In memoriam



Ocurrió con la rapidez propia de las malas noticias. Una llamada telefónica, una febril carrera contra reloj y una desesperada irrupción en el abarrotado servicio de urgencias del hospital... Allí me confirmaron que mi amigo Víctor había ingresado en precario estado y que, tras haber sido sometido a una intervención quirúrgica de urgencia, se encontraba en la unidad de vigilancia intensiva. Evidentemente no se le podía visitar, pero los médicos me aseguraron que el período crítico había sido felizmente superado.

No me resultó fácil hacer valer mi condición de allegado de mi amigo, ya que el hecho de no existir vínculo familiar alguno entre nosotros no hizo sino dificultar mis intentos de convencer a la anquilosada burocracia hospitalaria. Finalmente, dado que ningún pariente se había personado en el centro, fui recibido en calidad de tal por el cirujano responsable de la operación. Pude entonces conocer los detalles del grave accidente: Una curva cerrada, una velocidad excesiva, un choque frontal contra un árbol... Víctor había ingresado en el hospital clínicamente muerto, pero su corazón había comenzado a latir de nuevo cuando ya habían sido abandonadas todas las esperanzas. Cierto era que no se trataba de un caso único, pero sí constituía un hecho lo bastante infrecuente como para que los médicos que le atendieron se mostraran bastante sorprendidos ante la repentina resurrección de alguien a quien ya consideraban un difunto.

Su recuperación sería, no obstante, larga y delicada. Tanto lo violento del choque como lo relativamente avanzado de su edad contribuyeron necesariamente a la lentitud de su convalecencia. A decir verdad, bien podía darse por satisfecho de haber salvado la vida. Yo le visitaba periódicamente en el hospital y pude comprobar cómo soportaba estoicamente las dificultades e incomodidades de su forzada reclusión, hecho éste más que notable teniendo en cuenta lo dinámico que siempre había sido su carácter.

Transcurrieron varios meses antes de que Víctor pudiera abandonar la habitación del hospital. Su recuperación total se demoraría aún otro tanto, por lo que le propuse que fijara temporalmente su residencia en mi casa. Ambos éramos solterones empedernidos, carecíamos de familia y vivíamos completamente solos, por lo que de no aceptar mi ofrecimiento Víctor se vería obligado a ingresar en una casa de reposo.

Víctor aceptó. Ambos estábamos ya jubilados, por lo que yo podría estar a su lado en todo momento, atendiéndole en sus limitaciones y, lo que era más importante, haciéndole compañía. Libre ya del rígido horario hospitalario, no por ello recobró mi viejo amigo su antiguo talante, y conforme pasaban los días se acentuaba en mi interior la sospecha de que una transformación irreversible había tenido lugar en él. Ante mis ojos Víctor se mostraba más taciturno e infinitamente más introvertido, hecho éste completamente insólito para una persona que, como yo, le conocía desde hacía muchos años. Era normal, me autojustificaba, que tras un trauma de la magnitud del sufrido se comportara de forma poco habitual, máxime cuando todavía estaba relativamente cercana la fecha del accidente; pero a pesar de todo, algo había en mi interior que me gritaba que las cosas no marchaban como tenían que ir.

La incógnita me sería desvelada poco después, una tarde de las muchas que empleábamos en pasear por el parque público cercano a mi casa. Víctor se había mostrado aquel día aún más reservado de lo que ahora era habitual en él, por lo que hasta aquel momento ambos nos habíamos limitado a pasear en silencio atentos tan sólo a nuestros propios pensamientos. De una manera súbita me dirigió la palabra haciéndome una insólita pregunta.

-Dime, Juan, ¿tú crees en la vida después de la muerte?

Víctor era una persona que, al igual que yo, jamás se había interesado gran cosa por cuestiones de índole religiosa, por lo que su pregunta no sólo me sorprendió, sino que también me desconcertó. Le respondí que jamás me habían preocupado estos temas, pero que no obstante algo había leído referente a unas experiencias realizadas sobre personas que habían superado la muerte clínica. No podía darle demasiados datos acerca de este asunto, pero creía recordar que en la biblioteca pública existía algún libro que trataba sobre este tema.

-No te molestes. -me dijo- Ya lo he leído todos.

-Poco te puedo decir, pues. -confesé- ¿Acaso te viste involucrado en alguna de esas visiones de fallecidos que dicen que tienen lugar en esas circunstancias?

-Es difícil responderlo. Sí recuerdo nítidamente todo lo que me ocurrió, pero te aseguro que me faltan palabras para contarlo. Era algo tan distinto a lo que estamos habituados a contemplar...

