Hasta que la muerte nos separe



Eran lo que comúnmente se entiende por una pareja bien avenida, pero en realidad su compenetración iba mucho más allá, y su afinidad era tal que solían bromear especulando con la posibilidad de que entre ellos pudiera haber algún tipo de conexión telepática.

En cualquier caso eran uña y carne, y no concebían la vida el uno sin el otro pese a que en ocasiones se veían obligados a separarse, al tenerse él que desplazar fuera de la ciudad, por motivos de trabajo, sin poder ser acompañado por ella. Pero solían ser viajes cortos en los que la incomodidad de la distancia se veía amortiguada por el teléfono y el correo electrónico, sin el menor menoscabo para su relación personal. Y seguían siendo felices.

Una única sombra planeaba sobre estas separaciones. Los viajes solían ser por avión, un medio de transporte que a ella le horrorizaba al padecer ese pánico atávico a volar frecuente en muchas personas pese a no estar en modo alguno justificado. Él, que no compartía ese temor, intentaba convencerla, sin resultado alguno, de lo ilógico de sus aprensiones, argumentando que había más probabilidades de ser atropellado por un autobús al cruzar el semáforo de la esquina, o desnucándose al resbalar en la bañera, que de ser víctima de un accidente aéreo.

Por esta razón, siempre que él tenía que volar ella permanecía con el alma en vilo hasta que una llamada de teléfono, o un mensaje, la tranquilizaba al saber que el vuelo se había realizado sin novedad. Y a su vuelta, siguiendo uno de sus muchos rituales privados, él acostumbraba a burlarse cariñosamente de ella demostrándole que seguía vivo.

Pero esa vez no volvió. El avión se estrelló al aterrizar sin que hubiera supervivientes, y ella sintió cómo el mundo se le derrumbaba. Sobrevivió, no le quedaba otro remedio, pero ya nada volvería a ser igual.

Refugiada en sus recuerdos, se aferraba a todo aquello que le recordara a él, incluso los detalles más nimios, conservando con especial fervor el último mensaje que le remitiera al móvil durante aquel fatídico viaje que acabó con su vida. El escueto texto rezaba: “Cariño, te quiero más que nunca, y te querré por toda la eternidad”, y acostumbraba a mostrárselo a todos aquellos que, apesadumbrados por su desgracia, acudieron a intentar consolarla.

Lo que jamás dijo a nadie, fue que la fecha del mensaje era varias horas posterior a la del accidente mortal.


Publicado el 13-9-2013