La amenaza múrida




Esta novela, número 322 de la colección La Conquista del Espacio, es la segunda de la trilogía de Ángel Torres Quesada que podríamos denominar Ciclo múrido, por ser protagonistas del mismo los attolitas, la raza de ratas inteligentes -o múridos, según la terminología científica utilizada por el autor- uno de cuyos miembros, el científico loco Traoll traerá en jaque a los humanos en varias ocasiones, bien de forma directa, bien a través de sus fanáticos discípulos. Aunque en realidad se trata de un ciclo independiente, Ángel Torres incluyó la primera de estas tres novelas, titulada Invasor del Más allá (La conquista del Espacio, nº 143), en el universo del Orden Estelar, aunque curiosamente no hizo lo mismo ni con La amenaza múrida ni con la tercera de ellas, Surgieron de las profundidades (La Conquista del Espacio, nº 357). Esto se debe a que, en las dos últimas, Ángel Torres recurrió a su habitual tópico de trasladar la narración al pasado mediante el pertinente viaje por el tiempo, razón por la cual la lucha entre humanos y múridos se desarrolla en ambos casos en un momento histórico -nuestro presente- en el que el Orden Estelar no existía aún.

Sin embargo, esta estructura narrativa se rompió en la reedición de Robel, debido a que Ángel Torres optó por modificar el argumento de la posterior Surgieron de las profundidades, para incluirla en el ciclo del Orden Estelar, mientras que no hizo lo propio con La amenaza múrida que, de esta manera, quedó descolgada de sus compañeras. Según me ha explicado él mismo, todo se debió a un cúmulo de circunstancias adversas y no a su propia voluntad, pero lamentablemente las cosas quedaron así.

La amenaza múrida se inicia aproximadamente un siglo después de que Traoll fuera desterrado de su planeta natal y acabara haciendo de las suyas en Ompya. De hecho, es la continuación inmediata de Invasor del Más Allá, ya que comienza narrando cómo Traoll, tras sobrevivir a la batalla final entre sus derrotadas huestes y sus perseguidores attolitas, auxiliados por sus aliados rills, es hecho prisionero y llevado, entre grandes medidas de seguridad, a una base secreta de sus carceleros.

Éstos se muestran dubitativos sobre la forma de actuar para impedir que el tenaz rebelde vuelva a ponerles en dificultades de nuevo. Evidentemente, lo más efectivo sería ejecutarlo, pero esto es algo que choca no sólo con sus leyes, sino también con su acendrado sentido de la ética. Otra opción posible es la de mantenerlo, tal como se encuentra ahora, en un estado de suspensión animada, pero esto plantea un importante problema: en tales condiciones, un organismo vivo sería capaz de sobrevivir durante un vasto período de tiempo, nada menos que alrededor de veinte mil años; lo cual convierte a esta alternativa en una auténtica amenaza latente, ya que los gobernantes attolitas no ignoran que todavía existen en su planeta algunos focos de seguidores del rebelde que, pese a sus esfuerzos, no han conseguido erradicar por completo, los cuales podrían descubrir su paradero y reanimarlo, con las perniciosas consecuencias que ello acarrearía.

Finalmente, optan por una alambicada solución que, confían, logrará conjurar el peligro al tiempo que no les fuerza a violar sus leyes: Traoll permanecerá en animación suspendida durante esos doscientos siglos, hasta que la máquina que lo alienta falle y su organismo perezca de forma natural; pero para ponerlo fuera del alcance de sus seguidores, la cripta en la que sea recluido quedará ubicada no sólo en un planeta remoto, sino también veinte mil años en el pasado, con el objeto de que sus mismos carceleros puedan ser testigos de su muerte natural apenas unos meses después -en tiempo real- de iniciada su condena. Y por supuesto, todo este proceso es realizado en el más absoluto de los secretos, para evitar que sus discípulos puedan ser alertados.

Por desgracia, éstos logran conocer en detalle su plan y, huelga decirlo, deciden hacer todo lo posible por rescatar a su maestro. Ellos tampoco se han quedado quietos; notables científicos, al igual que lo fuera el propio Traoll, han desarrollado no sólo un rastreador capaz de localizar la prisión de su líder por remota o escondida que pudiera ésta estar, sino asimismo un mecanismo capaz de viajar por el tiempo similar al utilizado por las autoridades attolitas.

Como cabe suponer, los rebeldes fletan una astronave y, aprovechándose de su avanzados medios tecnológicos, se limitan a seguir sigilosamente a la nave gubernamental que transporta a Traoll, sin que los tripulantes de esta última lleguen a sospechar siquiera su presencia. Una vez localizado el planeta elegido como prisión, aguardan tranquilamente a que los gubernamentales se marchen, tras dejar a buen recaudo a Traoll en su cripta, y desembarcan en el mismo con la intención de liberar a su maestro.