-Pero algo sí podrás decirme. -insistí, súbitamente invadido por una morbosa curiosidad.

-Por supuesto que sí; Pilar salió a recibirme.

-¿Pilar? -me extrañé- Jamás te he oído hablar de nadie con ese nombre.

-Los malos recuerdos siempre son sepultados bajo una capa de olvido. -respondió apesadumbrado- Pero siempre acaban por resurgir aun cuando no lo deseemos. Pero eso ahora no importa. Pilar fue mi primer y único amor; amor de verdad. -recalcó.

-Eso no me lo habías contado. -comenté con sorna.

-Es una historia muy triste. -suspiró- Era la hija de unos amigos de mis padres y nos criamos prácticamente juntos. Con el tiempo el cariño se convirtió en amor; nos queríamos, y deseábamos fundar un hogar.

-¿Y qué ocurrió?

-Estalló la guerra. Esto alteraba todos nuestros planes, por lo que nos vimos obligados a separarnos. Yo fui incorporado a filas mientras mis padres se trasladaban a Barcelona. De común acuerdo con sus padres se llevaron con ellos a Pilar; acababa de establecerse el frente de la Ciudad Universitaria y Madrid no era un lugar seguro. Fue una época atroz que culminó con el desastre del Ebro. Fui hecho prisionero por las tropas nacionales y no pude volver a casa hasta pasados varios años desde el final de la guerra civil. Carecía por completo de noticias acerca de mi familia , por lo que con el corazón en un puño me dirigí a casa de mis padres a través de las calles desoladas; temía que hubieran ocurrido desgracias, pero nunca pude suponer que el destino me pudiera tratar de esa manera tan cruel.

-Te encontraste con malas noticias, supongo. -le interrumpí al tiempo que venían a mi memoria viejos recuerdos tampoco demasiado agradables.

-Ocurrió lo peor que podía haber sucedido. Barcelona era una ciudad ocupada y el miedo se palpaba en las calles. La gente me esquivaba y nadie quiso responder a mis cada vez más angustiadas preguntas. Pronto supe por qué. Mi casa ya no existía, y de ella quedaban tan sólo las ruinas calcinadas; pude saber que había sido asaltada poco después de terminar la guerra en una de esas feroces represalias que siguieron a la rendición. Mis padres habían muerto y se me mostró la tumba en la que habían sido enterrados, pero de Pilar lo único que pude saber era que había desaparecido sin dejar el menor rastro aquella aciaga noche. Nadie supo, o quiso, darme noticias suyas; sus padres habían realizado desesperados intentos para encontrarla, pero fue completamente inútil: parecía como si se la hubiera tragado la tierra. Oficialmente fue dada por desaparecida, y sólo muchos años después fue reconocida finalmente su muerte.

-Es de suponer que muriera.

-Es lo más lógico. Hubo por entonces multitud de desaparecidos que por lo general acabaron con un tiro en la nuca y enterrados en una fosa común; ¿quién podía saber dónde reposaba el cuerpo de Pilar?

-Para ti debió de ser un golpe muy duro.

-Puedes imaginártelo. Muertos mis padres y desaparecida mi futura esposa, sentí cómo el mundo se me venía encima; pero sacando fuerzas de la flaqueza, conseguí no arredrarme ante las dificultades. Por desgracia no podía evitar lo de mis padres, pero me negué a aceptar la suerte que según todos los indicios había sufrido Pilar. Para mí seguía viva y durante varios años hice lo imposible por buscarla; pero al final tuve que rendirme ante las evidencias: Pilar no podía estar viva por mucho que yo lo deseara.

-¿Y qué hiciste?

-¿Qué querías que hiciera? Tenía que rehacer mi vida.. Tras mucho luchar conseguí ver reconocidos mis derechos a la herencia de mis padres y, lo que es más importante, que me dejaran en paz. Recuperé el solar en el que había estado construida la casa de mis padres, que había sido confiscado por no sé qué organismo franquista, y reedifiqué lo mejor que pude el antiguo edificio procurando al mismo tiempo normalizar en todo lo posible mi existencia. Esto no era nada fácil en la España destrozada de la posguerra, pero era joven y no carecía de motivaciones. Y lo logré, con una única pero fundamental excepción.

-Pilar.

-Así es. Jamás pude olvidarla; era un fantasma que se interponía entre mí y las muchachas que me rodeaban. Entonces era yo un buen partido y no me faltaban pretendientes; pero mi corazón seguía perteneciendo a Pilar y a ella guardé fidelidad aun después de que estuviera muerta.

