Walkar bajo el terror




Comienza el tomo número 27 de Robel con esta novela, publicada inicialmente con el número 3 de Galaxia 2000, en la que se relatan las peripecias de los protagonistas de Emigración al terror a su llegada al planeta Walkar, el cual, en vez de ser el paraíso que esperaban encontrar, se muestra como un infierno.

Pero no adelantemos todavía los acontecimientos. El carguero que transporta a los colonos rinde al fin viaje en Walkar, y su tripulación pide permiso para aterrizar a las autoridades de la colonia que, para su sorpresa, resultan ser militares, y más concretamente pertenecientes a la dotación de un crucero que permanece varado en el pequeño astropuerto y, al parecer, con importantes averías que están siendo reparadas.

Lo que ocurre, aunque esto no lo descubrirán los recién llegados hasta que sea ya demasiado tarde, es que los militares de la Superioridad se han hecho con el poder en el planeta sojuzgando a los colonos, a los cuales obligan a realizar unos penosos trabajos de excavación en un inmenso pozo que han horadado en la superficie del planeta. Bajo el mando del corrupto general Kurt Onofre y de su segundo, la no menos brutal comandante Aleña Martín, los soldados se comportan más como unos piratas que como unos garantes de la seguridad en una posesión de la Superioridad terrestre, no dudando en torturar, e incluso en matar, a los desdichados que osan desobedecer sus órdenes... entre esas bajas y las producidas por la propia dureza del trabajo al que se ven sometidos los desdichados colonos, la excavación no progresa con el ritmo que ellos desearan, razón por la que los recién llegados les vienen como una bendición del cielo.

Huelga decir que los ocupantes del carguero, tanto los tripulantes como los pasajeros, son inmediatamente tratados como prisioneros y enviados a la excavación, mientras las mujeres se ven sometidas a los ultrajes de los salvajes soldados. En esa situación pronto Jack Ulang -la confusión existente entre las dos identidades del protagonista se decanta definitivamente hacia ésta- y sus compañeros deciden intentar rebelarse contra sus captores; pero ¿cómo?

En realidad están inermes ante las armas y las brutales represalias de sus enemigos, por lo que poco a poco todos ellos van siendo enviados a extraer el pegajoso lodo que cubre el fondo del pozo. Todos excepto Ulang que, haciendo valer su condición de ex soldado, consigue convencer a Onofre para ser aceptado entre los suyos. Se trata de una añagaza para poder disponer de más margen de maniobra, aunque salvo los más íntimos acaban considerándole un traidor, algo que en realidad le interesa para mantener el engaño.

Onofre tiene prisa, mucha prisa, aunque nadie sabe por qué, de la misma manera que nadie entre los cautivos tiene la menor idea de qué piensa encontrar en la excavación. Y también tiene prisa por abandonar el planeta, tanto que desmonta varias piezas del carguero para aprovecharlas en su propio crucero. Asimismo está nervioso por la fuga de Dan Skoffel, el líder de los antiguos colonos, el cual ha huido a los bosques cercanos; aunque estos bosques están preñados de peligros y lo más probable es que haya muerto víctima de las alimañas, no por ello ceja en su empeño enviando constantemente patrullas en su búsqueda, las cuales vuelven al campamento, cuando logran volver, con las manos vacías.

Es en ese entorno en el que se mueve Ulang, el cual se sabe espiado puesto que sus teóricos camaradas siguen desconfiando de él. Tras realizar una serie de discretas indagaciones descubre que uno de los oficiales de la guarnición, el capitán Stewar, ha caído en desgracia ante Onofre, razón por la que quizá pudiera ser un posible aliado. Venciendo sus reticencias iniciales, y ante el convencimiento de que de Onofre no puede esperar nada bueno, Stewar acepta unirse al plan de Ulang y, junto con éste y varios de sus camaradas, consiguen huir del campamento ante las narices mismas de sus enemigos.

