Adelantos técnicos



Doña Virtudes era una respetable viuda que todos los días, salvo por causa de fuerza mayor, acostumbraba a visitar la capilla de san Lupercio, del que era ferviente y casi única devota. Una vez en ella depositaba su ofrenda en el lampadario y, dirigiendo su mirada a la hierática efigie del santo, le ofrecía sus oraciones y sus peticiones en el convencimiento de que el egregio mártir sería su valedor ante las altas instancias del ámbito celestial.

Anclada en su rutina, doña Virtudes se quedó bloqueada el día en el que se encontró con que el lampadario había sido sustituido por un extraño artilugio que recordaba a un cajero automático salvo en el detalle de que, en el lugar donde debería haber estado la ranura para introducir la tarjeta, estaba colocado el cepillo de las limosnas, único elemento que le resultaba familiar de todo el tinglado.

Desconcertada y sin saber qué hacer, tras mirar de un lado a otro en busca infructuosamente de ayuda -a tan temprana hora la iglesia se encontraba vacía y, como era de suponer, la talla de san Lupercio se negó a colaborar-, pensó dirigirse a la sacristía en busca del párroco o de alguno de los coadjutores, suponiendo que cualquiera de ellos podría explicarle las razones de tan insólito cambio.

Sin embargo no tuvo necesidad alguna de hacerlo ya que el artilugio, provisto de algún tipo de sensor de movimiento, detectó su presencia y de forma automática conectó la pantalla de la que estaba provisto.

Doña Virtudes no estaba familiarizada con este tipo de aparatos, de hecho se negaba a usar los cajeros automáticos e incuso seguía aferrada a un vetusto teléfono móvil de teclado, pero tenía cierta idea intuitiva de como funcionaban. Así pues, dirigió la vista hacia la pantalla y leyó el mensaje que afortunadamente -había dejado las gafas de leer en casa- estaba escrito en letras suficientemente grandes que podían ser leídas sin dificultad:


BIENVENIDO/A AL SISTEMA AUTOMÁTICO CELESTEL
POR FAVOR, DEPOSITE SU OFRENDA EN EL CEPILLO

(SISTEMA EN PRUEBAS. DISCULPEN LAS MOLESTIAS)


Tras dudar unos instantes, la anciana abrió el monedero e introdujo su donativo en el cepillo; al menos, esto no había cambiado. Las monedas hicieron el ruido habitual al caer por la ranura y, automáticamente, la pantalla cambió el rótulo por una imagen en color que reproducía una batería de velas, varias de las cuales se encendieron.

Murmurando algo -no demasiado, pues le hubiera tocado volver a confesarse- acerca de la manía de complicar siempre las cosas, doña Virtudes procedió a abordar la siguiente fase de su ritual cotidiano, consistente en arrodillarse en uno de los reclinatorios para rezar unas oraciones a san Lupercio antes de hacerle las peticiones correspondientes. Pero le interrumpió un parpadeo de la pantalla al tiempo que comenzaba a sonar una suave música y un tenue aroma a incienso se expandía por el interior de la capilla.

Cada vez más perpleja, volvió a centrar su atención en ésta comprobando que la imagen había cambiado de nuevo. Ahora aparecía en ella un rostro sonriente que se le antojó angelical.

Y eso no fue todo ya que, sonriendo, éste le saludó con afabilidad.

-Bienvenida, hermana Virtudes, me alegra verte aquí.

-¡Quién es usted? -le preguntó la interpelada con alarma-. ¿Dónde está el señor cura?

-Soy el agente celestial Chafardael -respondió éste con melodiosa voz-, tu asistente personal en todo lo relacionado con plegarias, rogativas y peticiones.

-Yo... yo no entiendo nada -exclamó la perpleja viuda-. Siempre había usado el lampadario sin problemas, pero esto...

-Lo comprendo, hermana, y para eso estoy yo aquí, para ayudarte a aprender a manejar el oraciómetro, el prototipo de un nuevo servicio que ha sido instalado en esta capilla a modo de prueba, aunque andando el tiempo se extenderá su implantación a la totalidad de nuestros centros de oración.

-Pero si el lampadario antiguo funcionaba bien...

-Sí, pero los tiempos adelantan que es una barbaridad, y la necesidad de usar las nuevas tecnologías resultaba cada vez más acuciante. Comprendo que el nuevo sistema pueda resultarte a priori sorprendente e incluso dificultoso de utilizar, pero has de tener en cuenta que, tras dos mil años de existencia, el sistema tradicional no daba ya más de sí, y por más que se incrementaba el número de operadores el servicio de atención a los fieles estaba cada vez más desbordado. Era esta opción o la de desatender cada vez más peticiones por falta de capacidad material para hacerlo.

