La verdadera historia del profeta Elías



Esto pasó cuando Yahvé arrebató a Elías en el torbellino al cielo. Elías y Eliseo partieron de Guilgal y cruzaron el Jordán. Iban caminando mientras hablaban, cuando un carro de fuego con caballos de fuego se interpuso entre ellos; y Elías subió al cielo en el torbellino. Eliseo le veía y clamaba: «¡Padre mío, padre mío! ¡Carro y caballos de Israel! ¡Auriga suyo!». Y no le vio más. Asió sus vestidos y los desgarró en dos. Habiéndole visto la comunidad de los profetas que estaban enfrente, dijeron: «El espíritu de Elías reposa sobre Eliseo.» Fueron a su encuentro y se postraron ante él.


* * *


En algún lugar del espacio, a unos 50.000 kilómetros de la Tierra, un yate espacial de Yuth, planeta situado a 57 años luz de distancia en dirección a la constelación de Ofiuco, se hallaba al pairo con los motores parados describiendo una lenta órbita. En la proa varios robots se afanaban en reparar diversos desperfectos del casco, mientras en su interior los dos jóvenes yuthianos -ninguno de ellos había cumplido aún los 300 años- que constituían su tripulación discutían en tono acalorado... de forma literal, puesto que cuando los miembros de esta raza se excitan su temperatura corporal se incrementa entre los 10 y los 15 grados centígrados.

-Te dije que no volaras tan cerca de la superficie, y mucho menos a esa velocidad -le recriminaba uno de ellos a su compañero-. Pero claro está, tenías que hacerte el valiente y pasó lo que tenía que pasar, que nos llevamos por delante a ese pobre aborigen que tuvo la mala suerte de cruzarse en nuestro camino. Y menos mal que por lo menos su compañero logró librarse, aunque fuera por poco...

-¡Bah! -respondió desdeñosamente el otro, agitando los tentáculos en el gesto que para los yuthianos equivale a un encogimiento de hombros-. Era tan sólo un espécimen, no tiene mayor importancia. Lo único que me preocupa es que si mi padre se entera de que he cogido el yate sin su permiso, se me caen todos los tentáculos. Espero que los robots sean capaces de reparar los daños, de forma que no se note que ese imbécil se nos puso en medio...

-Yo que tú no estaría tan tranquilo -porfió el primero-. Para empezar, esa inocente víctima nuestra a la que tú has llamado despectivamente espécimen no era un simple animal, pertenecía a la especie dominante del planeta por más que su nivel de inteligencia esté muy por debajo del nuestro. Además, sabes perfectamente que todo este sistema planetario está catalogado como reserva natural y que, por lo tanto, está prohibido visitarlo sin permiso, un permiso que evidentemente nosotros no tenemos. Pero tú te empeñaste en venir precisamente aquí...

-¿Y qué querías, que hubiéramos ido a uno de esos aburridos y artificiales parques temáticos para turistas? Menuda horterada. Si quieres ver naturaleza virgen no tienes más remedio que saltarte las normas, lo sabes de sobra. Y te recuerdo que aquí estás de pasajero -añadió groseramente- y que quien te trajo en el yate de mi padre fui yo, así que era normal que viniéramos a donde yo quisiera.

Si su amigo no se mordió la lengua fue porque los yuthianos carecen tanto de este órgano como de dientes, aunque realizó un esfuerzo equivalente conforme a sus peculiaridades fisiológicas. No obstante, no se rindió.

-Lo malo es que el accidente acabe llegando a oídos -estrictamente hablando los yuthianos tampoco los tienen, pero así nos entendemos- de alguien del Servicio de Protección Galáctico... entonces sí que estaríamos apañados.

-Por esta razón quiero largarme de aquí en cuanto podamos, a ver si esos dichosos robots terminan de una vez con su trabajo... por fortuna el yate no sufrió daños estructurales, pero esas abolladuras, aunque superficiales, son bastante escandalosas.

-No es ése el único problema -insistió el pasajero-; me temo que a quien atropellamos debía de ser una especie de santón, profeta o algo parecido, a juzgar por la gente que le seguía. Y te recuerdo que no sólo hay vigilantes del SPG patrullando por el espacio, también tienen agentes que viven camuflados entre los nativos, por lo que cabe temer que acaben enterándose de lo ocurrido.

-¡Bah! -repitió tozudo-. En una cultura tan primitiva como ésta, las supersticiones tienen tanto peso que resultaría estúpido dar pábulo a cualquier tipo de leyenda local. Además, si tal como dices se trataba de un santón, cabe suponer que sus seguidores piensen que un carro de fuego lo ha arrebatado de la tierra para conducirle hasta el cielo, o cualquier otra historia mitológica similar. Insisto, lo único que me preocupa es que los robots terminen de arreglar las abolladuras del casco.

Dicho lo cual, dejó a su amigo con la palabra en la boca -en realidad los yuthianos son telépatas- procediendo a inspeccionar la tarea pendiente.


Publicado el 16-6-2016