Tras cruzar la peligrosa selva los fugitivos logran reunirse con Stewar, descubriendo sorprendidos que éste no está solo, sino que tiene a su cargo una veintena de prófugos, la mayor parte de los cuales habían sido dados por muertos por las tropas del general. En realidad, y aunque la selva es francamente peligrosa, ellos han sabido conjurar los peligros manteniéndose a salvo tanto de las alimañas locales como de sus perseguidores humanos. Son dos las sorpresas que se lleva Ulang: primero, que el doctor Buster, comandante del carguero y buen amigo suyo, dado por desaparecido en el campamento, se encuentra allí sano y salvo gracias a la intervención de Stewar, el cual se reconoce responsable de la callada liberación de muchos prisioneros. Y segundo, que Stewar les desvela el misterio del extraño comportamiento de Onofre y sus secuaces.

Para ello hay que remontarse a una de las muchas guerras coloniales sostenidas por la Superioridad contra los Mundos Enyun. Urgidos por la necesidad, los gobernantes terrestres habían logrado convencer a los habitantes de un mundo llamado Larahi para que les prestaran apoyo bélico. Éstos, descendientes de una antigua raza casi extinguida, poseían una tecnología sin par en la galaxia, y sus astronaves eran mucho más avanzadas que las de cualquier otro mundo.

Tras aportar una ayuda decisiva a sus aliados, los astronautas larahitas habían retornado a su planeta para descubrir que la población civil había sido aniquilada por los traidores terrestres, en un intento vano por apoderarse de sus avanzados conocimientos. Justamente irritados, los larahitas juraron venganza y, tras embarcarse de nuevo, comenzaron a atacar a navíos y guarniciones de la Superioridad. Acosados por un enemigo mucho más poderoso que ellos, finalmente los larahitas se habían visto obligados a retirarse pero, sin tener a donde ir dado que su planeta natal había quedado arrasado, optaron por retirarse perseguidos por los tenaces soldados terrestres, empeñados en capturar sus navíos. Los fugitivos habrían llegado a un planeta deshabitado y, tras destruir u ocultar sus naves, se habrían inmolado en honor a sus muertos siguiendo un rito ancestral entre los de su raza.

Según todos los indicios el planeta donde tuvo lugar el último episodio de este drama es precisamente Walkar, y Onofre habría tenido la suerte de localizar el lugar donde estarían enterradas las ambicionadas naves gracias a un golpe de suerte. Aunque lo más lógico hubiera sido que el general diera aviso de forma inmediata a sus superiores, éste había obrado de un modo muy distinto: caído posiblemente en desgracia ante las autoridades terrestres, el traidor militar pretendía descubrir las naves por sí mismo para volver con ellas en triunfo a la Tierra, lo que le permitiría no sólo rehabilitarse ante los poco escrupulosos gobernantes, sino asimismo enriquecerse con las previsibles recompensas obtenidas como premio. Huelga decir que en este contexto el futuro de los inocentes colonos se presenta sombrío dado que, aunque sus captores les han prometido la libertad una vez hayan partido del planeta, en realidad hay motivos más que suficientes para pensar que les asesinarán a todos para evitar la presencia de testigos molestos.

En cualquier caso, la preocupación de los fugitivos es ahora otra mucho más inmediata, la más que posible batida que Onofre dará por los bosques que les sirven de refugio en busca de los huidos. Aunque hasta ahora estas iniciativas se han venido saldando con sendos fracasos, la magnitud de su humillación puede hacer que cambien las cosas. Así pues, Ulang traza su propio plan para impedir que esto ocurra.

