Hidrógeno tóxico





Fotografía tomada de La Voz de Galicia



En diciembre de 1987 el buque mercante Cason, cargado con diferentes compuestos químicos, naufragó y se incendió frente a la costa de Finisterre provocando la muerte de 23 de sus 31 tripulantes y una grave contaminación de su entorno, así como la alarma de los habitantes de la zona que hubieron de ser evacuados.

Dentro de la amplia cobertura informativa que generó el accidente me encontré con el artículo que, bajo el título de Una bomba en potencia, publicó el diario EL PAÍS con fecha 11 de diciembre de 1987, en el cual se vertía la siguiente afirmación referente a la naturaleza de los vertidos:


“De todas esas materias, la potencialmente más peligrosa es el sodio metálico ya que a su contacto con el agua produce efervescencia y libera hidrógeno altamente tóxico, según los especialistas en química industrial.”


Como da la casualidad de que soy químico, la lectura de este párrafo me chirrió como si el sodio lo hubieran vertido directamente sobre mi piel ya que, si bien la primera afirmación es cierta y el sodio metálico reacciona violentamente con el agua desprendiendo hidrógeno -solíamos realizar esta práctica en los laboratorios de la facultad-, la afirmación de que el hidrógeno es “altamente tóxico” nos hubiera supuesto un suspenso inmediato en la asignatura de Química Inorgánica.

El error consistió, probablemente, en la confusión por parte del redactor entre los términos peligroso y tóxico, ya que aunque lo segundo suele implicar lo primero, no tiene por qué ocurrir lo mismo a la inversa, de modo que un producto químico puede resultar peligroso sin que acarree toxicidad alguna. Éste es el caso del hidrógeno, cuya peligrosidad radica en que reacciona con el oxígeno del aire de forma explosiva pese a su ausencia de toxicidad.

Cierto es que el redactor no tenía por qué tener conocimientos de química, por lo que la solución pasaba por consultar a un experto; aunque dada su afirmación de que así lo confirmaron “especialistas en química industrial” -en plural, además-, tan sólo me caben dos posibles explicaciones: o bien estos “especialistas” estaban tan poco especializados que desconocían algo que se estudia -o se estudiaba en mis tiempos, vete a saber en la ESO- ya en el bachillerato, o bien el redactor lo entendió como buenamente quiso.

La carta que envié al Defensor del Lector fue publicada y respondida por éste, pero para mi sorpresa en la versión digitalizada del artículo no se corrigió la metedura de pata.


Publicado el 2-7-2019