Tribulaciones angélicas



-¡Serafín Abimael, acuda inmediatamente a mi despacho!

Un sobresalto sacudió al aludido, sobre el que confluyeron los ojos de sus compañeros reflejándose en ellos, a partes iguales, un gesto de conmiseración hacia la víctima con la satisfacción de no haber sido elegidos como víctima propiciatoria.

El arcángel Remiel, jefe del negociado, era famoso por su endiablado genio y por sus expeditivos métodos a la hora de castigar a sus subordinados cuando a su juicio éstos habían incurrido en una negligencia o un fallo, razón por la que el atribulado Abimael tenía motivos más que sobrados para temer lo peor.

Temblando hasta la última pluma de sus alas, Abimael se presentó ante su superior sin atreverse siquiera a llamar su atención mientras éste aparentaba estar enfrascado con la información que le mostraba la para él invisible pantalla del monitor. Finalmente, tras haberle hecho esperar a pie firme durante casi media hora, el arcángel le fulminó con la más feroz de sus miradas.

-Serafín Abimael, estoy sumamente descontento con usted -fue su particular saludo. Y sin indicarle que se sentara en la tentadora silla que estaba a su lado, continuó en tono fingidamente meloso-: Pero vamos a empezar por el principio. ¿Conoce usted razonablemente bien cuáles son las tareas inherentes a su puesto de trabajo?

Mal iba la cosa, se dijo el desdichado Abimael, cuando su iracundo interlocutor comenzaba la reprimenda regodeándose de semejante manera, como si no las conociera más que de sobra.

-Estoy esperando que me responda... -le azuzó éste ahondando todavía más en la herida.

-Yo... -titubeó el reo sudando cuanto podía sudar un espíritu celestial-. Yo recibo en mi ordenador un listado con las almas de todos los recién fallecidos, las de los cristianos se entiende, y las selecciono conforme a la calificación que se les ha asignado, enviándolas a las correspondientes secciones del cielo, el purgatorio o el infierno.

-Aunque rutinario, parece un trabajo sencillo, ¿no? Tan sólo tiene que separarlas en tres montones.

-Bueno, hay que tener cuidado para evitar posibles errores, aunque los responsables de las secciones verifican que no se haya cometido ninguno... y -se atrevió a añadirr con un hilo de voz-, hace mucho que no cometo ninguno.

-Eso es cierto, exactamente desde que hace trescientos quince años y siete meses terrestres envió equivocadamente al infierno a un alma bendita que ni siquiera tenía necesidad de pasar por el purgatorio.

La memoria de Remiel era legendaria, sobre todo cuando la utilizaba para fustigar a sus subordinados. Pero Abimael ya había sido sancionado por ello, por lo que resultaba innecesaria esta humillación. No obstante se cuidó mucho de recordárselo, aunque sí se atrevió a defenderse débilmente.

-El alma a la que hace usted alusión tenía un nombre y unos apellidos muy comunes que compartía con más de cuatrocientas del mismo lote, y por si fuera poco coincidía también en otros datos secundarios con la de un criminal condenado al fuego eterno. El tribunal que me expedientó lo consideró un eximente.

-Cierto también... aunque si yo hubiera formado parte del tribunal probablemente el veredicto no habría sido tan benévolo. Y menos mal que no mandó al criminal al cielo, porque se podría haber liado parda -esto era un brindis al sol, puesto que existían suficientes medios de control para evitarlo; no obstante, Abimael optó por no rebatirle-. Pero vamos a centrarnos en el presente, que es lo que de verdad importa.

El cerco se estrechaba y Remiel se divertía jugando con el indefenso serafín igual que lo haría un gato con un ratón antes de devorarlo.

-Así pues -porfió imperturbable-, continúe explicándome su método de trabajo.

-Bien -Abimael realizó el equivalente angélico a tragar saliva-, como acabo de decir selecciono las almas en función del destino que les corresponde...

-¿Pero cómo lo hace? ¿Arrastra, o copia y pega?

-Copio y pego, no sólo en la carpeta de destino sino también en la copia de respaldo, para evitar pérdidas accidentales de ficheros durante el proceso.

-Loable precaución... -fingió alabar el arcángel mientras jugaba distraído con las plumas de sus alas-. Una vez hecho esto supongo que borrará el fichero original.

