Competencia desleal



Una vez pronunciadas por el juez las solemnes palabras rituales, un silencio sepulcral se abatió sobre la abarrotada sala de audiencias a la espera del inminente veredicto.

No era para menos, ya que se trataba de un proceso singular que había sido seguido con detenimiento, cuando no con pasión, no sólo por la práctica totalidad de los españoles, sino asimismo por muchos millones de personas a lo largo y ancho del planeta, algo insólito para un juicio celebrado en España; y todavía más sorprendente resultaba que fuera precisamente en los Estados Unidos, siempre tan indiferentes hacia las noticias procedentes de más allá de sus fronteras, donde se hubiera desatado un mayor interés fuera del propio territorio español.

Claro está que se estaba dirimiendo algo que afectaba muy directamente a su prestigio y a su hegemonía mundiales.

El acusado era un viejecillo rechoncho de luenga barba y aspecto inofensivo, vestido con un sobrio terno al que evidentemente no estaba demasiado acostumbrado; por prohibición expresa del tribunal se le había impedido presentarse ante el juez con su traje habitual, ya que, en palabras de la acusación particular, esto hubiera supuesto un chantaje emocional difícilmente compatible con la imprescindible imparcialidad judicial.

Por supuesto, a los tres demandantes se les había aplicado idéntico criterio.

-Nicolás de Myra, -carraspeó el magistrado, consciente de la gran repercusión mundial de su intervención- también conocido como Nicolás de Bari, Sinterklaas, Santa Claus, Papá Noel, Father Crhristmas, Julenisse o Joulupukki, entre otros apelativos...

Hizo una pausa, y prosiguió:

-Estudiada la demanda interpuesta por Melchor, Gaspar y Baltasar, también conocidos con el apelativo de los Reyes Magos de Oriente, este tribunal, una vez oídas las partes y considerados los hechos, ha acordado dar por probado lo siguiente:

»Primero, que la tradicional actividad de repartir juguetes a los niños en el territorio español, durante la festividad de la Epifanía, por parte de los demandantes, está documentada históricamente de forma fehaciente e incontrovertible desde fechas muy anteriores a la llegada del demandado a este país.

»Segundo, que aunque ambas partes, demandantes y demandado, vienen realizando tareas similares en diferentes países, nunca hasta fechas relativamente recientes había surgido ninguna interferencia entre ellos como la que actualmente existe en España, pudiendo considerarse como intrusión la actividad del demandado en este país.

»Tercero, que esta intrusión se ve agravada dada la proximidad existente, apenas dos semanas de diferencia, entre las fechas en las que tienen lugar sus respectivas intervenciones, Navidad en el caso del demandado y Epifanía en el caso de los demandantes, lo que hace poco recomendable la coexistencia de ambas. Antes bien, ha de ser considerado, y así lo atestiguan los informes periciales recabados por este tribunal, que esta coincidencia temporal puede resultar altamente perjudicial para el equilibrio emocional de los niños, siendo asimismo contraproducente, en opinión de los expertos, que éstos reciban una doble visita de esta naturaleza en tan corto espacio de tiempo, puesto que la duplicidad de regalos que se suele producir en la mayoría de los casos es susceptible de acabar induciendo en ellos hábitos consumistas muy poco recomendables dadas las consecuencias negativas que éstos podrían acarrearles en el futuro.

»Cuarto, que en numerosas ocasiones se ha detectado asimismo un retroceso palpable de la secular tradición española en beneficio de la advenediza traída por el demandado; aunque no es atribución de este tribunal dictaminar sobre los hábitos y costumbres de los ciudadanos españoles, entendemos no obstante que sobre él recae un cierto grado de responsabilidad moral que, en casos como el presente, no puede ser en modo alguno ignorada.

