Caso cerrado



En una situación de infinitud, toda condición posible sucede no una vez, sino un número infinito de veces.

Jack Vance


El despertador llevaba sonando sus buenos diez minutos antes de que se pudiera despejar lo bastante para ser consciente de que debía levantarse para ir a trabajar.

Mascullando maldiciones ejecutó todos sus rituales matutinos a la carrera, dado que al costarle mucho madrugar acostumbraba a apurar al máximo la transición del sueño a la vigilia... razón por la que esos diez minutos de más -o de menos- le resultaban vitales para no perder el tren y llegar tarde al trabajo.

Por suerte vivía cerca de la estación pero la entrada quedaba al otro lado de las vías, lo que le imponía el engorro de tener que cruzarlas por la pasarela; otro retraso más. Y si perdía el tren directo, como se temía, se vería obligado a coger uno de los que paraban en todas las estaciones, acumulándose la tardanza.

Echando los pulmones por la boca -tampoco era aficionado al ejercicio físico- entró en tromba en la estación, cruzó el torniquete y se introdujo a todo correr en el paso subterráneo ya que, por variar, tenía que pasar al otro lado de los andenes para coger el tren que, según pudo comprobar, acababa de pararse y estaba abriendo las puertas.

El cruce del subterráneo fue una carrera de obstáculos, entendiendo como tales a los viajeros que se habían apeado en la estación y que parecían poner especial empeño en atravesarse en su camino. Saltando las escaleras de dos en dos, y porque no se atrevía a hacerlo de tres en tres, alcanzó finalmente el andén y se zambulló en la primera puerta del tren que encontró cuando ésta ya había comenzado a cerrarse.

Pero algo andaba mal, como pudo comprobar una vez hubo recuperado mínimamente el resuello. En vez de encontrarse en un tren de cercanías atestado de gente, descubrió con sorpresa que su interior era el correspondiente a uno de los de medio o largo recorrido y que además el vagón estaba completamente vacío.

Perplejo y desconcertado se dio la vuelta en un intento instintivo de abandonarlo; pero ya era demasiado tarde, puesto que el extraño tren había cerrado las puertas e iniciaba la marcha... en sentido contrario al esperado, puesto que en vez de encaminarse a Madrid lo hizo en dirección a Guadalajara.

En mitad de su asombro, se olvidó de la preocupación de llegar tarde al trabajo centrándose en la necesidad de salir de allí en la primera parada; pero ¿cuál sería ésta? El tren no se detuvo ni en el apeadero de la universidad, ni en Meco ni en Azuqueca, lo cual tenía su lógica dado que se trataba de estaciones secundarias a las que sólo daban servicio los cercanías; así pues se preparó para bajarse en Guadalajara, donde seguro que sí lo haría.

Pero no lo hizo, atravesando a toda velocidad la estación. Cada vez más sorprendido, repasó mentalmente las posibles paradas del tren más allá de la capital provincial: ninguna importante hasta Sigüenza y, a partir de allí, Medinaceli -quizá-, Calatayud y con toda seguridad Zaragoza. No entendía cómo podía haberse equivocado de tren de una manera tan absurda, y ya era casualidad que lo hubiera hecho en uno de los pocos regionales que seguían funcionando tras la supresión de los trenes a Barcelona una vez inaugurada la línea del AVE. Alguno, creía recordar, llegaba hasta Lérida, pero si no se equivocaba éste no paraba en Alcalá.

Maldiciendo mentalmente a los empleados de la estación por su manía de cambiarlos arbitrariamente de vía, decidió tomárselo con filosofía sentándose en uno de los asientos disponibles -en realidad todos- lamentando la ausencia de algún otro viajero al que poderle preguntar. Repentinamente le invadió un temor: si aparecía un revisor, especie prácticamente extinguida en los trenes de cercanías pero quizá no tanto en las líneas regionales, ¿cómo podría justificar su carencia de billete? Bien, tampoco se iba a preocupar por algo que quizá no ocurriera, y en cualquier caso bastaría con contar la verdad por muy insólita que ésta pudiera parecer. Al fin y al cabo él había montado, aunque fuera in extremis, en un cercanías y en la vía en la que paraban los cercanías procedentes de Guadalajara con destino Madrid, no se le podían exigir responsabilidades por lo que había sido un cúmulo de negligencias de los empleados de la estación.

Ya algo más relajado, y dado que no podía hacer otra cosa, se puso a ver desfilar por la ventanilla el paisaje del valle del Henares que iba remontando el tren, el cual pasó de largo por todas las estaciones incluyendo las relativamente importantes de Humanes, Jadraque y Baides. Tampoco paró en Sigüenza ni en Medinaceli, pero lo que más le sorprendió fue que ni siquiera lo hiciera en Calatayud. Estaba claro que iba a verse obligado a ir hasta la misma Zaragoza.

Allí sí lo hizo, aunque de una manera que también le sorprendió. Pese a no estar demasiado familiarizado con la infraestructura ferroviaria de la capital aragonesa, creía recordar que había dos estaciones principales además de las de cercanías: la de Delicias, que daba servicio a las líneas del AVE y a las convencionales, y la de El Portillo, utilizada para viajes regionales y cercanías. Sin embargo, la estación en la que rindió viaje el tren no era ninguna de ellas, sino otra para él completamente desconocida que ostentaba el enigmático nombre de Zaragoza 472-A5.

Por suerte, no apareció ningún revisor. Según pudo apreciar apenas hubo puesto el pie en el andén se trataba de una estación término, algo que tampoco encajaba en el entorno de un nudo de comunicaciones de la importancia de Zaragoza; pero no era ésta su prioridad más importante, sino la de encontrar la manera de deshacer el involuntario viaje.

Esquivando a los viajeros que se dirigían al tren que acababa de abandonar salió al vestíbulo en busca de las taquillas, eligiendo una en la que en ese momento no había cola. Por suerte no se trataba de un puesto automático, sino que estaba atendida por un empleado.

-Déme un billete de ida para Madrid, por favor -pidió al tiempo que sacaba la tarjeta de crédito. Aunque no residía en la capital y había renunciado ya a llegar al trabajo, optó por lo más seguro, ya que así le serviría cualquier tren y podría tomar el primero que saliera sin necesidad de tener que esperar a uno que hiciera paradas intermedias.

-¿Madrid? -se extrañó el taquillero-. Me temo que se ha equivocado de estación, los AVE salen de Delicias. Tendrá que salir a la calle y coger el tranvía lanzadera para que le lleve hasta allí.

