Por favor, aguarde su turno



Cuando los jerarcas de Morolo decidieron invadir la Tierra estaban completamente convencidos de que la conquista de este planeta se desarrollaría sin la menor dificultad. ¿Cómo no iba a ser así, siendo Morolo una de las principales potencias del sector galáctico mientras la Tierra ostentaba el dudoso honor de ser uno de los astros más atrasados en varios millones de klems a la redonda? ¡Si ni siquiera habían sido capaces de expandirse por su propio sistema planetario!

De hecho, sus estrategas no se habían molestado en movilizar al grueso de su maquinaria militar, calculando que bastaría con una pequeña escuadra para conseguir su objetivo ya que los atrasados terrestres tampoco contaban con flota estelar alguna capaz de hacerles frente. Así pues, partieron rumbo a la Tierra una docena de transportes de tropas escoltados únicamente por un acorazado y varias unidades menores.

El interés de Morolo por la Tierra no se debía ni a su nulo valor intrínseco ni a su situación estratégica, ya que se hallaba arrinconada en un extremo casi despoblado del brazo galáctico. Estas afortunadas -para ella- circunstancias le habían salvado hasta el momento de ser anexionado por cualquiera de las potencias que se disputaban la supremacía del sector, dándose la paradoja de que sus habitantes eran ajenos por completo al tenaz pulso que se libraba a apenas unos cuantos sistemas estelares de distancia.

Así pues, la flota expedicionaria morolense se encaminó hacia la Tierra en el convencimiento de que la invasión sería un mero desfile militar. Y hubiera ocurrido de esta manera de encontrarse frente a ella, como única oposición, a las insignificantes fuerzas armadas del planeta; pero...

El primer indicio de que el plan no se desarrollaba tal como había sido previsto surgió cuando las naves exploradoras que constituían la avanzadilla del grueso de la flota detectaron, ya en las proximidades del anillo exterior del sistema, la presencia de navíos de guerra de procedencia desconocida. Por fortuna el aviso les dio tiempo para prevenirse, de modo que cuando ambas escuadras se pusieron en contacto se pudo evitar que les pillaran por sorpresa.

La flota desconocida resultó proceder de Catulia, uno de los rivales tradicionales de Morolo, y según les comunicó el almirante que la comandaba ellos habían llegado allí con idéntico propósito de invadir la desprevenida Tierra, con la diferencia -recalcó- de que lo habían hecho antes que los morolenses.

Aunque las relaciones entre las principales potencias galácticas distaban mucho de ser cordiales, todas ellas eran lo suficientemente civilizadas para evitar un conflicto armado, y ya hacía más de ochocientos trecks habían suscrito un tratado que permitía resolver pacíficamente sus potenciales disputas. De este modo, en caso de que dos o más estados pugnaran por un mismo planeta -siempre, claro está, que éste no perteneciera a la Organización Galáctica, como era el caso de la Tierra-, estaba establecido que tendría prioridad aquél cuyas fuerzas armadas hubieran llegado con anterioridad.

Profundamente despechado, pero respetuoso con los acuerdos intergalácticos, el almirante supremo morolense se resignó a dejar campo libre a su colega catuliano, y así se lo hizo saber por los conductos habituales. Éste acusó recibo con la proverbial caballerosidad de su raza, pero para sorpresa del morolense le comunicó que ellos tampoco habían llegado los primeros y que, por consiguiente, también les correspondía esperar.

En realidad, pudo saber finalmente el de Morolo, la escuadra bajo su mando hacía el número diecisiete de todas las que habían llegado al sistema planetario terráqueo con análogas pretensiones, y por lo tanto debería aguardar hasta que le llegara su correspondiente turno. La razón de tamaña inflación de invasores se debía al hecho de que la Tierra era el único planeta de todo el sector galáctico que cumplía los requisitos necesarios para ser invadido, por lo que a pesar de su nulo valor estratégico y económico todos los gobiernos importantes de la región habían planeado hacerlo para no ser menos que los demás... y casualmente todos al mismo tiempo.

Han pasado ya varios ergs desde entonces y la flota morolense, al igual que quince de las dieciséis flotas rivales -la Tierra anda todavía por su primera invasión-, aguarda pacientemente a que le llegue el turno sin moverse un solo prutt de allí, en previsión de que todavía pudiera llegar alguna flota más y se les colara aprovechando su ausencia. Mientras tanto, y para que las tropas a su mando no estén ociosas, los dieciséis almirantes han acordado un completo calendario de actividades que incluye desde maniobras conjuntas hasta competiciones deportivas intergalácticas.

Todo sea por mantener la concordia.


Publicado el 18-10-2018