»En base a todo lo anteriormente expuesto, este tribunal considera ajustada a derecho la querella interpuesta por los demandantes, y en consecuencia -al llegar a este punto el juez se vio obligado a elevar el tono de su voz, como única manera de sobreponerse a los murmullos que comenzaron a desatarse en la sala- en ejercicio de las atribuciones que le han sido conferidas por el Reino de España, declara culpable a Nicolás de Myra, etc., etc., del delito de competencia desleal con los Reyes Magos de Oriente, prohibiéndosele que a partir de este momento realice cualquier tipo de actividad relacionada con el reparto de juguetes a los niños en la totalidad del territorio nacional español, quedando ésta reservada en exclusiva a los aludidos Reyes Magos de Oriente o, en su caso, a los miembros de las tradiciones locales que puedan demostrar de forma fehaciente tanto su condición de autóctonos como su arraigo popular en sus respectivos territorios.

La algarabía que se desató en la sala de audiencias una vez concluida la lectura de la sentencia, fue tal que los servicios de orden se vieron obligados a aplicarse con total contundencia. Finalmente la sala pudo ser desalojada, pero lo peor del debate público estaba aún por llegar.

Hubo quienes aplaudieron sin reservas la sentencia, entendiéndola como una defensa necesaria de la idiosincrasia española, amenazada severamente por el colonialismo cultural anglosajón.

Hubo quienes opinaron que se trataba de algo irrelevante, cuando no absurdo, abogando porque fueran los propios ciudadanos quienes decidieran por sí mismos, llegándose incluso a denunciar la presunta existencia de presiones ocultas por parte de determinados intereses económicos.

No faltaron tampoco quienes -políticos, por supuesto- intentaron organizar campañas en contra, con argumentos que iban desde la presunta interferencia -que ellos interpretaban como intolerable- de la Iglesia Católica en la sociedad civil, hasta la también presunta imposición de una supuesta tradición castellana en sus naciones; y eso a pesar de que la sentencia había avalado el respeto a algunas minoritarias tradiciones locales a las que curiosamente nadie o casi nadie había prestado mayor atención hasta entonces. Claro está que bastó con la amenaza espontánea, y nunca probada, de un hipotético boicot a determinados productos de sus respectivas regiones, para que las aguas volvieran rápidamente -al menos por el momento- a su cauce.

Mucho peores fueron las presiones ejercidas sin el menor disimulo por determinadas empresas que, imbuidas por la política del “siempre dos mejor que uno”, protestaron airadamente ante lo que definían como un menoscabo de sus intereses, encontrándose no obstante con la férrea e inesperada oposición de una asociación que, bautizada con el significativo nombre de Padres Esquilmados, apoyaba sin reservas el interdicto judicial.

También resultó importante la reacción internacional, y más concretamente la norteamericana -los países europeos callaron diplomáticamente- en su triple vertiente gubernamental, comercial y ciudadana. Mientras el embajador estadounidense deploraba lo ocurrido al tiempo que elevaba una tibia protesta diplomática, varias compañías multinacionales amenazaron con apelar a los tribunales internacionales pese a que se trataba de un asunto interno español; era mucho el dinero que estaba en juego, máxime teniendo en cuenta que estas empresas hacían de la campaña navideña, centrada en buena parte en torno a la figura de Papá Noel, una de sus más importantes promociones comerciales.

En cuanto a los norteamericanos de a pie... bueno, reaccionaron tal como cabía esperar de ellos, proponiendo un boicot a la tortilla de patatas -rebautizada por los más exaltados como “liberty omelette” y exigiendo como represalia la prohibición de los Reyes Magos en su país, lo que a su vez motivó las airadas protestas de la jerarquía católica estadounidense y el repudio casi unánime de las importantes minorías hispanas del país. De rebote, un actor español que había logrado hacerse un hueco en el exigente Hollywood tuvo que hacer las maletas y volverse para su tierra, mientras los exportadores de ciertos productos españoles, desde cava a zapatos, vieron asimismo mermados sus balances de ventas allende el Atlántico.

Muy pocos, por el contrario, fueron los que llegaron a conocer lo que aconteció a los protagonistas directos de la querella, discretamente desaparecidos del mapa mientras la polémica arreciaba en torno suyo. En realidad, una vez despojados de sus ropajes y privados de su correspondiente iconografía -el trineo y los camellos- pasaban completamente inadvertidos en mitad de la vorágine de la indiferente metrópolis.