La apuesta es arriesgada, puesto que supone que tanto él como el comandante del carguero, un pacífico médico que ha alcanzado el cargo muy a su pesar tras la muerte del verdadero capitán durante la refriega con los gharjoles, se metan en la boca del lobo. Ulang finge haber sido secuestrado por los fugitivos y llevado a la fuerza a su campamento, de donde habría conseguido huir llevándose como rehén a su compañero. Los militares le reciben con recelo, pero dado que para su plan de vuelo necesitan una información que sólo el cautivo -teóricamente- les puede proporcionar, los admiten a regañadientes aunque, eso sí, el general manifiesta su intención de interrogar al pacífico médico. Mientras tanto, Ulang intentará ganar tiempo para liberar al resto de los prisioneros a la vez que sus compañeros asaltan el recinto aprovechando la oscuridad nocturna. El momento no puede ser más oportuno, ya que sus enemigos han conseguido desenterrar una de las codiciadas naves de Lahari y están ultimando los preparativos para abandonar el planeta.

Pero el plan, ya de por sí débil, fracasa antes de lo esperado debido a que Onofre decide torturar hasta la muerte a su infortunado cautivo, descubriendo así el engaño. Inmediatamente todas las sospechas recaen sobre Ulang en cual, pese a poner en juego toda su inventiva, tan sólo consigue retrasar lo inevitable, teniendo que huir finalmente para evitar correr la misma suerte que su compañero.

A partir de este momento los acontecimientos se desatan. Mientras Ulang logra escabullirse de sus captores, aprovechando la confusión la comandante Martín asesina a sangre fría a su superior, algo que llevaba acariciando desde hacía tiempo con objeto de hacerse con el mando del grupo de renegados.

La llegada de los asaltantes, que logran reunirse con sus compañeros fugitivos, provoca una batalla campal con los soldados saldada con la retirada de estos últimos, cuyos supervivientes consiguen replegarse al interior del crucero. Instantes después, el navío despega aunque, eso sí, sin lograr llevarse la nave laharita.

Aunque en un principio la victoria parece haber sonreído a los colonos, la situación no puede ser más comprometida para ellos: como advierte Ulang, ahora corren más peligro que nunca dado que el crucero podrá aniquilarlos con toda facilidad desde una órbita baja. Por fortuna el anciano doctor Harding, en el que nadie había reparado hasta entonces, da la solución: todavía disponen de la astronave rescatada del pozo, un minúsculo aparato en comparación con el poderoso crucero... pero las armas de los laharitas fueron famosas tiempo atrás por su efectividad y, por otro lado, no les queda otra oportunidad de salvación.

Convertido en improvisado piloto de un artefacto extraño, Ulang asume la difícil responsabilidad de salvar a sus camaradas. No tiene ni idea de cómo se puede enfrentar al poderoso buque de guerra de sus enemigos, pero la pasmosa tecnología laharita viene en su ayuda: su nave puede ser pilotada por control mental, y su maravillosa tecnología le permite destruir el crucero sin más esfuerzos que deseándolo.

Y eso es todo. Con sus enemigos destruidos y el gobierno de la Superioridad ajeno a lo que ha ocurrido en tan remoto planeta, los supervivientes del conflicto, tanto los colonos veteranos como los recién llegados, pueden al fin respirar en paz y consagrar todos sus esfuerzos en la colonización del planeta. Además, añade Harding, cuentan con el preciado tesoro de la tecnología laharita, que quizá en un futuro podrá servirles de mucha ayuda.

Aquí termina la novela original, aunque en la reedición Ángel Torres introduce un pequeño estrambote en el que compara el hallazgo de las naves laharitas con el acontecimiento similar que en un remoto pasado sirviera a un puñado de idealistas para crear el extinto Orden Estelar sobre las cenizas del Imperio Galáctico. Asimismo, aparece también una breve una referencia a Alice Cooper, poniéndose en boca de Harding la leyenda de que no habría muerto, sino que permanecería hibernada en el mítico planeta Khrisdall a la espera de la llegada de tiempos mejores en los que el Orden Estelar pudiera ser restaurado de nuevo.



Publicado el 1-10-2005 en el Sitio de Ciencia Ficción