Las extinciones masivas



Aunque es sobradamente conocida la extinción de los dinosaurios -y de otros muchos animales- hace sesenta y cinco millones de años, al final del período Cretácico, lo cierto es que ésta fue tan sólo la última de las cinco extinciones masivas que los paleontólogos han logrado identificar a lo largo de los últimos quinientos millones de años de historia de la Tierra. Es probable que pudiera haber bastantes más en épocas anteriores, dado que se estima que la vida surgió en nuestro planeta hace unos cuatro mil millones de años, pero la actividad geológica continuada durante un período de tiempo tan prologado convierte en prácticamente imposible conocer lo que pudo ocurrir en épocas tan remotas.

La primera extinción masiva tuvo lugar hace unos cuatrocientos cincuenta millones de años, entre los períodos Ordovítico y Silúrico. La segunda, hace trescientos sesenta millones de años, marcó la división entre los períodos Devónico y Carbonífero provocando la desaparición del setenta por cien de las especies vivas. La tercera, hace doscientos cincuenta millones de años, entre el Pérmico y el Triásico, fue con diferencia la más mortífera de todas, ya que aniquiló a más del noventa por cien de las especies marinas y al setenta por cien de las terrestres. La cuarta, hace doscientos diez millones de años, es la conocida por los paleontólogos como la transición Triásico-Jurásico. Y la quinta, la de los dinosaurios, no fue de las peores, dado que “sólo” acabó con el setenta y cinco por cien de todas las especies.

Hubo además otras muchas extinciones menores, como la que marcó el final del Eoceno hace treinta y siete millones de años, o la que tuvo lugar tras la última glaciación hace tan sólo unos diez mil años, la cual se llevó por delante animales que llegaron a convivir con el hombre tales como el mamut, el rinoceronte lanudo, el oso de las cavernas o el tigre dientes de sable, así como también a nuestro primo, el hombre de Neandertal.

Aunque los paleontólogos han barajado varias hipótesis para explicar estos fenómenos, bruscos y repentinos a escala geológica, tales como impactos de asteroides o cometas, drásticos cambios de clima o erupciones volcánicas masivas, lo cierto es que sus verdaderas causas no han podido ser establecidas en ningún caso con una certeza absoluta.

Ello se debe, sin duda, a que la ciencia sigue empeñada en negar la influencia de seres extraterrestres en la evolución del planeta, de modo que el mito de los Grandes Galácticos ha quedado relegado al ámbito de la ciencia ficción, que lo utiliza como recurso literario, y al de los círculos magufos pasados de rosca, que sí se lo toman en serio ante la indiferencia, cuando no la conmiseración, del común de los mortales.

Sin embargo son precisamente estos últimos los que más se aproximan a la verdad. Los Grandes Galácticos, en efecto, existen, pero lejos de tutelar benévolamente a las civilizaciones recién nacidas al estilo de lo imaginado por Arthur C. Clarke en 2001. Una odisea del espacio, las consideran una molestia cuando no directamente una plaga.

Es preciso advertir que los Grandes Galácticos, y en eso sí acertaron los autores de ciencia ficción, son unos seres inmateriales constituidos por energía pura, lo cuales, por razones que se escapan a la limitada comprensión de la mente humana, detestan a todo aquello que suponga cualquier tipo de vida basada en la materia, sea ésta del tipo que sea, prefiriendo que los astros que pueblan el universo se mantengan limpios de ella, quizá por considerarlos su jardín particular.

Por esta razón, cuando en un planeta arraiga la vida ellos suelen hacer con ella exactamente igual que nosotros con las cucarachas o las ratas: intentan exterminarla. Éstas son, pues, las verdaderas causas de las extinciones masivas y, probablemente, también de las extinciones menores que periódicamente asolan la Tierra: se trata, en definitiva, del equivalente a nuestras campañas de desratización que, si bien no suelen conseguir al cien por cien su objetivo dado que la vida acostumbra a ser sumamente resistente y tozuda, al menos logran mantenerla bajo control durante cierto tiempo en su madriguera, vigilando estrechamente, eso sí, que ésta no desborde los límites de su planeta.


Publicado el 29-5-2012