-¿Cómo que desde esta estación no puede irse a Madrid? -respondió irritado-. Acabo de bajarme de un tren en el que monté por error en Alcalá de Henares...

-Lo lamento mucho, señor, pero insisto en que los trenes para Madrid salen en su totalidad de Delicias, incluyendo los regionales. Esta estación sólo da servicio a las líneas MV.

-¿MV? -preguntó extrañado. Pero al ver el gesto adusto del taquillero y las caras de pocos amigos de los que estaban esperando tras él, optó por quitarse de en medio.

Fijó entonces su atención en el panel informativo de las llegadas y salidas, que encabezado por un rótulo que rezaba “Zaragoza 472-A5. SERVICIOS MV”, reproducía a continuación una doble tabla en la que las cifras horarias estaban acompañadas por lo que parecían ser sendas listas de procedencias y destinos, todos los cuales, en lugar de reflejar nombres de ciudades, estaban encabezados por una Z mayúscula acompañada por unos caracteres alfanuméricos similares a los que al parecer daban nombre a la estación.

Todo eso no tenía el menor sentido, como tampoco lo había tenido el extraño viaje en el que se había visto inmerso de forma tan inexplicable; pero por lo demás la estación no tenía nada de particular, como tampoco lo tenían los apresurados viajeros que la recorrían.

¿Qué estaba pasando? Completamente desconcertado encaminó sus pasos hacia el kiosco de prensa y chucherías que se alzaba en el otro extremo del vestíbulo, mirando distraídamente los titulares de las portadas... para dar un respingo al leer en uno de ellos que la propuesta de integración de Aragón en España había fracasado por el voto en contra de los diputados catalanes, lo que sembraba de incertidumbre el futuro político de la confederación catalano-aragonesa e incluso su propia existencia, al chocar contra la voluntad del resto de sus territorios, Aragón, Valencia y las Baleares, que sí eran partidarios de unirse a sus compañeros ibéricos.

O era una broma, o estaba pasando algo muy raro. Impelido por la curiosidad, cogió el primer ejemplar del montón y entregó al quiosquero una moneda de dos euros aguardando a que éste le diera el cambio.

Una nueva sorpresa, si a esas alturas podía haber ya algo que le sorprendiera, surgió cuando éste, tras observarla con detenimiento, se la devolvió diciéndole:

-Lo siento, pero no admito euros. Son doce florines.

-¿Florines? ¿Que no acepta euros? -replicó perplejo.

El quiosquero comenzó a impacientarse.

-Oiga, o me paga el periódico o me lo devuelve.

Pero él permanecía inmóvil, incapaz de reaccionar, con el periódico en una mano y la moneda en la otra. Quien vino a romper el impasse fue un guardia de seguridad que se acercó a ver qué pasaba. El quiosquero se lo explicó y éste, tomándole por el brazo, le apartó preguntándole si se encontraba mal, al tiempo que calmaba al irritado vendedor prometiéndole que le entregaría el importe del periódico cuando volviera.

Evidentemente no se encontraba bien, por lo que a pesar de su silencio se dejó llevar hasta un cuarto interior amueblado escuetamente con varios sillones y una destartalada mesa, sin duda la sala de descanso de los vigilantes a juzgar por las taquillas adosadas a una de las paredes. Una vez sentado, su acompañante llamó a los servicios médicos para que se hicieran cargo de él.

Éstos no tardaron el llegar y, tras una breve observación, diagnosticaron el problema: shock provocado por un tránsito traumático a través del multiverso. Según le explicaron, aunque hubiera dado lo mismo que le hablaran en chino, se trataba de un caso relativamente frecuente, sobre todo entre los viajeros procedentes de universos recién integrados y por lo tanto poco habituados a este tipo de desplazamientos, y su solución solía ser sencilla, al menos desde el punto de vista médico: bastaría con una sedación suave para que los afectados se tranquilizaran lo suficiente para poder recuperar el control de su mente.

Acto seguido, continuaron explicándole, serían los policías de frontera quienes le interrogarían para determinar su lugar de procedencia con objeto de poder devolverle a su universo de origen o, en su caso, de residencia.

Huelga decir que maldito lo que sacó en claro de todo esto, pero la combinación de los fármacos suministrados y las palabras tranquilizadoras que recibió lograron calmarle lo suficiente para aceptar que iban a ayudarle. Pero para ello debería acompañarles a las dependencias policiales con objeto de averiguar de cual universo -eso creyó entender- había llegado de forma aparentemente involuntaria.

Aunque allí le trataron con total amabilidad, esto no le evitó el engorro de tener que responder a una larga batería de preguntas que en su mayoría le resultaron desconcertantes, ya que si bien algunas de ellas eran obvias -cuál era la capital de los Estados Unidos, o qué idioma se hablaba en Brasil-, otras le resultaron absurdas, en especial las históricas; pese a lo afirmado en la encuesta Alemania no ganó la Primera Guerra Mundial, las bombas atómicas -dos, no tres- fueron lanzadas sobre Japón y no sobre la URSS, Biafra y Katanga no llegaron a consolidar sus respectivas independencias y Gibraltar había sido conquistado por Inglaterra a principios del siglo XVIII sin que España lograra recuperarlo pese a sus reiterados intentos.

Aprovechó el tema de Gibraltar para explicar el llamativo anacronismo que había encontrado en el titular del periódico que seguía conservando en su poder, proponiéndole su interlocutor que se tomara un descanso y aprovechara para leerlo con tranquilidad tomando nota de las discrepancias que descubriera, ya que así resultaría más fácil determinar su universo -de nuevo la dichosa palabreja- de origen. Y para ayudarle, ya que según afirmó los periodistas solían flojear bastante en historia, le entregó un atlas histórico y otro geográfico para que le sirvieran de apoyo.

Hecho lo cual le dejaron solo, sin más interrupción que la de un discreto camarero que le trajo una bandeja con comida y bebida, algo que agradeció dado que llevaba bastantes horas con el estómago vacío.

Ya más calmado y saciadas sus necesidades más perentorias, abordó la lectura del artículo que tanto le había llamado la atención cotejándolo con diversos capítulos del libro, llegando a la conclusión de que, o bien él se había vuelto loco, o bien era el resto del mundo el que no estaba en sus cabales.

