Blancanieves y los cuatro enanitos



Como todas las mañanas, Blancanieves fichó a la entrada del cuento y entró en él para abordar su tarea cotidiana. Porque, en contra de lo que creen muchos, los protagonistas de los cuentos también tienen su jornada laboral de cuarenta horas semanales como cualquier otro trabajador.

Entró en sala común que daba acceso a los dos vestuarios, el masculino y el femenino, encontrándose allí con el Enanito Gruñón, todavía vestido de calle y con un ademán de cabreo todavía mayor que el suyo habitual.

-¿Qué te pasa, Gruñón, te veo disgustado... -le saludó con afabilidad; pese a su apariencia, era una buena persona.

-¿Qué me va a pasar? -gruñó éste haciendo honor a su nombre-. ¿Acaso tú...? -se interrumpió al observar su expresión de ignorancia-. ¿Es que no te has enterado?

-¿De qué? -preguntó inocentemente la muchacha.

-¿No has leído el correo electrónico que nos mandaron hace un par de días? -y viendo el semblante sorprendido de Blancanieves añadió-. Nos han hecho un ERE y han despedido a tres de nosotros. Yo me he librado, pero Mudito, Mocoso y Dormilón se han ido a la calle. Sólo quedamos cuatro: Sabio, Feliz, Tímido y yo.

-¡Oh, cuanto lo siento! -acertó a decir la princesa.- ¿Y qué va a ser de ellos?

-Mudito pasará a cobrar una pensión por su discapacidad sensorial, y Mocoso y Dormilón se acogerán a las ayudas para mayores de cincuenta años. En realidad todos nosotros tenemos muchos más, en torno a los cuatrocientos, pero nos han asimilado a la esperanza de vida media del país y ni tan siquiera les han concedido directamente la jubilación. Pero qué se le va hacer, no había otra alternativa.

-Entonces, quedamos nosotros dos y los otros tres enanitos...

-Así será por el momento, pero vete a saber lo que nos pueden hacer más adelante. Con la excusa de la crisis económica están arramblando con todo lo que se les pone por delante.

-Menos mal que yo soy única... -se le escapó imprudentemente a Blancanieves-. Con cuatro enanitos podremos salir adelante, pero sin mí...

-No te hagas demasiadas ilusiones -le aguó Gruñón, fastidiado por su reflexión egoísta-, éste es sólo el primer paso. Se rumorea que han abierto un expediente para estudiar la posibilidad de fusionarnos con Cenicienta, La Bella Durmiente y Caperucita Roja en un único cuento para “optimizar recursos”, como dicen los muy sinvergüenzas. En ese caso sobraríais tres de las cuatro protagonistas femeninas.

-¡Oh, serán...! -exclamó Blancanieves rematando la interjección con un grueso adjetivo más propio de un carretero que de una princesa, al ver que también a ella le habían tocado en la línea de flotación-. ¿No se atreverán...?

-¿Que no? -rezongó Gruñón-. Fíate de ellos. De hecho también querían incluir en el lote a La Bella y la Bestia, pero finalmente decidieron meterlo en otro estudio de “optimización” junto con El jorobado de Notre Dame, El gigante egoísta ¡y hasta con Frankenstein! Tú me dirás. No sé hasta donde vamos a llegar, me veo disfrazado de ewok en la próxima película de La guerra de las galaxias.

-Bueno, yo siempre podría volverme a mi palacio...

-No seas ingenua, niña. También piensan reducir drásticamente la nómina de príncipes azules, reyes, reinas, lobos y hasta de las mismísimas brujas. Te pondrán de patitas en la calle con una indemnización ridícula y ¡a buscarte la vida!

-¡Oh, eso sería terrible! -gimió ella que, como buena princesa, carecía del menor conocimiento para desempeñar un oficio-. ¿Qué va a ser de mí?

-Bueno, chiquilla, tampoco tiene por qué ser tan negro el futuro... -intentó consolarla el enanito, maldiciéndose por ser tan bocazas-. Y discúlpame si te he asustado, pero de sobra sabes que yo soy gruñón por naturaleza y a veces merecería que me taparan la boca con un bozal. De momento seguiremos trabajando tal como lo veníamos haciendo, sólo que con tres compañeros menos, y luego ya se verá. Hale, alegra esa cara y al tajo.

-¡Pero todavía estáis así! -les increpó en tono desabrido un ayudante de dirección que entró en ese momento-. ¡Vamos, vestíos de una puñetera vez, que tenemos que empezar dentro de nada! ¡Panda de holgazanes! -añadió para sí, pero no lo suficientemente bajo como para que no le oyeran-. Si de mí dependiera...

Ambos obedecieron entrando en sus respectivos vestidores, no sin pensar de forma simultánea, cual si mediara telepatía entre ellos, que era una lástima que a todos esos enchufados no los reconvirtieran, a ser posible en galeotes.


Publicado el 16-6-2020