Una pesadilla cruel



-Doctor, estoy muy preocupado por estos sueños. Se repiten una y otra vez con una insistencia tan machacona que nadie diría que son tan sólo unas meras recreaciones de mi subconsciente. Parecen reales, abrumadoramente reales, tal es su coherencia; y lo peor de todo, es que existe una perfecta continuidad entre ellos tal como si se tratara de capítulos consecutivos de una misma historia.

-Comprendo perfectamente su desazón, pero vuelvo a repetirle una vez más que no tiene por qué preocuparse en absoluto. Ese levantarse todas las mañanas para ir a la oficina, ese retornar a casa y encontrarse con toda una falsa familia con la que recuerda convivir desde hace años, es tan sólo el afloramiento subconsciente de un oculto y reprimido temor a la vida rutinaria y monótona, el miedo en definitiva a perder su identidad y su personalidad para convertirse en un integrante más de la masa gris y amorfa en la que se está convirtiendo lamentablemente nuestra sociedad. Usted desde su individualismo rechaza esta fagocitación, pero puesto que en el fondo la teme, vuelca en sus sueños esa desazón que tanto le preocupa pero que, vuelvo a repetir, no sólo es completamente inocua sino que incluso le resulta beneficiosa al servirle de válvula de escape para unas tensiones que de otra manera podrían acabar traduciéndose en unos trastornos mucho más serios.

-Pero son unas vivencias tan nítidas, tan reales...

-No tiene nada de particular. Cierto es que normalmente los sueños suelen ser inconexos e incluso absurdos, pero al parecer su mente no sólo es sumamente analítica sino que también posee una alta capacidad imaginativa. Siga mi consejo y déjelo llevar sin preocuparse lo más mínimo; verá como las aguas vuelven a su cauce sin que usted llegue siquiera a darse cuenta de ello.

-Bien doctor, me tranquiliza usted con sus palabras. Intentaré seguir sus consejos y espero que pueda desembarazarme de una vez por todas de estas molestas pesadillas. Créame que le estoy muy agradecido.

Despidiéndose de su interlocutor, el paciente transformó la silla en la que había estado sentado hasta entonces en su canguro volador favorito, que en esta ocasión se presentó con tres cabezas calidoscópicas junto con una nueva coloración a base de lunares rojos y verdes de gran vistosidad.

Galopando en su dragón llameante con alas de libélula vio cómo el psiquiatra, ahora convertido en un robot metálico con cola de sirena, comenzaba a hundirse en el seno de un sol llameante al tiempo que comenzaban a llover centellas de oro candente que, apenas llegadas al suelo, se metamorfoseaban en unas veloces hormigas de cabeza humana que corrían frenéticas hasta desaparecer por detrás del cóncavo horizonte.

Dirigióse entonces hacia la boca del robot, una oscura y ominosa caverna que se dilataba cada vez más hasta abarcar la totalidad del espacio visible sustituido ahora por una masa sólida de azabache tachonada con una multitud de luciérnagas multicolores que titilaban con frenesí, grandes unas como universos, mínimas como átomos el resto.

Su destino estaba ya cercano, pero temía no poder alcanzarlo antes de que la pesadilla comenzara a restallar una vez más en el interior de su torturada mente. No iba a llegar, no iba a llegar, se repitió una y otra vez al borde mismo de la histeria mientras que el mar púrpura y rubí por cuyo seno nadaba ágilmente con sus seis aletas comenzaba a difuminarse y a entonar la suave y monocorde melodía que servía de preludio inexorable a sus ensueños cotidianos, melodía que iba haciéndose más fuerte, cada vez más fuerte...

-¡Vamos, Pepe, levántate ya! ¿Es que no estás oyendo el despertador? Como sigas haciéndote el remolón, volverás a llegar tarde a la oficina.

La pesadilla, efectivamente, había comenzado de nuevo.


Publicado el 19-11-2004 en Alfa Erídani