El vigía



-Extraño planeta -comentó el visitante con admiración-. Extraño y subyugador.

-Así es Poseidonis -corroboró el anciano vigía con una mal disimulada satisfacción-. Fascinante y mortal a la vez, como el canto de las míticas sirenas... Pero es mi mundo, y lo será hasta el día de mi muerte.

Atisbando el infinito sus miradas se encontraron, a través del amplio ventanal de metal transparente, en un punto indefinido del vasto horizonte de Poseidonis, allá donde las agitadas aguas del océano se hermanaban con las torrenciales lluvias. Éste era Poseidonis: un mundo en el cual la omnipresente agua se revelaba como la gran triunfadora del proceso evolutivo.

-Evidentemente no se le podía haber bautizado de una manera más apropiada -comentó el visitante absorto en la contemplación del grandioso espectáculo-. El mismo dios del mar se sentiría orgulloso de haber hecho de este planeta su morada.

-En efecto -respondió el vigía henchido de orgullo por lo que él consideraba casi como una posesión personal-. Poseidonis representa el triunfo del mar, la apoteosis del medio acuático sobre el elemento sólido. Mire este mapa -exclamó señalando un gran planisferio situado a la derecha del ventanal-. Prácticamente el cien por cien de la superficie del planeta está cubierta por un único océano... Apenas unos cuantos islotes vienen a romper esta hegemonía; precisamente nos encontramos en uno de ellos, en el único lugar habitado del planeta.

-Y la atmósfera... -comentó el visitante-. ¿Siempre es así?

-¿Se refiere a las tormentas? ¡Oh, sí! Por supuesto. La atmósfera de Poseidonis es muy distinta de la terrestre; apenas si tiene oxígeno libre y el vapor de agua, que en nuestros planetas tan sólo supone una pequeña fracción de los gases atmosféricos, aquí representa más del noventa por ciento del total. Agua en la superficie, agua en el cielo... Ésta es la principal característica de Poseidonis, lo que le hace diferente del resto de los planetas conocidos por el hombre, lo que le proporciona, en suma su identidad.

-Verdaderamente es bello, como lo son todas las cosas salvajes... Pero no es un sitio apropiado para que en él prospere la vida humana.

-Por supuesto que no -respondió el vigía con un marcado tono de desprecio en la voz-. El hombre es una criatura frágil, un ser indefenso que necesita encerrarse en un cascarón para protegerse de los peligros que representa un mundo exterior que casi siempre le es hostil. Nunca podría medrar en Poseidonis; es un reto demasiado grande para su limitada capacidad de adaptación.

-Sin embargo, fue creada esta estación.

-Sí, ¿pero por qué? -le interrumpió el vigía dando palpables muestras de irritación-. Poseidonis había sido rechazado como planeta colonizable. La inexistencia de continentes o aun de islas, la carencia de una atmósfera respirable, la inconmensurable potencia de las continuas tormentas... No, Poseidonis era un reto demasiado fuerte para el débil ser humano. Pero la Ruta de las Estrellas atravesaba la Nebulosa Negra, y Poseidonis era el único planeta desde el que se podía controlar la red de estaciones automáticas que hacen transitable este desierto estelar. Así nació esta estación, y así se creó el puesto de vigía.

-¿Siempre fue así?

-¿A qué se refiere?

-Según ha comentado antes, he deducido que su misión es perpetua, y que usted morirá aquí, en Poseidonis; pero creo recordar que no siempre ocurrió de esta manera.

-La vida del vigía no es fácil, y no todos resultaron ser capaces de soportarla -respondió el anciano moviendo apesadumbrado la cabeza-. No, este puesto no fue concebido como una ocupación perpetua sino como una responsabilidad temporal, única manera de convertirlo en tolerable. Los sucesivos vigías se vieron invadidos muy pronto por una irresistible claustrofobia que desbordaba todas las previsiones de los psiquiatras, y tenían que ser reemplazados por un nuevo sustituto. Éste era el precio que exigía Poseidonis, un precio que a muchos se les antojó demasiado elevado.

-Pero no a usted.

-No, esto es evidente. Yo era una persona socialmente atípica, un perfecto caso de inadaptado en mi mundo. Odiaba a la gente, odiaba a la sociedad... Mi único sueño era el de aislarme, el de encerrarme en mi caparazón huyendo de una sociedad que se me antojaba hostil y frente a la cual nada podía hacer por defenderme.

-Y se enroló en el Proyecto Poseidonis.

-Así fue. Los responsables del mismo buscaban personas que fueran visceralmente introvertidas como única manera de evitar el fracaso del programa; personas que como yo anhelaran el aislamiento, que hicieran de este mundo el suyo, el mundo del que nunca habían disfrutado en el seno de la sociedad que les había visto nacer. Así me convertí en el vigía, en el rey sin corona de Poseidonis, de toda la Nebulosa Negra.

-Pagó un alto precio por ello.

-¿Cuál? ¿El aislamiento? Esto era algo que había deseado durante toda mi vida. En cualquier planeta, incluso en los más remotos y apartados en los que la colonización era todavía reciente y no se habían convertido aún en las colmenas que son ahora la Tierra y las primeras colonias, la soledad en su sentido más riguroso, la Soledad con mayúsculas, no era posible. Y yo la ansiaba, la anhelaba con un fervor que jamás podrá nadie comprender puesto que nunca nadie había alcanzado el grado de introversión e individualismo que a mí me invadía.