-Sí, claro, tras asegurarme de que los ficheros se han copiados -el pobre reo estaba cada vez más desconcertado.

-¿Cómo lo hace? ¿Con un borrado normal, o con el seguro?

-Con el normal, para así poder recuperar el fichero borrado en caso de error.

-Otra loable precaución... -el tenaz inquisidor cambió sutilmente de entonación- siempre, claro está, que venga acompañada del vaciado de la papelera una vez comprobado que las copias están salvadas. ¿Lo hace así?

La trampa se cerraba y Abimael comenzó a sentir una imaginaria, pero no por ello menos gélida sensación de frío.

-No... no es necesario. El programa de limpieza y mantenimiento del disco duro se activa automáticamente y vacía la papelera de forma periódica.

-Un programa muy útil, sin duda alguna, ya que le libera de todo ese aburrido y rutinario proceso... -su tono de voz recordaba ahora al silbar de una serpiente-. ¿Podría usted decirme cuánto tiempo transcurre entre dos limpiezas consecutivas? Pero mejor no se moleste en hacer memoria, se lo puedo decir yo ya que acabo de monitorizar su ordenador. Exactamente diez años terrestres.

Y haciendo una pausa teatral continuó:

-¿No le parece demasiado?

Luchando contra las imaginarias tenazas que sentía en torno a la garganta impidiéndole articular palabras, el pobre reo logró musitar finalmente:

-Era la pauta que venía establecida por defecto en el programa, yo no la cambié.

-Sin apercibirse, me temo, de que ésta podría resultar excesiva pese a lo evidente que resultaba un período tan amplio de tiempo. Por cierto; creo recordar que se les prohibió instalar en sus ordenadores programas ajenos a los paquetes corporativos, incluso los gratuitos. Sí, ya sé que los corporativos no son siempre los mejores y entiendo que en ocasiones los externos ofrecen mejores prestaciones, pero instalarlos supone un posible riesgo de infección por virus y otras cosas por el estilo que pululan por ahí... pero este tema es mejor dejarlo para otro día, prefiero que nos centremos ahora en el tema del borrado de los ficheros obsoletos.

Y observando que el serafín había comenzado a temblar como un azogado, le espetó hipócritamente:

-¿Pero qué hace usted ahí de pie? Siéntese, que estará más cómodo.

Más que sentarse, se derrumbó en la silla mientras su superior seguía hablándole.

-Verá, lo de usar estos programas de utilidades, aunque irregular, no deja de ser una negligencia menor... o lo hubiera sido en caso de que usted hubiera personalizado los parámetros fijando unos ciclos de limpiado razonables, digamos por ejemplo de un día terrestre. O, por supuesto, si hubiera vaciado la papelera de forma manual tal como figuraba en sus instrucciones. Lamentablemente no lo hizo así, lo que acarreó unas consecuencias digamos... desafortunadas.

Había terminado la diversión y comenzaba a restallar la tormenta.

-¿Sabe usted lo que ocurre cuando se manda un fichero a la papelera? Supongo que sí, pero se lo voy a recordar: en realidad no se borra, simplemente se queda... -el inquisidor fingió buscar el adjetivo más adecuado- aparcado, digámoslo así. Se trata de una medida precautoria para que en caso de un borrado accidental, tal como usted ha dicho, se pueda recuperar el archivo; aunque una vez guardada la copia o, todavía mejor, las copias, pierde su utilidad, por lo que lo más recomendable es proceder a su borrado definitivo de forma inmediata. ¿Me sigue?

Cómo no le iba a seguir, por la cuenta que le traía... aunque dentro de su obnubilación Abimael no alcanzaba a comprender la razón de que le restregara unos conceptos tan básicos... salvo, probablemente, para humillarle todavía más.

-Bien -continuó el verdugo-, vayamos al grano. Aunque en teoría los ficheros enviados a la papelera están confinados en ella y no pueden salir de allí salvo que sean restaurados o, en su caso, borrados de forma definitiva, lo cierto es que en la práctica no siempre ocurre así, de modo que en ocasiones quedan vestigios pululando de forma incontrolada.

-No... no le comprendo -balbuceó al fin el serafín.

