Bienvenido al paraíso



Despertó plácidamente, como no recordaba haberlo hecho en mucho tiempo. Su cuerpo, agradecido, se negaba a abandonar tan plácido estado de relajación, al tiempo que su desconcertada mente, todavía velada por las brumas que suelen acompañar a la transición entre la vigilia y el sueño, trataba de desvelar lo que ocurría.

Finalmente la explicación le llegó a modo de fogonazo: no le dolía nada, algo excepcional considerando la amplitud del catálogo de sus achaques.

La rodilla, el hígado -aunque el médico insistía en que se trataba de gases él no acababa de creérselo-, el maldito callo del pie derecho, el pecho -sesenta años de fumador empedernido habían dejado su firma-... él, bromeando, solía decir que cuando le preguntaban qué tal estaba tardaba bastante menos en enumerar las partes de su cuerpo que no le dolían, y esos órganos díscolos acostumbraban a hacerse notar ya desde las primeras horas de la mañana, si no incluso desde antes; pero en ese momento, para su sorpresa, todas ellas estaban calmadas.

Bien, se dijo, no se iba a preocupar por ello, amén de que a buen seguro se trataría tan sólo de una breve tregua temporal, para desgracia suya. Así pues, abrió los ojos y...

Segunda sorpresa. ¿Dónde demonios estaba? Desde luego no en su casa, y tampoco recordaba haber sido llevado al hospital... aunque bien pensado, el lugar donde había despertado no tenía la menor apariencia de tratarse de una habitación de hospital, sino más bien de un hotel de peculiar y minimalista decoración.

Tan sólo había una posible manera de averiguarlo, por lo que procedió a hacerlo incorporándose del blando lecho.

Tercera sorpresa. Su mano. No era una mano de anciano, tal como habría cabido esperar, sino el nervudo miembro de un hombre joven. No podía ser, él tenía ochenta años cumplidos, y desde luego no se había sometido a ningún tipo de intervención de cirugía estética, si es que esta actividad hubiera sido capaz, cosa de la que dudaba, de provocar tan radical transmutación.

Al ponerse en pie pudo comprobar, como cabía esperar, que el inexplicable rejuvenecimiento no se había limitado a la mano sino que, por el contrario, se extendía a la totalidad de su cuerpo, un cuerpo que ahora parecía estar en la flor de la juventud tras haberse quitado de encima no menos de cincuenta años.

Presa de una súbita inquietud, abrió la puerta que le separaba del baño. La imagen que le devolvió el espejo era la de su propio rostro, pero un rostro ya olvidado entre las brumas del tiempo y en el que todavía no habían comenzado a hacerse sentir los estragos de la edad.

Estaba sumido en un mar de pensamientos contradictorios, cuando un discreto golpeteo en la puerta de entrada tuvo la virtud de sacarle de su ensimismamiento... percatándose por vez primera de que se encontraba tal como su madre le trajera al mundo.

Azorado se enrolló una toalla a las caderas, al tiempo que autorizaba al desconocido a traspasar el umbral.

El visitante era una muchacha joven y agraciada, que llevaba en sus manos una bandeja con un copioso almuerzo... y apetitoso, tal como se apresuró a recordarle su vacío estómago.

-¿Dónde estoy? ¿Qué me ha pasado? ¿Quién es usted? -preguntó atropelladamente.

-Cálmese, señor Aguirre, le aseguro que habrá tiempo para todo -respondió la chica exhibiendo una luminosa sonrisa-. De momento lo más urgente es que usted recobre fuerzas, una vez que haya terminado de comer habrá ocasión de satisfacer su curiosidad. ¡Ah! -añadió, señalando divertida a su improvisado taparrabos-. Aunque aquí no solemos ser demasiado pudorosos, si lo desea puede elegir el atavío que le resulte más de su agrado en el ropero.

Y se marchó, tras depositar las viandas sobre la mesa.

Arturo Aguirre, pues en efecto de él se trataba, se abalanzó literalmente sobre la comida, devorándola tal como no recordaba haberlo hecho en mucho, mucho tiempo... y sin acordarse ni de la diabetes ni del colesterol, ayudado eso sí por su dentadura que, como cabía suponer, había recuperado en su totalidad. No sería sino hasta bastante después cuando cayó en la cuenta de que sus misteriosos anfitriones, al parecer, le conocían.

Una vez hubo saciado el apetito, siguió la sugerencia de la ¿enfermera? descubriendo con sorpresa que el aludido ropero no era un simple armario empotrado tal como él supusiera, sino un amplio vestidor repleto de todo tipo de trajes y vestimentas... todos, por cierto, de su talla. Tras dudarlo en un principio, optó finalmente por un atavío informal, aunque discreto, más acorde con su apariencia actual que los austeros trajes que vistiera en sus últimos años.

No habrían pasado más allá de unos minutos cuando su gentil anfitriona volvió de nuevo a la habitación, en esta ocasión para preguntarle si ya estaba listo. Tras su respuesta afirmativa, le pidió que le acompañara para conducirle ante un tal doctor Fulcanelli que, según dijo, sería quien le explicara las circunstancias de su presencia allí.

Fulcanelli le recibió en un amplio y luminoso despacho cuyas ventanas se abrían a un cuidado jardín. Aparentaba tener unos treinta, o treinta y tantos, años de edad, era bien parecido y, por variar, su sonrisa parecía formar parte indeleble del rostro.