Llegar hasta la cripta no les supone el menor esfuerzo, pero al intentar abrirla tropiezan con un inconveniente al parecer insalvable: como medida de seguridad, los attolitas han dispuesto un mecanismo que impide romper los sellos que la protegen a cualquier múrido, siéndoles posible hacerlo únicamente a los rills, es decir, a los humanos... y, como cabe suponer, ninguno de ellos aceptaría jamás colaborar con los renegados attolitas.

Abatidos al constatar que se encuentran ante un callejón sin salida, los rebeldes logran descubrir al fin un atisbo de esperanza en la audaz propuesta de uno de ellos: puesto que recurrir a un rill en demanda de ayuda es algo que resulta completamente descartable, ¿por qué no intentarlo con uno de los homínidos nativos del planeta en el que se encuentran, los cuales han sido descubiertos en el continente vecino durante una de sus exploraciones? El problema estriba en que esos humanos todavía se encuentran en un estado evolutivo demasiado atrasado -concretamente, en la Edad de Piedra- como para poder negociar con ellos... pero los discípulos de Traoll cuentan como mucho tiempo por delante, nada menos que doscientos siglos, durante los cuales cabe esperar que estos humanos primitivos avancen por las sendas de la civilización.

La espera no es ningún problema para los rebeldes, puesto que gracias a su capacidad de viajar a través de los milenios pueden alcanzar el momento necesario para sus fines sin que para ellos no transcurra demasiado tiempo objetivo; y puesto que los emisarios del gobierno attolita no volverán allí hasta pasados doscientos siglos, cuentan con un margen de maniobras lo suficientemente holgado como para culminar con éxito sus planes.

Terminada esta larga introducción, la narración da ahora un brusco giro trasladándose a la Tierra actual, y más concretamente a Talagua, una imaginaria república centroamericana. Marcos Martín, el protagonista, es un periodista norteamericano, aunque originario de este país, que ha alcanzado cierta fama -la novela está publicada en 1976, en pleno auge del realismo fantástico- gracias a un par de libros en los que abordaba la conocida teoría de los visitantes extraterrestres en la antigüedad. Marcos ha sido llamado a Talagua por el profesor Alexis Mentiof, un afamado arqueólogo especializado en culturas precolombinas que afirma haber realizado un descubrimiento trascendental... aunque sin avanzarle el menor detalle, ya que prefiere que lo vea in situ.

Así pues, Marcos se desplaza a su antigua patria atendiendo a la invitación, para descubrir que en el pequeño país la situación política no puede estar más tensa: el dictador de turno, que lleva décadas gobernando Talagua con mano de hierro, ve tambalearse su autoridad por la acción de las cada vez más audaces guerrillas -eran también los años del sandinismo-, por lo que mantiene a su pueblo sometido a un férreo control militar. Aunque este inconveniente no parece haber afectado, aparentemente, a la misión arqueológica de su anfitrión, Marcos no deja de encontrarse incómodo en su propio país.

La situación se complica de forma inesperada cuando el dictador Ismael Fantos decide retener a los integrantes de la misión arqueológica y al propio Marcos Martín antes incluso de que pueda ser informado del descubrimiento de los primeros, que no es otro que un artilugio metálico, enterrado a cien metros de profundidad, presumiblemente de origen extraterrestre. Aunque los protagonistas todavía no lo saben, al lector le resultará fácil deducir que se trata de la cripta en la que se encuentra encerrado el múrido Traoll.

El motivo de su arresto no es otro que el descubrimiento de un cadáver junto a la puerta de acceso del artilugio, fulminado probablemente al intentar manipularla. Aunque para los arqueólogos el muerto resulta ser un completo desconocido, y ni tan siquiera sospechan como ha podido llegar hasta allí, el amo de Talagua no tiene tan clara su inocencia, puesto que se trata nada menos que de un miembro de la guerrilla que trae en jaque a las fuerzas gubernamentales. Por si fuera poco, los padres de Marcos fueron unos significados opositores al régimen de Fantos, obligados a huir a los Estados Unidos cuando éste era un niño huyendo de la represión del dictador. Así pues, un cúmulo de circunstancias fortuitas han convertido a todos ellos en sospechosos de estar en connivencia con la guerrilla, algo extremadamente grave dadas las circunstancias.

