Experimento fallido



-No deja de ser sorprendente -comentaba mi amigo- que el genoma humano y el de los grandes simios sean idénticos al menos en un 99 %... claro está que, -añadió con sarcasmo- viendo como se comportan muchos de nuestros congéneres, ese uno por ciento todavía me parece mucho.

-Dicho así es cierto que parece muy poco, -concedí- pero incurriríamos en un error si confundiéramos cantidad con calidad; según los científicos, no todas las porciones del ADN son igual de importantes, y precisamente en ese uno por ciento al que aludías parece estar la clave de las diferencias que nos separan de nuestros primos.

-Será así, no lo discuto; -rebatió con vehemencia- pero también es casualidad que esa diferencia tan nimia tenga que ser la responsable de un salto evolutivo tan enorme...

-¿Qué quieres decir? -pregunté perplejo al tiempo que interrumpía el gesto de llevarme a la boca el vaso de cerveza.

-Pues eso, que de acuerdo con la ley de probabilidades, no parece lógica una relación causa efecto tan desmesurada, resulta realmente difícil concebir que tan poco haya podido acarrear tanto. -y viendo mi gesto de sorpresa añadió- Mira. -señalaba hacia los aperitivos que teníamos delante- Aquí hay aceitunas, pepinillos, cebollitas... y en este otro plato patatas fritas, cacahuetes, almendras, pistachos...

-¿A dónde quieres llegar con esto? -insistí, dejando el vaso junto a sus “pruebas”.

-No sé si se habrá realizado ya el mapa genómico de todos estos vegetales, pero no me extrañaría en absoluto que entre dos cualquiera de ellos hubiera una diferencia genética bastante mayor que ese dichoso uno por ciento que nos separa de los chimpancés; y sin embargo, aunque sean muy distintos, no se puede decir que unos hayan evolucionado más que otros.

-¡Venga, hombre, no seas ridículo! -estallé- ¡No pretenderás contarme historias de patatas andantes o pepinillos poetas!

-Por supuesto que no; -respondió irritado- de todos modos, me temo que he escogido un ejemplo poco adecuado. Olvida los pepinillos, pero fíjate en los animales o, si lo prefieres, en los mamíferos. La diversidad existente entre las distintas especies es enorme, dime tú en qué se parece un elefante a un ratón, o éste a una ballena, o la ballena a un murciélago, pero en general no se puede decir que unos sean más evolucionados que el resto; incluso aquellos que siempre han figurado como primitivos en los libros de texto, como los ornitorrincos o los marsupiales, la verdad es que se las apañan tan ricamente para salir adelante. Simplemente, son diferentes, pero no mejores. ¿Por qué razón, entonces, nuestra pequeña deriva genética no se limitó a producir una especie antropoide más similar a los gorilas, los orangutanes, los chimpancés o los bonobos, en vez de a un ser racional? Se mire como se mire, no resulta nada lógico que dejáramos tan atrás a nuestros primos en lugar de evolucionar de forma paralela a ellos.

-Visto así no te falta razón, -condescendí- pero lo cierto es que la evolución transcurrió de esa manera, y no de otra distinta. Dicen los antropólogos...

-¡No mientes siquiera a esos farsantes! -me interrumpió con brusquedad al tiempo que daba un puñetazo sobre la mesa que hizo tambalearse los vasos y rodar a varias aceitunas; por suerte la terraza estaba casi vacía, y el camarero se encontraba en esos momentos atendiendo a los únicos clientes además de nosotros, justo en el otro extremo del recinto- ¿Acaso te crees que se pueda desarrollar con un mínimo rigor científico todo el árbol genealógico de la evolución humana partiendo tan sólo de unos cuantos pedazos de huesos roídos? El famoso cráneo del Hombre de Orce resultó pertenecer finalmente a un burro, y en cuanto al tan cacareado Hombre de Flores muchos científicos afirman que era una raza de humanos normales degenerada genéticamente a causa del aislamiento y la endogamia.

Hizo una pausa para echar un trago y continuó:

-¿Quién nos garantiza que la famosa Lucy no fuera en realidad sino una pobre tullida? Imagina que en un futuro remoto unos paleontólogos conocieran de nuestra especie tan sólo un único esqueleto, y que diera la casualidad de que éste fuera el del famoso Hombre Elefante, que tengo entendido que algún excéntrico tiene guardado por ahí... O el de un jugador de baloncesto, si prefieres un ejemplo menos rebuscado. ¿Qué conclusiones sacarían de ello?