-Lo comprenderá en cuanto se lo termine de explicar. ¿Ha oído hablar de los fantasmas y los aparecidos? ¿No? No me extraña, esto es algo que no se suele estudiar en la academia ni publicar en los libros; de hecho, oficialmente no existen. Pero es así como los programadores expertos -otra pulla- denominan a los restos de ficheros mal borrados que consiguen escapar de su confinamiento desparramándose por la red.

-¿Una especie de virus informático? -se atrevió a aventurar.

-No exactamente, puesto que en sí mismo no son dañinos. Pero sí se trata de elementos molestos que interfieren en nuestro trabajo, por lo que se les considera indeseables y se los procura erradicar aunque no siempre se consigue por completo, dado que su escasa entidad los hace casi invisibles frente a los rastreadores.

-¿Qué mal hay entonces?

El superior del querubín le silenció con una mirada furibunda y continuó:

-El problema no estriba en las molestias que puedan causar a los programadores, sino en que logren atravesar los cortafuegos infiltrándose hasta el nivel de los vivos. Y eso, le aseguro, no tiene ninguna gracia.

»Además -continuó- de la tajante prohibición de devolver una sola alma al mundo de los mortales, ya que éstos podrían interpretarlo erróneamente como una resurrección milagrosa previa al Fin del Mundo, nos encontramos con el problema de que estos... -vaciló, buscando la palabra más adecuada- parásitos alteran la tranquilidad de los mortales infundiéndoles pensamientos ajenos a la ortodoxia religiosa, a la par que les crean falsas esperanzas sobre la posibilidad de entrar en comunicación con los muertos. Eso sin contar con que estas prácticas fomentan la aparición de charlatanes de todo tipo que con sus seudo creencias ponen en entredicho nuestra doctrina a la par que desvían almas hacia el lado oscuro. ¿Le parece irrelevante? -concluyó endureciendo la voz.

-No, claro que no...

-¡Pues entonces dígame por qué razón no puso más cuidado en su trabajo! -estalló el arcángel, sin molestarse ya en fingir una falsa amabilidad-. ¡Por culpa de su negligencia todo el disco duro se ha contaminado con basura que está trayendo de cabeza a los programadores de la mitad de las secciones, mientras usted sigue tan tranquilo rascándose las plumas de las alas!

-Yo... lo siento -musitó cabizbajo.

-¡Eso no soluciona nada! Aunque tiempo tendrá de sobra para sentirlo, le aseguro que de eso me encargaré yo. Pero ahora lo urgente es solucionarlo, por lo que a partir de este momento cesa en su confortable puesto y pasa a formar parte del equipo que está intentando reparar el desaguisado. Por supuesto sin categoría y ocupándose de cuantas tareas le encarguen, que espero sean las más penosas. ¿Lo ha entendido bien, ex serafín Abimael?

Por supuesto que lo había entendido. Así pues, pidió humildemente permiso para retirarse.

-¡Ya está aquí de más, no quiero volver a verle hasta que no hayan terminado con la de limpieza! -concluyó su furioso superior a modo de despedida-. Entonces nos veremos de nuevo, y me encargaré de que no se olvide jamás de ello. ¡No se le olvide entregar las alas antes de salir!

Abimael se apresuró a esfumarse, perdónese la expresión, como alma que lleva el diablo.


* * *


Han pasado varios años -terrestres, se entiende- y comienza a remitir la inopinada invasión de fantasmas que tanto desconcertó a todo el mundo a la par que alentaba a espiritistas, místicos y embaucadores de toda laya que se apresuraron a hacer negocio o a alcanzar su momento de gloria con ello. Y aunque fueron muchos y muy variados los avistamientos de presuntos espíritus, el más redundante de todos ellos fue con diferencia el de quienes aseguraron ver una figura angélica, incongruentemente privada de alas, persiguiendo a los demás para atraparlos con una especie de red etérea, tras lo cual ambos se desvanecían sin dejar rastro hasta que el misterioso y áptero ángel volvía a aparecer en cualquier otro punto del planeta continuando con su infatigable labor.

Claro está que se trataba tan sólo de alucinaciones ya que, como es de sobra sabido, no existen los fantasmas.


Publicado el 26-11-2019