Pese a que el desconfiado Fantos recela de las afirmaciones de inocencia de sus prisioneros, accede a que éstos le muestren el objeto descubierto en el transcurso de sus excavaciones, todavía sellado su enigmático interior. Descienden, pues, hasta las profundidades del yacimiento escoltados por un pelotón de soldados y, sin darle tiempo siquiera al general para asimilar tan sorprendente descubrimiento, descubren perplejos que los soldados que les acompañaban son en realidad miembros de la guerrilla camuflados, capitaneados por su mismísimo líder Cosme Maroto, que en un golpe de audacia ha conseguido capturar a su mortal enemigo... y de paso, a los protagonistas, que intentan convencerlo, como poco antes lo hicieran con el ahora prisionero general, de que no tienen absolutamente nada que ver con éste.

Pero los acontecimientos se precipitan en una dirección inesperada para todos. Los guerrilleros reclaman urgentemente a su jefe en el exterior de la excavación, y cuando éste y sus acompañantes salen precipitadamente a la superficie, se encuentran con una escena digna de la película Encuentros en la tercera fase, con una enorme astronave suspendida sobre sus cabezas y la imposibilidad de escapar a su cerco, puesto que quienes lo intentan perecen desintegrados.

Huelga decir que se trata del vehículo de los attolitas rebeldes que, fallido su primer intento de abrir la cripta de Traoll -el desdichado guerrillero muerto por los sistemas de seguridad de la puerta había sido controlado mentalmente por ellos, de ahí el fracaso-, deciden poner toda la carne en el asador capturando a los humanos que consideran más importantes -Marcos, los arqueólogos, los jefes guerrilleros, el dictador y su ayudante- al tiempo que se desembarazan fríamente del resto. Tras encerrarlos en el interior de su nave, los múridos fingen traer intenciones pacíficas, solicitando la ayuda de uno de ellos para que, voluntariamente, pueda abrirles la anhelada cripta. A cambio, prometen la libertad y diferentes beneficios a todos ellos.

Como cabía esperar, es el felón dictador el primero en aceptar -en la persona de su ayudante, por supuesto- a cambio de que sus anfitriones le desembaracen del indignado guerrillero. Sus captores se muestran conformes, aunque finalmente es el propio Marcos quien consigue ser seleccionado para el intento... evidentemente intentando engañar a las ratas y al propio tirano. No obstante, y de común acuerdo con los guerrilleros, antes de enfrentarse a su azaroso destino consigue desembarazarse de los dos militares, que son neutralizados y puestos a buen recaudo sin que los attolitas, excitados como están por la inminencia del rescate de su venerado maestro, se aperciban de ello.

La cripta ha sido desenterrada e introducida en el interior de la nave, lo que facilita el trabajo a un Marcos que, pese a todo, no las tiene todas consigo. Sometido a una gran tensión, logra no obstante abrir la puerta tras salvar los sofisticados mecanismos de seguridad... siendo apartado por los impacientes múridos, que se precipitan al interior del recinto.

Y sobreviene el desenlace, de una forma inesperada para todos. El mecanismo de seguridad que controlaba el cierre de la cripta era en realidad mucho más sofisticado de lo que los attolitas suponían, y no sólo impedía que fuera abierto por un múrido -o por un humano controlado por éstos-, sino que asimismo ha sido capaz de leer la mente de Marcos durante su breve contacto con éste, lo que ha disparado un segundo y desconocido sistema de seguridad: una vez que todos los discípulos de Traoll se hubieron introducido en la cripta, la puerta se cierra de nuevo dejándolos encerrados en su interior sin la menor posibilidad de escape, convirtiéndose -en el sentido literal de la palabra- en una auténtica ratonera.

El sofisticado sistema también tiene en cuenta a sus involuntarios aliados humanos. Tras hacerse con el control de la desamparada nave, deposita a éstos sanos y salvos en la superficie y se pierde en las profundidades del cosmos con su cargamento de prisioneros, condenados a sufrir la misma suerte que Traoll. Bueno, en realidad se lleva con él al dictador y a su ayudante, no se sabe muy bien si de forma involuntaria -ambos estaban inconscientes tras ser golpeados por Marcos y Maroto- o voluntaria, como forma de librar al pequeño país de su odioso gobierno.

El caso es que Maroto consigue hacerse con el control de Talagua implantando su victoriosa revolución, y los arqueólogos y el propio Marcos retornan a los Estados Unidos sin ninguna prueba que les permita dar a conocer su portentosa aventura. Eso sí, Marcos no se va de vacío gracias a la compañía de Úrsula, la antigua secretaria del profesor Mentiof.



Publicado el 27-11-2006 en el Sitio de Ciencia Ficción