El ¿fin? de la infancia



-Los señores de López. -anunció la secretaria con el impersonal tono habitual de su profesión, al tiempo que se apartaba con diligencia para dejar paso a los visitantes.

El ocupante del elegante despacho, un hombre de mediana edad y atildado aspecto parapetado tras una lujosa mesa de caoba, fingió abandonar el estudio del informe que reposaba sobre la misma para dar la bienvenida a los recién llegados. En realidad se trataba de un gesto fingido, puesto que conocía de sobra su contenido, pero sabía que este pequeño truco solía infundir confianza a los posibles clientes.

-¡Señor López, señora! -exclamó al tiempo que se levantaba, exhibiendo una amabilidad tan estereotipada como falsa- Sean bienvenidos. Miren qué casualidad, justo en este momento me encontraba estudiando su expediente... -mintió, al tiempo que señalaba teatralmente el documento.

Sus interlocutores, una pareja que frisaba la cuarentena -esta circunstancia no había dejado de sorprenderle la primera vez que consultó sus datos, ya que normalmente solían ser más jóvenes- y aspecto anodino, pero con los bolsillos bien cubiertos -de no ser así no estarían allí-, entraron cohibidos estrechándole maquinalmente las manos antes de sentarse en las sillas que les eran ofrecidas. Aparentemente, eran presa fácil.

-Ustedes dirán. -sonrió su anfitrión- Estamos aquí para ayudarles.

Y tras constatar su patente embarazo, continuó:

-Bueno, claro está que es una forma de hablar, ya que aquí tenemos su solicitud. -enfatizó, golpeando con la uña del dedo índice la carpeta- Pero, ¿me equivoco si aventuro que quizá ustedes pudieran no estar convencidos del todo?

De sobra sabía el viejo zorro que había dado en mitad del blanco. La actividad de su empresa, aunque escrupulosamente legal o, por hablar con mayor propiedad, no explícitamente ilegal, suscitaba el rechazo de amplios sectores sociales, existiendo grupos de presión bastante importantes, con la propia Iglesia Católica a la cabeza, que hacían todo lo posible por promover su prohibición, hasta entonces de manera infructuosa. Pero convenía no menospreciar a un enemigo que, perdida por el momento la batalla legal, recurría sin escrúpulo alguno a la guerra de guerrillas, intentando coaccionar por todos los medios posibles a cualquiera que osara reclamar sus servicios. En consecuencia, la primera labor de los agentes comerciales de la compañía consistía, precisamente, en intentar vencer la reluctancia inicial con la que éstos solían acercarse a sus oficinas.

Pero él era perro viejo, y sabía cómo coger el toro por los cuernos.

-Yo... nosotros... -balbuceó al fin el hombre.

-Queremos tener un hijo. -remató ella tomando las riendas ante la patente indecisión de su marido- Siempre lo hemos querido.

-Por supuesto, por supuesto... -apoyó el vendedor exhibiendo su mejor sonrisa de gavilán- esto es justo lo que llevamos apoyando desde el mismo momento de la creación de nuestra empresa; facilitar a parejas como ustedes poder disfrutar de la bendición de los hijos. En verdad, no comprendo cómo puede haber quienes nos recriminen nuestro apoyo a tan noble causa. -concluyó hipócritamente.

-A nosotros siempre nos han gustado mucho los niños. -como casi siempre, era la mujer la que llevaba la voz cantante- Pero, ¿sabe? luego, cuando crecen, se vuelven tan repulsivos... nunca he soportado a los adolescentes insolentes y maleducados. Por esta razón, nunca nos atrevimos a tener hijos.

-Lo comprendo, lo comprendo. -¿cómo no lo iba a comprender, si era precisamente en ello donde estribaba su negocio?- Realmente, es una verdadera lástima que criaturas tan angelicales se transformen, en el plazo de unos pocos años, en unos desagradables jovenzuelos. Por fortuna, -retrucó- para eso estamos nosotros.

-Pero hay muchos que no opinan así. -alcanzó a objetar el marido antes de sentir el codazo de su esposa- Se dicen cosas muy feas de ustedes.