-Hombre, si me lo pones así... -conseguí meter baza venciendo su inagotable verborrea, si bien tan sólo de manera efímera.

-¡Pues claro que lo pongo así! ¡Lo pongo como se tiene que poner! -mi amigo estaba embalado, y de sobra sabía que resultaría completamente inútil intentar competir contra su vehemencia, razón por la que opté por dejarle hablar- La realidad, por mucho que esos señores se nieguen a admitirlo, es que no sabemos prácticamente nada de nuestro pasado como especie, de modo que intentar reconstruirlo con los datos de que disponemos, resultaría tan inútil como pretender reescribir el Quijote partiendo tan sólo de algunos pequeños fragmentos de sus páginas.

-De acuerdo, de acuerdo... -me rendí- Pero en cualquier caso, aunque no sepamos como, lo cierto es que estamos aquí, se trata de un hecho incontrovertible.

-Sí, por supuesto que estamos aquí, -respondió mordaz- sentados en la terraza de un bar tomando unas cervezas en vez de estar saltando de rama en rama con un plátano entre los dientes. ¿Pero nunca te has planteado la excepcionalidad, por no decir la imposibilidad lógica, de que se dé esta situación?

-Pero...

-No hay peros que valgan; la naturaleza no sólo es ciega, también es práctica, aplastantemente práctica, y se mire como se mire, nosotros no encajamos en su esquema general, antes bien chocamos por todos lados con él. ¿Por qué tuvieron que ser los antropoides, o mejor dicho, la rama antropoide de nuestros antepasados, los únicos que evolucionaron hacia la adquisición de la racionalidad, y no otras especies animales como los cánidos, los roedores, los elefantes o, si me apuras, los dinosaurios?

-Hombre, yo creo que está bastante claro que la evolución humana se apoyó en ciertas pautas que, por las razones que fueran, no se dieron en otros animales; el bipedismo, las manos prensiles, la visión frontal, el lenguaje, el desarrollo de los lóbulos frontales del cerebro...

-Pamplinas. Todos esos factores, por separado o de forma conjunta, se han dado en diferentes especies animales a lo largo de la evolución, y no por ello han derivado hacia un Dino sapiens, un Canis sapiens o un Rattus sapiens. Por fuerza tuvo que haber un factor imprevisto que provocara este inesperado cambio de rumbo en el guión original que acabó convirtiendo a un simple mono en el Homo sapiens.

-¡Vaya! -exclamé divertido- Me parece que ya empiezo a saber por donde van los tiros; puesto que tu indiferencia religiosa nos fuerza a descartar por completo a Dios como Gran Hacedor del Universo, -mi amigo asintió complacido con la cabeza- tan sólo nos queda otra posibilidad, la de la intervención de unos hipotéticos seres extraterrestres muchísimo más evolucionados que nosotros; lástima que a Arthur C. Clarke se le ocurriera esta historia antes que a ti.

-Aunque te lo tomes a guasa, -respondió muy serio- no te equivocas. Yo estoy convencido de que el hombre no es sino el resultado de una mutación artificial provocada deforma deliberada por unos seres de tecnología muy superior a la nuestra, aunque en modo alguno divinos.

-Bien, pues entonces tan sólo nos queda ponernos a buscar el monolito... -me chanceé.

-Ríete, pero en el fondo sabes perfectamente que yo tengo razón... aunque no haya monolito alguno. De hecho, no creo que a nuestros creadores ese artilugio les hiciera la menor falta para controlar el desarrollo de su experimento.

-¿Cómo si no? -pregunté, medio en broma, medio en serio.

-Pues muy sencillo, merced a la evolución de nuestros marcadores genéticos; tras descifrar el genoma humano, los investigadores quedaron muy sorprendidos al descubrir que gran parte de nuestro ADN no servía aparentemente para nada, era ADN basura... pero, ¿y si no lo fuera? ¿Y si en realidad contuviera, codificado de una manera indescifrable para nosotros, un registro donde vinieran reflejadas todas las etapas de nuestra evolución? A nuestros creadores les bastaría con tomar una muestra de ADN de uno cualquiera de nosotros para, tras leerla adecuadamente, tener una información completa de todo nuestro pasado.

-La verdad es que imaginación no te falta, pero mucho me temo que tu teoría no es demasiado original; me suena haber leído algo parecido por ahí, quizá a algún escritor de ciencia ficción.

