El último neandertal



Ñgüé era el último neandertal. Él, por supuesto, no lo sabía, aunque sí era consciente de ser el único superviviente de su clan. También hacía mucho que habían desaparecido las demás tribus de su especie con las que desde tiempo inmemorial habían compartido el territorio, sustituidas por esos extraños de cuerpo esmirriado que hablaban un lenguaje totalmente incomprensible para él... los cromañones, aunque esto era algo que por supuesto también ignoraba. Para él sólo eran intrusos.

Ñgüé los rehuía y ellos, aparentemente, también, pero de vez en cuando era inevitable que acababan encontrándose aunque nunca llegaron a enfrentarse. El neandertal los despreciaba por considerarles débiles, pero ellos tenían algo que a él le faltaba: mujeres. Bien le hubiera gustado apoderarse de una pero, aun siendo más fuerte que sus rivales, por lo que se sentía capaz de vencer a cualquiera de ellos, se encontraba frente a un irresoluble problema: siempre iban en grupo, mientras él estaba solo. Y por supuesto protegían a sus mujeres y a sus hijos, siempre bien custodiados en sus campamentos.

Hasta que un día... persiguiendo a una pieza de caza herida llegó hasta las proximidades de uno de sus poblados. Ñgüé no deseaba acercarse a él, pero el maldito animal se empeñó en encaminarse precisamente allí buscando un improbable refugio. Ñgüé se encontraba hambriento y desde luego no estaba dispuesto a regalárselo a sus rivales, por lo que sin pensarlo dos veces se adentró en el campamento rival.

El revuelo que se organizó fue considerable ya que, pese a el neandertal tan sólo pretendía apoderarse de su presa, los habitantes del poblado temieron que pudiera tratarse de un ataque. Pero sorprendentemente no se encontró con más guerreros -aunque Ñgüé no tenía manera de saberlo todos ellos se encontraban cazando un mamut lejos de allí- que un par de muchachos asustados, que huyeron despavoridos conforme vieron llegar a semejante coloso con aspecto enfurecido y la mortal lanza empuñada con firmeza.

Lo que sí había eran muchas mujeres... que también intentaron huir, como cabía suponer. Pero Ñgüé, olvidándose de su comida, vio la ocasión que se abría ante él y no la desperdició. Así pues, capturó a la primera que se puso a su alcance -en sus circunstancias no era cuestión de pararse a elegir- y, cargando con ella en sus robustos hombros, se la llevó hasta un bosquecillo cercano.

Lo que sucedió a continuación no debió de ser demasiado diferente a lo habitual dentro de los hábitos sexuales de los cromañones, sólo que ahora era un neandertal el participante masculino. Una vez que hubo terminado Ñgüé dejó libre a la mujer y se alejó del campamento cromañón, con el estómago vacío pero satisfecho.

Conforme pasaba el tiempo Ñgüé comenzó a sentir temor. Aunque todavía faltaban bastantes milenios para que el concepto de violación se asentara en la cultura humana, ambas ramas de la misma solían ser muy posesivas con sus hembras... y sus potenciales enemigos eran numerosos, mientras él carecía de toda posible ayuda. Pero como el neandertal no acostumbraba a pensar demasiado en las consecuencias de sus acciones, se limitó a extremar su ya de por sí acentuada desconfianza, fundamental para sobrevivir en un medio tan hostil.

No fue sino hasta pasadas varias lunas cuando vio que alguien se acercaba con sigilo a la oquedad rocosa que le servía de refugio. Rápidamente se puso en pie y, enarbolando la lanza, se enfrentó al intruso... que gritó alarmada. Se trataba de una mujer, no podría decir si la misma con la que tuviera el escarceo u otra, puesto que todos los cromañones le parecían iguales. Y desde luego sus intenciones eran claras, aunque esta vez había acudido a él por propia voluntad.

A partir de entonces a Ñgüé nunca le faltaría compañía femenina, quizá porque éstas valoraban su fogosidad en contraposición a la de sus propios compañeros. Pero esto a él no le importaba, y además le hubiera resultado difícil averiguarlo puesto que sus respectivos lenguajes eran completamente distintos, lo que no impedía que se entendieran a la perfección en lo fundamental.

Así fue como Ñgüé vivió feliz hasta que ya anciano -unos cuarenta años- falleció víctima del ataque de un dientes de sable hambriento, sin llegar a saber no sólo que fue el último neandertal sobre la Tierra, sino también el principal responsable de ese 3% de genes de su estirpe presentes en el ADN de los hombres modernos. Porque no todo iba a ser malo.


Publicado el 12-5-2016