-“No, si al final va a resultar que es igual que en La fuga de Logan”... -se dijo, medio en broma medio en serio-. “¿Es que en este endiablado sitio no hay un solo viejo?

Adivinándole los pensamientos, Fulcanelli se anticipó a sus preguntas.

-Bienvenido, señor Aguirre, es un verdadero placer tenerle entre nosotros. Siéntese, por favor -invitó señalándole un cómodo sillón situado frente al suyo-. ¿Le apetece tomar algo? -y ante su muda negativa continuó- No se preocupe, estoy aquí para aclararle todas sus dudas. ¿Por dónde prefiere que empiece?

-Yo... -en realidad el recién llegado no sabía por donde hacerlo.

-Está bien -sonrió Fulcanelli condescendiente-. Sé lo que siente, puesto que antes que a usted he recibido a otras muchas personas en sus mismas circunstancias, e incluso yo mismo pasé en su momento por idéntica experiencia... es normal que se sienta confuso.

-¿Por qué me han... rejuvenecido? -logró articular al fin-. ¿Quién les dio permiso para hacerlo?

-Se equivoca usted, señor Aguirre -respondió con suavidad su interlocutor-. No le hemos rejuvenecido, le hemos resucitado... o, mejor dicho, le hemos reencarnado. Y como no nos resultaba posible pedirle permiso a un difunto, nos tomamos la libertad de hacerlo bajo nuestra propia responsabilidad; espero que esto no le disguste demasiado.

-¿Cómo dice? -el resurrecto se habría esperado cualquier respuesta menos ésta.

-Usted murió, señor Aguirre, aunque por razones que le expondré más adelante en estos momentos es incapaz de recordarlo; si lo desea le podría explicar las circunstancias concretas de su óbito, aunque sinceramente no creo que sea necesario recordar algo tan escabroso.

-Pero...

-Permítame que se lo explique. Tras su fallecimiento nosotros procedimos a recuperar su mente, o su alma si así lo prefiere, proporcionándole un nuevo cuerpo; idéntico al suyo, por supuesto, pero libre de los estragos producidos por la edad, que en su caso eran bastantes. Es lógico, ¿no? Puestos a elegir, no íbamos a ponerle de nuevo en un cuerpo achacoso, ¿no le parece?

Aunque en realidad él no veía la lógica por ninguna parte, tal como estaba desbordado por los acontecimientos, asintió dócilmente.

-Claro está que, ya puestos -continuó Fulcanelli-, aprovechamos la ocasión para introducir algunas mejoras... su nuevo cuerpo está limpio por completo de genes defectuosos que pudieran darle guerra en un futuro -Aguirre recordó de forma involuntaria el cáncer de colon del que había sido operado algunos años antes-, su metabolismo ha sido optimizado librándole entre otras cosas esa molesta tendencia suya a engordar, se le ha potenciado el sistema inmunológico para dejarle a salvo de cualquier posible enfermedad infecciosa y, lo más importante de todo, se han suprimido los indeseables efectos del envejecimiento celular, por lo que a partir de ahora podría decirse que no sólo vuelve usted a ser joven, sino que lo seguirá siendo de forma indefinida... en resumen, se ha convertido en un ser virtualmente inmortal -concluyó triunfante.

-Y eso... ¿por qué? -Arturo Aguirre estaba tan abrumado que era incapaz de calibrar las consecuencias de tan pasmosa revelación.

-Porque usted se lo merecía, sólo por eso. Digamos que, debido a su gran valía, en su momento fue seleccionado para perpetuarse, evitando que la muerte truncara de forma irreversible su brillante trayectoria vital.

-¿Qué me lo merecía? ¡Usted bromea! Durante toda mi vida no pasé de ser uno de tantos ciudadanos anónimos, y jamás llegué a hacer nada que me permitiera significarme sobre el resto de la sociedad.

-Se equivoca de nuevo. Nuestros criterios no tienen por qué coincidir, y de hecho casi nunca coinciden, con los caprichos de una sociedad tan voluble que acostumbra a encumbrar a todo tipo de mediocres y advenedizos al tiempo que margina a quienes son realmente válidos. ¿Se puede imaginar siquiera el ingente potencial humano desperdiciado estúpidamente a lo largo de la historia? Nuestra labor consiste precisamente en evitar que se pierda, recuperándolo y dándole una nueva oportunidad. Y si usted está aquí, es porque así se decidió, no por casualidad ni por accidente. Si me permite la presunción, no solemos equivocarnos.

-Sí, pero...

-No hay excusas que valgan. Nos consta que usted, durante toda su vida, se ha lamentado amargamente por no haber alcanzado el reconocimiento social que creía merecer, y le puedo asegurar que estaba en lo cierto. Puesto que todo ese potencial quedó truncado en su anterior vida, ahora dispone de una segunda oportunidad para aprovecharlo íntegramente, y le aseguro que en esta ocasión sí se le reconocería su valía. Ésta, y no otra, es la razón por la que se encuentra usted aquí.

-¿Acaso son ustedes dioses, puesto que se arrogan el derecho de disponer libremente de la vida de los demás, incluso después de su muerte? -preguntó, asustado, Aguirre.

-¡Oh, no! Le aseguro que nosotros somos tan mortales, bueno, es un decir, como usted, simplemente disponemos de una tecnología superior que nos permite acceder a estos pequeños milagros, pero nada de sobrenatural hay en ello.

