Incomunicación



-Estás loco. Completamente loco...

-La genialidad que los pobres de espíritu suelen confundir con la locura es la que siempre ha hecho prosperar a la civilización -respondió el aludido en tono pomposo-. Y yo no tengo la culpa de que la masa inculta sea incapaz de comprenderlo.

-¿Me estás llamando inculto? -preguntó, suspicaz, el otro.

-En absoluto; si te considerara así, nunca me habría molestado en hacerte partícipe de mis planes. Lo que lamento -vaciló- es que también a ti te cueste tanto trabajo entenderlo.

-¿Cómo quieres que entienda semejante chifladura? ¿No comprendes que, de llevar a cabo tus planes, irías derecho al suicidio?

-¿Por qué iba a tener que ser así? -rebatió su interlocutor con gesto dolido.

-¡Porque todo intento de comunicación con Ellos siempre ha resultado indefectiblemente baldío! -explotó, escéptico, su amigo- ¡Porque su único afán, desde que existe recuerdo, ha sido el de exterminarnos sin piedad! ¡Porque desde que aparecieron han sido siempre nuestros enemigos irreconciliables! ¡Porque, valiéndose de su superior fuerza, nos han marginado obligándonos a sobrevivir allá donde ellos son incapaces de llegar! ¿Te parece poco? Y ahora llegas tú con tus utópicas teorías pacifistas...

-Escúchame, por favor. Nosotros somos infinitamente más antiguos que Ellos, esto es algo en lo que todos nuestros eruditos están de acuerdo.

Y ante el asentimiento tácito de su amigo que, ignorante de a donde quería ir, se mantenía en silencio, continuó:

-De hecho, nuestra raza ya era vieja antes de que surgieran sus primeros antepasados, todavía unos simples animales privados de cualquier atisbo de inteligencia racional.

-Eso lo sabe cualquiera -gruñó, malhumorado, el otro.

-Te he pedido que no me interrumpas -le reprochó éste al tiempo que continuaba con la perorata-. Dicho con otras palabras, en pura lógica nosotros deberíamos ser los amos del mundo, no Ellos.

-Pero no lo somos, esa es la cruda y testaruda realidad -el tono de burla era evidente-, y no creo que Ellos estén dispuestos a discutir con nosotros sobre este asunto, ni mucho menos a renunciar a su situación de predominio. Así pues, ¿para qué rompernos la cabeza con elucubraciones sin sentido?

-¿Acaso se lo hemos llegado a plantear alguna vez? -fue la sorprendente respuesta.

-¿Bromeas? -su sorpresa era auténtica- Hasta el más tonto sabe que su único interés hacia nosotros es el de exterminarnos. ¿Qué diálogo podría haber en estas condiciones?

-¿No te has parado a pensar que quizá lo que ha fallado haya sido la comunicación entre ambas razas? Tanto Ellos como nosotros somos seres inteligentes, y salvo en los casos por fortuna excepcionales de los psicópatas, cabe suponer que cualquier ser racional esté imbuido por unos principios morales de índole universal, con independencia de su raza. Bajo esos parámetros, debería ser posible una comunicación fructífera para ambas partes...

-Todo eso queda muy bonito dicho así, pero la realidad se empeña en ser bastante más cruel; -rebatió su interlocutor con sorna- basta con que nos acerquemos a ellos, o que simplemente nos vean fuera de nuestros refugios, para que intenten matarnos sin contemplaciones... y a veces sin que nos acerquemos siquiera, ahí están las razzias periódicas con las que envenenan a nuestro pueblo sin respetar hembras, ancianos o jóvenes, pese a que jamás les hemos hecho el menor daño. ¿Y todavía hablas de diálogo?

-Es evidente que hemos arrastrado el problema de una incomunicación secular entre nosotros y Ellos -concedió el defensor de la fraternidad interracial-; pero eso no quiere decir en modo alguno que ésta tenga que seguir existiendo en el futuro. ¡Somos seres civilizados, y los seres civilizados no se matan entre sí! -exclamó a modo de proclama final.

-Claro, para ti todo es muy sencillo; basta con presentarse a cuerpo descubierto frente al primero de Ellos que encontremos, y empezar a manifestarle nuestros profundos anhelos de amistad. Así de simple, sólo que si inmediatamente después no salimos corriendo, ten por seguro que pasaremos a reunirnos con nuestros ilustres antepasados.

-No te burles -se dolió-, hablo en serio. Para empezar, el primer escollo a salvar es el del idioma; está claro que ni Ellos hablan el nuestro, ni nosotros el suyo. Es más, me atrevo a asegurar que con una simple traducción no valdría, ya que probablemente los esquemas mentales que hacen posible que nos podamos comunicar entre nosotros deben de ser completamente diferentes de los suyos, lo cual supone sin duda un contratiempo añadido al no sernos posible captar por este motivo los conceptos abstractos transmitidos por el suyo, y viceversa.