Nadie, pues, se apercibió de la identidad de los cuatro personajes anónimos que tomaban tranquilamente unas cervezas en un bar de madrileño barrio de Lavapiés, uno de los pocos que todavía quedaban regentados por autóctonos, antes de partir hacia sus respectivos y lejanos destinos.

-Jo, tíos, os habéis pasado. -reprochaba Nicolás a sus tres acompañantes- Tantos siglos sin problemas entre nosotros, y ahora en un momento...

-Te juro que nunca llegamos a sospechar que pudieran llegar las cosas tan lejos. -se disculpó Melchor- La verdad es que lo planeamos como una simple cuestión de markéting para mejorar nuestros índices de impacto, que últimamente estaban un tanto bajos. ¿Verdad, Gaspar?

-Uh... -el interpelado terminó de masticar precipitadamente los chopitos y, tras ayudar la deglución con un trago de cerveza, corroboró lo afirmado por su colega- Sí, es cierto, estábamos preocupados por el descenso de nuestra cuota de mercado, y decidimos consultar a un asesor financiero que fue quien nos sugirió que... bueno, ya lo sabes. No buscábamos más que una simple campaña de imagen que nos ayudara a mejorar la balanza de resultados, pero se nos acabó yendo de las manos sin que pudiéramos hacer nada por evitarlo; el dichoso juicio nos resultó tan embarazoso como a ti, puedo asegurártelo. ¿Cómo íbamos a imaginar que ese cretino de juez fuera a admitir a trámite una querella tan ridícula? Lo único que queríamos era publicidad, sólo publicidad, y no desde luego a ese precio.

-Pero eso no se hace. -insistió su rival- Me parece muy bien que quisierais potenciar vuestra imagen y todo eso que habéis dicho, pero no a costa mía...

-Hombre, Nico, si nos ponemos así, vamos a decirlo todo. -terció el hasta entonces silencioso Baltasar, esgrimiendo a guisa de florete el pincho moruno que tenía a medio comer- Tú llevabas mucho tiempo haciéndonos una competencia desleal, reconócelo, invadiendo nuestro territorio con la ayuda de toda la parafernalia publicitaria de las multinacionales yanquis e incluso de buena parte de las españolas... y nosotros, hasta ahora, nos habíamos aguantado sin decir ni pío. Pero la paciencia tiene un límite.

-Además, -remachó Gaspar- por si fuera poco, todos los años te adelantabas a nosotros; y eso duele.

-Bueno, no digo que no tengáis razón en eso, -reconoció el interpelado- la verdad es que también a mí se me fueron las riendas de las manos. ¿Creéis que me hace gracia que se me utilice impunemente, por supuesto sin ningún tipo de retribución ni tan siquiera el más mínimo reconocimiento, como un mero reclamo publicitario para intentar venderle a la gente esto o aquello? Yo también tengo mi dignidad y mi orgullo profesional, y os aseguro que estoy completamente harto de hacer de hombre anuncio. En un principio me agradó, no lo niego, por la publicidad que me daba, pero se acabó volviendo contra mí causándome un perjuicio muy superior a los presuntos beneficios, que dicho sea de paso no veo por ningún lado.

-¿Entonces? -interrogó Melchor al tiempo que pelaba una gamba a la plancha.

-Hombre, es que esa no era manera de hacer las cosas. ¡Camarero! ¡Traiga otra ronda de cañas para mí y mis amigos, y también otra ración de callos!

Y respondiendo a la muda interrogación de sus compañeros, prosiguió:

-Yo nunca os he considerado rivales, sino colegas. Por cierto, estos callos están para chuparse los dedos; no veáis lo que cansa una dieta de carne de reno y pescado durante todo el año.

-Pero nosotros jamás hemos invadido tu territorio, como tú hiciste con el nuestro... -apuntó suavemente el Rey negro.