Pese a no ser un experto en historia, sí conocía lo suficiente para concluir que lo que leía, o al menos buena parte de ello, no concordaba en absoluto con sus recuerdos. Según el atlas -el artículo, como era de esperar, dejaba sin explicar el trasfondo histórico-, la unificación de los reinos de Castilla y Aragón en las personas de los Reyes Católicos no había tenido lugar a finales del siglo XV, tal como él recordaba, ya que la unión dinástica se había realizado entre la reina Juana I de Castilla, apodada La Beltraneja por los partidarios de su tía Isabel, y el rey Alfonso V de Portugal. Este matrimonio sí le sonaba, pero no así que la inmediata guerra civil entre las dos rivales se hubiera saldado con la derrota de la usurpadora y su esposo aragonés en la decisiva batalla de Toro, gracias a la cual el triunfante monarca luso se había proclamado rey consorte de Castilla expulsando del reino a las tropas enemigas.

Así pues, España se conformó mediante la unión de Castilla y Portugal a la que se sumaron posteriormente Granada y Navarra, esta vez en los años correctos. Por su parte Aragón había continuado como reino independiente bajo Fernando II, con la frustrada pretendiente Isabel reducida a la condición de reina consorte. Olvidadas sus pretensiones en la península la monarquía aragonesa se había volcado en sus posesiones italianas, mientras España abordaba la colonización de la recién descubierta América. Al menos la fecha y el descubridor coincidían, aunque el libro afirmaba que las tres carabelas habían partido de Lisboa y no de Palos de la Frontera.

La geografía actual tampoco le resultaba familiar. Además del enigmático desplazamiento de las fronteras ibéricas, en ese extraño mundo no parecían existir ni Bélgica ni Luxemburgo, repartidas entre Francia y Holanda, mientras Checoslovaquia aparentemente no se había partido en dos, Rumania incluía dentro de sus fronteras a la república de Moldavia, las de Polonia se adentraban en territorio ucraniano y Constantinopla -no Estambul- era griega en lugar de turca.

Cambió entonces al artículo. Según afirmaba éste España, es decir, la España formada por Castilla y Portugal cuya capital no era Madrid sino Lisboa, pertenecía desde hacía varias décadas a la Unión Europea, mientras Aragón permanecía fuera de ésta por razones que el periódico no explicaba y que por el momento prefirió no indagar para no perder demasiado tiempo, limitándose a hacer alguna breve consulta al atlas sólo cuando resultaba necesario.

El conjunto de la información era confuso, puesto que detalles familiares se entremezclaban con otros completamente extraños. Al parecer la Unión Europea había cerrado temporalmente sus puertas a los países candidatos a integrarse en ella tras las crisis de Yugoslavia y Gran Bretaña, dejando con dos palmos de narices no sólo al mosaico surgido del hundimiento de la primera incluyendo a Eslovenia y Croacia, que permanecían fuera de ella, sino también a Albania, Rumania, Bulgaria y, sorprendentemente, Grecia.

Todavía le causó mayor perplejidad descubrir que tras la salida de Gran Bretaña del club comunitario durante el gobierno de Margaret Thatcher, el país se hundió en una profunda crisis económica y social sufriendo una serie de convulsiones que acabarían provocando su estallido poco después del yugoslavo; aunque los británicos fueron más pragmáticos y lograron evitar sumirse en un conflicto armado, su estructura política había saltado por los aires proclamándose independiente no sólo Escocia, sino también el Ulster y hasta el pequeño y tranquilo Gales, quedando reducida a Inglaterra la soberanía británica sin que esto impidiera que los sucesivos gobiernos ingleses hicieran todo lo posible por boicotear el ingreso de los territorios emancipados en la Unión Europea.

Víctima indirecta de estas crisis había sido Aragón, que tras haber rehusado integrarse a la par que España a causa de las reticencias catalanas, ahora se veía imposibilitado de hacerlo al igual que otros países como Islandia, Finlandia, los tres países bálticos o los balcánicos, Grecia incluida.

Las tensiones aragonesas se habían visto acrecentadas todavía más a raíz de que el Ulster consiguiera entrar en la Unión Europea por la puerta trasera recurriendo a la misma estratagema que ya utilizara la antigua República Democrática Alemana: su integración en un país miembro, en este caso la República de Irlanda.

Aunque las circunstancias eran muy diferentes, ya que Aragón nunca había formado parte ni de España ni de Castilla, principalmente los aragoneses apelando a su afinidad histórica y cultural con Castilla, pero también los valencianos y los baleares deseosos de sacudirse la pesada tutela catalana, comenzaron a pedir cada vez con más fuerza la incorporación a España imitando la vía irlandesa, lo que supondría su entrada automática en la Unión Europea. El obstáculo radicaba en la oposición frontal catalana, vislumbrándose como única solución la previsible fractura del territorio histórico aragonés.

Así pues no era de extrañar el revuelo que había montado, todavía más en Zaragoza por ser ésta el epicentro del movimiento panibérico.

El resto de las noticias del periódico era una extraña mezcla de noticias reales -al menos para él- con otras que le chirriaban -¿había habido unas olimpíadas en Argentina en 2016?- y otras, por último, que le resultaban completamente desconocidas; ¿quién demonios era ese John Slapetlon que acababa de ganar un Óscar como director de la película La locura de Nerón? En cuanto al nuevo disco de Michael Jackson, ¿no llevaba ya varios años muerto?

Estaba sumido en sus reflexiones cuando le interrumpió el policía, que en esta ocasión venía acompañado por un personaje que le fue presentado como agente de la Oficina de Inmigración. A él esto le sonó fatal, todavía más cuando cayó en la cuenta de que, por inverosímil que fuese, técnicamente se encontraba en un país extranjero y aparentemente sin papeles... aunque la actitud de sus interlocutores distaba mucho de ser adusta, tratándole por el contrario con total amabilidad.

-Comprendo que esté usted desorientado -le tranquilizó el recién llegado tras identificarse como psicólogo-. Su caso es bastante habitual, y estoy aquí para ayudarle. Si no le importa desearía que nos trasladáramos a nuestras dependencias, donde nos encontraremos más cómodos.

Como era de esperar, accedió. La Oficina de Inmigración se encontraba en un edificio anejo a la estación, por lo que ni siquiera tuvieron que salir a la calle puesto que ambos estaban conectados por un pasillo. Y sí, tenía razón su acompañante -el policía se quedó en la comisaría-; la sala a la que le llevaron era bastante más acogedora que las frías dependencias policiales.

-Y bien -le explicó el agente de Inmigración tras consultar su expediente-, está claro que usted ha llegado aquí por accidente o error involuntario, así que procuraremos devolverle a su lugar de origen. Sin embargo -comentó centrando su atención en la pantalla del ordenador-, veo aquí algo que no acaba de cuadrar. ¿Qué sabe usted del multiverso?