-Es curioso. -interrumpí- Yo siempre había pensado que tu soltería se debía a causas más... pragmáticas.

-Estabas equivocado. -me respondió Víctor con una triste sonrisa- Desgraciadamente el idealismo es tan poco frecuente en estos días que casos como el mío son poco creíbles; por ello nunca conté a nadie, ni tan siquiera a ti, esta parte de mi vida; pero te aseguro que es cierto.

-No te esfuerces; te creo. Pero entonces, ¿no volviste a tener jamás noticias de Pilar?

-Nunca, hasta el mismo momento del accidente.

-¿Estás convencido de que se te apareció su fantasma? Sinceramente, te creía más racional.

-Piensa lo que quieras; no intento convencerte. Pero lo cierto es que no sólo se acercó a recibirme en aquel instante en que estuve entre la vida y la muerte, sino que me hizo una confesión y un encargo.

-¿Qué dices?

-Me creas o no, es la verdad. Pilar me reveló las trágicas circunstancias de su muerte, algo que nadie hasta entonces había podido decirme. Fue algo aterrador; la torturaron, la ultrajaron y finalmente la asesinaron. Una muerte espantosa. -sollozó.

-¿Y dónde enterraron su cadáver? También te lo diría, supongo. -le pregunté con ironía.

-Me lo dijo, y en eso consistió el encargo. Me contó que había sido enterrada en el mismo jardín de la casa de mis padres, al pie del viejo olmo; y allí seguían estando sus huesos, puesto que el jardín no ha sufrido prácticamente el menor cambio desde aquellos azarosos días. Me pidió, me suplicó más bien, que de vuelta a este mundo trasladara sus despojos a una tierra sagrada.

-Eso es absurdo. -le espeté- ¿Qué más da estar enterrado en un sitio que en otro? No creo que en el Más Allá les importe un comino eso.

-Te equivocas de nuevo. ¿Existe acaso algo que nos impida creer que los parámetros por los que se rigen allí sean diferentes de los nuestros? Lo cierto es que Pilar, el alma de Pilar, se hallaba atormentada porque su cuerpo no había podido reposar en tierra sagrada, Y me rogó que yo lo hiciera.

-Bien, entonces supongo que querrás cumplir con su encargo. -rezongué- Pero tendrás que esperar a estar recuperado por completo antes de poder hacer el viaje a Barcelona, ya que aún estás muy débil.

-No puedo esperar más; -fue su escueta respuesta- Pilar aguarda impaciente. Le prometí que cumpliría su encargo tan pronto como tuviera fuerzas para ello; además, tengo que aprovechar que la casa está ahora libre de inquilinos, ya que la agencia no tardará en volverla a alquilar.

-Pero tú no puedes ir solo hasta Barcelona...

-Tienes razón; por eso te ruego que me acompañes y me ayudes, ya que sólo en ti puedo confiar.

Acepté. ¿Qué otro remedio quedaba? Yo estaba convencido de que Juan deliraba a causa de alguna secuela del accidente; pero como él había dicho, yo era la única persona en la que podía encontrar ayuda, y me sentía incapaz de abandonarlo.

Tardamos una semana en hacer los preparativos partiendo finalmente de Madrid en dirección a Barcelona. Yo conducía mi coche y Víctor, obligado pasajero, no hacía más que refunfuñar acerca tanto de mi poca confianza en él, como de lo lento que conducía.

Cuando llegamos a la Ciudad Condal nos dirigimos directamente al chalet de Víctor. Desde que éste fijara su residencia en Madrid la casa había estado siempre alquilada, pero en contraste ahora aparecía vacía y sin vida tal como si fuera el descarnado caparazón de una tortuga. Aunque los últimos inquilinos se habían llevado casi todos los muebles encontramos un par de camas susceptibles de ser utilizadas, por lo que a pesar de mis protestas acerca de lo incómodo del lugar Víctor impuso finalmente su voluntad de pasar allí la noche en lugar de hacerlo en cualquier hotel cercano tal como infructuosamente había propuesto yo.

Al día siguiente, nada más despuntar la mañana, Víctor abandonó el dormitorio sin avisarme. Cuando quise darme cuenta mi amigo había comenzado ya a cavar al pie mismo del frondoso olmo, con un ímpetu impropio de su edad, un foso de cuya profundidad, así como de lo frenético de su trabajo, daba cumplida cuenta el respetable montículo de tierra que se alzaba a su lado.

-¡Pero Víctor! -exclamé- Eres un irresponsable. ¿Por qué no me has esperado?

-¿Te parecen pocos los más de cuarenta años que lleva enterrada aquí la pobre Pilar? -me respondió sin cejar un solo instante en su labor.

