Se hace camino al andar



Aquel día empezó exactamente igual que otro cualquiera. Me despertó el maldito despertador, me duché, me vestí, desayuné, contemplé con filosofía el montón de ropa por lavar y de cacharros por fregar -tenía que llamar urgentemente a la asistente- y me encaminé hacia mi trabajo pensando que vivir solo no era tan malo siempre y cuando nadie te estuviera recordando que eras un desastre.

En mi oficina la mañana discurría asimismo víctima de la monotonía cuando sonó el teléfono.

-Es tu abogado. -me dijo mi compañero que, como de costumbre, se había adelantado a coger el teléfono.

Bien, esto planteaba un pequeño problema; yo no tenía abogado, nunca lo había tenido ya que por fortuna no había necesitado recurrir a los servicios de estos profesionales salvo de una forma excepcional.

-¿Diga? -pregunté perplejo a mi invisible interlocutor.

-¿Miguel? -preguntó a su vez una voz desconocida- Soy Pablo. Me acaba de llamar el abogado de tu mujer y la verdad es que la cosa se ha complicado mucho. Necesito verte urgentemente.

-¿Mi mujer? -exclamé- ¡Oiga, señor! Me temo que usted se ha equivocado de persona.

Mi sorpresa era auténtica; yo no estaba casado, nunca lo había estado, y con treinta y tantos años a las costillas gozaba de una más que merecida fama de solterón empedernido.

-Miguel, no está la cosa para bromas; porque tú eres Miguel P., ¿no?

Sí, yo era Miguel P., pero maldito lo que entendía de esta historia. Confirmé, pues, mi identidad al tiempo que pedía a mi interlocutor que me comunicara la suya.

-Miguel, de verdad que no te entiendo...

-Discúlpeme, pero sigo insistiendo en que usted y yo no nos conocemos. -respondí, francamente amoscado.

-Miguel, no sé a qué juegas; soy Pablo B., tu abogado, y llevo más de un año tramitando tu divorcio.

Yo conocía a un abogado llamado Pablo B., eso era cierto, e incluso en una ocasión me había defendido (sin éxito, todo hay que decirlo) en un juicio por un accidente de circulación; pero que este señor llevara los trámites de mi divorcio cuando ni siquiera estaba casado, resultaba ser realmente chocante. No obstante, y en vista de que mi compañero comenzaba a mirarme intrigado, opté por zanjar la discusión aceptando concertar una cita con el abogado esa misma tarde una vez que hubiera salido del trabajo.

La cita tuvo lugar en una cafetería cercana, y cuando yo llegué mi interlocutor ya estaba esperándome sentado en una de las mesas. Se trataba, efectivamente, del abogado que me defendiera varios años atrás, pero desde entonces no había vuelto a requerir sus servicios.

-Miguel, me alegra que hayas venido. -fue su saludo- Las cosas se han puesto muy feas, y tú no estás haciendo absolutamente nada por mejorarlas. No se puede ignorar una sentencia judicial tal alegremente como tú lo estás haciendo; puede que tu ex-mujer sea una arpía, no te lo discuto, pero te guste o no cuenta con el apoyo de la ley. Por si fuera poco está dispuesta a ir a uno de esos programas de televisión que acostumbran a revolver la mierda, y mucho me temo que no voy a poder hacer nada por impedirlo; podría pedir un interdicto denunciándola por difamación, pero con una sentencia judicial favorable para ella sin posibilidad de recurso, mucho me temo que no tenemos nada que hacer.

En ese momento estallé. Le dije al pobre abogado unas cuantas barbaridades, le repetí que en la vida me había casado y que no tenía la menor intención de hacerlo, y finalmente le sugerí un uso escatológico para los documentos que el pobre hombre esgrimía en apoyo de sus argumentos, antes de largarme bufando de allí.

Varias horas más tarde, en mi casa y con varios lingotazos en el cuerpo, todavía no se me había disipado el malhumor. Sin saber qué hacer, opté finalmente por telefonear a mi mejor amigo, otro solterón como yo. Éste llegó apenas en un cuarto de hora, y, cuando le conté lo que yo consideraba como una soberana tomadura de pelo, se quedó súbitamente mudo.

-Es que el abogado tenía razón; -musitó al fin con un hilo de voz- tú llevas casi un año tramitando el divorcio.

Le hubiera estrangulado, pero no lo hice limitándome a repetir que yo no estaba casado, que nunca en mi vida lo había estado.