-Es posible, pero a diferencia de ellos yo sí creo que va en serio, no se trata de una simple especulación literaria.

-Como quieras. -me encogí de hombros al tiempo que engullía un Pepinillo sapiens- Pero esto no cambia las cosas ni, por supuesto, me va a quitar el sueño.

-Pues debería preocuparte. -sentenció tajante consiguiendo indultar a la aceituna que iba a seguir los pasos de su sentenciado compañero de plato.

-¿Por qué? -mi ingenuidad era auténtica- ¿Qué más me da que mis genes hayan evolucionado de forma natural o que hayan sido manipulados por los Grandes Galácticos? ¿Cuál es la diferencia práctica? ¿En qué podría cambiar mi vida?

-Me sorprende que no te percates del peligro. -su actitud comenzaba a incomodarme, ya que me recordaba desagradablemente a la de un familiar lejano, testigo de Jehová, que acostumbraba a sermonearme cada vez que encontraba la menor ocasión para ello, pese a mis continuas admoniciones en contra de su tenaz proselitismo- Si somos realmente el resultado de un experimento genético, si nuestros genes están codificados de forma artificial hasta en su último nucleótido, ¿no se te ha ocurrido pensar que, por precaución, pudieran haber introducido en nuestro ADN algún tipo de interruptor de seguridad en previsión de que el experimento pudiera acabar yéndoseles de las manos? Lo sorprendente sería que no lo hubieran hecho.

-Vamos, -me burlé al tiempo que apuraba la cerveza, ya caliente- que según tú deberíamos de tener metido, en algún recóndito rincón de nuestros cromosomas, una especie de mecanismo de autodestrucción que se activaría en el caso de que fuéramos unos niños malos... También es ingenioso, lo reconozco, pero sigue sin ser original. Si no recuerdo mal, algo así era lo que hacían en Parque Jurásico cuando “fabricaban” a los dinosaurios con una incapacidad para sintetizar un aminoácido, creo que era la lisina, de forma que pudieran tenerlos siempre bien controlados... si la cosa iba bien, les suministraban lisina de forma artificial con los alimentos, pero si alguno se les escapaba, la carencia de lisina acabaría matándolo en poco tiempo... en teoría, porque en la práctica la cosa acaba saliéndoles mal por exigencias del guión. Espero que el método de los Grandes Galácticos sea más efectivo.

-Es que no funcionaría así; -rebatió él, aparentemente sin haberse apercibido de mi sarcasmo- en realidad nosotros dispondríamos de una libertad de acción total, no nos habrían fabricado para decorar un parque temático, sino para explorar nuevas vías de la evolución incapaces de desarrollarse por sí mismas. En realidad lo único que les interesaría sería el resultado final del experimento, y para ello nos habrían dejado tranquilos y a nuestro libre albedrío tras su intervención. Por esta razón, el mecanismo de seguridad tan sólo se activaría en caso de verdadera emergencia.

-Pues chico, qué quieres que te diga, basta con echar un vistazo a la historia de la humanidad para percatarse de que, cuanto menos desde los tiempos de los asirios para acá, no se puede decir que les hayan faltado oportunidades de comprobar la infamia con la que nos hemos comportado siempre que hemos podido... y ya lo ves, ni fu ni fa. Así que yo, tranquilo.

-No seas imbécil. -había logrado enfurecerlo- A nuestros creadores les importaba un pimiento que nos matáramos entre nosotros, ése no era el objeto de su experimento. Pero ahora es diferente, ya que por vez primera en la historia nos hemos convertido en una auténtica plaga a escala global. Estamos a punto de cargarnos el planeta, y no sólo de una sino de varias maneras diferentes: la capa de ozono, el efecto invernadero, la contaminación del aire y el agua, la desertización, la extinción de especies animales y vegetales, la superpoblación agobiante... ¿te parece poco?

-O sea, que según tú ha llegado el momento de que alguien allá arriba decida apretar el botón... no se trata de una perspectiva demasiado halagüeña, me temo.

-Eso es precisamente lo que yo creo. -fue su rotunda respuesta- El experimento se ha desbocado por completo, y puesto que a estas alturas resulta evidente que hemos fracasado, cabe pensar que tarde o temprano acaben dándolo por zanjado... y se acabó para siempre el Homo sapiens.

-Espero que estés equivocado... -balbuceé asustado al tiempo que reclamaba la atención del camarero para pagarle la cuenta- por el bien de todos nosotros.