Otra vez las dichosas palabrejas... molesto, respondió:

-No me suena de nada, aunque la he oído en varias ocasiones sin que nadie se molestara en explicármelo.

-Lo suponía. Según todos los indicios, usted procede de un universo no integrado... no, no se preocupe, le daré todas las explicaciones que desee, pero antes necesitaría saber todo lo que le ha ocurrido desde que cogió el tren camino de su trabajo; por muy extraño que le parezca le aseguro que todo tiene una explicación. Por lo tanto, le ruego que no se salte ningún detalle por inverosímil que le pudiera parecer.

Así lo hizo, complementando su relato con las respuestas a las preguntas que de vez en cuando le hacía su interlocutor. Y, tal como éste había prometido, todo volvía a tener sentido aunque en base a unos parámetros que él nunca hubiera sospechado.

Según supo, el universo -su universo- era tan sólo uno más de los infinitos que formaban el conjunto del multiverso los cuales, por su propia naturaleza, eran inconmensurables y abarcaban, conforme a la definición matemática de infinito, cualquier posibilidad imaginable por irracional que pudiera resultar ésta, de forma que recordaba a algunos relatos como El libro de arena o La Biblioteca de Babel en los que Borges -al parecer el escritor argentino también era conocido allí- jugó con este concepto... lo cual, en la práctica, no resultaba demasiado útil.

Por fortuna había maneras de hacer más manejable la infinitud ya que en virtud de un conjunto de constantes universales -en realidad multiversales- que definían la estructura del multiverso, era posible ceñirse a un subconjunto de éste que abarcaba tan sólo aquéllos universos que compartían la mayor parte de su estructura o, si se prefiere, que eran lo suficientemente parecidos entre sí para poder interactuar entre ellos. Parecidos pero nunca iguales a causa del equivalente multiversal al principio de exclusión de la mecánica cuántica, con independencia de que las diferencias entre dos universos concretos fueran triviales o, por el contrario, mostraran una deriva considerable.

Puesto que una fracción del infinito continúa siendo infinita, tampoco esta restricción resultaba suficiente. Sumado a ello que los métodos de detección de los universos compatibles -éste fue el adjetivo con el que definió el agente de Inmigración a los universos entre los que era posible una interrelación- distaban mucho de ser tan eficientes como se hubiera deseado, y que también existían universos detectados que por precaución -no dio detalles al respecto, aunque no resultaba difícil imaginárselos- se mantenían aislados, la conclusión era que, aunque el número de universos interconectados se iba incrementando lentamente, todavía eran muchos los candidatos potenciales que seguían sin estarlo sin que hubiera manera alguna de buscarlos, puesto que los nuevos contactos dependían completamente del azar.

Y su universo, según todos los indicios, era uno de ellos, ya que no se había tenido constancia alguna de su existencia hasta que un hecho fortuito -su aparición en el tren que lo había llevado hasta esa Zaragoza- la había revelado. Ahora le llegaba el turno a un equipo de investigación que se encargaría de determinar los parámetros que describían a cada uno de esos universos -los códigos que había leído en el panel de horarios eran una versión muy reducida de los mismos- y, aplicando unas matemáticas desconocidas por completo en su universo de origen, intentarían establecer una conexión permanente entre éste y el Nexo, tal como denominaban al conjunto de los universos interconectados.

De lograrlo, lo que no siempre ocurría, seguiría una investigación exhaustiva de sus características -este término englobaba disciplinas tan dispares como la geología, la ecología, la antropología o la sociología- y, si era posible, se integraría al nuevo mundo en el Nexo. Y si no era así, dependiendo de las circunstancias, se establecería un tutelaje temporal para ayudarle a alcanzar los parámetros necesarios para la unión, los contactos se limitarían a una misión de observación dejándole evolucionar por sus propios medios o, en el peor de los casos, se declararía cerrado dejándole completamente aislado.

-Aunque los criterios de selección previos nos permiten afinar bastante -le explicó su interlocutor-, éstos sólo nos permiten saber a priori que nos encontraremos con mundos similares a la Tierra y como tales aptos para la vida. Pero en la práctica puede haber de todo: mundos en los que los dinosaurios no se llegaron a extinguir, otros en los que nuestros antepasados directos no acabaron de dar el salto a la hominización, otros en los que los humanos siguen anclados en el paleolítico, e incluso algunos en los que se han desarrollado unas dictaduras tan aberrantes que hasta el nazismo y el estalinismo nos parecerían una broma a su lado. Eso sin contar -añadió frunciendo el ceño- con aquellos lugares en los que la propia humanidad se inmoló en una guerra nuclear que arrasó el planeta, o se extinguió víctima de sus propios desmanes tecnológicos.

-¿Y el mío? -preguntó tímidamente, temiendo recibir una respuesta desagradable.

-Como se puede imaginar todavía no sabemos mucho de él, pero a juzgar por lo que nos ha relatado, a priori no parece contar con dificultades insalvables para su integración... que en ningún caso sería inmediata, ya que estos procesos suelen requerir bastante tiempo extendiéndose incluso a lo largo de varias generaciones -y viendo su gesto de alarma, añadió-: Pero no se preocupe, en cualquier caso haremos todo lo posible por devolverle a su lugar de origen; eso sí, bajo promesa de confidencialidad -concluyó dirigiéndole una sonrisa cómplice.

-Por supuesto -respondió aliviado-. Además, ¿quién iba a creerme?

En realidad lo único que le importaba era huir de ese universo de locos y refugiarse en su prosaica realidad cotidiana; pero por no mostrar desinterés y también por curiosidad, decidió aprovechar la amabilidad de su interlocutor.

-¿Puedo... preguntarle algo? -remachó. Y, animado por la sonrisa que recibió por respuesta, continuó-. Si no había comunicación entre mi universo y el Nexo, ¿cómo es que fui arrebatado de él?

-Se lo explicaré lo mejor que pueda, aunque mis conocimientos de física no son excepcionales. Como ya le he dicho, cada uno de los universos individuales es en principio un ente estanco, y las ecuaciones que describen el modelo del multiverso explican que entre éstos no puede haber interacción alguna.

-Pero me acaba de decir que las hay...

-Evidentemente, si no fuera así no estaría usted aquí -rió-. Lo que ocurre es que existen lo que podríamos denominar defectos aleatorios, algo habitual en cualquier sistema físico dado que la perfección absoluta es imposible. La teoría del multiverso, al igual que la mecánica cuántica que no deja de ser una simplificación suya, no describe certezas, sino probabilidades; y por muy altas que sean éstas, jamás podrán alcanzar la totalidad. Es gracias a estas fluctuaciones estadísticamente improbables, pero reales, como se interconectan los universos contiguos.