-No tan pequeños, me temo...

-No tan pequeños, en efecto. Pero cuando la ciencia se convierte en algo rutinario, acaba perdiendo todo su halo de misterio.

-Está bien, dejemos esta discusión. Dígame, ¿cómo lo hicieron?

-Esto es fácil de explicar siempre que no entremos en profundidades técnicas, aparte de que no sería capaz de hacerlo. En esencia, todo arranca de un muestreo que se hace a todos los humanos vivos a partir de que éstos alcanzan la madurez intelectual; no se asuste, se trata de unos sistemas automáticos que funcionan por sí solos. Éstos discriminan a la población evaluada en función de determinados parámetros y, al tiempo que descartan a los que no cumplen con las expectativas esperadas, aproximadamente un noventa y cinco por cien del total, inician un seguimiento sistemático del resto. Por cierto, ¿tiene usted algún tipo de creencias religiosas?

Ante la displicente respuesta del recién llegado, continuó:

-Bien -suspiró-, esto nos hará más fácil la explicación al no correr el riesgo de tropezar con posibles interferencias de índole sobrenatural. Si me permite utilizar un símil informático, el segundo paso consiste en realizar copias de seguridad periódicas de las mentes de todas las personas seleccionadas. Tras la muerte de éstas o, en su caso, cuando el cerebro y, por lo tanto, la capacidad intelectual, comienzan a degradarse, se utiliza la copia más reciente introduciéndola en un cuerpo que previamente se ha creado y que podríamos denominar clónico del original... aunque, como ya le expliqué antes, libre del desgaste producido por la edad y asimismo mejorado.

-¿Y... los otros? -preguntó Aguirre con timidez.

-¿Esos qué importan? -zanjó Fulcanelli encogiéndose elocuentemente de hombros-. Tan sólo rescatamos a aquéllos que verdaderamente resultan ser valiosos. El resto...

-Está bien -suspiró Aguirre con resignación, al tiempo que pensaba en la suerte que pudieran haber corrido los miembros de su familia, o sus cada vez más escasos amigos-. Supongo que usted también tendrá razón en eso.

-Me satisface que lo comprenda, a veces esta responsabilidad no resulta nada fácil de asumir. ¿Qué más desea saber?

-¿Dónde estamos? Porque me figuro que ésta no será la Tierra...

-Pues sí que lo es; el resto del cosmos resulta ser demasiado hostil para que la frágil criatura humana pueda prosperar fuera de su mundo natal -y viendo el gesto de extrañeza de su interlocutor, explicó-. Pero no se trata de la Tierra donde usted nació y vivió, sino de otra idéntica... digamos que perteneciente a un universo paralelo, similar en todo a nuestro viejo planeta excepto en un detalle fundamental: aquí, por azares del destino, nunca llegó a surgir la especie humana, razón por la que los resucitados, denominémonos así para entendernos, disponemos de todo un planeta virgen para nosotros solos... intacto además frente a cualquier tipo de agresión que hubiera podido sufrir de manos de nuestros poco civilizados congéneres. Y le aseguro que se trata de un hogar extremadamente cómodo y agradable -sonrió de oreja a oreja.

-¡Vaya! -ironizó Aguirre sin pretenderlo-. Me veo como Adán en el Paraíso. ¿Habrá también una Eva?

-Una no, muchas -respondió divertido su interlocutor-; y además nunca tropezarán con una serpiente. Pero aunque aquí la vida sea regalada y sin preocupaciones, se equivoca si piensa que tiene lo más mínimo de primitiva; que evitemos los abusos y los errores de nuestros congéneres, que hayamos conseguido erradicar cuanto de alienante tenía nuestra vida anterior, no quiere decir que renunciemos a las comodidades ni a los avances tecnológicos. Simplemente, aprovechamos los medios de que disponemos para vivir de una manera sensata y razonable, disfrutando de ello todo lo que podemos.

-¿Entonces?

-Aunque cada cual es libre de organizarse como mejor desee, por lo general la mayoría de nosotros suele llevar una vida bastante social, evitando eso sí todo cuanto pudiera recordar a los infiernos inhumanos en que acabaron convirtiéndose las ciudades de allá abajo. Nuestra tecnología es limpia y eficaz además de completamente inocua para el entorno, y gracias a ella podemos gozar de un alto nivel de vida sin necesidad alguna de una masa laboral que trabaje para nosotros manteniendo activos los engranajes que permiten funcionar a nuestra sociedad; aquí no hay proletariado alguno, y por lo tanto no existen las tensiones sociales.

-Me está hablando usted de una utopía.

-En efecto, pero se trata de una utopía real que funciona y es perfectamente viable para fortuna nuestra, como podrá comprobar dentro de poco.

-Dígame, señor Fulcanelli -Aguirre se removió inquieto en su asiento-, ¿por qué yo?

-¿Por qué? -se sorprendió, o fingió sorprenderse, el interpelado-. Pues porque usted se lo merecía, así de sencillo.

-¿Me lo merezco? -el tono de incredulidad del resucitado era completamente real-. Pero por Dios, ¿qué he hecho yo de reseñable en toda mi vida? Mi existencia no ha podido ser más gris y monótona, una de tantas mediocridades entre millones y millones de ciudadanos anónimos que nacieron, crecieron, formaron una familia y murieron sin dejar más rastro que el recuerdo entre sus más allegados, un recuerdo que el tiempo se encarga de ir desdibujando poco a poco.

