Los planetas del Sistema Solar





Neptuno, fotografiado por la sonda Voyager 2



En el verano de 2006 la decisión de la Unión Astronómica Internacional de reclasificar los planetas creó un pequeño terremoto informativo ya que, como suele ser habitual en los poco rigurosos -al menos en lo que a la información científica se refiere- periodistas, éstos se limitaron a hacerse eco del punto más llamativo de la reclasificación -la presunta “desaparición” de Plutón como planeta- sin molestarse en explicar demasiado que en realidad no se perdía un planeta sino que se ganaban dos, Ceres y Eris.

Lo que ocurrió fue que, vista la disparidad existente entre el tamaño de Plutón, menor que la Luna, y el resto de los planetas clásicos, así como los nuevos hallazgos de cuerpos transneptunianos de porte similar, o incluso mayor, al del tradicional noveno planeta, se creyó conveniente establecer dos categorías de planetas creando una nueva, la de los planetas enanos -que, pese a lo que dijeron los periodistas, siguen siendo planetas, aunque sea de segunda división- a la que se incorporaron Plutón, el recién descubierto Eris -un transneptuniano perteneciente al Disco Disperso, mucho más alejado del Sol que Plutón- y el viejo conocido Ceres, el mayor de los asteroides del anillo principal situado entre Marte y Júpiter.

Obviamente, esta nueva clasificación dejaba abiertas las puertas para que en un futuro pudieran incorporarse nuevos astros a la hasta ahora limitada categoría de los planetas enanos; de hecho, en el verano de 2008 se incluyeron otros dos más, Makemake en julio y Haumea en septiembre, transneptunianos pertenecientes al cinturón de Kuiper, al igual que Plutón, aunque de menor tamaño que éste. Existen además varios candidatos firmes -todos ellos transneptunianos- tales como Sedna o Quaoar, pero por el momento tan sólo han sido catalogados como tales los anteriormente mencionados.

En realidad, y desde mi punto de vista, los astrónomos se quedaron cortos, ya que deberían haber establecido una diferenciación entre los planetas terrestres -Mercurio, Venus, la Tierra y Marte- y los gigantes gaseosos Júpiter, Saturno, Urano y Neptuno, dado que entre estos dos grupos hay diferencias mayores que entre el primero y el de los planetas enanos. Lo lógico, pues, sería hablar de planetas terrestres, planetas gigantes y planetas enanos, clasificación que a título personal es la que he adoptado en este artículo.

En este apartado recojo, en dos tablas, tanto los datos orbitales como los físicos de estos once astros. En cuanto a sus descubridores, la lista es tan corta -Mercurio, Venus, Marte, Júpiter y Saturno son conocidos desde la antigüedad- que ni siquiera es necesaria una tabla para reseñar el resto, bastando con un simple párrafo:

Urano fue descubierto por William Herschel en 1781. La órbita de Neptuno fue calculada matemáticamente en 1845, y de forma independiente, por John Couch Adams y Urbain Le Verrier, siendo observado telescópicamente por vez primera un año más tarde por Johann Gottfried Galle. Ceres fue descubierto el 1 de enero de 1801 por Giuseppe Piazzi cuando este astrónomo buscaba el inexistente planeta situado entre Marte y Júpiter que predecía la ley de Titius-Bode. Plutón fue encontrado por Clyde Tombaugh en 1930.

A éstos hay que sumar los tres objetos transneptunianos, todos ellos descubiertos en fechas muy recientes. Eris, el mayor de ellos y también el más lejano, fue fotografiado por vez primera en 2003, aunque no sería identificado como un objeto de gran tamaño -de hecho parece ser incluso algo mayor que Plutón- hasta 2005, por el equipo de astrónomos encabezado por Michael Brown, Chad Trujillo y David Rabinowitz. Estos mismos astrónomos son también los responsables oficiales del descubrimiento de Haumea -diciembre de 2004- y Makemake -marzo de 2005-, aunque en el caso de Haumea se planteó una controversia entre éstos y el equipo de astrónomos españoles que, encabezado por José Luis Ortiz, desarrolla su trabajo en el observatorio de Sierra Nevada, en la provincia de Granada. Finalmente, y en una decisión polémica, la Unión Astronómica Internacional acabaría inclinándose por la candidatura norteamericana.

Aunque siguiendo la tradición los nombres de estos tres planetas enanos tienen procedencia mitológica, sus orígenes son diversos. Eris era la diosa griega de la discordia, Haumea la diosa hawaiana de la fertilidad, y Makemake -o Make-Make- su equivalente de la isla de Pascua; por lo que se ve, a Brown y a sus compañeros les tira lo exótico. Por cierto, la propuesta fallida de Ortiz para Haumea era Ataecina, nombre de una diosa celtíbera del inframundo.