-¡Oh, por eso no tienen que preocuparse! -ni él tampoco, por supuesto, ya que la conversación estaba discurriendo por los cauces marcados en su manual de técnicas de persuasión- Como afirma el dicho, ladran, luego cabalgamos. -concluyó con acento jovial al tiempo que dirigía su mejor sonrisa a la mujer, que había palidecido ostensiblemente ante el temor a una presunta metedura de pata de su imprudente compañero.

-Sí, pero...

-No es necesario que se justifiquen, conozco de sobra los reparos que pueden albergar no por sus convicciones, de ser así no estarían ustedes aquí, sino por el qué dirán. Huelga decir que nuestro código deontológico nos impide firmar un contrato con alguien que no esté plenamente convencido, por lo que preferimos perder un cliente antes que tenerlo descontento. Por esta razón es por la que estoy hablando ahora con ustedes; es mi deseo, por el bien de todos, que acepten nuestros servicios, pero siempre y cuando lo deseen realmente y estén dispuestos a afrontar las posibles... digamos presiones de los retrógrados que por desgracia nos rodean.

Pese a la falsa sinceridad de la oferta, lo cierto era que el envite acostumbraba a rendir buenos resultados la mayor parte de las veces, ya que los clientes solían tomarlo erróneamente como una muestra de sinceridad.

-Tiene usted razón, no tenemos por qué vernos coaccionados por lo que opine cualquier cretino; -el marido iba recuperando poco a poco la confianza en sí mismo, e intentaba dar una imagen de seguridad que probablemente distaba mucho de sentir- al fin y al cabo, es una cuestión que nos atañe sólo a nosotros dos... bueno, y a nuestro hijo, claro.

-No debemos dejarnos avasallar por el oscurantismo, de haber sido así la humanidad todavía estaría refugiada en las cavernas.

Era una frase hecha, por supuesto, que acostumbraban a repetir en todos los casos ya que solía ser bastante efectiva.

-Ahí está el caso de Darwin y la Teoría de la Evolución... -halagado en su vanidad, el cliente intentaba presumir de sus conocimientos adquiridos en la lectura de los suplementos dominicales de los periódicos.

-Pues por increíble que parezca, a estas alturas todavía hay quienes se oponen a que se estudie el evolucionismo en los colegios. -o mucho se equivocaba su instinto vendedor, o ya estaban casi en el bote- Y no es un caso único, por desgracia. Durante siglos el progreso de la medicina estuvo estancado a causa de la prohibición de diseccionar cadáveres, y científicos de la talla de Copérnico, Galileo o Giordano Bruno sufrieron el reaccionarismo de sus contemporáneos. Y para qué hablar de nuestro país; mientras nuestros vecinos sentaban las bases de la ciencia moderna, aquí florecía la teología como principal disciplina universitaria. Así nos fue...

-Y ahora siguen igual. -insistió, satisfecho, su interlocutor.

-¿Cómo no? Por fortuna no llegamos a los extremos de otras culturas empeñadas en volver a la Edad Media y a la vida nómada, pero el talante es el mismo en todos los casos. Miren si no, por poner un ejemplo reciente, su oposición frontal a todo lo que huela a reproducción asistida o fecundación in vitro, por no hablar ya de cualquier cosa que esté relacionada con la investigación genética, por mucho que sus fines no sean otros que los de erradicar enfermedades y mejorar a la especie humana. ¿Cómo podría oponerse Dios a algo tan maravilloso como crear y salvar vidas? -realmente era un excelente actor.

-Creo que en eso estamos de acuerdo, así pues ¿por qué no vamos al grano? -le interrumpió la mujer, harta ya de la cháchara entre los dos varones y mucho más pragmática que su locuaz consorte.

-Como usted quiera. -concedió el anfitrión, llevando a la práctica la conocida máxima de que el cliente siempre tiene razón- Eso sí, antes de seguir adelante, he de preguntarles si conocen suficientemente nuestra actividad, y si están dispuestos a aceptarla; se trata de una simple pregunta retórica, pero nuestro protocolo de actuación nos obliga a hacerla.

