La verdadera historia de 2001, una odisea del espacio



Me encontraba comprobando los últimos ajustes del centinela que habíamos instalado en la superficie del satélite del planeta, cuando Zweight, uno de mis ayudantes y no precisamente el más despierto de ellos, vino a interrumpirme mostrando signos de una gran agitación completamente impropia del supervisor que pretendía ser.

-¡Maestro! ¡Maestro! -exclamó violando la etiqueta disciplinaria-. ¡Tenemos problemas!

-¿Qué problemas? -gruñí malhumorado-. ¿Acaso ha fallado la barrera antimeteoritos? ¿O es que alguien se ha olvidado de esterilizar las últimas sondas llegadas con muestras del planeta?

-¡Oh, no, maestro! -gimió sin que en su turbación se percatara de mi tono irónico-. Todos los equipos funcionan perfectamente. El problema... -tartamudeó- el problema está en los especímenes que fueron sometidos al catalizador evolutivo.

-¡No digas sandeces! -respondí irritado- ¿Cómo va a fallar una tecnología que lleva eones funcionando a plena satisfacción y gracias a la cual tus propios antepasados -también los míos, pero callé esto último en aras del principio de autoridad- dejaron de arrastrarse por el légamo?

-No, si el monoli... -se interrumpió a tiempo, sabedor de que no me gustaba que se usara delante de mí el término coloquial con el que los subalternos solían denominarlo- el catalizador evolutivo funciona perfectamente, lo hemos comprobado con redundancia múltiple.

-¿Entonces?

-Los que han fallado han sido los propios especímenes -lo dijo de un tirón, como liberándose de una penosa carga-. Tras recibir las sesiones establecidas, comenzaron a comportarse de una manera muy distinta a la esperada.

-Bueno -condescendí con la poca experiencia de campo del muchacho-. Digan lo que digan los manuales, en la práctica siempre existe un margen de variabilidad relativamente amplio entre unas especies y otras. Y es normal que una vez catalizados -recalqué el verbo- cambien sus pautas de conducta; precisamente para eso hemos venido aquí, para acelerar su ritmo evolutivo...

-Sí, Maestro, tiene usted toda la razón, pero permítame insistir en que el comportamiento de estos especímenes no es en absoluto normal, incluso teniendo en cuenta ese margen de variabilidad que usted indica.

-Está bien, muchacho, dime qué es lo que te ha alarmado tanto -concedí, trocando mi irritación en benevolencia-. Seguro que no es tan grave como piensas.

Zweight, ya más calmado, me explicó que los especímenes evolucionados por el efecto del catalizador habían cogido del suelo algunas osamentas pertenecientes al esqueleto de un animal herbívoro de gran tamaño abundante en la zona y, esgrimiéndolas a modo de maza, habían atacado y dado muerte a un poderoso macho, algo impensable en su especie con anterioridad a nuestra intervención.

-¿Y qué tiene esto de extraño? -me sorprendí-. Ésta es precisamente una de las consecuencias del proceso de aceleración evolutiva, la conversión de los especímenes de recolectores y carroñeros ocasionales, a cazadores activos; sería muy difícil que con una dieta basada principalmente en hojas, frutos e insectos pudieran mantener un metabolismo suficientemente activo para permitir el necesario desarrollo del cerebro. Por mucho que nos repugne, en la etapa inicial en que se encuentran necesitan consumir carne si queremos que acaben siendo inteligentes. También nuestros ancestros tuvieron que pasar por procesos similares.

-¡Pero es que no se conformaron con matar animales! Tras devorar a su presa marcharon en busca de una tribu cercana, la atacaron sin previo aviso y sin que mediara provocación alguna por su parte, y cometieron una auténtica masacre. Aprovechándose de sus nuevas habilidades aniquilaron a todos sin dejar un solo superviviente. Y aunque -aquí Zweight hizo un gesto de extrema repugnancia- no se comieron a sus víctimas, sí las mutilaron bárbaramente, mientras que a las hembras jóvenes...

-Calla, no sigas -le interrumpí.

Comenzaba a estar preocupado, ya que Zweight tenía razón; no se trataba en modo alguno de un comportamiento normal. Que cazaran animales para alimentarse era no sólo esperable, sino también necesario; pero que emprendieran campañas de aniquilación de otras tribus de su misma especie, aunque éstas no hubieran sido aceleradas, era ya una cuestión muy distinta. Aunque el proceso incluía una modificación del ADN para impedir que se pudieran cruzar con especímenes no acelerado, evitando así que sus nuevas habilidades se acabaran diluyendo al cabo de varias generaciones, de ahí a emplear una violencia extrema con ellos mediaba un abismo. Sabíamos que era normal que las tribus se pelearan entre ellas, pero tan sólo en contadas ocasiones estas riñas solían acarrear consecuencias graves, y los daños nunca eran premeditados. Además solían estar provocadas por disputas surgidas a causa de una momentánea escasez de alimentos y nunca eran gratuitas, ya que normalmente las tribus se respetaban e incluso en ocasiones llegaban a intercambiar entre ellas a algunos miembros, por lo general hembras jóvenes, como forma instintiva de evitar los problemas de la consanguinidad.