* * *


Por desgracia, no lo estaba. Han transcurrido apenas tres meses desde el día en que mantuvimos esa conversación, y a estas alturas resulta evidente, al menos para mí, que han apretado el botón y la especie humana se encamina de forma irreversible hacia la extinción. Comenzó hace apenas unas semanas -qué deprisa pasa el tiempo en ocasiones-, cuando en distintos lugares del mundo gente de todas las edades comenzó a morir de forma tan repentina como misteriosa. A diferencia del sida y de otras pandemias, en esta ocasión resultaba imposible detectar un foco de origen, ya que los casos tenían lugar de forma simultánea, y aparentemente aleatoria, en la totalidad de los países con independencia de que éstos fueran ricos o pobres, desarrollados o atrasados, occidentales o pertenecientes a otras culturas, sin respetar ni edades ni sexos.

Tampoco se pudo determinar ninguna pauta que permitiera detectar el vector que provocaba la enfermedad, aunque todo parecía indicar que se trataba de un proceso endocrino; las autopsias de las víctimas determinaron que éstas fallecían víctimas de un potente tóxico, desconocido hasta ahora para la ciencia y mortal de necesidad aun en dosis ínfimas, que causaba un colapso metabólico total apenas unos minutos después de haber entrado en el torrente sanguíneo. Tras minuciosas investigaciones se logró determinar que el tóxico era segregado por el propio organismo, pudiendo determinarse su origen en una glándula endocrina aparentemente tan inofensiva como era la epífisis, un pequeño bultito con forma de guisante que todos tenemos en el interior del cerebro y que también conocido con el nombre de glándula pineal, justo donde Descartes ubicaba -lo que ahora se nos revela como un involuntario sarcasmo- el mismísimo asiento del alma.

Sí, ya sé que las enciclopedias decían que la epífisis, en condiciones normales, segregaba varias hormonas encargadas de regular los ciclos de sueño y vigilia -es decir, los ritmos circadianos- y que también parecía intervenir en el control del metabolismo de las células cancerosas, pero ahora -las pruebas son abrumadoras- su principal misión no es otra que la de producir una hormona asesina, bautizada apropiadamente como parcamina, responsable ya de la muerte de una tercera parte de la humanidad, siendo previsible que en un corto espacio de tiempo lo sea también del resto.

La ciencia se ha confesado inerme ante esta catástrofe, y a estas alturas resulta ya evidente, incluso para los más escépticos, que la humanidad está sentenciada. Los delicados engranajes que permiten el funcionamiento de nuestra complicada sociedad están completamente desbaratados, y el caos se extiende por doquier mientras la gente se refugia bien en la religión, bien en la animalidad más desenfrenada dando rienda suelta a sus instintos más primitivos. Muchos se suicidan, incapaces de soportar la angustia de saber que llevan una bomba de relojería alojada en el interior de su cuerpo sin que nada ni nadie sea capaz de evitarlo.

Aunque nadie se atreve a hacer suya de forma oficial la hipótesis de mi amigo, fallecido hace unos días tras advertirme con un escueto “te lo dije” justo antes de morir, resulta evidente que cualquier otra explicación resulta inviable, ya que incluso quienes pregonan el advenimiento del Apocalipsis no saben cuan cerca están de la verdad aun cuando el responsable no sea el Dios justiciero que ellos imaginan, sino unos fríos científicos que han decidido interrumpir un experimento que no estaba rindiendo los resultados deseados. No puede ser de otra manera, puesto que mientras los humanos nos extinguimos a pasos agigantados, ningún otro ser vivo del planeta, ni animales ni plantas, ni tan siquiera nuestros parientes los monos, parece experimentar el menor trastorno. De ellos será el futuro de la Tierra, y a buen seguro que sabrán habitarla y conservarla mucho mejor de lo que lo fuimos nosotros. Que tengan más suerte de la que tuvimos nosotros.

Claro está que también cabe la posibilidad de que nuestros flemáticos creadores opten por poner en marcha un nuevo experimento, esta vez con delfines, ratones, insectos o vete a saber qué otro animal... puede, incluso, que las grandes extinciones que marcaron el final de las eras geológicas, incluyendo la de los dinosaurios, no fueran sino sendas limpiezas de la pizarra de estos aprendices de brujos. Pero esto ya no importa, puesto que dentro de poco estaremos ya todos muertos.

Requiescat in pace el hombre.


Publicado en 2007 en el nº 14 de Libro Andrómeda
Actualizado el 5-9-2014