-Miguel, no sé lo que te pasa, pero no estás bien. -respondió cautelosamente- Comprendo que estés pasando por un mal momento, pero rehuyendo la realidad no vas a ir a ninguna parte.

Lloré, imploré, juré que no sabía de qué me estaba hablando; y que por supuesto, no recordaba que hubiera estado nunca casado.

-Comprendo. -dijo al fin, convencido al parecer de mi sinceridad aunque no de mi equilibrio mental- Te has bloqueado mentalmente. Pero dime, ¿es que no te acuerdas de Irene C.?

Claro que me acordaba. ¿Cómo no me iba a acordar de mi primer intento serio de formar una pareja, intento saldado con el más absoluto de los fracasos?

-Era una compañera de facultad. -gruñí con desgana.

-Y tú le tiraste los tejos.

-Y me dio calabazas y, por si fuera poco, me retiró la palabra todavía no sé muy bien por qué; -refunfuñé- era un buen bicho, aunque entonces no fui capaz de verlo. Supongo que seguirá vistiendo santos, ya que no creo que hubiera nadie capaz de aguantarla.

-Miguel, Miguel...

-¿No pretenderás decirme que acabé casándome con ella? -me burlé- Vamos, eso hubiera sido lo último. Además, ya te he dicho que dejamos de hablarnos.

-Sí, eso es cierto; pero cuando murieron sus padres en un accidente de circulación fuiste a darle el pésame y os reconciliasteis. Un años más tarde fue la boda; me acuerdo perfectamente de ello, porque estuve invitado.

-¡Un momento! -bramé- El único que murió fue su padre, y no de accidente sino de un infarto. Yo me limité a enviarle una carta de pésame, y seguimos sin hablarnos. Además, a partir de entonces se pegó tanto a su madre que dudo mucho que dejara acercársele a nadie con intenciones matrimoniales.

-Pero también se quedó sin madre, y entonces se pegó a ti como una lapa. Tú estabas entonces muy ilusionado, pero vuestro matrimonio empezó a ir mal prácticamente desde el principio.

Al llegar a este punto mi irritación, creciente hasta entonces, hizo finalmente crisis. Tan inverosímil era lo que me estaba contando mi amigo, que en un brusco cambio de humor comencé a encontrar divertida la mascarada pidiéndole más detalles de mi apasionante historia. Éste, convencido al parecer de que yo era víctima de alguna extraña amnesia, accedió a relatarme episodios de mi vida que yo ignoraba por completo. Al parecer me había casado con esa arpía y en poco tiempo habíamos tenido dos hijos -la parejita- que no habían hecho sino empeorar nuestra relación. Finalmente yo me había hartado largándome de casa, iniciando poco después los trámites de separación primero y de divorcio más tarde.

Puesto que mi ex-mujer se había dedicado además a hacerme la vida imposible, el proceso de separación resultó ser un verdadero calvario. Por si fuera poco utilizó a los niños como rehenes, negándose a permitirme verlos al tiempo que me denunciaba cuando yo a mi vez rehusé pasarle la preceptiva pensión en represalia por el menoscabo de mis derechos. Para mi desgracia los jueces habían fallado a su favor, yo a mi vez había manifestado mi disconformidad negándome a acatar la sentencia, apelándola, perdiendo la apelación... Y hasta el día de hoy. Sí, todos los que me conocían sabían que la razón estaba de mi parte, pero al parecer la justicia pensaba de otra manera distinta.

-Miguel, si quieres un consejo, descansa y ve al médico cuanto puedas. -mi amigo había pensado en realidad en el psiquiatra, pero al parecer no se había atrevido a decirlo al verme tan abatido- Te vendrá bien.

-Ya veré. -fue mi respuesta- Ya veré.

Al día siguiente no fui a trabajar alegando encontrarme enfermo. Convencido de que el mundo se había vuelto repentinamente loco, opté por encerrarme en la seguridad de mi casa esperando que las aguas volvieran a su cauce. Yo no me había casado nunca, de eso estaba completamente seguro, y menos con ese elemento... Que además hacía por lo menos diez años que no veía.