-Por supuesto. -respondió de nuevo ella- Ustedes son capaces de retrasar la pubertad de los niños, haciendo que su infancia se prolongue durante más tiempo del biológicamente normal.

-No es sólo eso, también podemos regular su crecimiento de forma controlada conforme a los deseos concretos de cada cliente, de forma que éstos puedan disfrutar de la etapa preferida de la vida de sus hijos durante todo el tiempo que quieran. Aunque no somos la única compañía presente en el mercado, sí les puedo asegurar que nuestros niveles de calidad no tienen comparación con los de ninguno de nuestros rivales, ya que somos los únicos que disponemos de un departamento propio de síntesis y desarrollo hormonal. Nuestros competidores, por el contrario, se limitan a comprar los combinados hormonales a terceras compañías ajenas, habitualmente orientales; sus tarifas son bastante inferiores a las nuestras, eso es cierto, pero los resultados no son en modo alguno comparables. Y estamos hablando de algo tan importante como es la salud de sus hijos.

-Esto está claro, por eso hemos recurrido a ustedes. Pero dígame, ¿existe algún riesgo?

-Hay que tener en cuenta que la biología no es una ciencia exacta en el sentido que lo puedan ser las matemáticas, pero... -a diferencia de otros compañeros suyos, a él le encantaba adoctrinar a sus clientes- les puedo asegurar que nuestro umbral de fracasos es sensiblemente inferior al existente en las poblaciones de control no sometidas a tratamiento hormonal. Esto se debe a que nuestras hormonas son de calidad extrema, y carecen de los efectos secundarios producidos por las disfunciones endocrinas naturales. Además, sólo iniciamos tratamientos con gestantes, nunca con niños recién nacidos ni, mucho menos, con pacientes de más edad; esto último es una auténtica barbaridad, pese a que nos consta que hay quien lo hace. Para nosotros es fundamental poder controlar el metabolismo de nuestros pacientes antes de que sus propias glándulas endocrinas comiencen a ser funcionales, ya que ésta es la única manera de evitar interferencias indeseables.

-Supongo que el proceso será reversible... -apuntó el futuro padre con timidez.

-Eso depende de lo que entendamos por reversible. Como cabe suponer no es posible dar marcha atrás, pero igual que regulamos el equilibrio hormonal retrasando la pubertad, y aun las diferentes etapas prepúberes de la vida del niño, podemos igualmente acelerarlo para conseguir el efecto contrario. La ley nos impide aplicar esto último a niños con un proceso de crecimiento natural al estar prohibido fomentar artificialmente la precocidad, pero nada hay en contra de recuperar el, digamos, tiempo perdido. De hecho siempre estamos obligados a hacerlo tarde o temprano, porque toda persona de metabolismo controlado tiene derecho legal a alcanzar el estado de adulto, tanto biológico como civil. Lo único que cambia en cada caso son los plazos, que dependen de la voluntad de los padres o tutores. En cualquier caso, a la desaparición de los padres legales, biológicos o adoptivos, es preceptivo acelerar el metabolismo de estas personas con objeto de que puedan alcanzar la mayoría legal en el plazo de tiempo más breve posible, salvo claro está por causas de fuerza mayor.

-¿Quiere decir que, pongamos por ejemplo, si retrasáramos la madurez de nuestro hijo durante diez años y luego decidiéramos recuperarlos, ¿tardaríamos otro tanto?