Lo que había ocurrido ahora era muy distinto y, mucho temía, nada halagüeño, ya que no entraba en nuestros planes fomentar la violencia de nuestros especímenes más allá de lo necesario para que pudieran cazar animales grandes, consiguiendo así las proteínas necesarias para el desarrollo de su cerebro. Por el contrario, un exceso de violencia podría poner en peligro la evolución acelerada que habíamos programado para ellos con el objetivo de que, en un plazo prudencial de tiempo, pudieran incorporarse a la gran hermandad galáctica.

-Vamos -ordené a mi discípulo, que aguardaba expectante.

Tras un rápido recorrido llegamos a la cámara de observación. Era ésta una esfera hueca en cuya superficie interior se podía reflejar una imagen tridimensional de cualquier punto del planeta que estuviera bajo la cobertura de alguno de nuestros sistemas de vigilancia.

La escena representada en ese momento era una vista aérea procedente de un pequeño aerodeslizador que, según supuse, había seguido las andanzas de nuestros especímenes. Enfocaba el lugar de la matanza de la desprevenida tribu y, pese a estar acostumbrado a ver escenas duras, y a aun sabiendas de que tan sólo se trataba de animales, no pude evitar un estremecimiento al contemplar el ensañamiento con el que habían sido atacados. Ni las fieras más feroces del planeta llegaban a tanto.

Los atacantes, ebrios de alegría, celebraban su desigual victoria algo más allá, obrando de una manera que no me gustó en absoluto. Maniobré los controles para centrar la escena, hice varias comprobaciones visuales -tampoco necesité mucho más- y dirigiéndome al silencioso Zweight, que había permanecido acurrucado junto a la puerta de la cámara sin atreverse a entrar, le ordené:

-Nos vamos. Di a los técnicos que desmonten el monolito -tan excitado estaba que no reparé en que había usado el término proscrito- y que recojan todo el equipo que hay desperdigado por el planeta. También habrá que desmontar el centinela del satélite. En cuanto esté todo listo, volveremos a casa.

-¡Pero maestro! -mi discípulo era ahora el sorprendido-. Si nos llevamos el centinela, ¿cómo vamos a hacer el seguimiento de la evolución de esta especie? El protocolo...

-¡Déjate de protocolos! -le espeté con brutalidad-. El proceso ha fallado. ¿No ves cómo han reaccionado estos animales apenas se les hubo catalizado? Y eso que apenas si habían empezado a avanzar en su desarrollo.

-Pero cambiarán con el tiempo, conforme sigan evolucionando moderarán sus instintos depredadores... -objetó Zweight, no demasiado convencido.

-No lo creo. Tengo bastante experiencia en este campo, y lo más seguro es que esas tendencias asesinas no sólo no desaparezcan, sino que incluso se vayan incrementando con el tiempo. Tenemos que reconocer que hemos fracasado, posiblemente debido a esta especie tenía algo singular cuyo afloramiento hemos provocado. Habrá que aislar al planeta y someterlo a cuarentena, no es cuestión de que en un futuro pudieran llegar a contaminar a los sistemas vecinos.

-Maestro, en cualquier caso son muy pocos, se trata tan sólo de una tribu, y no creo que puedan imponerse por la fuerza al resto de sus congéneres por mucho que éstos no hayan sido acelerados. Lo más probable es que acaben extinguiéndose de forma natural sin llegar a convertirse en un peligro.

-Esperemos que sea así -concedí-, pero no podemos permitirnos el lujo de cometer ningún riesgo. Es una lástima que las ordenanzas prohíban erradicarlos, ya que ésta sería la mejor manera de acabar con el problema; pero claro está que quienes las redactaron no contemplaban una situación como ésta. Así pues, tan sólo nos queda marcharnos y, en su momento, enviar quizá alguna sonda automática para evaluar la evolución de esta raza, aunque en cualquier caso no sería muy recomendable repetir la experiencia de nuevo en caso de que los descendientes de esta tribu se acabaran extinguiendo. El planeta está marcado, y más vale que nos olvidemos para siempre de él.

Tras la parrafada dirigí a mi discípulo una mirada afectuosa y añadí:

-No te preocupes -le tranquilicé-, lo más probable es que esta crisis acabe quedándose en nada. Anda, marcha a transmitir mis órdenes, yo esperaré en mi camarote.

Si he de ser sincero, no me llegué a creer mis propias palabras.


Publicado el 4-5-2018