-Se subestima, señor Aguirre. Es cierto que usted no pudo hacer en su vida mortal nada medianamente creativo, pero eso no se debió a que careciera de aptitudes para ello, sino a que las circunstancias en las que se vio inmerso se lo impidieron muy a pesar suyo.

-Eso es cierto -concedió entre complacido y apenado-. A mí me hubiera gustado hacer una serie de cosas que por desgracia no daban para comer. Yo me casé joven, tenía una familia que mantener...

-Y por la que sacrificó su verdadera vocación en aras del pan de sus hijos. Una decisión muy loable, por supuesto, pero que privó a la humanidad de la obra de un genio.

-Si usted lo dice... -respondió dubitativo, temiendo que su interlocutor estuviera intentando burlarse de él.

-No sólo lo digo, sino que lo afirmo -remachó con aplomo Fulcanelli-. Créame si le digo que aquí contamos con los medios necesarios para tener certeza de ello.

-No se lo discuto, viendo todo lo que me he encontrado desde que desperté aquí... pero en cualquier caso, eso es algo que poco importa ya -concluyó con amargura.

-Se equivoca de nuevo; nada de irreversible hay en ello. Este lugar donde nos encontramos ahora nos ofrece, y esto es lo más maravilloso de todo, una segunda oportunidad en la que los elegidos no sólo pueden rescatar la totalidad de su obra creativa realizada durante su vida mortal, sino también todo aquello que, por las razones que fueran, se les quedó en el tintero; usted incluido.

-¿Quiere decir que...? -Arturo Aguirre abrió unos ojos como platos.

-Señor Aguirre, ¿se ha parado a pensar en alguna ocasión cuán y tan espléndido patrimonio de todo tipo se ha perdido, a lo largo de la historia, a causa de catástrofes, guerras, desastres o abandonos de todo tipo? ¿O cuántos creadores, en la flor de la juventud, se llevaron a la tumba lo que probablemente hubiera sido lo mejor de su producción? ¿Se imagina que Mozart no hubiera fallecido a los treinta y cinco años? ¿O que no hubiera ardido la Biblioteca de Alejandría? ¿O que se hubiera conservado el esplendor artístico de la Grecia y la Roma clásicas? ¿O, en definitiva, que gente como usted hubiera podido dedicarse a hacer realidad su verdadera vocación?

Hizo una breve pausa para recobrar aliento y continuó:

-Pues bien, todo esto y mucho más es posible aquí. Puedo presumir, como usted tendrá ocasión de comprobar personalmente, de que aquí se encuentra para disfrute de todos nosotros, usted incluido, todo cuanto de bueno o bello ha sido creado por la humanidad desde sus mismos orígenes, incluyendo no sólo todo lo perdido, sino también todo cuanto no pudo llegar a ser. Y por si fuera poco, todos los creadores, toda la fuerza motriz de la cultura, el arte y la ciencia, están también aquí, vivos y en plena madurez creativa -Fulcanelli se encontraba cada vez más excitado-. Pronto tendrá ocasión de conocer personalmente a personajes como Einstein, Newton, Galileo, Platón, Leonardo, Virgilio, Velázquez, Cervantes, Beethoven...

-¿Me está diciendo que llevan siglos trayendo gente aquí? -preguntó Aguirre con un tono de incredulidad en su voz.

Siglos no, milenios -fue la sorprendente respuesta-. Y antes de que me lo pregunte, le voy a responder: no tenemos la menor idea de quienes fueron los que organizaron esto, aunque no cabe duda de que ni siquiera en su época, y por el momento es usted de los últimos recién llegados, existe la menor capacidad tecnológica para hacerlo... ni existirá, probablemente, en mucho tiempo. Cuando vinieron los primeros, procedentes de los albores de la civilización, ya recibieron una bienvenida similar a la suya, aunque no por humanos sino, según afirman, por unos seres que ellos describieron como angelicales, los cuales lo dejaron todo en nuestras manos y desaparecieron sin dejar rastro una vez que nuestra pequeña sociedad estuvo suficientemente organizada. Nunca llegamos a saber quiénes eran ni a dónde se fueron, pero aunque se especuló mucho acerca de su naturaleza, hace ya tiempo que dejamos de preocuparnos por ellos.

-Realmente todo lo que me cuenta resulta sorprendente, y también excitante... pero volviendo a temas más prosaicos, encuentro un posible inconveniente.

-¿A qué se refiere? -se alarmó Fulcanelli.

-No todo en la vida es cuestión de genialidad -objetó Aguirre, infantilmente satisfecho por haber encontrado un posible punto débil en la autosuficiencia de su anfitrión-. A lo largo de la historia siempre hubo personas que, pareja a su indiscutible valía, cargaban con una personalidad poco o nada atractiva, por decirlo de una manera suave; estoy pensando en gente como Van Gogh, Edgard Allan Poe y tantos otros... Dicen que Einstein era una buena pieza, Newton se portó como un canalla con muchos científicos contemporáneos suyos, y eso sin olvidar a cuantos llevaron unas vidas a las que se podría calificar de cualquier cosa menos ejemplar, como los famosos artistas bohemios del París de la Belle Epoque.