-Esta pregunta requiere una respuesta compleja. Mientras que ralentizar la maduración corporal no plantea ninguna dificultad técnica, y puede ser mantenida por tiempo indefinido, con la aceleración de la misma hay que proceder con mayor cautela, ya que existe el riesgo de provocar daños irreversibles en el organismo si el proceso se realiza con demasiada rapidez. Como norma general solemos aplicar la regla del dos por uno, es decir, dos años de crecimiento biológico por cada uno cronológico, pero se trata tan sólo de un límite genérico, dependiendo de las circunstancias, tanto biológicas como legales, procuramos optimizar este crecimiento. Por supuesto que antes de iniciar el tratamiento al nonato diseñamos una curva de crecimiento ideal que tiene en cuenta tanto los deseos de los progenitores como las circunstancias particulares de cada caso concreto; no es lo mismo que los padres sean menores de treinta años que mayores de cuarenta -al decir esto ambos visitantes fruncieron el ceño-, ya que lo que se intenta evitar, siempre que sea posible y salvo imponderables, es que estos niños pudieran quedar huérfanos o desamparados en caso de fallecimiento de los padres por muerte natural, aparte de que no es lógico, pongo por caso, que unos octogenarios estuvieran al cargo de la crianza de unos bebés perpetuos. Todo tiene un límite, y mi compañía, lejos de limitarse a aplicar las restricciones legales tal como hacen las otras, se autoimpone además sus propias normas, bastante más estrictas. Tengan en cuenta que tenemos que planificar a muy largo plazo, y que una actuación errónea por parte nuestra podría acarrear serios perjuicios a una o varias personas, algo que intentamos evitar por todos los medios.

-Pero nosotros no queremos que nuestro hijo crezca... -objetó ella- por eso hemos venido aquí.

-Señora, la publicidad de nuestra compañía no puede ser más explícita al respecto. -ahora venía la etapa más delicada de todo el proceso- Nosotros no prometemos una infancia eterna, sino una infancia prorrogada para que nuestros clientes puedan disfrutar de sus hijos durante el mayor tiempo posible.

-¡No quiero tener que soportar adolescentes! -casi gritó.

-Por desgracia eso no resulta posible, tanto desde el punto de vista médico como desde el legal. Nosotros podemos retardar o acelerar dentro de ciertos límites el proceso de crecimiento de un niño, pero no suprimir ninguna de sus etapas. Lo que sí hacemos, y esto suele ser suficiente para la gran mayoría de nuestros clientes, es acortar al máximo la duración de los períodos potencialmente conflictivos o poco deseables, como es el caso de la adolescencia, que en condiciones normales dejamos reducida a aproximadamente la mitad. Además, puesto que los muchachos están sometidos en todo momento a un estricto control hormonal, logramos reducir al mínimo los efectos perniciosos sobre su comportamiento que tienen un origen endocrino. Queda fuera de nuestro control, claro está, cualquier tipo de influencia que venga provocada por factores sociales, pero eso es algo que entra dentro de las responsabilidades paternas. En cualquier caso, le puedo asegurar que nuestros adolescentes suelen ser mucho más dóciles y tranquilos que sus homólogos no tratados, y además conviene no perder de vista el hecho de que alcanzan la madurez justo en la mitad de tiempo.

-Visto así... -concedieron ambos.

-Bien. -zanjó el representante con la satisfacción de saberse triunfador- Ahora, el siguiente paso es la firma del precontrato. -añadió al tiempo que les alargaba un documento- No se preocupen, esto no les compromete a nada que no sea la autorización para que nuestra empresa pueda realizar un estudio personalizado de su caso, y es independiente de que luego ustedes decidan continuar adelante o no. Para ello es necesario disponer de una serie de datos suyos de índole confidencial, amén de los imprescindibles análisis médicos y genéticos. Si aceptan, eso sí, es preceptivo aceptar el pago de este estudio. En caso de que finalmente rehusaran nuestros servicios, el informe sería destruido ante notario de forma que ninguna de las dos partes pudiera beneficiarse a expensas de la otra, y no les sería reintegrado el importe del mismo. Si el informe fuera desfavorable y desaconsejara el tratamiento, sería asimismo destruido, pero se les devolvería el dinero. Y si todo saliera bien, como espero, podríamos firmar entonces el contrato y comenzaríamos el tratamiento a la mayor brevedad posible. Eso sí, precisamos que en el momento en que se inicie éste la señora no esté todavía embarazada, con objeto de poder controlarlo todo desde el principio. Aunque todo esto que les he explicado viene reflejado al dorso del documento, tienen a su disposición nuestro servicio de asesoría jurídica, que muy gustosamente atenderá todas sus consultas.

Todo estaba aparentemente resuelto para satisfacción de ambas partes. La misión del agente había terminado, y tanto si los clientes decidían seguir adelante como si no, serían otros compañeros suyos quienes se hicieran cargo de ello. Y estaba satisfecho puesto que había cumplido con su trabajo.