Hizo una pausa para preguntarle si quería comer o beber algo y, tras su negativa, continuó:

-En principio estas conexiones son temporales, efímeras a escala cósmica pero lo suficientemente largas para que nuestros técnicos puedan fijarlas si llegan a tiempo, abriendo lo que denominan una puerta por la que puede haber un tránsito en ambas direcciones entre los dos universos conectados. Aunque todavía no ha ocurrido desconocemos si estas puertas pueden acabar cerrándose, por lo que hemos intentado establecer una red de enlaces entre los distintos universos con el mayor grado de redundancia posible, de forma que si una puerta fallara siempre se pudiera recurrir a un camino alternativo, evitando así que ninguno de los universos del Nexo pudiera quedar aislado.

Muy a su pesar, comenzaba a sentirse interesado. Así pues, siguió con atención las explicaciones de su anfitrión.

Al igual que ocurría con la imprevisibilidad en la aparición de un punto de contacto, tampoco era posible predecir donde iba a abrirse ni qué universos iban a verse interconectados, lo que convertía al Nexo en una compleja maraña que sólo los expertos eran capaces de desentrañar. Según todos los indicios el chispazo -así lo denominaban, en su jerga, los ingenieros multiversales- había tenido lugar en la estación de Alcalá de Henares justo en el momento en el que él subía al tren de cercanías, y había debido de ser muy breve ya que tan sólo le había atrapado a él de entre todos los viajeros que cruzaron por esa misma puerta... y pequeño, puesto que de haber tenido un tamaño mayor habría engullido al vagón completo e incluso a todo el tren y a la propia estación.

-Así pues, usted se vio arrastrado a otro universo, el nuestro, y tuvo la suerte de que fuera lo suficientemente parecido al suyo para aparecer en otro tren que circulaba en ese momento por una vía equivalente, aunque en dirección contraria, que le trajo hasta aquí -concluyó el psicólogo.

-Pero... -objetó- por lo que pude ver, ese tren no era un tren normal, sino uno que aparentemente enlazaba dos universos distintos... en la estación me dijeron que si quería volver a Madrid, a su Madrid -recalcó- tendría que ir a la estación del AVE...

-Así es -corroboró su interlocutor-. Las puertas enlazan únicamente dos universos distintos, por lo que no todos ellos están conectados directamente; de modo que en muchas ocasiones es necesario recurrir a un tercer universo, o incluso a varios más, como etapas intermedias para llegar a tu destino. Además, las puertas suelen estar dispersas por diferentes puntos de la geografía de cada versión del planeta y su distribución geográfica varía de uno a otro, aunque siempre coinciden en los dos universos que están en contacto. En consecuencia, cuando un viajero pasa de su universo de origen al universo puente, normalmente tendrá que hacer un recorrido más o menos largo por éste antes de llegar a la segunda puerta que le conducirá a su destino o a la siguiente etapa.

-Y lo hacen por tren...

-No necesariamente; tenga en cuenta que en ocasiones las puertas pueden estar a mucha distancia, incluso en una isla o en otro continente. En cada caso se recurre al medio de transporte más adecuado, pero sí es cierto que cuando los recorridos no son demasiado largos el tren puede resultar una buena opción... al menos aquí -se refería evidentemente a esa Tierra-, ya que tenemos la suerte de contar con una inusitadamente alta cantidad de puertas, por lo que en la mayor parte de los casos la distancia media entre ellas no es demasiado larga.

Hizo una pausa y continuó:

-Hay que tener en cuenta, además, que por razones de organización los medios de transporte que enlazan las puertas siempre están separados de los propios de cada uno de los universos del Nexo. En el caso concreto que nos ocupa, usted apareció en un tren que circulaba vacío procedente de cocheras, por la línea Zaragoza-Aranjuez, en cuyas cercanías hay otra puerta, la cual aprovecha en su mayor parte los antiguos trazados del antiguo ferrocarril que quedaron en desuso tras la construcción de las líneas del AVE, enlazando ambas para evitar su paso por Madrid, donde no la hay; y hubo suerte de que la interferencia fuera tan breve, porque de no haber sido así los dos trenes podrían haber llegado a chocar con las consecuencias imaginables. Inmediatamente después el tren retornó a nuestro universo, con usted como único pasajero.

-Curioso... -concedió- pero a mí lo que me interesa saber es cuándo voy a poder volver. Aunque vivo solo tengo familia y amigos, y como usted puede comprender estarán inquietos con mi desaparición -esto no era del todo cierto, pero tampoco tenía por qué dar demasiadas explicaciones-, eso sin contar con mi ausencia del trabajo.

-Lo entiendo, pero como ya le he explicado el proceso llevará cierto tiempo y no podremos devolverle hasta que la puerta no sea abierta y fijada... -concluyó la frase haciendo un además de impotencia con las manos.

-Y eso, ¿cuánto puede tardar? ¿Qué va a ser de mí hasta entonces?

-De lo segundo no tiene por qué preocuparse. Aunque su caso es singular, por diferentes razones siempre hay un cierto número de desplazados a los que no les resulta posible volver a su lugar de origen, al menos de forma inmediata, los cuales están alojados en unas residencias donde pueden esperar con comodidad el momento de su retorno. En cuanto a lo primero... sinceramente, no se lo puedo decir. Por supuesto los técnicos intentarán abrir la puerta lo antes posible, pero no siempre se tarda lo mismo.

A él eso de “residencia de desplazados” le sonó desagradablemente a “centro de retención de refugiados”, pero optó por no manifestar sus temores. En cualquier caso estaba claro que tendría que permanecer allí durante algún tiempo, y ésta era su preocupación más inmediata.

Claro está que podría ser peor.

-¿Y si... -se atrevió a preguntar- los técnicos no pueden abrirla? Porque, según creo haber entendido, no siempre es posible hacerlo.

-Existe esa posibilidad, en efecto -reconoció el psicólogo-, aunque en la práctica no suele resultar demasiado frecuente ya que, una vez localizado un contacto, por lo general se suele conseguir fijarlo y abrir una puerta a través de él, pero a la hora de la verdad nunca se sabe... de todos modos -continuó-, usted no tiene por qué preocuparse ahora por esto. Tenga en cuenta que los responsables del Nexo son los primeros interesados en contactar con nuevos universos compatibles con los nuestros, y por lo que usted nos ha contado el suyo lo es. Puede estar seguro de que se hará todo lo que se pueda ya que no se trata de su interés particular sino del general, que por fortuna coincide plenamente con el suyo propio.