-¡Ah, era eso! -suspiró Fulcanelli, visiblemente aliviado-. Desde luego no le falta razón, pero habría que tener en cuenta también otros factores.

-¿Cuáles? -preguntó a su vez Aguirre, fingiendo inocencia.

-Oh, está bastante claro, los condicionantes que obligaron a estas personas a comportarse de esa manera digamos... tan asocial.

Y viendo el ceño fruncido del visitante, añadió:

-Sí, imagino lo que me va a decir; pero le aseguro que no estoy tratando en modo alguno de defender el falso mito del buen salvaje, que tanto daño ha hecho desde que Rousseau tuviera la mala idea de propalarlo. Por suerte, o por desgracia, son muchos a los que podríamos considerar malos de nacimiento, sin que se pueda culpar por ello a las circunstancias adversas en las que éstos pudieran haberse visto presuntamente inmersos; y también hay muchos más, de hecho la gran mayoría de la humanidad, a los que sólo se les puede calificar de mediocres natos, a los cuales ni con la mejor voluntad sería posible redimir. Huelga decir que ninguno de ellos ha tenido nunca la menor posibilidad de aparecer por aquí.

Hizo una nueva pausa y prosiguió:

-Pero hay también casos en los que ocurre lo contrario, ovejas descarriadas que en circunstancias más favorables nunca se habrían comportado como lo hicieron. Y aquí, por el contrario, procuramos ser generosos.

-Ya, pero...

-Y aún vamos más lejos siempre que lo consideramos oportuno -continuó sin dejarle siquiera terminar la frase-. En ocasiones ese... mal comportamiento, llamémoslo así, no se debe ni a influencias externas ni a una maldad intrínseca, sino a disfunciones orgánicas del cerebro, a una enfermedad en suma de la que no se puede responsabilizar a quien no es sino su víctima. Evidentemente, también a ellos los atendemos y se las corregimos.

-Nada tengo que objetar a ello -pudo opinar al fin el desbordado Aguirre-, por supuesto, pero teniendo en cuenta que el hombre es fruto tanto de su herencia como de las influencias recibidas de su entorno, y aquí podríamos incluir también los desarreglos mentales, ¿cómo son capaces ustedes de depurar lo, digamos, malo de una persona dejando tan sólo lo bueno, sin que la identidad de esta persona quede irremediablemente alterada? Convendrá conmigo en que, de llevarse a cabo, ya no sería él sino alguien muy distinto; y si me apura, tras suprimir el fruto de una maduración, defectuosa pero maduración al fin y al cabo, el resultado sería un sujeto inmaduro, no el adulto ideal que habría sido deseable tener...

-De nuevo vuelve a dar usted en el clavo, conforme claro está a la información de que dispone... que, si me permite recordárselo de nuevo, es lamentablemente incompleta. Por supuesto que nos interesan los individuos maduros y sin taras, y siempre que podemos dejamos que sea la propia evolución personal la que se encargue de ello. Cuando esto no es posible... bien, digamos que disponemos de una especie de jardín de infancia, el término no es correcto, por supuesto, pero no se me ocurre otro más ajustado para definirlo, en el que estas criaturas inmaduras, tras la poda realizada, cuentan con una segunda oportunidad, en esta ocasión sin riesgo alguno de fracaso. Considerando que tenemos toda una eternidad por delante, este período de adaptación representa tan sólo un breve lapso de tiempo que bien nos podemos permitir.

-Pero...

-Imagino cual puede ser ahora su objeción. Cierto, manipulamos la realidad moldeándola a nuestro antojo, pero si se para usted a considerarlo no es muy diferente de lo que hace un padre cuando intenta educar a su hijo encauzándole por los caminos que considera más correctos. Aún más, ¿cuántos padres no hubieran deseado, tras comprobar que sus hijos acababan desviándose de las metas esperadas, poder volver atrás para reconducirlos de una manera más adecuada? Tal como le dije anteriormente refiriéndome a la creación artística y científica, no nos interesa lo que fue, sino lo que pudo haber sido, y esto es extensible también a todos nosotros e incluso a usted mismo, ya que por si no lo sabía también limamos algunas pequeñas aristas de su personalidad... no gran cosa, en su caso no fue necesario ir más allá de lo normal; como dice el refrán -concluyó sonriente- nadie es perfecto.

Ante la inesperada revelación de que él también había sido mejorado, y no sólo en lo relativo a su cuerpo tal como hasta entonces creyera, Arturo Aguirre optó por asentir en silencio dando la callada por respuesta. En el fondo todo eso le daba exactamente igual, después de resucitar y verse de nuevo joven, ¿por qué tenía que importarle lo que hicieran con otros?

-Veo que le he convencido -zanjó satisfecho Fulcanelli, que tras llevar tanto tiempo desempeñando esa labor sabía perfectamente cómo tratar a los neófitos-. Y ahora, si no le importa, tendríamos que resolver el tema de su alojamiento. ¿Dónde prefiere usted vivir? Tiene todo el planeta a su disposición.

-Yo... no lo sé, supongo que en España; los idiomas nunca se me han dado bien.

Su interlocutor sonrió por enésima vez.

-Aunque, en efecto, aquí también existe una Península Ibérica, mucho más arbolada y salvaje, eso sí, que la que usted conoció, mucho me temo que no podría encontrar en ella nada que le recordara a su antiguo país, salvo claro está los accidentes geográficos.

