su momento sabrá el lector que existen unas civilizaciones galácticas dedicadas, desde mucho antes de la aparición de la humanidad, a rescatar a aquellas especies en las que prende la llama de la inteligencia, dotando a cada miembro de ellas de unas almas artificiales -Farmer insiste mucho en este detalle- que registran todos sus acontecimientos vitales. Una vez fallecidos, en la Tierra los Éticos las almacenan en el mundo del río, convenientemente terraformado, donde utilizándolas como matrices han resucitado a todos ellos con objeto de darles una nueva oportunidad de evolucionar éticamente hasta que las almas que lo consigan se acaben fundiendo en una entidad superior -¿un Superdios?- mientras las que no lo logren simplemente serán destruidas una vez pasado el límite temporal impuesto.

Como era de temer semejante seudoteología, un refrito de elementos tomados del cristianismo, el budismo y otros ismos incluyendo también el materialismo, acaba chirriando por todos los lados sin que la solución aplicada por Farmer resulte no ya satisfactoria, sino tan siquiera coherente. Pero es lo que hay. En consecuencia, malogra una línea argumental que podría haber dado mucho más juego de haberla sabido llevar con mayor habilidad en lugar de perderse en divagaciones sin sentido que servían tan sólo para rellenar páginas.

Y esto es todo lo que ha dado de sí la lectura de las cinco novelas y el cuento; hay algunas narraciones más, tanto de Farmer como de otros escritores, pero que yo sepa no han sido traducidas al español. Ciertamente si renunciamos a los análisis lógicos y pasamos por alto tanto las partes farragosas como las de relleno, que de ambas hay en abundancia, la serie es entretenida y cuenta con episodios realmente brillantes y bien llevados, a lo que hay que sumar el acierto de su originalísimo planteamiento. Por esta razón nunca recomendaría que no se leyera, aunque advirtiendo eso sí de la posibilidad de que pudiera no acabar satisfaciendo todas las expectativas esperadas.

Pero me deja mal sabor de boca pensar que Farmer podría haber llegado mucho más alto.


Publicado el 12-4-2021