-Pero... -insistió poniéndose en lo peor- suponiendo que no fuera posible, ¿qué pasaría conmigo? ¿Quedaría recluido sine die en ese centro de refugiados?

-¡Oh, por supuesto que no! -le tranquilizó su interlocutor-. Esas residencias -le corrigió- son solamente una solución temporal. Si resultara imposible devolverle a su universo, o si su retorno se demorara demasiado, se le ofrecería quedarse en nuestra sociedad... o en la de cualquier otro lugar del Nexo, a elección suya. Por suerte las diferencias entre nuestro mundo y el suyo son aparentemente mínimas, por lo que su integración resultaría sencilla.

Está bien -suspiró-, me temo que no hay otra elección. Estoy a su disposición, y mientras tanto aprovecharé para aprender todo lo que pueda sobre el Nexo.


* * *


El agente de Inmigración no le había mentido; la residencia de desplazados era solamente eso, una residencia, y bastante confortable además. No estaban retenidos en ella y podían moverse libremente por la ciudad respetando una serie de instrucciones por lo demás bastante sensatas dada su condición de desplazados. Claro está que cada caso dependía del grado de afinidad social y cultural entre el universo de origen y aquél en el que estaban, y si bien él no encontraba los temas fundamentales demasiado diferentes -aunque pudo contemplar en el Museo de Bellas Artes varios cuadros que Goya no llegó a pintar en su mundo-, no a todos los allí recluidos les ocurría lo mismo, en especial a aquel pobre hombre que parecía arrancado de la Edad Media... lo cual con toda probabilidad era cierto. Pero éstos recibían una atención especial y, por su propia seguridad, no se les permitía salir solos.

Estas peculiares vacaciones no duraron demasiado. No había pasado todavía una semana desde su llegada, cuando le pidieron que se preparara para volver a su universo; los técnicos habían logrado fijar el punto de contacto y, aunque la puerta todavía no estaba operativa por completo, ya era posible cruzarla en uno de los dos sentidos, precisamente el de vuelta a su mundo. Así pues, y siempre que él estuviera de acuerdo, podrían devolverle a su lugar de origen en cuanto quisiera.

Por supuesto, aceptó. Sin más equipaje que lo que llevaba cuando fue arrebatado por el tren fantasma, ya que estaba prohibido introducir objetos ajenos en un universo no contactado, y bajo promesa de no revelar ningún detalle de su aventura, fue llevado a la estación de enlace multiversal donde, en compañía del agente de Inmigración que ya conocía, tomaron un tren destino a la nueva puerta de Alcalá de Henares.

Dadas las características de la puerta no se trataba de un tren comercial, sino de un pequeño automotor que era utilizado, según le explicó su acompañante, por los empleados ferroviarios y por los técnicos del Nexo en el desempeño de sus tareas profesionales, lo que no impedía que contara con un notable nivel de comodidad.

El viaje, obviamente sin paradas intermedias, desanduvo el camino que él recorriera involuntariamente tan sólo unos días atrás y, a diferencia de éste, lo realizó tranquilo y relajado contando con el apoyo de su compañero.

No obstante, había algo que le preocupaba.

-¿En qué instante volveré a aparecer en mi universo? -le preguntó cuando pasaban por Calatayud.

-¿Se refiere a si existe una sincronización cronológica entre los dos universos?

Y ante su mudo asentimiento, continuó:

-En efecto, ya hace mucho comprobamos que todos los mundos del Nexo estaban sincronizados temporalmente... considerándolo, claro está, desde un punto de vista astronómico, ya que como le comenté el primer día cada mundo ha evolucionado a su propio ritmo.

-Sí, eso ya lo sabía; lo que quisiera saber es si allí habrá pasado el mismo tiempo que aquí cuando yo atraviese la puerta.

-Pues... sí -corroboró tras una breve pausa-. ¿Por qué me lo pregunta? ¡Ah, ya lo entiendo! Le preocupa saber cómo va a poder explicar su ausencia durante estos días. ¿Me equivoco?

-No, no se equivoca; no tendría ninguna gracia que hubieran denunciado mi desaparición y que tuviera que justificarla de alguna manera, máxime cuando no puedo explicar la verdad.

-Hum... la verdad es no habíamos caído en ese detalle. Déjeme que lo consulte.

Y desapareció tras la puerta de la cabina de conducción, dejándole solo.


* * *


Comenzaba a impacientarse -había pasado cerca de media hora desde la precipitada marcha de su compañero- cuando éste salió de la cabina con semblante, si no serio, sí preocupado, lo que no le impedía esbozar una sonrisa.

-Tenía usted razón, éste era un tema que había que solucionar; no dudamos de su buena fe, pero sin una explicación suficientemente convincente la policía, o incluso sus propios familiares, le habrían intentado sonsacar y quizá usted no podría haber mantenido el secreto.

-Ése no es el problema, ya que no me creerían; pero al no poderles dar ninguna explicación convincente acabarían pensando cualquier cosa, lo que me pondría en una situación incómoda.

-Sí, claro, le entiendo; pero creo que hemos encontrado una solución. Los técnicos han protestado, pero al final les he podido convencer de la necesidad de salirse en este caso de la ortodoxia.

-Cuénteme.

-Como le he dicho hace un rato todos los universos del Nexo, y cabe suponer que también los que todavía no están integrados en él, están sincronizados cronológica y espacialmente, lo cual resulta muy útil cuando se necesita viajar de uno a otro. No obstante, también le expliqué que en la teoría del multiverso nada es absoluto, sino tan sólo una cuestión de probabilidades.

Y viendo el gesto de impaciencia del exiliado, resumió:

-Por esta razón siempre existe un pequeño margen de incertidumbre tanto espacial como temporal, algo que siempre corrigen los técnicos antes de que se utilice una puerta. Como comprenderá, a nadie le interesa esta dispersión que, aunque pequeña, puede llegar a resultar molesta.

-¿Quiere decir que...?

-En efecto, me ha costado bastante vencer sus reticencias, pero finalmente he conseguido arrancarles lo que queríamos: desviarán ligeramente el enfoque del haz de conexión de manera que conduzca no al tiempo actual de su universo, sino a un momento lo más cercano posible a cuando tuvo lugar el tránsito. Por fortuna estábamos todavía dentro del margen de incertidumbre, aunque no he podido evitar que rezongaran bastante ya que, como ingenieros que son, no les gusta hacer nada contrario a lo que consideran adecuado -concluyó sonriendo de oreja a oreja.