-¿Cómo dice? -una sombra de temor destelló en los ojos de Aguirre.

-Que no existe España, al igual que tampoco existe ningún otro país, cultura o sociedad que haya conocido usted, ya sea en el presente o en los libros de historia. Los... -dudó unos instantes antes de emplear el término- que vivimos aquí procedemos de todos los lugares y de todas las épocas que pueda usted imaginar, y por razones evidentes no acostumbramos a agruparnos en función de nuestro origen, sino según las preferencias personales de cada uno. ¿Cómo si no podría reunir usted, en un mismo grupo, a un griego contemporáneo de Pericles, un hispanomusulmán del siglo décimo, un chino de la dinastía Ming y un inglés victoriano? O yendo más lejos aún, puestos a reinventar España, ¿cuál recrearía usted? ¿La suya? ¿La del Siglo de Oro? ¿La medieval? ¿La hispanorromana? ¿La celtíbera? Porque de todas ellas tenemos representantes aquí, todos con los mismos derechos, mientras que tan sólo contamos con una única Península Ibérica. Amén de que, supongo, también estará interesado en conocer a personas procedentes de otras culturas y épocas ajenas a las suyas.

-Sí, claro, pero el idioma... -titubeó confuso- yo sólo hablo español, y a duras penas consigo entender algo de francés e inglés.

-¡Oh, por eso no tiene que preocuparse! -al llegar a este punto Fulcanelli siempre disfrutaba revelando esa pequeña sorpresa a los neófitos-. Dígame, ¿en qué idioma cree que estamos hablando?

-En español, por supuesto.

-¿Está usted seguro?

-Claro... ¿cómo íbamos a entendernos si no...?

Pero no, ahora que se percataba de ello, Arturo Aguirre acababa de descubrir, sintiendo cómo una oleada de vértigo le recorría todo su cuerpo, que Fulcanelli y él no habían estado hablando en español... ni en ningún otro idioma conocido por él.

-¿Cómo... -balbuceó aterrado- cómo es eso posible?

-Bueno, se trata de una de esas pequeñas mejoras que le comentaba, en esta ocasión aplicada de forma sistemática a todos los recién llegados; estará de acuerdo conmigo en que no resultaría demasiado operativo que este lugar se convirtiera en una torre de Babel, ¿no cree? -bromeó divertido ante el desconcierto del otro-. El ajuste mental es tan automático, que desde el primer momento usted es capaz de comunicarse con cualquiera de nosotros sin el menor esfuerzo y, casi, sin enterarse.

-¿En qué idioma estamos hablando? -repitió inconscientemente la pregunta que acababa de hacerle su interlocutor.

-¡Oh, puede usted llamarlo como prefiera! Panglos, esperanto, lingua franca, idioma universal, adánico... ¿qué importa el nombre? Nosotros no le damos ninguno; no hay necesidad de ello, puesto que se trata del único.

-Ya comprendo... -en realidad no comprendía gran cosa.

-¿Sabe usted cuál era mi lengua materna? -inquirió Fulcanelli. Y sin darle tiempo a responder, explicó-. El etrusco. Nací en Volterra a mediados del siglo sexto antes de Cristo, fallecí unos cuarenta años después y desde entonces estoy aquí. Evidentemente mi nombre original no era éste, pero dado mi cargo cada cierto tiempo lo he ido cambiando por otro más actual que no chocara a los recién llegados de épocas posteriores a la mía; eso sí, en una pequeña concesión a la nostalgia, siempre he utilizado nombres originarios de la Península Itálica -concluyó con gesto cómplice.

-Entonces, ¿dice usted que puedo ir a cualquier sitio? -Aguirre prefería dar por zanjado el espinoso tema lingüístico.

-A donde usted prefiera de la totalidad del planeta, nuestra sociedad es completamente homogénea en su heterogeneidad, y las comunicaciones entre las distintas regiones no pueden ser más rápidas y cómodas; de hecho la gente suele viajar mucho, aunque por lo general prefieren elegir como residencia habitual aquellos lugares de su preferencia en función del clima o las bellezas naturales.

-Si no le importa sigo prefiriendo España, perdón, la Península Ibérica, pero desearía que fuera en algún lugar del norte, donde no hiciera mucho calor y haya mucho verde...

-Estupendo. Tengo reservado para usted un sitio precioso que seguro que le va a encantar.


* * *


En un lugar situado más allá de los límites del espacio y el tiempo, donde las leyes físicas perdían todo su significado, dos seres que no estaban constituidos ni de materia ni de energía dialogaban -o su equivalente- con gran entusiasmo.

-#1 -ante la imposibilidad práctica de una transcripción fonética de sus nombres no queda otra solución que numerarlos para poder diferenciarlos-, ¿qué tal marcha tu escenario? Corren rumores de que tus heterodoxas soluciones no han dado el resultado que buscabas...

-Eso son infundios de envidiosos -respondió el interpelado con el equivalente a un displicente encogimiento de sus inexistentes hombros-. Y me duele que tengas que ser precisamente tú, amigo #2, quien se haga eco de ellos.

-Discúlpame si mi pregunta te ha incomodado, te aseguro que no tenía la menor intención de hacerlo; al contrario, si me he interesado por ello es precisamente porque me preocupa que tu nombre ande rodando por ahí de forma injusta.