-Yo... ya os he dicho que mi figura ha sido muy manipulada en contra de mi voluntad; no fui yo quien pretendió penetrar en vuestro mercado, fueron ellos los que me obligaron.

-Podrías haberte negado.

-¿Cómo? -un brillo de impotencia se esbozó en los tristes ojillos del vejete- ¡Si hasta ese ridículo traje rojo con ribetes blancos que me veo obligado a llevar año tras año me fue impuesto por la Coca-cola! Yo, todo un obispo, disfrazado de mamarracho...

-Bueno, Nico, no te pongas así. -contemporizó Melchor- Nos conocemos desde hace mucho tiempo, y de sobra sabemos que eres una buena persona. Pero reconocerás que a Baltasar no le falta razón cuando dice que las cosas se estaban pasando ya de castaño oscuro...

-¿Acaso creéis que para mí era un plato de gusto? -hipó el acusado- Imaginaos el esfuerzo que me suponía ese trabajo adicional... Y encima vosotros sois tres, pero yo estoy solo. Mi médico está harto de decirme que no trabaje tanto, que el día menos pensado voy a tener un disgusto... ¡Ah, los callos! ¿Podría traer también un poco más de pan?

-Y de paso unos calamares. -remachó Gaspar- Nico, te aseguro que en ningún momento hemos dudado de tu buena fe, pero los hechos son los hechos. Y encima, vienes ahora reprochándonos que defendiéramos nuestros intereses... ¿es que tú, en nuestro lugar, no habrías hecho lo propio?

-Lo único que pretendía deciros, es que podríamos haber intentado llegar a un acuerdo amistoso sin necesidad de tener que pasar por el juzgado... ¡oye, estos calamares tienen muy buena pinta!

-Pincha, pincha, te aseguro que no volverás a comerlos igual en mucho tiempo. -ofreció Melchor arrimándole el plato- Lo que veo que no has probado todavía es el chorizo; y es ibérico de verdad, no las cosas que te venden por ahí.

-Es que tengo el colesterol un poco alto; -se excusó- ya sabéis, de comer tanto reno... pero todavía no habéis respondido a mi pregunta.

-Para nosotros tampoco fue nada agradable tener que ir al juzgado, pero nuestro asesor insistió mucho en que ésta sería la única manera de poder conseguir algo. -confesó Melchor- Y desde luego, nunca llegamos a sospechar que se acabara llegando hasta el juicio, pensamos que la cosa se pararía antes. Te aseguro que, de haber existido alguna alternativa, habríamos recurrido a ella sin dudarlo.

-Además, tú mismo has reconocido que el verdadero enemigo nuestro no eras tú, sino esas malditas multinacionales que explotaban tu imagen y te sobrecargaban de trabajo, al tiempo que nos comían el terreno a nosotros. -añadió Baltasar, limpiándose con la servilleta la salsa de los callos- ¿Piensas que, por mucho que hubiéramos llegado a alcanzar un acuerdo amistoso, estos señores habrían accedido por las buenas? Amigo Nico, no seas ingenuo.

-No, si la verdad es que yo prefiero que las cosas hayan salido así; no veáis la cantidad de trabajo que me voy a quitar de encima. El problema es que mi imagen ha salido muy malparada, y eso es algo que también es preciso tener en cuenta; soy una figura emblemática para muchos millones de niños, y no puedo, ni quiero, defraudarlos. En cuanto a esas malditas compañías... que las den por saco. Total, para lo que saco de ellas...

-Bueno, -reflexionó Gaspar- quizá pudiéramos llegar a una solución de compromiso que nos satisficiera a todos. ¿Qué os parece si emitimos un comunicado conjunto afirmando que hemos llegado a un acuerdo amistoso y bla, bla, bla...

-Oye, chico, no me parece mala idea eso que has dicho. ¿Por qué no? ¡Camarero! ¡Traiga una botella de champán y cuatro copas!

-¡Del bueno, que te conozco! -añadió Baltasar, que siempre había sido el más sibarita de todos.


Publicado el 2-2-2007 en NGC 3660