-Es una suerte -suspiró-. ¿Falta mucho para llegar?

-No lo creo, acabamos de pasar por Jadraque. Así pues, disfrutemos del paisaje... y de la conversación.


* * *


Tranquilizado y entretenido por la hábil conversación de su custodio, lo que quedaba de viaje se le antojó un breve paseo.

-El tránsito por esta línea ha sido paralizado temporalmente -le explicó éste-, ya que no era compatible con la apertura de la nueva puerta. Se construirá una variante para evitarla, quizá a la altura de Guadalajara, pero esto llevará algún tiempo. En cuanto a la vía actual, ésta quedará como un ramal independiente para facilitar el acceso a la nueva puerta, primero a los técnicos y posteriormente a los investigadores que se encargarán de evaluar las condiciones de su mundo de cara a la futura integración en el Nexo.

Pero estos detalles le importaban poco. Estaba más interesado en saber lo que tendría que hacer para cruzar la puerta, y así se lo dijo.

-Sí, tiene usted razón... -se disculpó su anfitrión-. Le pido disculpas, a veces me dejo llevar por mi celo profesional. Sí, efectivamente tengo que explicarle el procedimiento a seguir.

Éste era sencillo. El tren se detendría en la estación de Alcalá de Henares -según le explicó ésta sólo daba servicio a las líneas multiversales, puesto que la de cercanías era subterránea- y él bajaría a un andén idéntico al que usaba todos los días. En ese momento los técnicos abrirían momentáneamente la puerta y, sin solución de continuidad, se encontraría de vuelta a su mundo justo en el momento en el que fue arrebatado de él, con un posible margen de error de como mucho unos pocos minutos. Eso sería todo.

Llegaron al fin a la estación, de aspecto muy similar al que él recordara pero extrañamente vacía. También se apreciaban algunas pequeñas diferencias en los alrededores, pero en general todo le resultaba familiar. Vislumbró fugazmente el edificio donde vivía y se preguntó, repentinamente angustiado, si allí lo haría también un sosias suyo... pero rápidamente se tranquilizó pensando que su estancia allí sería fugaz, tan sólo el tiempo necesario para bajar del tren.

Éste se detuvo y el agente de Inmigración, tras acompañarle hasta la puerta, la abrió y se despidió amablemente de él.

-Hemos llegado a nuestro destino -le explicó a modo de despedida al tiempo que le tendía la mano-. Le pido disculpas por las molestias que le hayamos podido causar y deseo que pueda reincorporarse a su vida con total normalidad. Quién sabe... -mintió piadosamente- puede que el proceso de integración sea más rápido de lo esperado, en cuyo caso vendríamos a buscarle para proponerle como interlocutor de su mundo con el Nexo.

-Me encantaría -mintió él a su vez-. Seguro que resultaría mucho más interesante que mi actual trabajo.

Se estrecharon las manos, bajó con rapidez los dos peldaños y puso el pie en el desierto andén...

Que súbitamente dejó de estar desierto para convertirse en un maremágnum repleto de viajeros presurosos, uno de los cuales le increpó tras tropezar con él.

Mascullando una débil disculpa se apartó poniéndose de cara a la vía, donde estaba parado un tren con las puertas abiertas... y repleto de gente, señal de que todo marchaba conforme a lo previsto. Subió a él, logró encontrar un asiento libre y se desplomó suspirando satisfecho; al fin estaba en casa. Puesto que su reloj no resultaba indicativo, consultó la hora y la fecha en el panel informativo de la pared; todo había sucedido tal como le dijeran, y ese tren debía de ser incluso el mismo que perdió.

Llegó tarde al trabajo, por supuesto, pero no se notó dado que ese día había sido uno más de los muchos caóticos en el servicio de cercanías y nadie había conseguido llegar a tiempo, ni siquiera los que viajaban en coche o en autobús puesto que el atasco de tráfico había sido monumental. Bienvenido a la civilización...

Todo parecía marchar como la seda: su ordenador estaba igual que lo había dejado el día anterior, sus compañeros eran los mismos, el jefe seguía cabreado con todos... hasta que algo se torció.

Fue durante la pausa del café. Estaba hablando con varios de sus compañeros de temas triviales cuando salió a relucir el fútbol. Ante su fruncimiento de ceño, uno de ellos le espetó con ironía:

-Sí, ya sabemos que no te gusta el fútbol, pero no todo van a ser Premios Nobel de Literatura...

-No en lo que a mí respecta -respondió picado, más por el tono que por el comentario-. Debí de ser uno de los pocos españoles que ignoraron olímpicamente la final en la que España se proclamó campeona del mundo de fútbol.

-¿Bromeas? -la sorpresa de su interlocutor era auténtica-. España jamás ha ganado una copa del mundo.

-¿Cómo que no? Que no viera el partido no quiere decir que no me enterara. Como para no enterarse, con la tabarra que dieron incluyendo el numerito del desfile por Madrid... Fue en 2010, creo, y España ganó a Holanda aunque no recuerdo por qué tanteo.

-No sé de donde has sacado eso -terció riéndose otro de sus compañeros-. En efecto, fue en el Mundial de Sudáfrica en 2010, y pasó lo de siempre; pese a tener el mejor equipo de su historia España cayó en semifinales ante Alemania, que fue la que derrotó a Holanda en la final. Al menos conseguimos ganar a Uruguay en el partido de consolación y quedamos los terceros, lo que no deja de ser la mejor clasificación de la historia. Pero campeones... ya me hubiera gustado.

Esgrimiendo una excusa se apartó de ellos y, tras apurar de un trago el infame café de la máquina, volvió a su despacho sin apercibirse de las miradas cómplices que se cruzaron sus compañeros. Sentado frente al ordenador buscó en internet los resultados de la copa mundial de fútbol de 2010... y hubo de rendirse a la evidencia: efectivamente España había caído en semifinales frente a Alemania.

Un escalofrío le recorrió por todo el cuerpo. ¿Acaso volvía a padecer la pesadilla, u otra pesadilla distinta? Pero en esta ocasión todo parecía normal: el viaje en el tren, el trayecto andando hasta el trabajo, sus compañeros, su propio trabajo...

De repente le vino a la cabeza el comentario jocoso con el que se había iniciado todo y buscó la lista de los escritores españoles galardonados con el Nobel de Literatura: José Echegaray, Benito Pérez Galdós, Jacinto Benavente, Juan Ramón Jiménez, Vicente Aleixandre y Camilo José Cela.