-Está bien -condescendió #1-. Estoy dispuesto a revelarte mis pequeños secretos, con la condición de que no se los comuniques a nadie ni tan siquiera para intentar defenderme; todavía no ha terminado el concurso, y no desearía que alguno de mis rivales pudiera disponer de información privilegiada.

-¿Es cierto que has violado, perdón, quería decir forzado, las reglas? -se envalentonó #2, animado por las palabras de su amigo.

-¿Lo ves? -le reprochó con amargura éste-. También tú te haces eco de esos infundios... No, no violé nada, hubiera resultado estúpido hacerlo a sabiendas de que eso supondría mi descalificación automática; y yo quiero ganar el concurso.

-Pero...

-Sí, ya sé lo que dicen mis rivales; y la verdad es que me interesa que sigan pensando así con tal de que me dejen en paz. Lo que sí he hecho ha sido bordear los límites de lo permitido, ya que ésta era la única manera posible de significarse frente al adocenamiento de mis competidores. Si quieres conseguir algo original no tienes otro remedio que apostar fuerte y obrar con audacia. Así de simple.

-Está bien, te creo... y estoy de acuerdo contigo en que es bueno que los otros piensen que corres el riesgo de ser descalificado. Pero, ¿cómo lo has hecho?

-¡Oh, fue muy sencillo! Me limité a aplicar la máxima de que todo aquello que no está explícitamente prohibido, está permitido. Tuve la suerte, o la perspicacia, de descubrir un punto que las bases no dejaban suficientemente claro, lo que me permitió interpretarlas de una manera que, estoy seguro de ello, a ninguno de mis estúpidos rivales se le ocurrió siquiera planteárselo. Sí, doy por supuesto que cuando me proclamen vencedor intentarán impugnar el fallo del jurado, pero de poco les va a servir; mi maniobra podrá ser tildada de heterodoxa, pero en modo alguno de ilegal por mucho que les pese. Es muy posible que en convocatorias sucesivas se modifiquen las bases para evitar que nadie intente repetir mi jugada, pero eso es algo que no me preocupa ni me importará lo más mínimo una vez haya conseguido el trofeo -concluyó #1, transmitiendo a su compañero el equivalente de una sonrisa.

-Tú sabrás lo que haces -arguyó #2, nada convencido del triunfalismo de su amigo-, pero las bases decían bien claro que el simulacro tenía que realizarse en un entorno único, quedando expresamente prohibidos los escenarios de juego múltiples; y dicen que tú...

-¿Lo ves cómo sigues dando pábulo a esas estúpidas habladurías? Sí, sé perfectamente que circula por ahí el bulo de que mi simulacro se desarrolla en dos niveles tridimensionales paralelos, o en un universo doble si prefieres esa denominación; pero como comprenderás, vuelvo a insistir en ello, nada más lejos de mi intención que provocar mi descalificación de una manera tan estúpida. No -concluyó con complicidad-, mi escenario parece abarcar dos universos, pero en realidad, y con las normas en la mano, no es así, por la cuenta que me trae.

-Ahora sí que me he perdido...

-Ja... eso es justo lo que pretendo de mis rivales y, si me apuras, también de los propios jueces.

-Mi querido amigo, ¿te importaría dejar de ser tan misterioso y explicármelo?

-En absoluto, con la condición de que guardes absoluto secreto de ello -#1 hizo una breve pausa y continuó-. Las bases, efectivamente, prohíben el uso de universos múltiples, pero nada dicen, y aquí está el truco, de un único universo multidimensional...

-¿Y qué falta hace eso? -se extrañó #2-. Todo el mundo sabe que los universos materiales sólo son posibles con tres dimensiones espaciales y una cuarta temporal, y que añadirles más dimensiones no supone ningún cambio práctico ya que éstas resultarían redundantes, cuando no directamente un estorbo... ¿Quién se molestaría en realizar un trabajo tan inútil para obtener únicamente armónicos e interferencias que distorsionarían el resultado final? Espera, ¿no me irás a decir que...?

-Parece que empiezas a comprenderlo... -respondió divertido #1.

-Sí, la idea en principio parece sencilla -concedió su amigo sin demasiado entusiasmo-; pero no veo la manera en la que se podría conseguir que todo ese ruido molesto y perturbador se convirtiera en algo coherente y aprovechable.

-Eso es lo que creen casi todos, y ciertamente me conviene que sea así -el orgullo desbordaba a #1-; pero te aseguro que lo he conseguido.

Y sin hacer la más mínima pausa ante el estupor de su compañero, continuó:

-En el fondo, y a posteriori, todo resulta ser absurdamente sencillo; me limité a modular los valores de los parámetros físicos fundamentales de mi protouniverso hasta conseguir que los armónicos indeseables se anularan entre sí mediante interferencias destructivas, al tiempo que reforzaba y consolidaba con interferencias constructivas aquello que deseaba conservar. He de reconocer que requirió bastante paciencia y un esfuerzo considerable, pero el resultado final mereció la pena. De esta manera, mi universo original dispone de una especie de duplicado o réplica, llámalo como quieras, perfectamente consistente y viable, aunque claro está no podría existir por separado al no contar con identidad propia. Esto es lo que mis obtusos competidores han confundido con un inexistente universo paralelo, pero por mucho que les pueda pesar no es así; y dada su originalidad, no albergo la menor duda de que el triunfo será mío.