No podía ser verdad, era imposible que lo fuera... Pero los hechos parecían ser tozudos a la par que absurdos. A media mañana un mensajero me trajo un grueso paquete en cuyo interior encontré numerosos documentos remitidos por mi abogado; mi ex-abogado en realidad, ya que después de la trifulca de la víspera éste había decidido renunciar a mi defensa devolviéndome la totalidad de la documentación que obraba en su poder. Acompañaba a éstos una carta bastante impertinente en la que se hacían juicios de valor completamente fuera de lugar sobre mi salud mental, encontrándome por último con una nota final a modo de colofón: No se pierda la emisión de esta noche del programa...

Dentro de la documentación había multitud de papeles que yo no había visto nunca, papeles que no podían existir: Un certificado de matrimonio, las partidas de nacimiento de mis dos hijos (¡qué raro sonaba eso!), los papeles de la separación, copias de las distintas sentencias judiciales... Absurdo, completamente absurdo. Debía de tratarse de una broma; no le encontraba ninguna otra explicación.

Por la noche, y a pesar de todas mis reticencias, me puse a ver el programa de marras. Se trataba de uno de tantos casos de televisión basura que infestaban la totalidad de los canales, y desde luego yo no acostumbraba a verlo ya que me repugnaba la manera en la que en el mismo se aireaba todo tipo de miserias humanas. Por supuesto que esperaba que mi tema no apareciera en el programa; no podía ser de otra forma.

Pero apareció. Allí estaba ella, más fea, vieja y gorda que cuando la conocí, pero más tiesa que un palo, poniéndome como un trapo al tiempo que me acusaba de ser una mezcla de herodes y sacamantecas para mis hijos. La presentadora, una carroñera profesional, lejos de ser neutral había tomado partido por ella de forma descarada, dedicándose a atizar todavía más el fuego. Eso sí, me ofreció cínicamente los teléfonos de la emisora para que yo pudiera defenderme si así lo deseaba.

Evidentemente no lo hice, aunque quedé en tal estado de confusión mental que durante un buen rato fui incapaz de reaccionar. Finalmente opté por recurrir al último asidero que me quedaba: Lucía. Lucía no era una novia, pero tampoco una amiga; quizá la mejor definición que pudiera darse de mi relación con ella era, aunque suene vulgar, la de aliviadero. No deseábamos casarnos ni tan siquiera convivíamos, pero manteníamos una sólida relación a base de pasar juntos los fines de semana y las vacaciones, y ambos nos encontrábamos satisfechos así.

Lucía cogió el teléfono, preguntó quien era, y al identificarme me manifestó con toda la frialdad del mundo que me había equivocado de número. Yo insistí con tozudez, a lo cual ella me respondió que no me conocía de nada y que hiciera el favor de no molestarla más, tras lo cual colgó.

El mundo se me vino abajo. De repente me encontraba inmerso en un proceso legal a consecuencia de un divorcio que no recordaba, mis propios amigos me confirmaban aquello que mi mente se negaba a admitir, era sometido a escarnio público delante de todo el país, Lucía negaba conocerme... ¿Qué estaba pasando? Era para volverme loco.

Mi vuelta al trabajo tampoco resultó ser mucho mejor. Al parecer toda España había visto el programa, incluyendo a mis compañeros de trabajo. Unos por interés y otros por maledicencia, lo cierto es que me vi bombardeado por preguntas a veces sinceras, a veces capciosas... Preguntas que me resultaba imposible responder por mucho que me esforzara. Incapaz de soportar la tensión, acabé cogiéndome unos días de vacaciones.

Pero mi calvario seguía adelante. Una citación judicial (al parecer había tenido la mala suerte de caer en manos de una juez furibundamente feminista) me conminaba a acatar sin ningún tipo de excusas ni dilaciones la resolución que fallaba a favor de mi ex-esposa... ¿Pero qué resolución era esa? Bien, debería estar entre la documentación que me había devuelto el abogado.

A esas alturas yo ya creía que me había vuelto definitivamente loco. Puesto que no se me ocurría ninguna otra cosa, me dirigí al juzgado en un desesperado intento de convencer a la juez de que todo eso no podía ser cierto, y que yo en realidad era soltero sin que nunca hubiera estado casado con nadie... Aunque la verdad era que yo tenía muy pocas esperanzas de ser siquiera escuchado.

Sin embargo, y en contra de mis fúnebres presentimientos, mostraron por mí bastante interés... Remitiéndome acto seguido al forense, el cual a su vez me envió a la sección de psiquiatría de un gran hospital. Era evidente que a estas alturas no dudaban de mi sinceridad, pero sí de mi integridad mental... Lo cual no sabía si sería todavía peor.