Yo, tengo que confesarlo, me encontraba completamente desbordado. Sabía que la manía de Víctor era algo imposible de atajar, y que mi amigo se mostraría irreductible hasta que pudiera convencerse por sí mismo de lo absurdo de su empeño. Desde el principio había decidido seguirle la corriente esperando que el fracaso le hiciera volver a la normalidad, pero en ningún momento conté con que un hombre de cerca de setenta años, convaleciente además de una grave operación, derrochara sus escasas energías en una labor condenada desde el principio al más absoluto de los fracasos.

Iba a impedirle que continuara cavando, al menos hasta que su fatigado corazón se repusiera del enorme esfuerzo que estaba realizando, cuando la azada que manejaba tropezó con algo duro. Era un hueso, un hueso humano. Y detrás aparecieron otros; la tumba de Pilar había sido hallada.

Muchas veces he pensado en lo increíble que resulta a veces la vida cuando se empeña en rebatir los más firmes parámetros cartesianos; pero en aquel momento, uno de esos instantes en los que el Universo parece gozar mostrándonos lo absurdo de nuestros planteamientos, tuve fe. Y, quizá por vez primera en mi vida, también creí.

Allí se encontraba Víctor, un Víctor que lloraba mansamente mientras recogía con cuidado, casi con mimo, los tristes despojos de una persona a la que amó hacía ya muchos años. Un Víctor que besó aquellos huesos descarnados sin que su acto tuviera nada de macabro y sí mucho de sublime; un Víctor que trataba a los míseros restos de Pilar como si de un delicado ser vivo se tratara. Porque para él Pilar aún vivía.

Le ayudé silenciosamente a desenterrar todo lo que quedaba del cadáver y acto seguido comunicamos nuestro hallazgo a la policía. Víctor dijo la verdad... a medias: que había recogido testimonios acerca de que el cuerpo de su antigua novia, desaparecida durante la guerra civil, reposaba allí. Los huesos, que eran evidentemente antiguos, fueron analizados por los forenses llegando éstos a la conclusión de que se trataba de los restos de una mujer joven asesinada de un tiro en la nuca, y por algunos objetos encontrados junto al esqueleto se pudo deducir casi con total seguridad que efectivamente se trataba de la persona descrita por Víctor. Los trámites fueron lentos y farragosos, pero concluidos éstos se le permitiría finalmente enterrar a Pilar en el panteón familiar. Su promesa, su increíble y sobrenatural promesa, había quedado por fin cumplida.

Lo que ocurrió a continuación remarcaría todavía más el aspecto sobrenatural que había caracterizado desde el principio el comportamiento de mi compañero. Durante el viaje de regreso de Barcelona, sumido en un hermético mutismo, Víctor se dirigiría a mí tan sólo en una ocasión.

-Juan. -me dijo- Tan sólo te pido una cosa; que cuando muera sea enterrado junto a Pilar. ¿Me lo juras? -concluyó con patetismo.

Desde hacía mucho tiempo Víctor y yo nos habíamos nombrado mutuamente herederos; sin embargo, jamás habíamos hecho ningún tipo de previsiones acerca de nuestros respectivos entierros ya que realmente era algo que hasta entonces no nos había preocupado en absoluto. La petición de mi amigo, después de todo lo ocurrido, no dejaba de tener su lógica; no obstante, yo comenzaba a estar bastante harto de estas macabras cuestiones. Le juré a regañadientes que así lo haría, y tras darme unas breves gracias volvió a refugiarse de nuevo en el silencio.

A partir de aquel momento todo ocurriría de una manera tan fulgurante como borrosa. Llegados a mi casa nos acostamos en nuestras respectivas habitaciones; yo estaba rendido y dormí hasta bien entrada la mañana. Cuando desperté, mi amigo había desaparecido y en su habitación tan sólo había una breve nota: GRACIAS. Temiendo lo peor me precipité a la calle, comprobando con pavor que mi coche había desaparecido.

El final... Poco puedo ya contar. Víctor había sido encontrado muerto en el interior de mi coche, violentamente destrozado tras un choque frontal contra un árbol, contra el mismo árbol que meses atrás se interpusiera en su camino. Cumpliendo sus deseos, trasladé su cuerpo a Barcelona enterrándolo junto con los restos de Pilar. Me he trasladado a vivir a Barcelona, quizá huyendo de los recuerdos, y suelo visitar sus tumbas como pobre tributo a una historia de amor que supo persistir más allá de la muerte, más allá de la eternidad.


Publicado el 4-6-2011