Tan sólo restaba ya la formalidad de la despedida, e iba a proceder a ella cuando el marido le hizo una pregunta fuera de contexto que no esperaba. Se trataba de algo inocente inducido por la simple curiosidad, pero no pudo evitar estremecerse como si hubiera sufrido un latigazo antes de que su bien entrenado autodominio le permitiera recuperar el control de la situación.

-Disculpe, señor, aprovechando la ocasión me gustaría comentarle algo que me tiene intrigado desde hace tiempo.

-Usted dirá.

-Siempre me he preguntado por qué razón, al igual que se retrasa el crecimiento de los niños, no se podía hacer lo propio para evitar que los adultos envejecieran.

-Bueno... -titubeó antes de encontrar la respuesta adecuada- Es que no se puede. Primero, porque la ley lo prohíbe de forma taxativa; imagínese usted el caos social que se desataría si de repente la gente dejara de morirse. -sonrió azorado.

-Pero quien hizo la ley hizo la trampa... -rió su interlocutor.

-Aun pretendiéndolo serviría de poco, ya que las técnicas que empleamos nosotros son válidas para el mecanismo hormonal que controla el crecimiento, pero no tienen el menor efecto sobre los fenómenos de envejecimiento celular ya que éstos funcionan de una manera completamente distinta.

-Cuestión de investigar, digo yo... -insistió.

-No se puede. -por mucho que intentaba evitarlo, se sentía cada vez más tenso y nervioso- El envejecimiento celular no está regulado por hormonas, ya que tiene lugar a nivel cromosómico. Es diferente, y mucho más complejo. Me temo que tanto usted como yo sí llegaremos a viejos.

-¡Qué se le va a hacer! -el señor López podría tener todo el dinero que quisiera, y sin duda debía de tener mucho, pero no por ello había logrado desembarazarse de sus modales de patán- Y yo que me había hecho ilusiones... Bueno, Patro, vámonos ya, que estamos entreteniendo a este señor.

Su media naranja, mucho más preocupada que él por las relaciones sociales, le fulminó con la mirada. Pero se fueron, algo que había estado deseando desesperadamente.

Una vez calmado en la soledad de su despacho, recapituló sobre lo absurdo de sus temores. Él era un vendedor profesional, uno de los mejores de la compañía, y no tenía motivos para temer que le pudieran hacer preguntas comprometedoras. Pero por absurdo que pareciese, durante unos instantes había llegado a sentir auténtico pánico ante el temor de ver descubierto el Gran Secreto, algo que muy pocas personas en el mundo conocían y a causa del cual muchas otras habían llegado a perder incluso la vida.

Porque él había mentido al asegurar que no era posible prolongar artificialmente la vida, retrasando o incluso deteniendo el envejecimiento; sí que lo era, y de hecho la compañía llevaba practicándolo desde hacía décadas, por supuesto de forma clandestina aunque tolerada, y aun alentada, por unas autoridades que resultaban ser sus principales beneficiarias.

En realidad la actividad legal de la compañía, la contención de la pubertad en hijos de padres hedonistas o timoratos, cuando no ambas cosas simultáneamente, era una simple tapadera bajo la cual se camuflaba su verdadera labor, la de proporcionar una virtual inmortalidad a una serie de personajes que, por una u otra razón, habían conseguido alcanzar ese privilegio.

Eso sí, no había mentido en absoluto al afirmar que la inmortalidad generalizada habría acarreado indefectiblemente el caos y la desintegración social. Pero no eran esas en modo alguno las intenciones de quienes tenían en sus manos la llave para acabar con la tiranía de la muerte, sino otras muy diferentes, las de reservar estos beneficios tan sólo para unos pocos privilegiados mientras la inmensa mayoría de la humanidad no sólo quedaba al margen de ellos, sino que ni tan siquiera llegaría a ser consciente de la exclusión de la que habían sido objeto.

