Satélite hipotético



Astro presuntamente perteneciente al Sistema Solar, satélite de uno cualquiera de sus planetas, cuya existencia fue postulada de forma teórica, intentando explicar presuntas perturbaciones orbitales o bien fue fruto de una observación errónea por parte de los astrónomos. La evolución de los conocimientos, así como el avance de las técnicas telescópicas, acabarían descartando su existencia, salvo en algún caso en el que todavía se mantiene a título de hipótesis. Obviamente la relación recogida en este artículo se refiere tan sólo a los satélites hipotéticos barajados por la comunidad científica, no a todos aquellos propuestos por espiritistas, seudocientíficos y embaucadores de diferente calaña.

Comenzando por orden desde la cercanía al Sol, nos encontramos en primer lugar con la falsa luna de Mercurio -en realidad era una estrella lejana- que se creyó descubrir en 1974 durante la misión de la sonda espacial Mariner 10.

En 1672 Giovanni Cassini, uno de los astrónomos más afamados de su época, creyó descubrir una luna que orbitaría en torno a Venus que, tras varias observaciones falsas tanto suyas como de otros astrónomos, fue bautizada en 1884 con el nombre de la diosa egipcia Neith. Pese a que llegaron a ser calculados sus parámetros orbitales, su existencia acabaría siendo descartada a finales del siglo XIX.

Han sido varias las ocasiones en las que se ha hablado de un segundo satélite de la Tierra, de un tamaño tan diminuto que resultaría extremadamente difícil su detección. La primera observación falsa fue realizada en 1846 por el astrónomo francés Frédéric Petit, y a ella seguirían varias más como la de Georg Waltemath en 1898, la de W. Spill en 1926 o la de John Bargby a finales de la década de 1960, que propuso nada menos que ¡diez! lunas de estas características; algunos astrónomos alemanes llegarían incluso a bautizarlo con el nombre de Kleinchen, pequeñito. Sin embargo, lo más parecido que se conoce a un segundo satélite terrestre es el cuasi satélite Cruithne, nº 3.753 del catálogo, aunque quizá exista alguno más de estas características. Caso aparte es el de Lilith, procedente del ámbito de la astrología y por lo tanto de nulo predicamento entre los astrónomos.

En lo que respecta Saturno, dos fueron los falsos satélites suyos presuntamente avistados en la segunda mitad del siglo XIX. En 1861 Hermann Goldschmidt anunció el descubrimiento de una novena luna a la que llamó Quirón, y en 1905 William H. Pickering, que en 1898 había descubierto al verdadero noveno satélite de Saturno, Febe, anunció la existencia de un décimo, Temis, al cual se le llegaron a calcular sus parámetros orbitales.

Urano también tuvo temporalmente su cohorte particular de satélites imaginarios, concretamente cuatro estrellas que William Herschel tomó por satélites en 1787 junto con los reales Titania y Oberón.

Existen además varios falsos satélites hipotéticos que, a la postre, resultaron ser reales. Éste fue el caso, por ejemplo, de Temisto, descubierto por Charles T. Kowal en 1975 y “desaparecido” durante 25 años hasta ser redescubierto en el año 2000, lo que le costó perder varios puestos en el número de orden, desde el 14 que se le asignó oficialmente -éste corresponde ahora a Tebe- hasta el 18 actual.

Más curioso es el caso de Jano, un satélite de Saturno descubierto en 1966 por Audouin Dollfus. Hacia 1980, y gracias a las observaciones realizadas por las sondas Voyager, se comprobó que en realidad Jano forma un sistema coorbital con el cercano Epimeteo, por lo cual no se sabe con certeza cual de los dos pequeños astros, ambos muy próximos entre sí, fue el que descubrió este astrónomo francés.

Asimismo, en estos momentos existen tres presuntos satélites de Saturno, denominados provisionalmente S/2004 S3, S/2004 S4 y S/2004 S6. Todos ellos fueron descubiertos en 2004 por la sonda Cassini, pero su existencia todavía no ha podido ser confirmada.


Publicado el 2-8-2011