-¡Bah, eso no deja de ser una minucia! -se burló de nuevo el escéptico- Seguro que tú has descubierto la manera de solucionarlo.

-No te equivocas -respondió con aplomo el interpelado-. Yo siempre había estado convencido de que por encima de cualquier tipo de barrera biológica, social, cultural o de cualquier otro tipo, siempre tendría que haber alguna manera en la que dos seres inteligentes pudieran comunicarse entre sí, por muy dispares que pudieran ser entre sí. Y creo haber encontrado la solución, tras mucho tiempo de haber estado especulando sobre ello.

-Entonces, tan sólo te falta ya poner en práctica tus teorías...

-Y eso es justo lo que pienso hacer. No puede fallar, estoy seguro de ello.

* * *

-Tranquila, Marta, ya la he matado.

-¿Estás seguro? -preguntó la aludida con un hilo de voz.

-Seguro. Está muerta y bien muerta.

-Pues bárrela y tírala a la basura; no quiero verla.

-Nunca entenderé esta aversión tan visceral que tenéis las mujeres hacia los bichos, y en especial hacia las cucarachas; -rezongó el marido al tiempo que recogía en el cogedor el insecto muerto- cierto es que resultan bastante repelentes, pero tampoco es para tanto. Se les da un buen pisotón y punto.

-¡Un pisotón! ¡Qué asco! -exclamó la mujer desde el pasillo- Te habrás limpiado la suela de la zapatilla,,,

-Tranquila, la limpiaré -prometió el aludido sin la menor intención de hacerlo.

-¡Y remueve la basura para que no la vea!

Mascullando imprecaciones contra las estúpidas manías femeninas, éste concluyó su tarea dejando en su sitio el cogedor y el cepillo.

-¡Ya puedes venir a la cocina! -avisó a su cónyuge.

Ésta entró con ademán medroso, lanzando miradas furtivas al rincón, ahora vacío, en el que había aparecido el insecto que provocara su precipitada huida.

-Habrá que avisar a un servicio de fumigación... -murmuró mientras se sentaba ante su interrumpido desayuno- no soporto a estos bichos.

-¿Para qué? -le rebatió su marido encogiéndose de hombros- Es la primera cucaracha que vemos en casa desde hace años. Lo que sí habría que hacer es hablar con el administrador de la finca para que mande fumigar los patios y los sótanos, es seguro que este bicho provenía de allí.

-Bueno. -concedió ella a regañadientes- Pero como vuelva a aparecer otra, les llamamos al día siguiente.

-Está bien -suspiró el varón-. Y ahora, sigamos desayunando; se nos va a enfriar el café.

-Por cierto; -comentó a poco éste, mientras mojaba una magdalena- ahora que lo pienso, no deja de ser curioso el comportamiento del bicho.

Y haciendo caso omiso de la mueca de repugnancia de su pareja, continuó:

-Resulta que en lugar de salir corriendo, como cabía esperar, cuando me vio frente a ella, se quedó parada ante mí, erguida, agitando las antenas y las patas delanteras de una manera muy peculiar... de no ser porque resulta absurdo, casi diría que me estaba saludando.

-No digas tonterías -gruñó ella-. Y por favor, cambia de conversación; me estás revolviendo el estómago.

-Parecía... -prosiguió él, haciendo caso omiso de la advertencia- parecía como si hubiera querido comunicarse de alguna manera conmigo; o al menos, esa fue la impresión que me dio.

-Deja ya de decir majaderías -insistió su mujer-. ¿Cómo iba a querer comunicarse contigo una... -vaciló antes de pronunciar la repulsiva palabra- miserable cucaracha? ¿Es que no estás en tus cabales? Anda, termina de desayunar y no me vuelvas a hablar más de algo tan desagradable.

El hombre obedeció en esta ocasión a tan firme conminación, pero no por ello dejó de pensar en el pasado incidente. En su mente se agolpaban de forma caótica recuerdos de antiguos documentales de televisión y de noticias de periódico en los que se entremezclaban datos acerca de la antigüedad de las cucarachas, existentes ya en tiempos de los dinosaurios, de su adaptación al hábitat humano y de su resistencia extrema a todo tipo de inclemencias climáticas, ausencia de comida, sustancias químicas tóxicas e incluso a una hipotética guerra nuclear capaz de arrasar hasta el último vestigio de la humanidad. ¿No había leído por algún sitio que serían éstas una de las pocas especies vivas capaces de sobrevivir a un cataclismo a escala planetaria?

-¡Bah, tan sólo era un bicho! -pensó para sí mientras pelaba otra magdalena, al tiempo que oía sin escuchar la poco atractiva propuesta de visitar a sus cuñados ese fin de semana.


Publicado el 27-10 -2015