Porque lo que estaba claro era que no me creían; y no les faltaba razón, puesto que absolutamente todas las evidencias estaban en contra mía. Pero los médicos fueron comprensivos, dictaminando tras escucharme que era víctima de un trastorno mental transitorio. Evidentemente yo no estaba de acuerdo con ello, pero cuando me dijeron que debía ser sometido a tratamiento psiquiátrico y que mientras tanto quedaba en suspenso la sentencia, acepté; no me quedaba otro remedio, pero además así podría recuperar, siquiera temporalmente, la tranquilidad que me faltaba.

Siempre bajo control forense, fui devuelto a casa con la obligación de seguir un control médico sistemático; no era ésta la mejor solución, pero al menos me dejaban relativamente tranquilo. Por supuesto que los psiquiatras intentarían convencerme de que toda la historia de la boda y el divorcio era real; ¿pero qué podía yo hacer cuando hasta las personas más allegadas a mí, nada sospechosas por cierto de sentir simpatía por mi presunta ex-mujer, decían todas ellas exactamente lo mismo?

Pasaron varios días durante los cuales tuve que huir además de los periodistas de toda laya que, como cuervos tras la carroña, revoloteaban a mi alrededor en busca de lo que para ellos pera un reportaje, pero que para mí resultaba una tortura. Refugiado en casa de mi amigo y prácticamente encerrado en ella, una tarde me sorprendió la visita de una persona que prometía explicarme el origen de mis problemas.

Evidentemente mi reacción inicial fue la de mandarlo a paseo, pero mi amigo me garantizó que no se trataba de ningún periodista camuflado. Claro está que tampoco podía exhibir título profesional alguno, ya que en realidad se presentaba como un experto en parapsicología.

-Me escondo aquí para huir de los periodistas, y ahora tú me traes a un astrólogo, brujo o algo similar; -me quejé amargamente a mi amigo- no veo que haya ganado mucho con el cambio.

-No es lo que tú crees; -me tranquilizó éste- no se trata de ningún charlatán, si es eso lo que temes. Me lo han recomendado personas muy serias, y me han dado todo tipo de garantías de que es de fiar. No te molestará en absoluto, y me ha garantizado una confidencialidad total.

-Está bien. -suspiré con resignación- Que pase.

El parapsicólogo era un hombrecillo menudo vestido de forma convencional que en apenas unos minutos me conquistó con su sencillez y su sinceridad. Evidentemente no era un charlatán; licenciado en ciencias físicas, hacía tiempo que había abandonado su trabajo como profesor universitario para dedicarse exclusivamente al estudio de los fenómenos paranormales aunque, claro está, al margen de los círculos universitarios. Puede que él estuviera siguiendo un camino equivocado, pero no se podía dudar un solo instante ni de su sinceridad ni de su capacidad investigadora en tan escurridizo campo.

-No está usted loco; -fue su respuesta una vez hube concluido la exposición de mi relato- ni le falla la memoria en modo alguno. Es cierto todo lo que usted dice, pero también es cierto lo que afirman los demás.

-¿Entonces?

-¿Ha oído hablar usted de los universos paralelos?

-Bueno, sí, algo... -en realidad yo era aficionado a la literatura de ciencia ficción, lo que hacía que estuviera familiarizado con estos conceptos; pero una cosa era la literatura y otra muy distinta la realidad, y desde luego yo no estaba por la labor de creerme estas historias.

-No, no es lo que usted está pensando. -sonrió adivinándome el pensamiento- No se trata de lo que cuentan en las novelas, sino de algo muy diferente; pero de alguna forma tenía que hacer una comparación, -se disculpó- aunque me temo que ésta no ha sido demasiado afortunada.

-Pues dígame entonces.

-Lo intentaré. Cualquier persona se ve obligada, a lo largo de toda su existencia, a enfrentarse a encrucijadas que le obligan a adoptar decisiones o que, en ocasiones, le fuerzan a seguir un camino sin opción a elegir. De las decisiones que adopte, del camino que siga, dependerá que su vida se desarrolle de una manera o de otra; y aunque muchas de estas decisiones puedan ser triviales, algunas de ellas pueden suponer un cambio trascendental en su vida. Imagínese, por ejemplo, que usted hubiera suspendido el viaje de vacaciones en el que hubiera encontrado a la mujer de su vida, o que perdiera un avión que posteriormente se estrellara.

