Adiós al Limbo



DE PEDRO, CABEZA DE LA IGLESIA, AL OBISPO DE ROMA, VICARIO DE DIOS EN LA TIERRA


Amantísimo hermano:

Ciertamente nos complace sobremanera, tanto a todos los bienaventurados que residimos aquí como al propio Ser Supremo que sigue con interés toda tu actividad pastoral, el extremado celo que muestras en pro de una mayor gloria del catolicismo. Asimismo, entendemos que la religión, al igual que cualquier otra manifestación de la bondad divina, ha de evolucionar con objeto de adaptarse a los nuevos tiempos.

Vemos, pues, con satisfacción tus acertados esfuerzos en pro de la modernización del catolicismo, los cuales huelga decir que compartimos y apoyamos. No obstante, y sin cuestionar en modo alguno lo acertado de tus decisiones, estimamos que en ocasiones una cierta precipitación podría redundar en un perjuicio que ninguno de nosotros, y tú tampoco, deseamos. No es cuestión, por supuesto, de renunciar a iniciativas útiles y plenamente justificadas por el devenir de los tiempos, sino de dosificarlas convenientemente renunciando a precipitaciones que a nada bueno conducen.

Éste ha sido el caso, lamentablemente, de la atropellada supresión del Limbo que en fechas recientes ha sido anunciada urbi et orbe por los servicios de propaganda vaticanos, noticia que ha sido recogida y difundida por la práctica totalidad de los medios de comunicación del planeta. Estamos de acuerdo contigo en que el Limbo era poco más que una alambicada elucubración teológica de origen medieval que poco o ningún encaje podía tener en la teología moderna, de modo que un análisis riguroso y científico tal como los que promovemos no podía llegar a otra conclusión que aquélla a la que llegasteis vosotros, es decir, que el Limbo no podía existir.

Sin embargo, y pese a lo erróneo de su concepción, el Limbo había existido para la Iglesia durante muchos siglos, por lo que suprimir de repente una tradición tan antigua no podría acarrear sino inconvenientes, algo en lo que quizá tus eficientes teólogos no repararon. Estimamos que habría sido mucho más eficaz haber realizado una labor de adaptación lenta del viejo error hasta su supresión final cuando ya ésta no fuera problemática, pero por desgracia os precipitasteis evitando esta vía lenta, pero mucho más segura que la que de manera unilateral adoptasteis. Teniendo en cuenta que en una institución bimilenaria como es la Iglesia las prisas son algo que nunca han figurado entre sus prioridades, no tengo por menos que verme obligado a recriminaros por vuestra injustificada impaciencia.

Por desgracia, la supresión repentina del Limbo nos ha creado serios trastornos que van mucho más allá de la pura y simple disquisición teológica. ¿Sabes cuántas almas había alojadas en él, las cuales nos hemos visto obligados a evacuar precipitadamente antes de que, conforme a vuestros dictámenes éste se disolviera en la nada? ¿Sabes acaso los problemas logísticos que nos ha planteado el alojamiento repentino de tantos y tantos millones de almas muchos de los cuales, por corresponder a recién nacidos, no sabían ni tan siquiera hablar? Quizá te convenga saber que hemos tenido que improvisar, ¡hasta en los propios jardines que rodean a la residencia del Ser Supremo!, varios campamentos de refugiados en los que estas almas están hacinadas en condiciones precarias, mientras que los propios residentes del Paraíso se han visto también muy afectados en su calidad de vida a causa de este repentino incremento de población para el que, insisto, no estábamos en modo alguno preparados.

Por si fuera poco, nos hemos visto forzados a sufrir la humillación de tener que soportar las mofas del Maligno, el cual, enterado del grave problema que nos aflige, ha tenido el descaro de ofrecernos alojamiento temporal en su antro infernal “hasta que nuestras dificultades actuales se vieran resueltas”. Huelga decir que hemos hecho caso omiso a tan aviesa propuesta, pero esto no evita que nuestro disgusto por tan desagradable situación haya sido considerable.

Lamentablemente mucho nos tememos que no existe la menor posibilidad de dar marcha atrás, por lo que no nos queda otro remedio que afrontarlo de la mejor manera posible hasta que las medidas urgentes de ampliación de las residencias celestiales, que hemos iniciado con la mayor celeridad posible, puedan proporcionar un alojamiento digno a todos los refugiados procedentes del extinto Limbo. Mientras tanto, amén de instarte a que consultes con nosotros antes de adoptar en un futuro, y de forma precipitada, cualquier otra medida de índole similar, te rogaríamos encarecidamente que, con el fin de no aumentar una presión demográfica que en estos momentos resulta ser agobiante, decretes una moratoria temporal sobre la proclamación de nuevos santos y beatos. Aunque esta iniciativa no nos resolvería el problema, contribuirá en alguna medida a paliarlo, algo por lo que te estaremos eternamente agradecidos.

Esperamos que comprendas la situación y atiendas nuestra solicitud por el bien de todos.

Que la paz de Dios te acompañe.

PEDRO APÓSTOL


Publicado el 23-1-2006 en el Sitio de Ciencia Ficción