La verdadera historia de Blancanieves y los siete enanitos



Nota del editor:

Éste es el verdadero final, inédito hasta ahora, del cuento de Blancanieves y los siete enanitos, el cual tenemos la satisfacción de dar a conocer por vez primera sin censura de ningún tipo. Puesto que el resto del cuento no presenta variaciones significativas con respecto a las versiones conocidas, hemos considerado que no era necesario repetirlo aquí.




Cuando Blancanieves mordió la manzana envenenada que le había dado su malvada madrastra, cayó como muerta sin que sus desesperados compañeros, los siete enanitos, consiguieran hacerla despertar de su profundo letargo.

Desolados, éstos construyeron una urna de cristal en la que depositaron el cuerpo de la desdichada joven, al cual prestaron todo tipo de cuidados.

Pasó mucho tiempo hasta que un día acertó a pasar por allí un joven y apuesto príncipe al que le habían llegado noticias acerca de la bella yacente. Tras pedir permiso a sus celosos custodios, el príncipe veló el cuerpo incorrupto durante toda una noche antes de comunicar a los enanitos su deseo de compartir su vida con la inerte muchacha.

Éstos, tras muchas dudas y deliberaciones, acabarían aceptando su petición. Así pues, el Enanito Sabio procedió a preparar una poción en todo similar a la que utilizara la pérfida bruja para emponzoñar la manzana, la cual bebió sin vacilaciones el príncipe.

Hoy, muchos años después de ocurridos estos hechos, la tumba de los dos amantes se ha convertido en un lugar de peregrinación famoso en todo el reino, e incluso en los estados vecinos, protegida por un magnífico mausoleo mandado erigir por el padre del príncipe en el solar sobre el que antaño se alzara la modesta vivienda de Blancanieves. Ambos yacen, el uno junto al otro, en una artística doble urna de cristal que permite apreciar sus rasgos, algo apergaminados ya pero todavía perfectamente reconocibles.

A sus pies se alzan siete pequeños túmulos en los que reposan los cadáveres de los siete enanitos originales, reemplazados a su muerte por otros tantos de talla similar siempre en número de siete, los cuales son sustituidos a su vez por nuevos enanitos conforme van falleciendo, aunque estos últimos ya no son enterrados en el interior del mausoleo, sino en un cementerio anejo.

Pero esto no importa a los miles de peregrinos que abarrotan el monumento y constituyen, dicho sea de paso, una pingüe fuente de ingresos para sus administradores. Así pues, no es de extrañar que exista una larga lista de espera para ingresar en la comunidad -se ha llegado a dar incluso algún intento de asesinato para originar una vacante-, y eso a pesar de que en todo el reino no se encuentran ya demasiados enanitos.


Publicado el 9-4-2012