Un momento. ¿Galdós Premio Nobel? Creía recordar que, aunque llegó a estar nominado, por cuestiones fundamentalmente políticas -Galdós era demasiado liberal para la conservadora Academia Sueca- jamás llegó a recibir el galardón; de hecho su caso siempre se ponía como ejemplo, junto con los de otros muchos escritores ilustres, de las palmarias injusticias cometidas por los gestores del legado de Alfred Nobel.

Pero la página de la Wikipedia se empeñaba tozudamente en desdecirlo: el ya famoso escritor canario, con el apoyo de más de medio millar de intelectuales españoles, había sido galardonado con el Nobel de Literatura de 1912, lo cual fue celebrado por todo lo alto en España... o al menos en la media España que le apoyaba frente a la otra media que había intrigado todo cuanto pudo, por fortuna sin éxito, para impedir que se lo concedieran.

No se resignó y buscó en otras fuentes, siempre con el mismo resultado: Galdós había ganado el Nobel de Literatura, al igual que España nunca se había proclamado campeona del mundo de fútbol.

La conclusión era aterradora. Éste tampoco era su universo, lo cual abría la puerta a unas consecuencias imposibles de adivinar. Lo único cierto era que no estaba donde debería estar.

Sin embargo, y a excepción de estos dos detalles que en nada le afectaban de manera directa, todo parecía ser completamente normal, a diferencia de ese mundo de locos en el que había pasado varios días.

Febrilmente se puso a buscar otras posibles discrepancias entre sus recuerdos y la realidad en la que se encontraba, descubriendo para alivio suyo que, salvo estas dos excepciones, todo lo demás parecía encontrarse en su lugar. Por desgracia no pudo dedicarle todo el tiempo que hubiera deseado dado que el trabajo atrasado se le acumulaba en el ordenador, por lo que acabó esperando con impaciencia la hora de volver a casa para poder seguir haciendo pesquisas.

Su casa... de pronto un nuevo temor le invadió. Según le habían explicado los otros entre dos universos paralelos siempre tenían que existir algunas diferencias, por nimias que fueran, sin que hubiera forma de preverlas a priori. Había descubierto dos de ellas, pero pudiera haber más. Probablemente muchas de ellas no le afectarían, pero...

Aquí, estaba claro, era conocido. Pero no podía ser él, sino su equivalente en este universo. Así pues, ¿dónde estaba? ¿Había desaparecido, como parecía sugerir el hecho de que no hubieran coincidido en el trabajo? O, todavía peor, al llegar a su casa ¿se la encontraría ocupada por éste?

La cuestión no era baladí, y no podía contar con la ayuda de los otros para solucionarla puesto que ellos, convencidos de haberle dejado en el lugar correcto, habrían dado carpetazo al asunto. Por si fuera poco, resultaba evidente que aquí tampoco se tenía el menor conocimiento de la existencia del Nexo, por lo que tan sólo podía contar con sus propias fuerzas, harto magras además para sacarle del brete.

Cuando terminó su jornada laboral volvió a casa con la terrible duda de si sería la suya, ya que al riesgo de encontrarse con su sosias local se sumaba otro no menos preocupante: ¿acaso no se encontraría con una persona ajena, ya que nada le garantizaba que éste no se hubiera comprado un piso en cualquier otro lugar? Era para volverse loco, pero tan sólo tenía una manera de comprobarlo.

Recorrió el breve trayecto que mediaba entre la estación y su casa, o la que pensaba que seguiría siendo su casa, con el corazón en un puño. La primera prueba de fuego, la cerradura del portal, se abrió suavemente con su llave, lo cual sirvió para tranquilizarlo.

Sin atreverse todavía a coger el ascensor se dirigió a los buzones comprobando que en el suyo figuraba su nombre... junto con otro femenino que le resultaba desconocido por completo. Él estaba soltero, y aunque había tenido sus escarceos siempre había vivido solo.

Estaba claro que el propietario del piso era su yo de este universo, el cual había tenido más suerte que él a la hora de encontrar pareja... y que se negaría lógicamente a cederle su puesto. Durante un momento le tranquilizó recordar que el intruso -curiosa traspolación, puesto que el intruso era en realidad él- no había aparecido por su trabajo y nadie le había echado de menos, aunque también cabía la posibilidad de que éste trabajara en otro lugar... en cuyo caso no le habrían conocido a él.

Estos razonamientos circulares le estaban poniendo la cabeza como un bombo, por lo que armándose de valor montó en el ascensor, se bajó en su planta, se dirigió a su puerta, metió la llave, abrió...

Y apenas estuvo en el vestíbulo se vio sujeto en un fuerte abrazo mientras unos labios femeninos se apretaban contra los suyos.

-¡Querido, ya estás aquí! ¡Cuánto has tardado hoy! Te estaba echando de menos.

Tan sólo acertó a balbucear una excusa acerca de que el tren se le había dado mal, viéndose arrastrado hasta la cocina.

-¡Mira lo que he hecho! ¡Un bizcocho de los que a ti te gustan! Estaba deseando que llegaras para empezarlo.

Bien, se dijo, parecía que al final el resultado no había sido tan malo... no sólo por haber cambiado un campeonato de fútbol por un Premio Nobel, sino porque además había logrado acabar con su soltería. Y de qué manera.

Pero, ¿qué habría sido de su predecesor? Porque no cabía duda de que éste había existido y, según todas las evidencias, se había esfumado por completo. ¿Acaso su salto accidental al universo del Nexo no había sido el único? De ser así, ¿cuántos sosias suyos habrían sido capturados por una discontinuidad multiversal, llevados a un mundo del Nexo y devueltos a mundos erróneos? Finalmente, ¿cuántos Nexos existían? ¿Infinitos?

Las consecuencias eran apabullantes, e iban mucho más allá de lo que le habían explicado los habitantes de un Nexo que ellos creían único. Y ni siquiera podría estar seguro de ello, ya que en una situación de infinitud todo era posible... absolutamente todo y no tan sólo una vez, sino infinitas.

Durante un momento sintió las punzadas del remordimiento pensando qué habría sido del yo de ese universo al que había sustituido. A saber donde estaría y en qué condiciones. Pero, se dijo, nunca podría saber si éste también había salido ganando... o perdiendo.

Encogiéndose mentalmente de hombros, decidió dejarlo pasar y disfrutar de su recién estrenado matrimonio.


Publicado el 6-4-2020