-Lo entiendo -musitó doña Virtudes aunque la realidad era la contraria-, pero mucho me temo que esto me ha llegado demasiado tarde; ni siquiera uso los cajeros automáticos, y este aparato se parece bastante a ellos.

-Eso es cierto -reconoció el angélico ser-, si se eligió este diseño fue por su similitud de uso con los cajeros, dado que la mayor parte de los usuarios potenciales están acostumbrados a utilizarlos. Pero, claro está, también queda gente como tú, a la que no podemos dejar de lado sobre todo teniendo en cuenta que soléis ser nuestros fieles más constantes.

-¿Y no se podría haber buscado una fórmula más sencilla para nosotros? -preguntó la viuda.

Bien -reconoció Chafardael-, de hecho se barajó la posibilidad de recurrir a hologramas interactivos que incluso pudieran sustituir a las imágenes de los santos invocados; además, así entre nosotros, san Lupercio podrá ser muy venerable, pero su talla es espantosa. Sin embargo, se acabó desestimando esta posibilidad ante el temor de que algunos creyentes excesivamente ingenuos pudieran llegar a confundir los hologramas con apariciones de los verdaderos santos, incurriendo así en un indeseado error. Pero no te preocupes -le tranquilizó-, yo voy a enseñarte a manejar el oraciómetro, verás que en el fondo es muy sencillo.

-Eso espero... -concedió la pobre mujer sin demasiado convencimiento.

-Verás -explicó Chafardael ignorando su tono dubitativo-. En primer lugar, tras depositar tu óbolo en el cepillo, por cierto está previsto incluir más adelante una ranura para poder hacerlo con la tarjeta de crédito, aparecerá en pantalla este menú.

La efigie del ángel, o lo que fuera, desapareció, siendo sustituida por el siguiente texto:


BIENVENIDO/A AL SISTEMA AUTOMÁTICO CELESTEL
POR FAVOR, PULSE SOBRE LA OPCIÓN DESEADA

1. ORACIONES Y PLEGARIAS
2. ROGATIVAS
3. PETICIONES
4. OTRAS OPCIONES
5. SALIR


Aunque no su voz, que siguió dándole explicaciones:

-Como ves, no puede ser más sencillo. Elige una cualquiera de las opciones.

Reluctante, doña Virtudes acercó el índice a la pantalla y, no sin un difuso temor, rozó con la yema del dedo la primera opción, abriéndose un nuevo menú:


BIENVENIDO/A AL SISTEMA AUTOMÁTICO CELESTEL
USTED HA PULSADO LA OPCIÓN ORACIONES Y PLEGARIAS
¿ES CORRECTO?

SÍ / NO


Ya más animada, y sin necesidad de que el agente celestial interviniera de nuevo, pulsó SÍ. Y, como esperaba, se encontró frente a otro mensaje:


BIENVENIDO/A AL SISTEMA AUTOMÁTICO CELESTEL
USTED SE ENCUENTRA EN LA OPCIÓN ORACIONES Y PLEGARIAS

POR FAVOR, ESCRIBA EL NOMBRE DEL SANTO/A
A QUIEN DESEA INVOCAR O REZAR


Bajo el cual aparecía una caja de texto, en ese momento vacía, acompañada por un teclado digital.

Doña Virtudes titubeó ante la inesperada dificultad, ante lo cual el ahora invisible Chafardael intervino de nuevo.

-Venga Virtudes, que lo estás haciendo muy bien. Escribe, letra a letra y sin equivocarte (si lo haces puedes borrarlo con la tecla que tiene una flecha a la izquierda con un aspa dentro), el nombre de san Lupercio, o el de cualquier otro bienaventurado que prefieras.

Temblorosa, escribió el nombre del mártir leonés de forma correcta, aunque olvidándose de la mayúscula inicial. No obstante, el sistema lo entendió reproduciendo en la pantalla una imagen del santo similar en sus atributos a la del vecino retablo. Junto a ella, aparecieron las pertinentes instrucciones:


BIENVENIDO/A AL SISTEMA AUTOMÁTICO CELESTEL
USTED SE ENCUENTRA EN LA OPCIÓN ORACIONES Y PLEGARIAS
HA SELECCIONADO A SAN LUPERCIO MÁRTIR
¿ES CORRECTO?