-Sí, eso es evidente; -respondí- la vida de todos nosotros es consecuencia de un cúmulo de coincidencias y casualidades. Pero no veo qué puede tener esto que ver con mi problema. Si yo no me casé, no puedo encontrarme repentinamente casado; se trata de una contradicción en sí misma.

-Fijémonos en su caso. -me interrumpió haciendo caso omiso a mis objeciones- Hubo un momento en su vida en el que se abrió una encrucijada; por un camino usted se alejaba de esa mujer y desaparecía de su vida, pero por el otro se casaba con ella para acabar divorciándose más tarde.

-¡Pero nunca podrían suceder ambas cosas a la vez! -protesté irritado- Ambas alternativas eran mutuamente incompatibles.

-Totalmente de acuerdo; pero déjeme continuar. Usted, en el digamos universo uno, no se casó. Pero en el universo dos se casó y se divorció...

-¿Cómo voy a hacer las dos cosas a la vez? -gruñí- ¿Pretende usted reírse de mí?

-No. Usted no hizo las dos cosas a la vez, sino una sola; pero una distinta en cada universo.

-¿Quiere decir que tengo un sosias, y que él y yo tendríamos nuestra propia vida particular en nuestros respectivos universos?

-Uno no, infinitos, puesto que hay infinitos universos.

-Vaya; bueno es saberlo. -me burlé- Espero que todos ellos sepan estar a la altura de las circunstancias.

-Cabría esperar de todo, pero no es eso lo que nos interesa ahora, sino únicamente los dos casos que hemos comentado. En condiciones normales no tendrían que haberse interferido mutuamente, pero por razones que ignoro ambos caminos se han debido entrelazar provocando un intercambio entre ambos, es la única explicación que encuentro al fenómeno que usted ha experimentado.

La cuestión estaba aparentemente clara por más que no existiera justificación científica alguna; de ser cierta la hipótesis formulada por mi interlocutor, yo habría sido arrancado de mi universo, donde vivía tan ricamente soltero, para ser arrojado a otro donde aparentemente todo era igual a excepción de mi malhadado matrimonio. Mientras tanto era de esperar que a mi sosias le hubiera ocurrido justo lo contrario, con lo cual no podía decirse que hubiera salido perdiendo con el cambio.

Sí, la idea me resultaba bastante más atractiva que la de una amnesia selectiva que hubiera hecho olvidarme de todo lo relacionado con mi matrimonio; ¿pero cómo contaba yo eso en el juzgado? A no ser, claro está, que contara con el apoyo de un experto.

-Olvídelo. -fue su amarga respuesta cuando le expuse mi idea- Ningún organismo oficial avalaría mis teorías, y mucho menos un juez; el mundo científico no tolera las heterodoxias, y por esa razón yo soy únicamente un proscrito. Lo siento; mucho me temo que no le voy a ser de ninguna ayuda en el plano legal.

Bueno, no había ganado mucho; pero al menos sabía que no estaba loco. Además, se me abría un rayo de esperanza; lo sentía por mi sosias, pero el problema era suyo y no mío.

-¿Cree usted -pregunté- que esta situación pueda ser reversible?

-Lo ignoro. Desde hace varios años intento desarrollar una teoría que explique este fenómeno, pero... -sonrió- Por desgracia el problema es tremendamente complicado. Todavía estoy en mantillas.

-¿Pero existe alguna esperanza? -insistí.

-Quizá... Es posible que la tensión, digamos entrópica, provocada por el entrecruzamiento pueda devolver al sistema a su situación original, pero no es seguro; realmente, nada puedo afirmar al respecto.

Menos daba una piedra. Así pues, nos despedimos -ya era bastante tarde- con la promesa de mantenernos en contacto.

A poco de quedarme solo la euforia que me embargara desapareció por completo, siendo sustituida por una profunda decepción. ¿Por qué razón iba a ser más verosímil la hipótesis de los universos paralelos que la de la amnesia selectiva que barajaban los médicos? Sinceramente, me resultaba más creíble la segunda de ellas.

A la mañana siguiente tomé la decisión de volver a mi casa. La razón que di a mi amigo fue que ya parecía haber remitido la presión de los periodistas, amén de que no deseaba crearle más problemas de los estrictamente necesarios; pero en realidad alentaba la vana esperanza de creer que, para que tuviera lugar la deseada reversión, debería volver a mis hábitos cotidianos. No era una certeza ni tan siquiera podía considerarlo como una esperanza, ya que se trataba tan sólo de un anhelo; pero esta intuición era lo único que tenía, por lo que me así a ella con la desesperación de un condenado a muerte.