-De acuerdo, no cabe duda de que es original; pero, ¿qué pretendes con ello?

Si #1 hubiera tenido un rostro humano, éste habría reflejado algo muy parecido al estupor.

-¿Tú qué crees? Si se prohibieron en su momento los universos múltiples, fue con la excusa, según los puristas, de que las posibles interrelaciones entre ellos desvirtuarían el espíritu de la competición al atentar contra el juego limpio y la igualdad de oportunidades... no me preguntes por qué, puesto que yo soy el primero en no entenderlo y, por supuesto, en rechazarlo; pero es lo que hay.

-Sin embargo, tú has intentado soslayarlo.

-Eso no lo niego. Independientemente de que a título personal encuentre absurdas unas restricciones que tan sólo benefician a los mediocres, lo cierto es que ésta es la única manera posible de lucir mis habilidades, y poco me importa ser acusado por los envidiosos de comportarme de forma antideportiva. Si soy mejor que ellos, ¿por qué tengo que renunciar a mi superioridad? Déjales que sigan jugando con sus ridículas creaciones, yo prefiero ir más lejos de donde ellos son capaces de alcanzar.

-¿En qué consisten tus innovaciones? ¿Tan revolucionarias son?

-¿Acaso lo dudas?

-Pero ya antes de la reforma de las bases -porfió #2- hubo quien presentó modelos de universos múltiples entrelazados...

-Te acabo de decir que no se trata de eso -rezongó #1 haciendo gala de su paciencia-. Repito que mi modelo no es un universo doble, ni mucho menos duplicado, sino un universo único complementado por una réplica suya, idéntica en todo excepto en algunas sutiles diferencias inducidas por la modulación de los armónicos; y es precisamente en esas diferencias donde radica su originalidad. Crear un universo autoconsistente capaz de hacer evolucionar en su seno a una civilización relativamente compleja es algo trivial y al alcance de cualquiera; e incluso si se permitiera entrelazar dos desarrollos paralelos en sendos universos distintos tampoco resultaría ser mucho más complicado.

»Lo mío, por el contrario, tiene mucho más mérito puesto que, además de tratarse de algo innovador, consiste en lograr que, tras una selección natural en la que yo no intervengo, la civilización del universo raíz induzca una réplica ordenada de sus especímenes en el universo espejo, pero no de una manera indiscriminada sino siguiendo unos criterios de autoselección que, por supuesto, ni ellos mismos controlan y ni tan siquiera comprenden, aunque sí son conscientes de una manera vaga, a causa de las resonancias que entrelazan ambos escenarios, de que algo podría existir una vez concluido su ciclo vital. ¡Pero a nivel individual, y no colectivo! ¿Te imaginas las consecuencias de esto? Y por supuesto, la replicación de los especímenes en el mundo espejo no es automática ni indiscriminada, ya que tan sólo está al alcance de los que hayan logrado alcanzar unos mayores niveles de complejidad. ¿Acaso alguien había sido capaz de elaborar algo similar desde que se establecieron las competiciones? -retó.

-Realmente me dejas anonadado -confesó #2 con total sinceridad-. Tal como me cuentas, lo tuyo tiene realmente mucho mérito.

-Por supuesto que lo tiene -la modestia no era precisamente la principal virtud de #1-. Sobre todo, considerando que, lejos de detenerse, la evolución cultural y social de los especímenes sigue desarrollándose en el mundo espejo; y no es eso todo. Además de haberlos seleccionado separándolos de la ganga, lo que me permite disponer de un material mucho más homogéneo y versátil que el inicial en bruto, me he permitido introducir una innovación más de cara a mejorar los resultados suprimiendo una de las cuatro dimensiones, la temporal concretamente. Así evito el inconveniente de la extremada brevedad de sus vidas, permitiendo que puedan evolucionar mucho más de lo que podrían haberlo hecho en condiciones normales. No me interesa la cantidad sino la calidad.

-¡Pero eso sí que está explícitamente prohibido! -objetó #2 alarmado-. Las normas indican claramente que los universos desarrollados han de ser tetradimensionales por fuerza...

-Te equivocas de nuevo. Eso es aplicable para el universo raíz, y por supuesto yo lo he respetado con toda escrupulosidad, pero en lo que respecta al universo espejo las cosas cambian por las razones que te expliqué anteriormente. Además -añadió con picardía-, puedo demostrar que esa carencia no es deliberada, sino consecuencia inevitable de las interacciones que fue necesario introducir para generarlo.

-Está bien, tú sabrás lo que haces... veo que lo tienes todo previsto.

-Al menos, lo intento.

-¿Y qué harás con todo ello una vez haya sido fallado el concurso?

-¿Qué quieres que haga? -se sorprendió #1-. Borrarlo, por supuesto; es lo que se hace siempre.

-Lo sé, pero pensaba que en este caso, tratándose de algo tan especial y a lo que tienes tanto cariño, no sé... quizá mereciera la pena conservarlo siquiera como recuerdo.

-¿Para qué? Una vez que haya ganado el premio, no tengo mayor interés en mantenerlo. Prefiero olvidarme de ello y dedicarme a cosas diferentes.

-Bien, si tú lo dices...

Y ambos amigos continuaron dialogando sobre otros temas distintos.


Publicado el 19-4-2020