Prescindiendo del egoísmo intrínseco de la medida -al fin y al cabo la humanidad jamás había compartido nada con ella misma durante la totalidad de su historia-, cabría pensar que, si sólo podían prolongar su vida unos pocos, lo justo sería que fueran quienes más se lo merecieran, esa ínfima fracción de personajes que han resultado ser los motores de la civilización a lo largo de los siglos: artistas, escritores, músicos, científicos, pensadores, estadistas... aquéllos, en definitiva, cuya muerte supusiera una pérdida irreparable para la sociedad de la que formaban parte.

Pero no habían sido ellos los elegidos, sino otros muy distintos; justo aquellos que detentaban el poder a nivel mundial, no necesariamente a través de un cargo de gobierno o político. Unos perfectos desconocidos en su mayor parte para el común de los habitantes del planeta, pero a pesar de ello los verdaderos amos del mismo, con plena capacidad para decidir a su antojo, y sin el menor escrúpulo, sobre el destino de millones de personas. Poco les importaba a ellos el progreso de la humanidad salvo en lo que pudiera afectar a su propio beneficio, y desde luego no estaban en modo alguno dispuestos a compartir sus privilegios con ningún advenedizo que pudiera llegar llamando a las puertas de su particular Olimpo.

El método utilizado para retrasar el envejecimiento no realizaba milagros, pero se le aproximaba mucho. La capacidad de rejuvenecimiento de un cuerpo anciano resultaba ser notoriamente limitada, pero en contrapartida a ello se lograba evitar en su práctica totalidad cualquier tipo de deterioro orgánico posterior al inicio del tratamiento, lo cual en sí mismo ya era bastante. Del mismo modo, también era posible prevenir casi cualquier tipo de enfermedad producida por el desgaste natural del cuerpo, incluyendo las cardiovasculares y las tumorales. Esto convertía a los beneficiarios de los tratamientos en unos seres virtualmente inmortales, quedando fuera de su paraguas protector tan sólo los imprevisibles casos de muerte accidental o violenta.

Paradójicamente, lo que resultaba más difícil era mantener todo oculto, máxime si se tiene en cuenta que la divulgación, siquiera parcial, del secreto podría tener consecuencias catastróficas; no resultaba nada sencillo camuflar la ausencia de envejecimiento de una persona, y no era menos complicado ocultar que ésta se mantuviera con vida después de un período de tiempo superior en mucho a lo razonable. Al parecer, este problema se había resuelto merced a una sofisticada trama de falsas defunciones y nuevas identidades capaz de hacer palidecer de envidia al más afamado autor de relatos de espionaje, pero como cabe suponer nada en concreto se sabía, incluso por parte de todos aquellos que, como era su caso, sí estaban al corriente de la existencia del Gran Secreto.

Por ello era mejor no saber nada fuera de lo estrictamente imprescindible, ya que indagar más allá de lo permitido suponía correr el riesgo cierto de desaparecer para siempre sin que nadie llegara a conocer jamás los verdaderos motivos de su repentina muerte; máxime, cuando la lealtad ciega hacia sus invisibles superiores era premiada con las migajas del festín. Él mismo llevaba años recibiendo en secreto un tratamiento limitado que, sin ser equiparable en modo alguno al de sus amos, sí le garantizaba una vejez larga y tranquila, libre por completo de plagas tales como los infartos, los cánceres o la demencia senil. Pero si no obedeciera, o si simplemente se fuera de la lengua aunque fuese por error, no sólo perdería de forma automática sus privilegios, sino que además su organismo, privado de lo que en definitiva no dejaba de ser un tipo especial de droga, no tardaría en rebelarse desarrollando en su interior, con una virulencia proporcional al tiempo durante el cual se habían visto retenidas, todas aquellas enfermedades a las que hasta entonces se les había estado poniendo coto.

Y él no deseaba en modo alguno que ocurriera esto, así que no le quedaba otro remedio que callar y obedecer al tiempo que seguía engañando a la sociedad con el señuelo de una burda manipulación hormonal al alcance de todos... de todos aquéllos que pudieran permitirse el lujo de pagar tan caro capricho. Pero la ambrosía era patrimonio exclusivo de los dioses.


Publicado el 30-7-2004 en Alfa Erídani