Durante tres días no pasó absolutamente nada, salvo que mi aburrimiento llegó a alcanzar niveles preocupantes. Pero al empezar el cuarto...

Al darme la vuelta en la cama tropecé con algo tibio; el cuerpo de otra persona. Puesto que llevaba bastante tiempo durmiendo solo, y desde luego cuando me acosté la noche anterior no me acompañaba nadie, di un respingo que me tiró casi al suelo.

-¿Qué te pasa? -refunfuñó ella, pues de una mujer se trataba- ¿Qué te ocurre, Miguel?

-Yo... ¿Dónde estoy?

-¿Dónde vas a estar, pedazo de tarugo? en tu casa. Y no grites tanto, que vas a despertar a los niños.

-¿Los niños? -cada vez estaba más confundido.

-Sí, los niños; ¿pero es que no te vas a levantar? ¿Quieres llegar tarde al trabajo?

Mascullando incoherencias me incorporé al tiempo que la miraba; no la conocía no la había visto en mi vida, pero al parecer ella a mí sí... Y de una manera bastante profunda, por lo que se podía apreciar.

-¿Pero qué haces ahí pasmado? ¡Venga, muévete, que es para hoy!

Hasta que no salí a la calle no comencé a comprender lo ocurrido. Al parecer el péndulo había oscilado de nuevo, pero lejos de volver a la posición original me había conducido a una situación completamente nueva. De repente me asaltó un temor. ¿Qué ocurriría si ya no trabajaba en el mismo sitio? En ese caso, no tendría otro remedio que volver a casa.

Por fortuna sí trabajaba allí, lo cual me facilitó bastante las cosas. La jornada se desarrolló sin mayores problemas, pero al terminar ésta me encontré frente a un nuevo dilema: ¿Cómo demonios me iba a relacionar con una familia de la que desconocía absolutamente todo, incluso sus propios nombres?

Bien, no sé cómo lo hice, pero lo cierto es que mejor o peor conseguí salir del brete al precio de ser recriminado en más de una ocasión por mi mujer, que últimamente me veía “bastante alelado”. Desde entonces han pasado un par de semanas y ya conozco más o menos el ambiente en el que me muevo; efectivamente estoy casado, pero al contrario de lo que me ocurriera con la bruja de Irene, aquí mi matrimonio ha resultado, si no feliz, cuanto menos viable. A mi mujer la conocí, al parecer, hace siete años durante unas vacaciones que no recuerdo en absoluto haber realizado, y de entonces a acá nacieron dos niños (ambos varones en esta ocasión) que, como es natural, conviven con nosotros.

A estas alturas me resulta imposible discernir si mi actual situación es mejor o peor que la original; simplemente son distintas. En realidad la mayor parte de mi vida es idéntica a la que llevaba en el otro... universo, salvo en el cambio sutil (en su inicio, que no en sus consecuencias) que supuso conocer a la que ahora es mi esposa. Sin embargo, las consecuencias del cambio son enormes. Si ya he pasado por tres situaciones diferentes, ¿quién me garantiza que no pueda volver a experimentar otro cambio el día menos pensado? He intentado ponerme en contacto con el parapsicólogo que me atendió en mi anterior avatar, pero todo ha sido completamente inútil; existe, eso es cierto, pero ahora es un respetado profesor universitario famoso por sus estudios sobre la Teoría de la Relatividad.

Estoy solo, completamente solo, y tengo que asumirlo tal como es. Un nuevo cambio podría suponer tanto una mejora en mi vida como un empeoramiento, y no tengo forma alguna de saberlo a priori. De hecho, ni siquiera soy capaz de prever la existencia de posibles tránsitos en un futuro, por lo que ignoro por completo si voy a quedarme definitivamente aquí o si, por el contrario, mi vida será a partir de ahora un constante peregrinar por infinitos avatares.

Solamente Dios puede saber lo que me tiene reservado el destino, por lo que tan sólo me queda esperar resignadamente a mi futuro... Aunque éste pueda no ser halagüeño.


Publicado en diciembre de 2000 en la I Antología de relatos El Melocotón Mecánico
Actualizado el 26-1-2014