La verdadera historia de la invención de la rueda



Huyendo del fuerte sol de mediodía Kaar, el jefe de la tribu, se refugió en el fresco interior de la cueva. Su satisfacción duró poco, justo hasta que sus ojos, una vez acostumbrados a la oscuridad, descubrieron la figura de alguien que no debería estar ahí.

Se trataba, según pudo apreciar al acercarse, de Rim, un jovenzuelo que en más de una ocasión le había traído quebraderos de cabeza a causa de su persistente tendencia a desobedecer sus órdenes.

-¿Qué haces aquí? -gruñó frunciendo el ceño-. ¿No deberías estar cazando con el resto de la partida?

-Ayer me torcí un pie cuando perseguíamos a una presa, y todavía me duele bastante cuando intento andar -respondió el muchacho a modo de disculpa-. Dwin -éste era el nombre del jefe de los cazadores- me dijo que me podría quedar en la cueva hasta que se me curase.

-¿Y qué es lo que estás haciendo? -insistió el jefe ejerciendo su autoridad, al tiempo que miraba con interés el objeto sobre el que había estado inclinado Rim.

Se trataba, según pudo comprobar, de un bloque de piedra, de aproximadamente una mano abierta de tamaño, al que el chico había tallado meticulosamente hasta darle una forma circular más ancha que gruesa. En el momento de la interrupción, al parecer, estaba tratando de perforar un agujero en el centro.

-¡Oh! -el muchacho respondió confuso, como si hubiera sido pillado en mitad de una travesura-. Me aburría, y decidí probar una idea que se me ocurrió hace varias lunas. He cogido una piedra blanda, que no servía para tallar puntas de flecha, y le he dado esta forma redonda. Ahora le estaba abriendo un agujero por el que pretendo atravesar un palo recto.

-¿Y para qué? -le espetó Kaar disimulando su ignorancia.

-He pensado que sujetándolo de alguna manera a un armazón de los que usamos para arrastrar las presas que cazamos, quizá podríamos moverlas con más facilidad, ya que la piedra daría vueltas sobre el palo ayudando al arrastre. A veces éstas son muy pesadas, y casi cuesta más trabajo traerlas a la cueva que cazarlas.

Aunque Kaar seguía sin entender absolutamente nada de lo que para él era tan sólo un galimatías sin sentido, tenía que dejar bien claro a este mocoso quien mandaba allí y quien era el único con derecho a tener ideas que los demás estaban obligados a obedecer sin rechistar. Así pues, dando un fuerte sopapo al desprevenido Rim, que reculó hasta la pared de la cueva, le gritó:

-¡Estoy harto de tus tonterías, y no estoy dispuesto a consentirte una sola desobediencia más! ¡Mira lo que hago con tu idea -enfatizó al tiempo que estampaba la piedra contra el suelo, rompiéndola en pedazos-. En cuanto a ti, te quiero ver haciendo algo útil en vez de perder el tiempo en tonterías; si no puedes salir a cazar, ahí tienes un buen puñado de puntas de flecha melladas a las que es preciso afilar. Ya lo estás haciendo, y como cuando vuelva no estén todas terminadas, te pienso dejar atado de pies y manos junto al cubil de las hienas. ¿Te enteras?

Tras lo cual salió bufando de la cueva en una estudiada pose de líder.

Por su parte el muchacho, que había soportado el chaparrón acurrucado en el rincón más profundo de la cueva, al comprobar que el energúmeno -así le consideraba en su fuero interno- se había ido, se apresuró a obedecer temeroso de su furia; si bien sabía que no cumpliría su amenaza, sí era muy capaz de darle una paliza que le dejara baldado o de tenerle castigado sin comer durante varios soles, de hecho no sería la primera vez que lo hacía con alguien que se hubiera mostrado díscolo o con todo aquel que cuestionara su jefatura.

Pero mientras se acariciaba con la mano la escocida mejilla, se reafirmaba en el plan que llevaba acariciando desde hacía algún tiempo: cuando salieran a cazar por la zona del río, que era el límite tácito entre su territorio y el de la tribu vecina, aprovecharía un descuido de Dwin para cruzarlo ofreciéndose a integrarse en ella. Tron, su jefe, aunque igual de fuerte era bastante más inteligente y menos brutal que Kaar, y sin duda sabría apreciar su invento para el que, por cierto, todavía no había encontrado un nombre... pero esto último podría esperar. Lo importante era que fuera aceptado por sus nuevos compañeros, y que Tron plantara cara al chasqueado Kaar cuando éste lo reclamara; aunque no sentía por Rim la menor estima y no disimulaba que le consideraba un engorro que ni siquiera se ganaba la comida que consumía, su orgullo herido le movería a exigir su retorno. Pero Tron sabía imponerse y defender a los suyos incluyendo, esperaba, también a él, y en el pasado había dado muestras sobradas de no temer a tamaño fanfarrón e ignorar sus exigencias.

Y por si fuera poco en la tribu de Tron estaba la muchachita a la que había atisbado en ocasiones mientras recolectaba bayas al otro lado del río, la cual siempre le devolvía la mirada con una sonrisa en los labios. Sí, estaba decidido: cruzaría el río en cuanto pudiera.


Publicado el 28-5-2018