SÍ / NO


No sin sentir cierta sensación pecaminosa aunque, se dijo, nada podía haber de malo en algo promovido por los propios ángeles, doña Virtudes pulsó con decisión, con la aprobación implícita de su ahora silencioso interlocutor, la opción SÍ, enfrentándose al consabido nuevo mensaje:


BIENVENIDO/A AL SISTEMA AUTOMÁTICO CELESTEL
USTED SE ENCUENTRA EN LA OPCIÓN ORACIONES Y PLEGARIAS
A SAN LUPERCIO MÁRTIR
POR FAVOR, PROCEDA A REALIZAR SUS ORACIONES
UNA VEZ HAYA TERMINADO, PULSE

RETROCEDER


-Adelante, Virtudes, reza como siempre lo has hecho -le animó su mentor-. Puedes hacerlo frente a la imagen del retablo o frente al oraciómetro, como desees, ambas alternativas son igual de válidas.

La anciana optó por la primera de ellas por resultarle más familiar, y tras rezar su letanía habitual se quedó parada durante unos segundos antes de recordar que tenía que pulsar en RETROCEDER, lo cual hizo sin necesidad alguna de que se lo recordara Chafardael.

-¡Perfecto! -le felicitó éste-. ¿Ves cómo no es difícil? Sigue ahora las instrucciones.

La pantalla había vuelto al menú inicial, lo que le hizo dudar.

-Elige ahora alguna otra opción, la que prefieras -le sugirió el ángel.

Ella pulsó entonces la correspondiente a las peticiones y, tras confirmar que era la opción correcta y que éstas irían dirigidas también a san Lupercio, se encontró frente a un menú similar al anterior y, por lo tanto, fácil de entender:


BIENVENIDO/A AL SISTEMA AUTOMÁTICO CELESTEL
USTED SE ENCUENTRA EN LA OPCIÓN PETICIONES
A SAN LUPERCIO MÁRTIR
POR FAVOR, PROCEDA AHORA A REALIZAR SUS PETICIONES
UNA VEZ HAYA TERMINADO, PULSE

RETROCEDER


-Hazlas -sugirió Chafardael-. Puesto que yo estoy sujeto al secreto profesional puedes decirlas en voz alta, pero si lo prefieres basta con que las musites o incluso sólo las pienses.

-Da igual -respondió ella-. No es ningún secreto. En primer lugar, quería pedirle al santo que me aliviara el reuma, ya que de un tiempo a esta parte lo estoy pasando fatal con las rodillas. Ah, se me olvidaba, también quisiera que intercediera para que mi nieto mayor consiga aprobar el curso, porque lo lleva bastante mal y corre el riesgo de repetir, y su padre le ha advertido que como suspenda le saca del colegio y le pone a trabajar de albañil. Es un poco bruto, ¿sabes?

-Bien, pues ya están hechas -replicó el agente sin preguntarle si el calificativo se refería al padre o al hijo-. ¿Ves que sencillo? ¿Quieres hacer otra?

-Ya puestos... -se animó-. A ver si pudiera hacer que mi sobrino encontrara trabajo, que buena falta le hace al pobre.

-Estupendo. El sistema ha tomado nota y remitirá tanto tus oraciones como tus peticiones a su destinatario. ¿Nada más? -y ante su mudo asentimiento añadió-. Pues entonces, pulsa RETROCEDER y luego SALIR. A partir de ahora serás capaz de usar el sistema sin ayuda, pero si te surgiera alguna dificultad bastará con que pulses, en el menú general, OTRAS OPCIONES y a continuación DESEO HABLAR CON UN OPERADOR. Y con esto hemos terminado.

Aliviada, doña Virtudes pronunció una convencional frase de despedida intentando escabullirse de allí lo antes posible, pero el ángel reclamó su atención con una fanfarria perteneciente a El Mesías de Haendel.

-Espera un momento, Virtudes; disculpa la molestia, pero antes de que te vayas te agradecería que respondieras a una pequeña encuesta para evaluar el grado de satisfacción con el servicio de atención a los fieles; apenas te llevará un minuto. Son tan sólo unas pocas preguntas que deberás puntuar de cero a diez, correspondiendo el diez a la máxima satisfacción y el cero a la mínima. ¿Te importaría acercarte de nuevo a la pantalla del oraciómetro?


Publicado el 4-10-2018