Paciencia premiada



El propio juez, pese a estar curado de espantos y más que acostumbrado a tropezar con situaciones desagradables, tuvo que hacer verdaderos esfuerzos para no vomitar, puesto que lo que se mostraba ante sus ojos rebasaba a la más calenturienta de las perversiones. Realmente se trataba de una auténtica carnicería; el cadáver de la víctima había sido despedazado con saña, y sus sangrientos despojos salpicaban toda la habitación.

-¿Han tomado ya las muestras? -preguntó, reprimiendo las náuseas.

-Sí, ya lo han hecho. -respondió el policía- De todos modos, el caso no puede estar más claro; el asesino fue detenido aquí mismo, completamente cubierto de sangre y con un cuchillo de grandes proporciones en la mano, y ha confesado que fue él quien cometió el crimen.

-Está bien. -gruñó al tiempo que abandonaba la horripilante escena del crimen- Ordenen que levanten el cadáver... o lo que queda de él, porque si no vamos a acabar echando hasta la primera papilla.

Ya fuera, volvió a preguntar:

-¿Está confirmada la identidad de la víctima?

-Sin ninguna duda. -respondió el policía que le acompañaba- Se trata de Papá Noel.

-¡Papá Noel! -exclamó el juez con asombro- ¿Quién puede haber sido el loco?

-Usted lo ha dicho, un loco. O mejor dicho, un psicópata. Al parecer, esperó escondido a que la víctima llegara cargada con los juguetes, se abalanzó sobre ella esgrimiendo un cuchillo y... ya conoce usted el resultado.

-¿Por qué lo haría?

-Cualquiera lo sabe. El tipo gritaba que una voz interior se lo ordenaba, y aparentemente no existe ningún otro móvil; supongo que se le declarará enajenado mental.

-Hum, eso es prematuro de afirmar, habrá que instruir el sumario y recabar la opinión de los psiquiatras. ¿Tenía antecedentes?

-Penales no, pero psiquiátricos sí. Siempre ha sido un tipo raro, al parecer estaba zumbado desde muy joven, pero jamás había sido peligroso.

-Está bien, ya veremos. -zanjó el letrado rehuyendo comprometerse- De todos modos, aquí hay algo que no acaba de convencerme.

* * *

En algún lugar desconocido perdido en mitad de las vastas soledades asiáticas, tres personajes brindaban animadamente.

-Bien, queridos amigos, por fin nos hemos quitado de en medio a ese maldito intruso... -celebraba uno de ellos- Ya era hora, después de tantos años teniendo que soportar que el muy sinvergüenza nos comiera impunemente el terreno.

-Sí, -respondió el segundo- nos hemos librado de un buen estorbo, pero tengo miedo de que nos puedan culpar de instigadores de su asesinato.

-¡Venga, Gaspar, no me vengas con cuentos! -exclamó el tercero- Es imposible relacionarnos con el crimen, no existe la menor prueba inculpatoria ni siquiera circunstancial.

-Pero se da la circunstancia de que nosotros somos los principales beneficiarios, por no decir los únicos... -objetó tímidamente el interpelado.

-¡Bah, pamplinas!

-De todos modos, -matizó el primero- siempre cabe la posibilidad de que el asesino hable...

-¿Tú también, Melchor? ¿Y qué va a decir? ¿Que asesinó a Papá Noel porque se lo ordenamos nosotros? Absurdo. ¿Quién le iba a creer? Dirá, supongo, que lo hizo porque el difunto se estaba cargando la tradición secular española. Determinarán que está como una regadera, lo cual es cierto, le encerrarán en un psiquiátrico y aquí paz y después gloria.

-Pero podrían investigar un posible vínculo nuestro con él... -insistió Gaspar- Vosotros dos, y en especial tú, Baltasar, lo veis muy claro, pero yo no tanto.

-Y lo tuvimos... -se burló Baltasar- en el pasado, cuando él tenía siete años. ¿Pero tú te crees que alguien con dos dedos de frente se lo puede tomar en serio? Él fue uno de tantos niños a los que atendimos sus peticiones de regalos, tan sólo uno más entre miles... y eso ocurrió hace justo treinta años. No hemos vuelto a verle en la vida.

-De hecho, -concedió el timorato Gaspar- ni siquiera yo me acabo de creer que fueras capaz de hacerlo, recuerda mi escepticismo de entonces.

-Pues menos mal que no te hice caso. -rió el interpelado- Y no tiene nada de misterioso, la explicación es totalmente científica... aunque, por fortuna para nosotros, tan heterodoxa que jamás ningún psiquiatra mínimamente académico la tendría en consideración.

-¿Cómo te las apañaste? Nunca quisiste darnos demasiados detalles.

-Fue mi justa venganza por vuestra incredulidad. -bromeó Baltasar- Y resultó sencillo una vez conocidas las claves, aunque claro está eso me costó muchos años de estudio. Pero mereció la pena, y cuando vi frente a mí a aquel angelical niño supe instantáneamente que se trataba de un futuro psicópata, un diamante en bruto que tarde o temprano acabaría convirtiéndose en un loco asesino. Así pues, ¿por qué no aprovechar en beneficio propio el regalo que el destino había puesto en nuestras manos?

»Así pues, mientras sus padres creían que le susurraba al oído las típicas frases hechas que les endosamos a todos los niños sobre si han sido buenos y demás, en realidad le sometí a una especie de inducción hipnótica diferida que por supuesto olvidó inmediatamente; para que el experimento tuviera éxito, era necesario dilatarlo lo suficiente en el tiempo. Durante treinta años esa orden permaneció latente en su cada vez más desquiciado subconsciente hasta que, llegado el momento, afloró de forma espontánea y ¡voilá! -concluyó con una sonrisa de oreja a oreja.

-Y ahora, amigos, -remachó exultante Melchor- brindemos por nuestro esplendoroso futuro.

Así lo hicieron.


Publicado el 2-2-2007 en NGC 3660