-Pero aun así su adaptación no sería fácil -comentó con timidez el visitante mirando fijamente el ajado rostro del anciano.

-Se equivoca de nuevo -respondió éste sentándose con dificultad en una anacrónica silla que parecía sacada de un museo-. El éxito de una vida consiste tan sólo en una concordancia lo más perfecta posible entre los deseos y aptitudes de un individuo dado y la labor que le toca en suerte realizar a lo largo de su existencia; cuanto mayor sea la conjunción entre ambos factores, mayor será también el concepto de realización plena como ser consciente que embargará a esta hipotética criatura. Si bien en la mayor parte de los casos el resultado no pasará de ser mediocre convirtiendo al individuo en un ser frustrado, a los pocos privilegiados a los que el destino premia con la realización plena de sus inquietudes les está reservada la gloria eterna; eterna porque no depende de los efímeros criterios sociales sino del más severo de los críticos: nuestra propia conciencia, que perdura mientras existe el alma.

-Luego usted encontró la felicidad.

-¿Y qué entiende usted por ello? Hay quien es plenamente feliz vegetando y hay quien, por el contrario, dilapida su vida tras la búsqueda de un ideal imposible. Todo es relativo, y el resultado final tan sólo depende de la coincidencia o no entre lo que se busca y lo que se encuentra. Eso es todo. Yo he encontrado lo que quería y, si eso responde a su pregunta, he encontrado mi felicidad.

-A pesar de todos los años que lleva desempeñando el puesto de vigía.

-El tiempo puede ser nuestro aliado o puede ser nuestro enemigo. ¿Por qué, entonces, no ponerlo de nuestro lado? Conmigo se truncó el carácter temporal del puesto de vigía, conmigo se resolvió definitivamente el problema que traía de cabeza a los responsables del proyecto. Solicité, y obtuve, que se me concediera el puesto a perpetuidad. ¿Por qué forzar una situación que se revelaba satisfactoria para ambas partes?

-Sin embargo, su misión no es útil ya; el Imperio se desmorona, cada planeta se ve abandonado a sus propios medios -replicó el visitante, hastiado ya de la hiperbólica filosofía de su interlocutor, sacando a relucir los verdaderos motivos de su visita-. Los vuelos interestelares ya han disminuido y acabarán por desaparecer en poco tiempo, por lo que su labor aquí resulta innecesaria.

-¿Cómo dice? -preguntó alarmado el anciano incorporándose con grandes esfuerzos de su silla.

-Lamento que mis palabras sean tan crudas, pero desgraciadamente así es. Ha comenzado una nueva Edad Media, y no creo que sea necesario que le explique todo lo que esto significa. El gobierno provisional de Nueva Cólquida se ha visto obligado a asumir poderes soberanos en toda esta región del espacio, y ha decidido suprimir el puesto de control de la Nebulosa Negra; con otras palabras esto significa la clausura de la estación, y con esta misión he sido enviado aquí.

-¿Van a prescindir de mí? -la alarma había dado paso al temor en el rostro del vigía-. Ésta es la razón de mi vida, lo necesito, es imprescindible para mí.

-El gobierno de Nueva Cólquida es consciente de la gran labor realizada por usted a lo largo de todos estos años, y desea manifestarle el público reconocimiento a su trabajo. Estoy autorizado por él para comunicarle que le ha sido asignada una generosa renta vitalicia y que su nombre ha sido incluido en la galería de Hombres Ilustres.

-No lo necesito. Tan sólo deseo poder permanecer aquí.

-Lamentablemente, eso no es posible. El mantenimiento de esta estación supone un gran esfuerzo económico que Nueva Cólquida no puede, en las actuales circunstancias, soportar. La estación tiene que ser abandonada y usted deberá acompañarme a la capital, donde será recibido con todos los honores.

-¡No! -exclamó el vigía presa de una sobrenatural excitación-. No abandonaré este planeta pase lo que pase. Jamás me sacarán de aquí.

-Esperaba esta reacción -confesó el visitante con resignación-. Y le ruego que colabore; usted no podrá seguir aquí una vez que suprimamos el mantenimiento de la estación, puesto que ésta no es autosuficiente. Persistiendo en su actitud tan sólo habría conseguido un suicidio lento, lo que sería un triste colofón a su importante tarea.

-Cada cual es dueño de su destino, y yo lo soy del mío -la voz crispada, pero segura del anciano vigía era una muestra de su inflexible determinación-. ¡Váyase! -conminó al visitante-. Váyase de aquí antes que su destino y el mío se vean irremisiblemente unidos. Váyase ahora que está aún a tiempo.

Comprendiendo que nada le quedaba por hacer allí, e incapaz de recurrir a la violencia, el visitante abandonó la estación a bordo de su pequeña astronave. No había acabado aún de atravesar la turbulenta y atormentada atmósfera de Poseidonis, cuando una deflagración empequeñecida por la distancia le advirtió que la estación, junto con su único habitante, habían dejado de existir. A través de los visores el visitante pudo observar, mientras se alejaba del ahora deshabitado planeta, cómo el agitado mar cubría piadosamente el vacío dejado por la última morada del extinto vigía.

Enfilando la proa a su lejano destino, el visitante rezó un último responso por más que fuera consciente de que éste era ya innecesario.


Publicado el 26-9-2016